No sé qué tonto dijo que las personas cambiamos cada diez años. Si acaso tiene razón yo le rompo el mito sin proponerlo, a golpe de experiencia, que es como se acaban los mitos.
En estos días he vuelto a mí, si es que yo soy el que era hace diez años.
He vuelto al patio del colegio y al griterío de niños. He regresado a la casa de entonces, donde, pese al transcurso, todo sigue como entonces. Quizá el que cambió fui yo, y no la casa ni el jardín ni aquella escuela, y al volver me he visto más viejo y más cansado.
Allí vive aun el hermano pequeño, y yo tengo poco que darle, no le sirven estos regalos, no sé si le servirán para crecer.
Sí, hace diez años volví, tal como en estos días.
Al mismo rincón enfermo de la penumbra, donde tanto he buscado, jardín de ensueño.
Encontré a todos los hermanos rezándole a aquel pequeño que no pudo crecer, su lápida blanquita con su nombre expuesto es limpiada cada día, y hay una rosa lozana cada mañana en su memoria, recién cortada con mano desnuda y dañada como penitencia, rosa roja que languidece a la tarde para morir a la noche.
Pero tiemblo con el frío del amanecer, por ese sueño que se repite, donde yo soy el hermano que se fue que nos sueña muertos a los demás. Y él limpia la lápida a diario, y coloca la nueva flor que muere en la hora de lo oscuro.
Tengo sobre mis rodillas el ordenador portátil, y junto a mí cuatro libros de diversa índole pero de la misma cofradía: Las flores del mal, de Baudelaire, la poesía completa de Rimbaud, la antolojía poética de Juan Ramón Jiménez, y la poesía completa de Antonio Machado. Frente a mí, en el mueble del salón, donde tengo los -escasos- libros de arte, está El Simbolismo, que trata sobre todo el tema del simbolismo pictórico.
Cruzando al pasillo llego a mi cuarto, y ahí están por ser rescatados pronto Poe, Becquer -aunque esa edición preparada por una amiga dice que éste es romántico, ya hablaré yo con ella, y de paso que me cuente que tal quedó su tesis sobre toreo y literatura-... Es una pena que a Verlaine sólo le tenga en una antología de poesía erótica, con versos de su época decadente, pero algo sacaré. Y, como no, a San Juan de la Cruz, el Lunes día 15 es su día, en el santoral queda anunciado.
Baudelaire, Rimbaud, y místicos españoles. Aquello que aquí se llama Modernismo nació allá, y allí. Luego se nutrió además de los propios simbolistas franceses, y de aquel que según Umbral trajo la modernidad a la poesía en lengua castellana, Rubén Darío. No se sabe dónde empieza y aun no se ha acabado.
Me sucede en épocas de agotamiento, de enfermedad, o, como es el caso, de merecido descanso en el que una especie de depresión llega por el vacío, que pronto se llena con el reclamo de la casa materna, la matriz del manicomio interior, la génesis de este desastre que soy, caos de jardín inglés, laberinto borgiano, mística eternidad que día a día te mata.
Ayer lo definí sin palabras, en el andén del tren del lugar donde trabajo, a donde fui a un papeleo. Al entrar en el tren una ligera nevada como de cenizas de un dios fumador sirvió de acompañamiento.
Y bien, me dije -ya lo había pensado-, en estas casi dos semanas que tengo de descanso podría volver a esos libros, y hablar un poco de todo aquello, no importa de qué manera ni en qué dirección, todo tiene la virtud o defecto de retornarse e huírse.
Busco la razón por la que mi alma ha vuelto a ese paisaje, a hablarme bajito pero sin concesiones en ese idioma de siempre, que había abandonado.
Quizá porque he superado con fortuna ciertas pruebas en el trabajo, para el que me he entregado plenamente, y en estos días vacacionales he sentido un reclamo.
Quizá porque hace un par de semanas -por culpa de un mal y gracioso asunto, que no viene al caso- me ví ya muerto y resucitado sin traba física -pero sí mental- alguna.
Y porque hay algo en tu mirada que me alienta, y esta necesidad de sentir tu compañía me hace andar siempre a la busca y al encuentro. Y no sé si lo logro, pero quizá tambien al amor.
Por hoy ya basta de escritura.
Estaba yo muerto, inesperadamente, y la famosa aurora
Me envolvía.— Y, ¿qué? Entonces, ¿no es más que esto?
La cortina se había alzado y yo esperaba todavía.
Charles Baudelaire. El ensueño de un curioso.
Domingo, de Henri Le Sidaner
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