
Un faro es una pintura que había en mi casa cuando era niño, pintada por mi abuelo, del que según dicen saqué un gran parecido físico.
Mi abuelo Manuel era constructor, y tenía gusto por los pinceles. Estuvo preso un año o más al finalizar la guerra incivil, quizá por rojo o porque le pilló en la zona en la que tocaba ser rojo. Nunca le conocí, pero me hubiera gustado preguntárselo.
En mi casa había dos cuadros suyos de corte romántico y casi fantástico por su poca visión realista del paisaje: un puente y un faro.
Me fascinan los puentes y los faros, pero también los caminos, senderos y bosques, los horizontes y los precipicios abisales. También los acantilados. Y las cabañas iluminadas y ocultas en una bosque como el calor y la protección en esta vida-selva y espesura.
Yo soy como tú, una barquita chica que quiere llegar a puerto, a punto siempre de estallar mi casco frágil en la roca del acantilado. Culpa de la tormenta y de la noche.
Por eso el faro como símbolo me es tan sugerente, es el que sirve de guía para llegar a puerto. Pero no sólo eso. Es lo que te ilumina en medio de la tempestad, para que no te rompas.
Y no sé si el de farero sigue siendo un oficio o una quimera. Bonita y trágica profesión, la del linterna de los mares. Ser vigilante de los que en tí confían. Pero no poder hacer nada por los que a pesar de todo naufragan.
Faro que alumbras al mundo
por encima de la tempestad
devuelveme la esperanza
y que brille mi estrella
pero no en soledad
Oye mi voz
mi última oportunidad
faro que alumbras al mundo
alumbra mi vida
1 comentario:
Me ha gustado leerte, amigo.
Me llevo prestada tu fotografía para una entrada en mi blog al que te invito a escuchar poemas...
Gracias. Un saludo.
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