domingo, 27 de febrero de 2011

Simbolismo (XII): el spleen de Madrid y los ángeles.

No quiero quitarle el título al maestro Umbral, tomemos este título como un homenaje pequeño.
Pero antes en el tiempo Baudelaire escribió una serie de poemas en prosa, El Spleen de París. Ahí va uno:

¡Qué admirable día! El vasto parque desmaya ante la mirada abrasadora del Sol, como la juventud bajo el dominio del Amor.
El éxtasis universal de las cosas no se expresa por ruido ninguno; las mismas aguas están como dormidas. Harto diferente de las fiestas humanas, ésta es una orgía silenciosa.
Diríase que una luz siempre en aumento da a las cosas un centelleo cada vez mayor; que las flores excitadas arden en deseos de rivalizar con el azul del cielo por la energía de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los levanta hacia el astro como humaredas.
Pero entre el goce universal he visto un ser afligido.
A los pies de una Venus colosal, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios que se encargan de hacer reír a los reyes cuando el remordimiento o el hastío los obsesiona, emperejilado con un traje brillante y ridículo, con tocado de cuernos y cascabeles, acurrucado junto al pedestal, levanta los ojos arrasados en lágrimas hacia la inmortal diosa.
Y dicen sus ojos: Soy el último, el más solitario de los seres humanos, privado de amor y de amistad; soy inferior en mucho al animal más imperfecto. Hecho estoy, sin embargo, yo también, para comprender y sentir la inmortal belleza. ¡Ay! ¡Diosa! ¡Tened piedad de mi tristeza y de mi delirio!»
Pero la Venus implacable mira a lo lejos no sé qué con sus ojos de mármol.

(Charles Baudelaire. El loco y la Venus.)

¿Estado actual de mi espíritu? Melancólico, en su variedad spleen, que al igual que las manzanas tienen sus variedades -reinteta, verde doncella, golden ...-  las melancolías al ser frutos del ánima también tienen su diversidad.
Torre Madrid, en la Plaza de España.
No sé qué tiene Baudelaire que cada vez que le retomo en lecturas me inclino por el lado baudelaririano de la noche.
Madrid, de día, no es como Madrid de noche, son dos ciudades distintas, al igual que hay un Madrid nublado y gris de edificios céntricos y un madrid de sol sesentero y desarrollista con Torre Madrid en películas de cine.
Madrid -mirando siempre su centro- de día es ciudad turística y comercial, trajín de ejecutivos y hojas de apuntes universitarias como caducas hojas de este sempiterno otoño que es la sabiduría. Aunque algo de perennidad siempre nos quede.
-Ayer por la tarde miraba yo mi armario repletito con carpetas repletitas de apuntes-
Madrid, de noche, y sobre todo en fin de semana -aunque ya todos los días son fin de semana- necesita un argos -Argos de cien ojos que espíaba a las ninfas- para sus crónicas. Por que quien mira con sus dos ojos de siempre sólo verá el fondo del cubata medio vacío y a la buenorra que baila cerca, tan lejos. Pero quien se atreva a mirar con los cien ojos se encontrará de lleno con el spleen de Madrid, muriéndose una noche más, resucitando otra vez con el cansancio y el pánico de la historia que se repite, fabulosa, eso sí, porque creemos en el eterno retorno de la misma noche bohemia, decadente.
Con esa nostalgia del mar, melancolía que nos hace tener como diosa patrona a Cibeles.
Más que con flores del mal, baudelarianas, uno se enfrenta a los ángeles de Alberti, terribles ángeles, recordemos por ejemplo al ángel de las bodegas:
Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros
y que hay puertas al mar que se abren con palabras.
(Rafael Alberti. El ángel de las bodegas.)

Un ángel es un foco de luz -ahora, según el amigo akabao CiudadanoQuien, después de la racha de los vampiros se pondrán de moda los novelones de ángeles-, y yo ayer fui iluminado por cinco ángeles.
El ángel ya conocido que quiso consolarme mordiéndome la boca con su hocico de loba.
Y yo poco a poco, primero ante su pudor de abrigo y luego ante su agresiva desnudez, me quería morir de pena.
El ángel de los besos y de las caricias, ángel de piel de ébano que me regaló su consuelo, y yo me adormecía entre sus pechos.
El ángel que me mandó callar con el dedito en la boca, como en una de esas fotografías de enfermeras que había en los hospitales. Chitón, y me guiñó un ojo. Yo la miraba, sí, pues bailaba sola. Y ante mi mirada ella me mandó callar, como si mis ojos hablaran. Cien ojos parlanchines tejiendo una elegía.
Luego miré otro ángel que bailaba solo, y éste me regaló la sonrisa franca y fresca del reconocimiento, como si me conociera, al igual que reconocí yo al primer ángel de la noche, pero éste a mí no me reconoció, y voluptuosamente me mordió la boca, el ángel loba, carita de loba, ojitos de loba.
Luego, el quinto ángel, el ángel de casi todos los días, aquel por el que me envidian los amigos y dedico yo mi vida. Porque estás siempre ahí, aunque a veces te eche tanto en falta.
Así que tenemos al ángel que me mordió la boca, y yo me moría de pena.
El ángel consolador del sexo y del cariño, y yo me dormía en sus brazos.
El ángel que manda callar: mira y no hables.
El ángel linda muchacha de alegre sonrisa.
Y el ángel de mis distancias. Tan cerca.
Podrá observarse, caigo ahora en la cuenta, que los cuatro primeros ángeles me mandan callar -acallan mi llanto-, con mordicsos uno, con besos otro, con el gesto de chitón otro, con la sonrisa solar, deslumbrante -tan de noche- el otro.
Sin embargo, el quinto ángel siempre me pide que hable, y si es preciso hasta que llore.

Los bosques de símbolos

En un principio este post iba a tratar sobre los bosques de símbolos, pero Madrid me pide una elegía a gritos.

Como soy lector de poesía desordenado, este soneto publicado hoy en mi jardín se me escapó en mi lectura de Las flores del mal, o a lo mejor no lo recordaba, pero cómo, a estas alturas ...
Este Martes, en la salida de metro de Tribunal, lo leí en un libro comprado un rato antes, Historia de la Belleza, de Umberto Eco, en el capítulo dedicado al simbolismo. Este libro era un regalo con retraso, para una amiga de la facultad que cumple los años en Noviembre, así es como nos las gastamos los que tenemos el alma de jardín inglés: caóticos y desmañados. El libro, como no, le gustó mucho.
De Tribunal saltamos donde Los Tipos Infames a tomar café -y uno de nosotros hasta se tomó un vino, a media tarde, el mismo que se compró un libro de Artaud-, y luego fuimos a uno de esos strombolis que hay por la zona a llenar la panza antes del teatro.
En los teatros del canal vimos El castigo sin venganza, obra de Lope de Vega, en verso y con rimas.
Uno ve y oye cosas así y sale con ganas de hablar en ripios, como cuando vimos en familia y en la tele hace muchos años Cyrano de Bergerac, ahí toda la familia V. hablando en verso.
Intentémoslo:
Antes del Castigo sin Venganza
en un italiano llenamos la panza
lo que más de la obra me gustó
fue la actriz con mojado camisón
sonrosadas carnes
tanguita azul
mis ojos gendarmes
cobraron salud
Ya antes de la obra, subiendo y subiendo escaleras, -puesto que pagamos lo mínimo y nos vimos en el gallinero que es el lugar de estudiantes y delincuentes y pagados para aplaudir o berrear-, les fui señalando a los amigos las mozas que por ahí iban a tragar obra barroca.
-Mira esa.
-Demasiado delgada.
-¡Una sílfide!
O un ángel prerrafaelista. Les dí la lección del día: para mirar y admirar, mejor las delgaditas estilizadas. Para el arte de amar, las rollizas.
Claro es que luego uno piensa en lo que dice y se dice: confundido estaba. Todo es medible según la fugacidad del instante.
Al final aplaudimos, pero no demasiado, ya que los actores parecía que tenían más prisa por irse que nosotros.
Ya lo aprendimos en el bachillerato: el tema es la honra, y la obra de Lope va de eso, de cómo un tipo que se merece la infidelidad de la esposa y la traición del hijo bastardo castiga sin vengarse. Es que es un tipo muy gañán: hace lo que le da la gana y luego se queja, y así no son las cosas, atente a las consecuencias, no se puede estar en misa y repicando.
Contra este tema saco yo como imagen en que reflejarse a nuestro Lazarillo de Tormes y su ande yo caliente y ríase la gente. El Lazarillo lo prefiero yo al Mío Cid, y le quiero tanto como a La Celestina y al Quijote. El Lazarillo es un elogio sanchopanzista a lo que de verdad importa: tener pan y un techo, que la honra es cosa de gente enflaquecida y rancia.







Coda

Y ríase la gente.


Traten otros del gobierno

del mundo y sus monarquías,

mientras gobiernan mis días

mantequillas y pan tierno;

y las mañanas de invierno

naranjada y aguardiente,

y ríase la gente.



Coma en dorada vajilla

el Príncipe mil cuidados

como píldoras dorados,

que yo en mi pobre mesilla

quiero más una morcilla

que en el asador reviente,

y ríase la gente.



Cuando cubra las montañas

de blanca nieve el enero,

tenga yo lleno el brasero

de bellotas y castañas,

y quien las dulces patrañas

del Rey que rabió me cuente,

y ríase la gente.



Busque muy en buena hora

el mercader nuevos soles;

yo conchas y caracoles

entre la menuda arena,

escuchando a Filomena

sobre el chopo de la fuente,

y ríase la gente.



Pase a media noche el mar

y arda en amorosa llama

Leandro por ver su dama;

que yo más quiero pasar

del golfo de mi lagar

la blanca o roja corriente,

y ríase la gente.
(Luís de Góngora)

domingo, 20 de febrero de 2011

La Residencia de Estudiantes y las ninfas de la lluvia

Híade, ninfa de la lluvia

Las híades son las ninfas que provocan la lluvia.
Las flores, las fuentes, las poesías, los frutos de la naturaleza y los frutos del arte todos son lo que son y no son otra cosa porque las ninfas en ellos actúan.
Si, por ejemplo, en un poema no hay ninfa, no hay poesía, hay versos que son ripios.
Hablo de frutos como quien habla de resultados, un fruto es un resultado de algo.
La lluvia es un resultado de algo, fruto de alguien, un dios o un ángel o una ninfa: una híade.
Ayer, camino de La Residencia de Estudiantes -¿se me permite la mayúscula? Todo un personaje: La Residencia-, durante, y después, nos empapamos bien.
El Viernes a la noche nada hacía pronosticar los angelitos meones, primaveral y fresca y clara noche de Invierno. Salía a fumar del pub, sin el abrigo, y alguna muchacha había en camiseta, fumando.
Hoy Domingo, por ejemplo, mañanita de sol, tarde de lluvia. Loco tiempo raras ninfas de quien se enamora un reumático a pesar de sus huesos, por sus huesos, si es que ellas tienen huesos y no lágrimas.
No les sientan bien las lluvias, pero las aman. Como un loco a una ninfa. Como un enfermo de amor a su amada.
Todos los que sabemos de poetas conocemos la enfermedad depresiva de Juan Ramón Jiménez, y a pesar de ello consiguió la unión plena con la ninfa en poema.
Calasso nos explica, como diré algún día en el post que os debo, que en la ninfa estaba la salvación y la locura, las dos caras de un mismo romance, o cataclismo, según se mire.
Diré también lo que dice: la ninfa es posesión, posesión divina. O, más claro: un enfermo de manía en la hélade era un ser bendecido, poseído por la ninfa, a la vez que por ella torturado.
Los griegos tenían la manía de crear mitologías para interpretar esta extrañeza del vivir diario.
Nosotros los católicos somos herederos de esta divina locura y por eso nos encomendamos a Santa Bárbara.
Y a mi San Pancracio que nos cure y que nos cuide, ramita de perejil. Como a una ninfa se le llevaba flores.
El ateismo es el destierro de la fábula y del el mito. Yo no soy ateo. Y si acaso me desplazo es por evangelizar impíos.
Ayer fui a ver La Residencia con una panda de impíos.
Llovia, y al no llevar paraguas me dejé besar por la híade.
Entramos por la puerta a un jardín de arbustos con florecillas malvas, diminutas, como ojillos de hada caídos como lágrimas.
Sin embargo, poesías aparte, estos de La Residencia -o ya que la personificamos, la misma Residencia- son unos cachondos, como si fuera un espectro escondido en los arbustos, Juan Ramón recitaba -hoy me he pasado un buen rato buscando archivos sonoros con su voz y lo he comprobado: era su voz- sus poemas, como si nunca se hubiera ido y estuviera ahí enfermo de locura y de lujuria por las híades:




No pudimos evitar echarnos unas risas, por lo extraño de la situación. Llovía, entras en el jardín herido por el camino que va a los edificios, y empiezas a oír voces. Y luego a la salida de la exposición que fuimos a ver, al volver por la herida del jardín, nos detuvimos a escuchar. Pensamos que había un tipo extrafalario oculto en los arbustos, recitando. Había también un vaso de plástico grande, de esos que llaman minis, vacío, y uno va y dice: eso es que Alberti estuvo ayer de botellón. No sé si será verdad, pero el mismo dijo que en La Arboleda Perdida, Alberti cuenta que debajo de ese árbol se tocaba. ¿Qué? lo que leo yo que se tocan los personajes literarios, últimamente. (Menos mal que escribiendo Hugo era un tipo decente -aunque en su vida privada le diera lo suyo a las sirvientas, según cuenta Vargas-Llosa-. Así que estaré unas semanas de vacaciones en este trabajo ardúo de leer que fulano se la tocaba. Será que fulano no era manco).
Me explico: o los grandes autores dejan de escribir barbaridades o yo continúo bárbaro y frondoso.
Yo hubiera querido ver algo más que la exposición, ensoñar por ejemplo: aquí comían, aquí dormían, aquí tocaba en el piano Lorca.
Pero sólo hubo exposición, y bien bonita.
Viajeros por el conocimiento
Miniaturas de diosas egipcias, budas del turquestán chino, cabezas mayas y diosas de la fecundidad: fotos de aquel tiempo de mujeres africanas con culos enormes.
Cartas, inventarios, invitaciones, listados en vitrinas, con nombres de personas y personajes escritos en su tiempo, Alberto Jiménez Fraud presente en toda la exposición: invitaba a estos viajeros a dar conferencias a la residencia, les invitaba a su propia casa.
En aquel mundo sin televisión ni internet, ¿qué hacían los residentes? Supongo que irían a estas conferencias, o se irían a la taberna a beber vino, a gamberrear un rato por los madriles, quizá estudiarían o harían corrillos de tertulia. Tendrían más tiempo para todo, es más: tendrían una concepción distinta del tiempo. Quizá no habría prisas, ni eso llamado estrés.
Como véis, me acabo de convertir en un viejuno y nostálgico abuelo cebolleta. Idealizar lo que desconozco no se me da nada mal.
Pero nadie conoce nada, y eso me salva, así que las ideas fluyen por este vacío de saber como usurpadoras de los hechos.
Es la melancolía: nostalgia de lo que nunca se tuvo. Es el romanticismo: crear sobre las ruinas de la hélade la Grecia que hoy conocemos, que seguro que no fue así, pero el vacío se llena a pinceladas.
Estos viajeros por el conocimiento visitaron las ruinas: se descubre la tumba de Tutankamón o la cueva de los mil budas. Un arqueólogo no es un romántico, pero sin arqueología no hay romanticismo, primero es preciso contemplar las huellas, contar los pasos, ¿hacia dónde? Todo aquello que no se conoce es un aliciente para la especulación y el ensueño. Somos creadores, los humanos, no podemos evitar fantasear, arrimarnos al hogar de las teorías, crear teorías, hacer ideas que aunque peregrinas no dejan de ser pasos que se cruzan con las huellas.
Como los niños ven un papel en blanco no pueden evitar pintarrajear, crear a partir de lo que conocen y quieren. Conocimiento e ilusión, mezcla ideal para el romanticismo.
Así como las híades dejan sus huelllas que se pierden en la tierra para que germine el fruto, así los exploradores y arqueólogos y viajeros encuentran huellas para que el romántico haga del misterio un algo cierto.
Así yo creo.



domingo, 13 de febrero de 2011

La odisea del lector

Ya sabemos a lo que se dedica Papa Noel cuando no es Navidad: a escribir novelones decimonónicos. Víctor Hugo, oceánico


Yo soy un genio.
Me llamo Víctor Hugo y soy un genio.
La verdad: en este oficio de lector que tanto tiempo come uno no gana para sobresaltos.
Salgo de la vanguardia y me meto en la retaguardia.
Salimos, exhaustos, del modernismo de Joyce, y nos metemos, para cansarnos más aún en el romanticismo de Hugo.
Y porque los ojos son más del cuerpo que del espíritu, que se lo digan a Borges, que quedó con la paradoja de la maravilla de la biblioteca y la desolación de la ceguera. Si no, uno se pasaba el día leyendo. Después de horas y horas los ojos se cansan, no sé qué borrachera da la tinta impresa, que termino viendo doble.
Añado a esta fatiga mi despacioso leer de disléxico disperso. Y perverso: porque uno lee buscando ninfas en el texto, como un sol negro y ansioso.
Pero es que este señor, Víctor Hugo, es un genio, y una mala persona el buen hombre, que ejerce de gato maula con el mísero lector. Va la trama directa a solucionarse y de pronto se te inventa en la geta otra trampa. Vale: folletín decimonónico. Esto es atrapar al lector.
Las cosas que les hace a sus personajes ni el mismísimo Marqués (de Sade) a su infausta Justine. Sadomaso al lector.
Son, tan distintos y distantes, Joyce y él, que siendo cierto que los extremos se tocan, son literatos de la misma ralea.
Lo dice Alain Verjat en la introducción, en la edición de bolsillo -je, je, bolsillo ...- de Austral:
La novela parece lineal, -porque la leemos a menudo con ojos de telespectador-; en realidad, su forma misma reproduce el poliformismo temporal y espacial, y anuncia la novela policéntrica de Joyce -con todos los meandros del monólogo de Molly- o de CI Simon. 
Si lo sé me leo un Dan Brawn, que también engancha mazo.
Y eso que está aún la vista del juicio contra Joyce, pero Manicomio está alborotado con todos los locos leyendo como posesos. Mientras, el Marqués -de la Pollalzada- lee La tentación de lo imposible, de don Mario Vargas Llosa, ensayo que el peruano nobelado hizo sobre el Tío Retaguardias: Víctor Hugo.
Según parece, el tío Retaguardias -son chismorreos del marqués- sentía predilección por las sirvientas, y las pagaba tanto si le enseñaban los pechos, subía la cifra si se desnudaban por completo, no quiero mirar la cifra si se dejaban manosear, y ya paramos de contar si consumaba. Yo hice un personaje igual, algunos amigos lo saben: Don Gregorio, y desde entonces los amigos que me leyeron me miran extrañados, como si fuese una suerte de pornógrafo literario. Eso es que no han leído las detalladas descripciones sexuales de Houellebecq.
Pero relatemos la odisea del lector:
Mis padres tenían una vieja edición amarilla de Los Miserables. Quedando yo, para estos meses, en leer Los Miserables con mi amiga la navarrica para disfrutar una vez más del maravilloso musical que gocé en su anterior puesta en escena, en los noventa, me encuentro que ha desaparecido. Se la comió el gato, o se la leyeron los espíritus domésticos, papel y paste incluidos.
Entonces voy a la biblioteca cercana a casa: no están Los Miserables, miro en el catálogo y tampoco. ¿Es eso una biblioteca municipal? Vamos, anda.
Voy a la de Antonio Mingote, un buen paseo, no está disponible hasta primeros de Febrero.
Vuelvo entonces, y están los dos tomos, ¡oh, Fortuna! Me siento dichoso. La bibliotecaria -debe ser vocacional- mira parsimoniosamente los libros, los hojea, los acaricia, y con voz argentina me dice: es una buena lectura.
Novecientas páginas de lectura. Que me creía yo eso.
Comienzo la lectura el Martes, y me pica la curiosidad y busco en la red información. Descubro:
-que la edición en mis manos está incompleta, que falta la quinta parte, que son casi milquinientas páginas.
-que on line, uno se puede descargar Los Miserables en pdf, y que son trescientas páginas, que han borrado algunas decenas de capítulos.
De verdad, el alma a los pies, como para comprarse un e-book y descargarte libros, ¿cómo es posible reducir un libro de milquinientas a trescientas? Del libro, como del cerdo, se come todo, hasta el copiright.
Miro información en la red: Fnac, Casa del Libro, Corte Inglés. Hay ediciones baratas, pero en el Corte no, y quería darle uso yo a un cheque de compra que me gané liando cigarrillos.
La tarde del Miércoles, atardeciendo, me digo: qué sinvivir, me lo compro donde sea. Resulta que en el Corte, donde busqué primero, lo tenían, baratísima la obra magna en Austral, quince lebros de ná. Más baratos que dos cubalibres en uno de estos sitios modernos, que ni te dejan fumar y encima te llenan la cabeza de estiércoles musicales, tan fértiles para la estupidez. Me lo buscó una cajera bien guapa, atentamente fria. Le digo, después de buscar y no encontrar: ¿alguna edición de bolsillo de Los Miserables? Creo que en Debolsillo y en Austral hay alguna. Ella mira en el catálogo de Austral, dice: en el catálogo -que ya miré yo antes- no está. Pero se lanza hacia los estantes y dice: por aquí creo que hay. Y como Diana, certera y ninfa, alcanza la joya y me la ofrece. Marcha. Me quedo incrédulo, con la gruesa y modesta edición en mis manos. Hojeo, toco, miro: está completa, y encima con pequeña introducción y notas a pie de página.
De vuelta a casa, hay atasco en el Paseo de Extremadura. Han cerrado el híper y la frutería. Y yo que quería comprar naranjas ...
Todas estas cosas las cuento porque ahora toca la exhaustividad, las disquisición. Ahora estoy con el Tío Retaguardias.
Y pasemos a comparar Ulises y Los Miserables, tan parecidos entre sí, siendo tan distintos.
-Las dos obras son gordas, y yo estoy gilipollas por no dedicarme exclusivamente a la lectura de novelas que tengan menos de quinientas páginas. Es que no aprendo.
-Las dos tienen un afan universalista. El afán, que decía un personaje de Luís Landero en Juegos de la Edad Tardía: ¡el afán!
-Las dos quieren abarcarlo todo. ¡Todo! Y cuando decimos todo es que es todo. Hugo, por ejemplo, mete a Waterloo, Napoleón incluido, que ya tenía cabeza, ya, eso no cabe en una biblioteca. Joyce mete a sus personajes tocándose la sardinilla y sentados en el trono leyendo el periódico.
Ahí está la diferencia, en los temas escogidos, en la manera de tratar el tema, la diferencia está en todo, he dicho que todo, ¡todo!
-Con los dos uno piensa: ¿qué pretendes, tío? ¿A qué juegas, gato maula, crees que soy un ratón?
-Ambas obras enganchan: sí, el Ulises también, y eso que es el antifolletín, y es como leer un código civil en latín sin saber lenguas muertas.
-Joyce es obscuro como el interior de la caverna de Platón, Hugo es claro e idealista como la luz que va iluminando las formas sesgadas que podemos ver de esa caverna.
-Hugo es terriblemente maniqueo y psicológico: hay buenos y hay malos. Joyce es horriblemente humano y psicológico: el bien y el mal está dentro de nosotros, no somos planos. Para Hugo, los malos no lo son porque sean malos: la sociedad les ha hecho así, y siempre hay una posibilidad de redención. Ya hemos dicho que es idealista, tiene Fe, Esperanza, Caridad. Joyce también es una afirmación de la vida, para que luego digan que las buenas novelas siempre acaban mal, los que acaban mal son los que leen a esta gente, en vez de dedicarse a lo que lee la gente normal: Dan Brawn, Falcones, el As y el Marca.
-Podríamos decir que Hugo va de filósofo: Rousseau y el ser humano nacido bueno al que la sociedad malea. Joyce va de músico: Shomberg y el Fary pasando por un buen scat.
-Joyce era acuario, que es un signo que mira al futuro alegremente, o mejor dicho: lo crea. Se supone que estamos entrando en la era acuario, por eso nadie entiende nada, todos estamos vanguardizados por el Tío Vanguardias. Hugo era piscis, como yo, y con Los Miserables escribe un buen canto de cisne de la era piscis. Los piscis somos muy dados al romanticismo exacerbado, al idealismo, al platonismo, a lo oceánico. Y como discriminamos poco, metemos todo el océano en novela. Los peces no dejan de dar vueltas, y  Hugo marea que no veas, te está contando la historia de la infausta Fantina y de pronto te saca al desalmado Javert con sus pesquisas, y para colmo de nervios tiene capítulos y capitulos llenos de disquisiciones. Para hacer una metáfora te ocupa un par de páginas, o más. Céntrate, Hugo, por favor, deja la dispersión y céntrate. Lo mismo me dicen a mí.
-La direrencia es que Joyce relata un día en mil páginas y Hugo treinta años en milquinientas. Lo que hace Joyce es coger una gota de agua y meterla bajo el microscopio. Hugo narra el mar.
-Al igual que Ulises, pese a mi amor -proscrito-  no lo recomendaría -no quiero que me culpéis de las consecuencias-, Los Miserables, por estas doscientas páginas que llevo leídas, me parece muy recomendable para lectores de diversa índole, pero paciencia, que cuando le da por exaltarse dan ganas de resucitarle para pedirle explicaciones, por las buenas o por las malas.
Ya continuaremos relatando esta odisea, disquisiciones incluidas.
-Vamos a ver, caballerete, ¿pero usted no iba a reseñar La locura que viene de las ninfas, de Calasso?
-A su tiempo, madame, Manicomio es folletinesco y dejará a la lectora con las ganas hasta el siguiente capítulo. Somos hijos bastardos de distintos padres: Joyce y Hugo. Y en estas semanas homenajearemos a Hugo mareando al personal.
Por último decir: hacía años, muchos años, que no me conmovía y estremecía tanto con una lectura, casi hasta llegar a la lágrima.

Nota a pie de página

La expresión como juega el gato maula con el mísero lector viene del tango Mano a mano:



como juega el gato maula
con el mísero ratón
que es lo que hace Hugo con sus personajes, y con sus lectores, personajes también suyos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Las rosas púrpuras de El Cairo

Me encuentro otra vez como Samuel Riba, el personaje de Dublinesca, capuchino en mano frente a la pantalla del ordenador. Al contrario que él, no intento perder teorías, si no ganarlas. En las primeras páginas Samuel Riba se encuentra en Lyon escribiendo, ajeno a las súplicas de sus costumbres de editor, una teoría de la novela. Luego la rompe. Con razón irá meditando perder teorías. Gracias a que las teorías nacen, crecen, se desarrollan, prosperan y se enriquecen o simplemente fracasan, y luego mueren, gracias a esta ley natural, digo, podemos vivir con un poco de libertad -y hasta de libertinaje-. Forjad teorías, que ya vendrá algún Uri Geler literario a reblandeceros el tema.
Pero yo hoy voy a intentar crear una teoría sobre las rosas púrpuras del Cairo.
Llamamos rosa púrpura del Cairo a todo aquello que está tras de la pantalla, en la pintura que miras, en las páginas que lees, en la melodía que escuchas. Una rosa púrpura del Cairo es real porque está sucediendo en el objeto que contemplas y se está forjando dentro de tu mente: tu cabeza oye y mira, pero eres tú quien está viviendo esa ficción. De detrás de la pantalla salta el personaje o la fábula para invadir tu vida. O tú entras dentro de esa ficción.
En la genial película de Woody Allen podemos verlo así. Luego están esas paradojas, y la imposibilidad de vivir el sueño. La realidad y el deseo que poetizó Cernuda.




Mas hoy es imposible
buscar la luz entre barcas nocturnas;
alguien cortó la piedra en flor,
sin que pudiera el mundo
incendiar la tristeza.




A todo esto, este post podría llamarse los miniposts.
Así que comencemos:


La Rosa Púrpura del Cairo, de Woody Allen


Fui a verla el año pasado y escribo hoy sobre ella. Sorry, la pereza es la virtud de la gente romántica, al igual que es el pecado de los gachupines que quieren descubrir América. Yo no quiero descubrir América, me conformo con patearme Madrid, ir con las manos en los bolsillos como nadie en el mundo.
Madrid es ir con las manos en los bolsillos como nadie en el mundo.
(Ramón Gómez de la Serna)
El akabao que vino conmigo a verla consintió, pues no es muy wodialleano que digamos, porque en la película no sale Woody haciendo de las suyas. Todo un ciclo que echaron sobre este director, toda una vida deseando que le echen en la filmoteca un ciclo, y cuando el momento va y llega, llego yo y no llego, donde dije digo digo Diego, sólo La Rosa Púrpura del Cairo y basta. Imaginaos, sería terrible, ver todo el ciclo y dedicarle un post a cada película: peor que el Ulises y su decena de posts.
El trailer no lo encuentro en castellano:



Unamuno y Pirandello podrían haber firmado el guión mano a mano. Un personaje en busca de su autor, proscrito del guión que le ha tocado en suerte: su destino. Va y se enamora de la chica fuera del guión.
Ella, bovariana, se enamora del personaje y se lo monta con él. Nicole Kidman no hace esas cosas conmigo, y miren que en Calma Total lo pasa mal acosada por el psicópata y muy bien que podría saltar de la pantalla del televisor hasta mis brazos protectores.
Luego están las paradojas que se dan en una metaficción de tal ingenio. ¿Qué sucede en una ficción cuando uno de los personajes es prófugo? ¿Qué sucede, siendo cine, cuando en el mundo real están el actor y el personaje al que da vida el actor?
Luego está el ensueño de la ficción, y la duda de si no seremos personajes y más allá del texto que vivimos no habrá otra vida, no ya mejor, si no distinta, formada por un olimpo de dioses que juegan a hacer cine con tu vida. O literatura. Imagínate, niña: que todo un dios de tí se enamorara.


Mendigos de vida



Louise Brooks: la cámara la amaba
Este Domingo también estuvimos en la filmoteca, con el aliciente del pianista. Ciclos de cine mudo: El silencio de Eros y Louise Brooks, a quien la cámara amaba como un dios a su creación.
No hay trailer aquí, pero como es la edad del blues de los desposeidos ahí va el blues train blues.
Es la película una road movie, y una road movie es también una odisea, ¿hacia dónde?
El humanoide de hoy debería ver más estas películas, por ver como a base de música y mímica se suplen las carencias del lenguaje sonoro.
Está muy bien la película, hay un personaje, por ejemplo, simpático, complejo, que pasa ante los ojos del espectador de lo abyecto a la generosidad más extrema.
El hambre, el miedo, la huida, el amor. Hoy alguno, con lo sonoro y todos los efectos especiales, te coge un guión así y te hace papilla la historia. Y para colmo te aburre. Y encima sin pianista. Una buena película no necesita de muchos medios para ser un lujo.


El pecado, de Julio Romero de Torres
 
Si uno fuese Ramón Gómez de la Serna iría siempre libreta en mano apuntando greguerías. Y apuntar por ejemplo: las salas de restauración son los hospitales del Arte.
Una amiga, compañera de la universidad, trabaja en el museo Reina Sofía. Como muchos dudaban de que eso fuera cierto, fui yo como notario -como dice ella misma- a constatar que es cierto que esta amiga trabaja allí. Los cuadros también enferman, sobre todo de lo mayores que son, y es necesario hacerles la cirugía estética, el botox -¿se dice así?-, el rejuvenecimiento. Lo que ocurre es que una persona humana siempre queda rara con estas cirugías: labios como salchichas y estiramientos de piel como si fuesen extraterrestres. Con el arte es distinto: hay que lograr que el cuadro vuelva a su lozanía primera, de esta manera podemos habitar el mundo como museo siempre joven, ya que en la realidad el envejecimiento es inevitable y por mucha cirugía estética el envejecimiento consumará su odisea.
Lo mejor es un espíritu joven, es el mejor tratamiento antiarrugas. Lo demás son efímeras carnavaladas.
Teniendo en cuenta que en su momento este ala del museo fue un hospital, el espíritu de la medicina allí permanecía, y yo miraba las mesas y los cuadros como quirófanos y enfermos. Luego, paseando por las galerías, esta compañera nuestra decía: mira, cuando esto era un hospital sacaban a los enfermos de tuberculosis a esas terrazas.
Debajo un jardín, donde la gente pasea entre la arboleda, y se sienta a leer en los bancos de piedra. Esculturas vanguardistas de Miró y ... -¿quién era el otro? - como gendarmes custodios o como totems de la modernidad.
Lo que en su momento fue no deja de ser por el cambio de funciones, un museo es un hospital donde se mantiene vivo algo, un objeto artísito.
Estaban curando, redimiendo este pecado, restaurando El pecado, de Julio Romero de Torres:
 
 
Diremos bien si decimos que esta pintura es simbolista. Es la alegoría del pecado, ¿pero quién es el pecado, ella o ellas? Teniendo en cuenta, cristianamente hablando, que no peca el objeto de crítica, si no los ojos que miran el objeto. Si tu ojo te hace pecar, arráncatelo, beata.
Julio Romero de Torres, junto a Sorolla y Ramón Casas, pertenece a esa escuela sensual cuya finalidad es la de no finalizar, nunca envejecer.
Luego estuvimos viendo la exposicón Atlas, ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? Como en uno de los ensayos del libro La locura que viene de las ninfas se trata de Aby Warburg, cuando pase a reseñarlo, comentaremos algo.
Me queda hablaros de gastronomías varias, en otro momento se hará.

lunes, 7 de febrero de 2011

Dublinesca, de Enrique Vila-Matas



Hoy tenemos el honor de que sea el mismo Vila-Matas el que nos presente su novela, citando, contando, comentando, paseando por Dublin.
-Es usted un vago, joven.
Claro es que podría ser yo, ya que manejo una bitácora como quien escribe un manicomio, el que lo hiciera, que para eso se leen los libros, para reseñarlos en blogs. Podría citar, como hago siempre, podría contar de qué va, como hago a veces, podría comentar pues de eso no falta, pues es gratis, y podría, también, patearme Dublin para hacer esta reseña, y ya de paso, para reseñar Ulises.
Ya voy a Dublin casi todas las semanas, al Bringas, sita Plaza mayor, travesía de San Miguel. Todos los pubs irlandeses tienen ese aroma a penumbra y ese sabor a madera, esas ganas de quedarse horas y horas, guiness tras guiness. Ahora, como en Irlanda, salimos a fumar a la puerta, y vemos pasear a las turistas por estos soportales plazamayorescos. Un pub irlandés es como un libro, estás en madrid y te metes en Dublín. Tan parecidos a mis sueños: el libro y el pub.

Tan parecidos a mí son los personajes de Vila-Matas, tanto que, desde que leo a este autor, a veces pienso que soy una creación suya. O es que quizá los escritores nacieron y escribieron para mí, por que si falto yo, lector y amante activo, ¿quién les leyera, y comentara? Los otros comenaristas de obras están para hacerme la competencia a mí:
-Leemos más y mejor que tú.
No sé, yo sólo sé que me involucro, que soy un apasionado, y hasta bostezo mucho, como un tigre, bostezo como el personaje Riba en casa de los Auster, no por aburrimiento, si no por oxigenar el entretenimiento. Soy el felino que lee, sonrisa que existió antes que el cuerpo, no soy un perro que lee lo que le echan y mastica y relame y mueve el rabo. El rabo lo muevo como los felinos, electrizado de pavor y de pánico ante la petite-morte de todos los días.
Esta novela trata de las pequeñas muertes imprescindibles para la regeneración: las avesfénix como esa vieja puta de la que habla el poema dublinesca, que no es más que la puta literatura, que ha muerto, pues con ella ha muerto toda una época, toda una galaxia: Gutenberg. Se muere un nosequé en Riba el editor que se jubila y hasta deja el alcohol, y se queda como nos quedamos todos cuando nos roban lo que ha sido nuestra vida. Mirando por la ventana, la que da la calle y la del ordenador, mirándose a sí mismo, continuamente: ombliguismo y quietud del que se busca excusas para no caer en la tentación.
Me parezco a estos personajes en eso, yo también miro por la ventana, fuera llueve, veo gentes que creo que vienen a por mí, todo lo relaciono con mis obsesiones, miro y llego a concluisones. Los paisajes de Enrique Vila-Matas: el paisaje exterior sobrio de un cuarto, blanquinegro de una calle lluviosa, o el paisaje interior. Hago míos sus paisajes. Creo que Enrique Vila-Matas describe muy bien esos estados anímicos de los melancólicos que luego no lo son tanto, porque siempre se les ve socializando.
Con esta novela rompo la tradición de sólo leer de un autor un libro al año, costumbre que sólo he roto a veces por Umbral.
Vila-Matas no es Umbral, ni viceversa. No se parecen en nada, y menos en el estilo. Barroco y lleno Umbral que en cada línea se acaba y se comienza, y así se basta; y despojado y obsesivo Vila-Matas buscando una melodía o el centro del mundo o el autor genial que lleva dentro. Tienen en común que los dos son Literatura, lo demás son chismes y taxonomías para saciar el hambre frívola que todos tenemos.
Me acabo de preparar un capuchino, como Riba, me siento un editor con gran catálogo: Auster, Amis, Bolaño; y busco al autor genial que soy yo mismo.

La extraña pareja
Desde hace años, veo a Vila-Matas en la parada de autobús, cuando regreso del trabajo. Según el día, o bajo del metro en Eugenia de Montijo y subo hasta Ocaña y luego continuo hasta Los Yébenes y le veo esperando en la parada, o voy en ese autobús ya que me dejan en en metro Aluche y allí cojo el 31. Hay un señor que va con gafas de sol que es igualito a Vila-Matas. Yo creo que me espía. Sube al autobús con camisa y en las manos una bolsa. Se hace el detective que me sigue y observa como si no lo fuera.
También, a la cocina donde trabajo, va un arquitecto a sacar fotografías porque van ha hacer reformas, y así llevan dos años. El arquitecto a veces entra con irónica sonrisa y manda hacer fotos, casi ni saluda, toma medidas, se parece a Andrés Trapiello.
Todos los escritores hablan de mí, haciendo la novela que yo soy cuando les leo. Llámenlo simbiosis. O les veo o se me aparecen en sueños -Cortázar proclamando la salvación a través de la literatura, Umbral como compañero de viaje-. Azorín en el metro, tan seco como él era. Un viejo con bastón y gorra y gafas, saltarín y jovial, el otro día que yo fumaba en la terraza, el mismísimo Joyce. Encuentros así los tengo tan a menudo que forman ya parte de mi agenda, antes de que sucedan.
Cómo no va a ser así, si un día preparé en papillotte y sazoné una merluza que se comió don Camilo, quizá la última.
Normal que sucedan esas cosas, que esos paisajes sean los míos, si es que en verdad soy Kafka reencarnado. No podría ser de otra manera.
Mañana o pasado escribiré sobre Calasso, que tiene mucho que decir en torno a estas posesiones y estados alucinados: una maravilla de libro, estás perdiendo el tiempo si a mí me estás leyendo y no lo lees a él.
Aunque os debo varios posts, sobre las rosas púrpuras del cairo, más cine en la filmoteca, el pecado según Julio Romero de Torres, cocidos y tartas de cerveza negra.
Para finalizar estas impresones sobre Dublinesca, diré lo que siempre digo de las novelas de Enrique Vila-Matas.
-Que es gran motivador: es el hombre que cita, hace suyo a otros autores, como aquí Joyce y Beckett, ese tal Vilém Vok, ¿no es él el que dice aquello de "ahora estoy madurando hacia la infancia"? Así sea. También aparece ahí aquella influencia de William Blake, Swedenborg. Esos cuadros de Hammershøi que son idóneos para ilustrar esa sobriedad misteriosa de la novela. Porque Dublinesca es una novela de misterio, y de fantasmas, fantasmas que conviven con los humanos y que hasta tocan al interfono. A mí me pasó el otro día, de madrugada, luego llamaron a la puerta, fui a abrir, nadie.
-Siempre digo que yo de mayor quiero ser como Vila-Matas, pero más libidinoso. Sin embargo en Dublinesca sí hay sexo y deseo. El editor se enamora en el Bloomsday de una chica joven, recuerda a Catherine Denueve, hay escenas matrimoniales con Celia. Celia es personaje imprescindible en la novela, forma parte del sueño de Riba, y de su realidad.
-Me llama la atención, siempre, en Vila-Matas, y es algo que me gusta de sus libros, el contraste de la sobriedad estilística con un intenso senitimiento. La lágrima, al igual que la risa, no está descartada en sus novelas.
Podríamos seguir, ¿seguimos? Seguiremos en la próxima novela de Vila-Matas... ¿El mal de montano? ¿Doctor pasavento? Hagan apuestas.
Siempre fui admirador de Edward Hopper, pero no conocía esta pintura que ilustra la resaca de Riba en la última parte de Dublinesca: Stairway.


Esta impresionante pintura de Hammershøi impresiona al hikikomori Riba, que en todas las partes ve fantasmas y correspondencias. La Literatura es así. British Museum.


Y para finalizar, una selección de cuadros de Hammershøi, del que me he hecho admirador con la lectura de Dublinesca, al igual que leyendo el Dietario Voluble me hice admirador de los Antonia Font. Así de sugerente es Enrique Vila-Matas.








Coda

miércoles, 2 de febrero de 2011

Ulises, de James Joyce (III) Juicio. Segunda sesión. Abogado.




Jugando a ser pez,
me he convertido
en un extraño ser
Miro las estrellas
y las muevo a mi merced
Escucho los murmullos
y los veo a la vez

Dramatis Personae
Juez Calipigia

Aphrodite Kallipygos: diosa adorada en Sicilia y en Manicomio -¡menuda mafia!-, juez y emperatriz.
Príncipe de ArroyoLuche: atolondrado fiscal, zascandil enamorado.
Pasolosdiasvolviendomeloco: apologeta, con más geta que Apolo, bufón.
James Joyce: Acusado, tío, piedra y vanguardia, espejo donde han de deformarse las próximas generaciones de aprendices de plumillas.
Marqués de la Pollalzada: su erecta majestad, viejo verde, erudito. Testigo.

(Ayer soñé que escribía este post e iba desgranando las virtudes de la obra como quien acuchilla una granada.
Me presento, me llamo David y tengo diecinueve años, -¿cómo te se queda el cuerpo?- Soy príncipe, voy a la reconquista del reino que me fue arrebatado, al trote, al galope de una yegua gallarda, voy guiado por un loco, mi escudero.
En el capítulo segundo de la tercera parte de la obra magna de Joyce -Ulises- leemos la fascinación que Bloom siente por el firmamento, por eso escogemos como BSO a Meteosat. Y luego seguiremos con Batiato.
La verdad es que no nos apetece mucho crear una apología para el Ulises, nos lo pasamos mejor irreverentemente. Como aquel que dice que el hombre destruye aquello que ama, y visto está que los amores queridos son los más reñidos, al igual que James, enamorado del lenguaje, lo destruyó vandálicamente, nosotros quisiéramos hacer otro tanto con esta obra tostón de biblioteca ...)

precisamente porque era un pequeño canario el que salíade su casita para dar la hora es por lo que Gertry MacDowell se dio cuenta aquella vez que estuvo allí porque ella era muy rápida en algo así, y tanto que lo era Gertry MacDowell,  se dio cuenta enseguida de que aquel señor extraño que estaba sentado en las rocas mirando era un
Cuco
Cuco
Cuco
James Joyce, Ulises, Capítlo 13: Nausica






Háblame de la existencia de mundos lejanísimos,
de culturas sepultas, de continentes perdidos.
Háblame del amor que se hace entre las gentes,
de pasajeros anómalos en místicos territorios.
Y hay más.
Se busca por instinto, las pistas de cometas,
como vanguardias de un nuevo sistema solar.
No Time No Space
another Race of Vibrations
the Sea of the Simulation
keep your feelings in memories
I love you especially tonight.

Emperatriz: (mazazo, ¡pum!): basta, Príncipe, llegó la hora de la abogacía, le doy el don de la palabra a Pasolosdíasvolviéndomeloco.
Pasolosdías: (iluminado como por un halo de santo varón) me presento: me llamo David y tengo diecinueve años, ¿cómo te se queda el cuerpo?
Juez: (basilisco) testigos.
Pasolosdías: (sobrado) no me hacen falta, no son necesarios, tantos ríos de tinta han corrido de manos de prohombres. Me basto y me sobro con mi discernimiento. Señoría.
Καλλίπυγος : (mirando al cielo raso) lo que tiene que aguantar una diosa entre cien locos, verborreas aparte, comienza tu defensa o calla.
Príncipe: (bostezando) mejor que calle para siempre, para verborrea las mil páginas de paja vendidas como ristras de genialidades, sólo puede defender el Ulises el lector elitista, el pedante o el perverso. Su defensa es una perversión del gusto, como así sucede con el arte abstracto, yo pinto un punto en un lienzo blanco y le pongo un título: tálamo mancillado, y todos los críticos dirán: oh, genio. Me explico: significantes vacíos a los que se les otorga un valor de significado lleno, una estafa.
Bufón: (burlona reverencia) veo que a nuestro príncipe y señor la contradicción le traiciona, ¿qué es si no un símbolo, si no el sencillo significante al que se le otorga el don de maravilla? ¿no es nuestro príncipe el adalid del símbolo?
Venus: (roncando): zzzzzzzzzzzzzzz (se abren los párpados, comienza la función dentro en sus ojitos bellos) qué pena que no dejárais este sanatorio mental de letraheridos y os dedicárais a escarbar cebollinos y a cuidar de vuestra exigua hacienda, caballeros sin caballo.
Abogado: (abogando) como la ira de la musa es tan terrible como el horror a la página en blanco, empezaré dándole la razón en parte al jefe, sólo en parte. La lectura del Ulises es defendible por cuatro tipos de lectores: como bien decís, Príncipe, están los pedantes
los pedantes, que o bien leyéndola no la han entendido pero vistiéndose del peor vestido que es el vestido de la arrogancia impostada la defienden sólo por presunción. Yo no soy de estos, mi estoica humildad me ha hecho alérgico a las flatulencias y pomposidades, prefiero pasar desapercibido...
los eruditos, los que conociendo bien el código usado por Joyce saben mejor que nadie defenderlo, son los iniciados, los conocedores, son arrogantes, sí, pero con conocimiento de causa, más que arrogantes pecan de soberbia, se creen mejor que los demás porque creen hablar un idioma superior. Estudiosos de la obra, fascinados por ella. Es como el que siendo católico, o comunista, se cree en la verdad. Ellos se creen en esa verdad del Ulises como obra magna, la mejor o de las mayores del siglo XX. Quisiera, pero no puedo ser de estos, demasiado limitado soy para abarcar una obra con tantas lecturas y referencias.
luego están los lectores activos, aquellos que defiende Enrique Vila-Matas en su Dublinesca, libro de lectura mandado por usted, seño, para esta sesión y la próxima. Gente que sin ser llevada por la presunción ni por el conocimiento que da el estudio de la obra, estiman la obra por el juego que da, por la implicación que propone. Al tratarse de una multinovela, se supone que es abierta, y ahí el lector activo campeará a sus anchas, en contínuo reto del autor al lector. He de reconocer que no me hallo en este tipo de lector, al menos en esta obra, explicaré luego lo que aprecio del libro, pero hay mucho que no comparto, por lo tanto no compito con Joyce, no entro en su juego.
El loco, luego está el lector loco, aquel que ama la obra visceralmente, con pasión y sin sin sentido. Este soy yo. Es como cuando dicen: ¿por qué le quieres tanto, si te da mala vida? Iré desgranando la granada rota del sueño del príncipe:
soy un ser aquejado de literaturitis crónica, enfermedad que tiene en sí su cura, ya que dentro del texto el loco se siente como pez en el agua y hasta es un ciudadano correcto que cede el asiento a las ancianitas y regala gentiles sonrisas a las damiselas, pero fuera del texto con su ficción y contexto, el loco se halla perdido y es entonces cuando empieza a ser peligroso para sí y para los demás, como pez fuera del agua, muere. Miren si no lo que dice en la coda de hoy Calasso. Y, Ulises, guste o no, es una obra muy literaria, con personajes literarios y ambientaciones literarias, todo aquello que se dice de su hiperrealismo me parece una falacia, creo que es un error de la crítica el tomar esta novela como fiel espejo de la realidad. Para eso hay que retroceder unos años y leer a Galdós, o a la Pardo Bazán, que además se lo montaban juntos, carne de prensa rosa de su tiempo, manjar de aroma calmante para los curiosones de hoy, como yo.
Con esto vamos al siguiente grano de la granada: esta novela es un juego, si no se toma así, si se lee como algo serio, eres un pedante, hijito, no hay broma mayor que esta, una broma muy, muy pesada, además. Joyce, en todo caso, es digno de admiración, el mejor de la clase, de su casta, sabe hacerlo más claro, más conciso, más bello, pero prefiere acercarse a los abismos de la literatura, aquellos en los que sí, la realidad asemeja a la ficción, a ese realismo atroz que nos intentan vender. Él sabe hacerlo así, y aún mejor, capítulos como Nausica, Ítaca, Penélope, son muestra de ello: delicadeza irónica, inteligencia y exhaustividad, genialidad. Si de algo es culpable es de aburrir con su broma, pero es que está experimentando con el propio lector, está analizando sus límites. Joyce resucita cuando se le lee, y juega contigo a sacarte las cosquillas, sabe que no aguantarás, pero si aguantas seguro que te ganas su respeto. ¡oh, tío, padrino, padre!
Lo que más me gusta de Ulises es el trabajo del autor: admirable. Saber que un humano ha sido capaz de levantar algo así es creer más y mejor: en realidad somos creados a semejanza de un dios, y si miramos a nuestro alrededor vemos que no todo es perfecto, que hay mucho para abominar la obra, tantas páginas que sobran, pero es que la vida es así. Supone la crítica que la obra de Joyce magnifica lo banal, de ahí la semejanza de la obra de Homero con la de Joyce, si Homero trata de los héroes y los dioses, Joyce levanta lo común a esta categoría, sin descontar sus miserias, nunca descontando sus miserias, agregándolas. Somos, al fin y al cabo, buenos, pero eso no quita para que estemos llenos de miserias.
Repito que entre los abogados puede caber un loco: la Justicia, al igual que Eros, tienen una venda los ojos, y nadie está más cegado por su obsesión que un loco. Muchas de mis obsesiones están en esta obra.
Pero volvamos al punto anterior: imagino a Joyce, durante años, creando este Dublín con estos ciudadanos, allá en Zurich, o Trieste, o París: ciudades donde tantos prohombres de letras crearon como en un obligado exilio de entreguerras. Fíjense que más que París, prefiero visitar Zurich o Trieste.
Juez: (ojos vendados) no te veo yo a tí muy viajero, y si no te veo y te imagino me entra la risa.
Pasolosdías: (amargo) que injusta sois con vuestro más enamorado súbdito.
(Se abren las puertas de la sala y aparece un sátiro de rizada pelambrera y flauta alzada pito tieso, a la caza de la ninfa juez que con venda no se entera del peligro, pero por el bullicio y exclamaciones y gritos se descubre los ojillos y mira)
Príncipe: (al respetable) así sucede cuando la justicia es ciega, que corre el peligro de ser violada.
Sátiro: (derrapando) me presento como testigo, soy el Marqués de la Pollalzada, me llamo David y tengo diecinueve años, ¿cómo te se queda el cuerpo, morena?
Ninfa: (alterada) ¿Quiere su erecta majestad dejar de jugar a las metamorfosis y volver a su estado habitual de viejo decrépito y senil?
Marqués: (humillado, volviendo a su estado de abuelete cebolleta, vestido con elegante pijama, batín victoriano y quevedos clarividentes) venía yo a salvarte,  Molly, mi esposa, de esta injusta condena. Olvídense de ulises y telémacos y hablemos de Molly Bloom, la gran creación del joven Jaimito Joyce.
Emperatriz: (jueza) usted no ha sido convocado a este juicio, haga el favor de volver a su celda acolchada, viejo loco y chocho.
Marqués: (suplicante) chocho loco, mi Molly ...
Príncipe: (explicando al repetable) nuestra erecta majestad, Marqués de la Pollalzada, es el bibliotecario de Manicomio, el loco más culto a la vez que más libidinoso, presume de ser milenario en edad y joven de corazón.
Marqués: (haciendo reverencias) así es, yo soy el que proporciona las lecturas a nuestro imberbe príncipe, ilustre mozalbete,.Yo localizo a la Ninfa entre las páginas de la biblioteca, se las paso al príncipe para que las lea y nuestro Pasolosdías se vuelve así más loco aún, entonces es cuando la maquinaria entra en funcionamiento. Así es como creamos, así es como creemos.
Pasolosdías: (admirativo) nosotros, de mayores, queremos ser como el marqués: eruditos y viejos verdes, milenarios y jóvenes de espíritu, sátiros y flautistas de Hamelín. Ella, Emperatriz, es la Ninfa escurridiza, corazón desnudo de la poesía, único juez posible para salvar a un libro.
Marqués: (sin aliento)  vengo a traer la prueba irrefutable para el juicio, la Ninfa está en el Ulises, si no fuera así no habría defensa posible. Miren el estrado del juez cómo se ha convertido en tálamo, miren cómo está tumbada boca abajo, en un revoltijo de sábanas, desnuda y voluptuosa:
Molly Bloom: (monologando el capítulo final) ah sí les conozco bien quién fue la primera persona en el universo antes de que hubiera nadie el que lo hizo todo ah ellos no saben y yo tampoco así pues podrían lo mismo tratar de impedir que el sol saliera mañana el sol brilla por ti me dijo el día que estábamos tumbados entre los rododendros en el promontorio de Howth con el traje de mezclilla gris y su sombrero de paja el día que conseguí que se me declarara sí primero le di un poco de la torta de semilla que tenía dentro de mi boca y era bisiesto como ahora sí hace dieciséis años Dios mío tras aquel largo beso yo casi perdí el aliento sí él decía que yo era una flor de la montaña sí eso somos flores todo el cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida y el sol brilla hoy por ti sí por eso me gustó porque vi que comprendía o sentía como es una mujer y supe que yo podría hacer de él lo que quisiera y le di todo el placer que podía para llevarle a que me pidiera que dijese sí y yo primero no quería contestarle mirando sólo el mar y el cielo estaba pensando en tantas cosas.
Marqués: (citando el capítulo penúltimo: Ïtaca) En soledad, ¿qué sintió Bloom? El frío del espacio interestelar ...
Molly Bloom: (citando el capítulo último: Penélope) sí cuando puse la rosa en mis cabellos como las muchachas andaluzas la llevan y debí llevar una roja sí, y cómo él me besaba al pie de la pared morisca y me pareció bien lo mismo de él que de otro y después le pedí con los ojos para poder volverle a pedir sí y él luego me pidió si quería decir sí mi flor de montaña y primero le rodeé con mis brazos y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis pechos todo perfume sí y su corazón latía como alocado y sí dije sí quiero Sí
(Humo, desaparece el tálamo, reaparece el estrado del juez con la juez haciendo una reverencia. Aplausos.)
Pasolosdíascitando:(absorto en ella, cita otro fragmento del capítulo penúltimo: Ítaca) ¿Qué tributos serían los suyos? El honor y los dones de los extraños, los amigos de Todos. Una ninfa inmortal, belleza, la novia de Nadie.
Príncipe: (al marqués) gracias por recuperármela, otra vez vos la habéis encontrado entre las páginas de un libro.
Juez: (aplaudiendo ella más por dar prisas y mandar silencio que por celebrar elogios) Pase el jurado a deliberar, ¡se cierra la sesión! Para entonces quiero terminadas las lecturas de Dublinesca y de La locura que viene de las ninfas.

Coda

Sócrates, raptado por las ninfas, había hablado a Fedro de cómo, a través del "justo delirar", se puede alcanzar la "liberación" de los males. Y de repente había dicho, con la rapidez de quien dispara la última flecha, que "la manía es más bella que la sophrosyne", que ese sabio control de sí, que esa intensidad media, protegida por las temibles puntas, que los griegos habían conquistado con inmenso esfuerzo y que luego, por un enorme malentendido histórico, sería identificada por muchos con la Grecia misma. Pero ¿por qué la manía es más bella? Sócrates agrega: "porque la manía nace del dios", mientras que la sophrosyne "nace entre los hombres"
Roberto Calasso. La locura que viene de las ninfas.

Mi locura ...


Hylas y las ninfas, de John William Waterhouse