...porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más ...
SANCHO. (Quijote, 11, cap. 74.)
Me llamarán, nos llamarán a todos.
Tú, y tú, y yo, nos turnaremos,
en tornos de cristal, ante la muerte.
Y te expondrán, nos expondremos todos
a ser trizados ¡zas! por una bala.
Bien lo sabéis. Vendrán
por ti, por ti, por mí, por todos
Y también
por ti.
(Aquí no se salva ni dios. Lo asesinaron.)
Escrito está. Tu nombre está ya listo,
temblando en un papel. Aquel que dice:
abel, abel, abel ... o yo, tú, él ...
Pero tú, Sancho Pueblo,
pronuncias anchas sílabas,
permanentes palabras que no lleva el viento...
(Blas de Otero)
Al poeta social -e histriónico-existencialista- Blas de Otero le consideraron loco en la China de Mao, creo recordar que hasta le quisieron meter en un psiquiátrico, al declararse cristiano. Esto nos lo contó el poeta Jorge Urrutia cuando nos impartía clases de semiótica en los años finiseculares.
A mí, Blas de Otero y Gabriel Celaya fueron los primeros poetas que me llamaron la atención. El mismo día en que falleció Celaya, en la borrachera del Viernes, se me ocurrió declamar versos suyos con los colegas, suceso que pasó a los anales de Aluche-City, la ciudad sin ley. Ambos pertenecen a la rama histriónico-sobria del existencialismo poético, con versos idóneos para ser cantados por un tipo de negro como Paco Ibáñez.
Este poema viene a cuento de la película que ví ayer por la tarde por casualidad. Mi intención era ver El Ängel Exterminador de Luís Buñuel, a las 17.30, pero quiso el azar que el autobús, por el Paseo de Extremadura, se demorara por el tráfico -suele suceder-, y yo iba tan embebido en la lectura que ni cuenta me dí, ni siquiera me importó que una mujer hiciera sonar con su móvil, para deleite de su hija de unos cinco años, el último éxito de Paulina Rubio repetidas veces. Civismo, señora, civismo, habría que decirle. Ya no hay escándalo público.
Al bajar del autobús miré la hora, no había tiempo, y dudé en volver a sumergirme en la lectura en la línea de vuelta. Pero largas son las tardes aunque el tiempo sea de Invierno, y ya puesto en zona centro no iba a regresar, sabía que a las 6 echaban una del ciclo de los premios Goya, con el tema del terrorismo, no me hacía mucho, había empezado a verla en casa y me dormí a la mitad, pero me llevé la sorpresa al llegar al Doré, la película no era la misma que yo empecé a ver en la página películas-yonquis, era otra, Tiro en la Cabeza, de Jaime Rosales:
Así que como tenía tiempo me acodé en la barra de la cafetería del Doré, junto a una señorita que bebía una copa de vino tinto, y pedí un cortado -ya me había bebido yo, aprovechando el día libre, media botella de cariñena para acompañar el riquísimo pollo encebollado que me había cocinado para el papeo-.
La sala 2 de la filmoteca no tiene la majestad azul y señorial de la sala uno, más bien parece una cómoda salita de cine de la calle Princesa, pequeña y reconfortante. Dos micrófonos ante la pantalla eran signo de que habría presentación, miré el programa y cierto, se contaba con la presencia del director.
¡Pero no pudo ser! Un tipo con aspecto de ser ratón de filmoteca se acercó al micrófono y se excusó, no había venido Jaime Rosales para el pequeño debate. Según parece la academia había solicitado a la filmoteca un quinto pase, tal era la polémica, y así el director nos explicaría los planos y contraplanos y demás efectos artesanos de la película.
Singular y angustiosa, pasada la primera hora. Innovadora y... ¿quizá de narración caprichosa? Durante toda la película sólo hay ruido de fondo, de la calle, como si el espectador espiara de contínuo al terrorista situado a cinco o diez metros.
Así vemos su día a día, cómo come y charla, cómo ama y se pasea. Quizá una variante del género Dogma, no sé, pero al menos en mí el efecto de angustia que quizá busca sí lo consigue. En ese restaurant de la Francia vasca, donde las miradas gritan su odio silencioso, y luego los siguientes minutos, en los que por fin oímos la voz del personaje al que hemos acompañado en los paisajes de su humanidad, voz que grita: "¡txakurra, txakurra!"
Es una película de un realismo atroz, lo estás viviendo, como si estuvieras en ese garage y no pudieras hacer nada.
La crítica publicada por la revista Metrópoli lo explicará mejor que yo.
Y este poema de Rafael Alberti, mejor que yo podrá hacerte sentir aquella angustia:
LOS ÁNGELES MUDOS
Inmóviles, clavadas, mudas mujeres de los zaguanes
y hombres sin voz, lentos, de las bodegas,
quieren, quisieran, querrían preguntarme.
-¿Cómo tú por aquí y en otra parte?
Querrían hombres y mujeres, mudos, tocarme,
saber si mi sombra, si mi cuerpo andan sin alma
por otras calles.
Quisieran decirme:
-Si eres tú, párate.
Hombres, mujeres, mudos, querrían ver claro,
asomarse a mi alma,
acercarle una cerilla
por ver si es la misma.
Quieren, quisieran...
-Habla.
Y van a morirse, mudos,
sin saber nada.
Ángel del terror o ángel de la guerra, da igual, ángel exterminador de todos modos.
También es hermosa y cruel esta canción de los Ilegales, un año de hace ya un par de décadas le nombraron el grupo de rock con mejor directo.
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