martes, 27 de septiembre de 2011

Otra vuelta de tuerca, de Henry James

Henry James caricaturizado por John Sherffius

He de reconocer que a mí todo esto de los fantasmas me da mucho miedo. Voy al cine, veo The Ring, veo Los Otros -deudora de esta novela que comentamos hoy-, y aunque me lo paso de rechupete y me echo unas risas, mis brazos doloridos por los aterrados pescozones de mis acompañantes, luego lo paso mal, llego a casa y si estoy solo duermo duermevela con la luz encendida de la mesilla si estoy solo en casa y antes de acostarme miro dentro del armario y debajo de la cama.
Tengo, eso sí, más miedo a los vivos que a los muertos. Con un muerto se puede razonar más que con un vivo. A veces hablo con los muertos, quevedianamente. Abro un libro y me hablan, con ellos discuto, se mantienen firmes, a veces hasta cambian de opinión según cambias tú.
De niño, debajo de la mesilla de noche, me encontré una noche con el fantasma de El Principito. Llevaba un holgado jersey de color verde con números, y montaba en monopatín. Los fantasmas, lo sé bien, se visten como les da la gana.
La literatura de terror no me da miedo, sí me provoca suspense y admiración por la imaginación del autor.
He leído bastante a Stephen King, y es más literario que terrorífico, y a Dean R. Koontz, más rudimentario y repetitivo en sus novelas pero también interesante. También he leído a Peter Straub, este sí da más miedo. Y a Robert Bloch -Psicosis-, y a William Peter Blatty -El Exorcista-, cuyo careto sí que da miedo. De adolescente, leía El Exorcista y no tenía miedo, sí curiosidad, y sin embargo miraba la contraportada con el retrato de Blatty y me acojonaba (link de la foto)
Sí sentía horror con otro tipo de literatura, con El retrato del artista adolescente, de mi tío preferido, el tío James -Joyce-, del que soy sobrino bastardo. Le ví en Dublín y le dí algún cachete, me sacaron fotos, no te las enseño porque está muy feo eso de pegarle a un anciano en la vía pública. También salgo feo yo, poniendo cara de malo, demasiada pose de matón literario. En esta novela, un personaje habla de los horrores del infierno, y la verdad es que uno queda como atormentado.
Si en La vida ante sí traíamos como invitada a La Piedad (link), hoy traemos como invitada a La Insinuación.
La Insinuación salía en las novelas de antes, cuando la moral imperante, la moral victoriana por ejemplo, no permitía, no toleraba narrar las cosas tal como sucedían. La Insinuación es creada, entonces, por el lector, que ha de imaginarse lo que ocurre, entonces se vuelve acrivo, reflexivo, co-autor. Por eso considero que aquellas obras en que Insinuación aparece son buenas obras, son Literatura con mayúsculas.
En Otra vuelta de tuerca el miedo es inefable, pues la narración es ambígua. No se sabe qué es lo que ocurre con exactitud, se insinúa, sólo se dice del mal, de lo diabólico, pero no comprendemos por qué esos personajes eran tan malvados. Se les ve sufrir, y hasta llorar. Podemos, por los pocos rasgos que los definen, tener simpatía por ellos. Algo terrible debieron hacer cuando vivían, sin embargo no se dice qué hacían, sólo señales sueltas, un puzle de signos con lagunas de pistas que el lector ha de crear. Luego puedes hacer una película con tu versión, se han hecho algunas de esta novela, y el lector ve y compara y dice que muchas novelas es mejor no tocarlas, y si las tocas para el cine, mejor te lo inventas casi todo respetando, eso sí, La Insinuación. Por eso consideramos que la versión española de Eloy de la Iglesia es una versión respetable y buena, muy interesante. La Insinuación se queda, aunque los paisajes, personajes y roles cambien, pero en esta película Insinuación sale morbosa y perversa. Otra versión que he visto es, sinceramente, un tremendo error, pese a que los personajes sean los mismos y el guión más literal.
Yo, en la lectura, me montaba mi propia película. Imaginaba una instutriz de un siglo XXI y no del XIX, con el físico de Scarlett Johanson, sacándose fotos en el baño mirándose al espejo. Me salió una película muy erótica y cachonda, la verdad, así que el miedo al leer la novela fue menor, gracias a mi chica lost in traslation. Y la cosa fantasmal estaba en el juego de espejos, Scarlett en el lado de la realidad, el culo de la fantasma al otro lado del espejo. No me robéis la idea, juliosmedem en busca de erotismos exquisitos con fantasmales juegos de espejos.
A mí es que Julio Medem me gusta mucho, tiene esa manera de desdoblar el personaje, de fantasear la realidad y realizar la fantasía. Haría una versión muy desnuda y morbosa, muy melancólica y traviesa.
Como melancólica es la novela de James y traviesa La Insinuación fotografiada en ella para que tú, lector, te la imagines con tu particular imaginario.
Henry James insinúa una tórrida y enfermiza historia de amor entre fantasmas, que precisan de la complicidad de dos niños inocentes para seguir amándose así, tan como antes. Llega una candorosa institutriz enamorada del jefe que solicita que no le soliciten nunca. Tiene como cómplice, la institutriz, a la inocente ama de llaves. Los diálogos entre ellas están llenos de puntos suspensivos. Los puntos suspensivos son la trama de la novela, lo que no se dice, lo que no se cuenta, La Insinuación.
Narra James, eso sí, la tormenta interior de la narradora, que es la institutriz, y uno a veces tiene la impresión de que es una loca que ve fantasmas, sólo eso, y que arrastra a su locura al resto de los personajes. Es una impresión, las impresiones llegan con este maestro de la descripción psicológica que es James, con la lluvia de su tiempo. Ya que el contexto es esa época que cambió el relato dejando el convencional realismo atrás para esbozar retratos a base de ligeras impresiones. A James le gustaba mucho retratar mujeres en sus novelas, y la institutriz aquí le sale perfecta o en su locura o en su cordura salvífica, según la versión que prefiera el lector.
No voy a negar que a veces Mr. James escribe raro, enrevesado, que se pone pelma con su psicologismo, y no soy yo sólo, mismamente su discípula más aventajada, mi amada Edith Wharton, dijo que había veces que no comprendía lo que quería decir James.
Esta novela, potencialmente tan abierta, puede parir versiones como lectores tenga, claro que siempre sucede aquí, pero aquí más. Una adaptación literal no sería posible.
Ví una nada más terminar la novela, o inglesa o americana, con la sóla aportación de la carita guapa de la actriz. Por lo demás muy literal y muy bochornosa en cómo se transforma La Insinuación en escenas de sexo aburridas y desconcertantes para el lector.
Luego ví la versión del director vasco Eloy de la Iglesia, donde cambia hasta el sexo y sexualidad de los personajes, pero bastante digna. Lo erótico aquí se insinúa, como dije, lo morboso está en los gestos, las miradas, en los puntos suspensivos de los diálogos. No es que considere a Eloy de la Igleisia como un gran director de cine, le pasa como a Pier Paolo Pasolini, es un artista imprescindible, necesario. Uno mira el cine de Pasolini y ve que cualquier artesano del cine lo hace formalmente mejor que él, pero el encanto de su obra no está en la perfección, si no en su genialidad. En su mirada nueva, esclarecedora o turbadora.
Eloy de la Iglesia hizo El diputado y El Pico, entre otras, y con estas dos películas basta para considerarle como uno de esos imprescindibles cuya visión no puede ser cambiada por otro director mejor, más técnico, más perfeccionista.
En Otra vuelta de tuerca, Eloy de la Iglesia cambia la campiña inglesa por las tierras vascas, la institutriz hija de pastor protestante es aquí un seminarista recién salido de una escuela de jesuitas. Los niños, sí, son angelitos inocentes como los retrató James, son criaturas perversas como las retrató James. ¿Me contradigo? Se contradice ... ¿James? No hay contradicción. No hay malicia en estos niños, hay malicia en sus insinuaciones. Aquí, Insinuación, personaje principal de la historia, lo que da miedo, lo que produce deseo y aberración, sin caer en la tentación de lo explícito.
¡Cuanto pierden las obras cuanto más explícitas se vuelven! Lo que gana el lector, el espectador, cuando Insinuación se insinúa.

martes, 20 de septiembre de 2011

Umbraliana (VIII) Capital del Dolor.

Así nació la guerra en aquella plaza circular y espaciosa, ilustrada de campanarios y escudos, con los vencejos volando bajo hasta acariciarle a Paulo la cara, como curiosos de mirar el libro francés que solía estar leyendo. Así nació la guerra y Paulo pensó que aquello era una locura de falangistas y capitancitos jóvenes, un mal poema de Ridruejo, y que no iba a pasar nada. Encendidas las farolas de gas (había una de cuatro brazos en el centro de la plaza), Paulo se sentó de nuevo a leer, a la luz de las tinieblas. Sólo pensaba con el libro abierto.

Francisco Umbral se reencarna en el personaje Paulo, que es como un joven Umbral que comienza su vida periodística y literaria con su opinión de ser de lejanías. En el año 1936 nació, cuando Paulo ya había pasado la adolescencia, pero eso no es una traba para el literato que cuenta una historia que, sin haberla vivido, la vive ahora, sobre el folio en blanco, tecleando metáforas y personajes que son de él, sus creaciones.
Sí, los que conocemos la obra de Umbral por haberla leído, los que conocemos su imaginería, su lírica incendiaria y su genial instante de lectura, sabemos que Paulo es una proyección del mismo Umbral.
Aquel personaje de Travesía de Madrid que pedía besos a novias modosas e iba a las fiestas en Argüelles y ligaba estudiantes y extranjeras.
No usa aquí de la voz narrativa en primera persona, para jugarse y juzgarse mejor con esa lejanía que da la tercera.
Quien opine que vale, que este autor tiene la mejor prosa pero que no vale como novelista, que lea esta novela bien estructurada y mejor contada. Los personajes, pues bien, los personajes bien paridos, hasta los mal nacidos como Pepe, el falangista, su antagonista.
Un personaje entre dos bandos, que sólo piensa con el libro abierto, crítico postadolescente de su época, la fecha turbia de un siglo treintañero con todo el dolor de una guerra que dicen que fue prólogo a otra guerra mayor y contígua.
Paulo poeta que se mueve entre poetas y lee a los del 27, a Juan Ramón, a Machado.
Paulo periodista con sus primeros artículos, admirador del periodista independiente de la ciudad para el que trabajará. Paulo aún no sabe escribir mintiendo, y deberá aprender a pasar desapercibido para pasar la censura.
Los falangistas como Pepe, crueles, le requieren, pues eran sus amigos de juventud; pero Paulo va haciendo amistad con los proletarios de la ciudad, con los de la UGT, por razones estéticas que se van fundiendo en sus pulsiones éticas. Paulo se enamora de una proletaria, la Consti, al igual que antes se enamoró de Rosa Luguillano:

Rosa Luguillano, la mujer que lo despertó al amor, que lo inauguró en la cama, esa segunda madre que es siempre la primera puta. La mujer que lo parió para el sexo, que lo parió para macho y para la vida. 

No es Paulo precisamente un personaje para la bondad, siente desprecio por los débiles y quejicosos, como ese amigo suyo ciego y mal poeta, pero no por ello deja de ser su amigo. Sí tiene algo de justiciero, en contra de los amigos falangistas que usan de su fuerza para eliminar al débil, a favor de estos débiles que hubieran sido fuertes si hubieran podido.
No se dice, pero esta capital del dolor es Valladolid, cómo no, aquella pequeña ciudad de tedio y plateresco de su otra novela La leyenda del césar visionario, que tiene un mismo tema, un mismo dolor capital venido por la crueldad de los vencedores que tan bien olvidan, como se dice aquí.
Como esos personajes barojianos, Paulo se nos presenta abúlico de labores, inquieto de intereses.

Paulo no se sentía capaz de estudiar, de recobrar el presente, de hacerse cargo de su vida, sólo leía y escribía con placer y angustia, como si fuera a morir. Como un poeta viejo luchando contra la usura del tiempo. Pero estaba mucho en la calle, con unos y con otros, y comprendía que la guerra era en realidad una fiesta silenciosa y negra, o bulliciosa y roja en el Salón Rojo del Cantábrico.

Hace pocos meses leí La Higuera, de Ramiro Pinilla. Pues bien, nos encontramos otra vez con el mismo tema del dolor de una guerra, y sí, con los mismos personajes también. Los falangistas, como si se tratara de un juego de niños que ya se creen mayores y por ello con derecho a todo, entran, matan, rompen familias.
Dolor.
Si Pinilla nos estremecía con la extrañeza del cuadro en penumbra de una higuera y su guardián, Umbral nos estremece con lo que domina: las imágenes, las metáforas, las instantáneas preparadas desde una perspectiva inaudita, siempre nueva.
Vuelve a demostrarme que la buena literatura se hace en cada frase, que no hay que esperar a la página siguiente para el deslumbramiento, mística umbraliana, el alumbramiento de la belleza y el horror de la muerte está en el presente que estás leyendo.
Un ángel del mal, elemento literario, se pasea por estas páginas hermoso y caído. Una atracción por el dolor, su capital el centro de la guerra, su corazón tan plástico, que sangra y todo lo tiñe.
El mejor prosista de los últimos decenios, sí, y también un novelista único, sin igual, de los mejores.
Como en Un carnívoro cuchillo, otra vez ese cruel pacto de sangre y mierda que nos asqueara y fascinara.
Esta ciudad, como un microcosmos del cosmos de la guerra civil, de la macrocapital del dolor que sería luego la segunda guerra mundial. Con minúsculas, sí.
Una historia dentro de la Historia vista a través de un testigo de excepción, el joven Paulo en los cafés, los burdeles, las calles y cementerios; que es como si fuera Umbral nacido antes. Como otra de sus autoficciones, maravilla literaria, donde no queda claro dónde termina el autor y comienza el narrador y se funde en ellos el personaje. Testigo del dolor.


Paulo no deja de preguntarse, ante tanta grandeza, si no será él un insensato que va a contrapelo de la Historia. Como las razones políticas no las tiene claras, prefiere atenerse a sus razones estéticas, intuitivas, que nunca le engañan. Lo suyo es escribir en el periódico liberal, vivir en la plaza Circular, amar mucho a Constitución, tener hijos del pueblo y gustar ese sabor a tierra y sol crudo que tiene la vida.

Coda

Las citas:

Capital de la gloria.
Rafael Alberti.

Capital del dolor
Paul Eluard

lunes, 12 de septiembre de 2011

La vida ante sí, de Romain Gary (II)



Hoy traemos como invitada especial, para este post, a una quimera llamada Piedad.
Piedad se pasea por mundos de entelequia y realidad con su voluntad de bien. Si es en la fábula, Piedad aporta su toque de emotividad.
¿Émile Ajar, Romain Gary?
Recordemos aquella fábula fílmica, Cowboy de Medianoche, donde Piedad era personaje principal en el corazón de un prostituto que redimía su pecado en fraternidad desinteresada con aquel pobre diablo genialmente interpretado por Dustin Hoffman. Luego se tiñó todo, hacia el final, con la música azul de un mar donde todo era posible. No era más que un sueño, pero era una de esas historias más tristes que nunca escuché, que diría la rata Firmín. Porque la historia acaba mal, pero el tinte de piedad y océano, catártico, redimía de este mal infinito que es sobrevivir malamente sin poder evitarlo.

La vida ante sí,
novela de desposeídos
Hay una literatura del Bien, que no tiene muy buena fama entre los más altos estetas de la literatura. El maestro Umbral, mencionando a un francés de cuyo nombre no puedo acordarme, decía que no se hacía buena literatura con buenos sentimientos. Cuando en pocos días comentemos Capital del Dolor, hablaremos de ello.
Sin embargo tenemos un Quijote en la cima de la fábula, por donde Piedad se pasea, pese a tanta broma sádica. En el corazón del buen Sancho, por ejemplo, pese a su egoismo.
Sí, cogí el libro de la biblioteca, pero no me voy a poner a citar a Romain Gary, basta con hacer un comentario somero.
Hoy, Piedad, a veces se traviste de buenrollismo, y eso es inaguantable. Más que la edulcorada Piedad de los folletines de todos los tiempos, que buscaban la lágrima fácil y el despertar del buen sentir con impúdica franqueza; el buenrollismo es un melendi perroflaútico en la radiofórmula  de la realidad, donde todo está medido.
Queridos: donde la única solución a los problemas colectivos está en los que manejan el cotarro, nuestra piedad de poco vale, quizá al prójimo más cercano. Miríadas de hambrientos morirán al año, y una rubia risueña con una cuenta corriente más tocha que la tuya te pedirá aportación por la tele-tonta, mientras que los gerifaltes de siempre se limpiarán el cacas con el billete que les mandes.
Este mundo no tiene solución, pero tú sí.

Romain Gary, fabuloso fabulador, hasta de sí mismo
 Tú sí puedes redimirte y ser bueno, seguir el recto camino, deja de joder al prójimo y todas esas maldades y corrupciones déjalas para escribir buenos libros, te puede salir una Conversación en la Catedral cual hizo Varguitas cojonuda.
Sed piadosos, hijitos, y sed diabólicos en la página, que no se diga que malgastáis la vida componiendo discursos de Navidad y luego ni cedéis el asiento a las venerables ancianas ni respetáis el turno en la cola del híper.
En cierto sentido, La Vida ante sí es un precedente del buenrrollismo de hoy, y su alianza de civilizaciones con musulmanes y judíos queriéndose mucho, queriéndose tanto.
La Vida ante sí, de Romain Gary, es una novela donde Piedad es protagonista principal, en el corazón de Momo, el niño musulmán que hace de narrador. Por lo tanto, Piedad es la voz narradora de la obra.
Piedad está también en el corazón de la prostituta judía, ya vieja, que se ocupa de los niños hijos de puta (en la boca deslenguada del narrador Momo, que con franqueza tierna todo lo cuenta sin medida)
Está también en el corazón del negro travesti que asiste a la anciana judía, y a Momo.
Todos, en el portal donde Momo vive, tienen buen corazón.
También aquellos a los que conoce, como esa guapa actriz de doblaje que le invita a helados.
Momo lo mira todo desde su perspectiva barriobajera, y todo lo cuenta con su lenguaje lleno de malentendidos, que intenta hacer gracia en el lector. A veces, sí, lo consigue, aunque uno piensa en la vida de esta gente y siente más dolor que otra cosa.
Faulkner hizo uso de un retrasado mental para contar un melodrama, y le salió una cima literaria: El ruido y la furia. Perdón, quise decir discapacitado, no sea que el perroflauta de turno me atice con su canción de rastas y entonces ya sólo tengamos voluntad de bien en las canciones, y no en la vida.
(Aunque uno intenta hacer de su vida una Canción, de su canción la Vida)
Por lo menos Momo llama a las cosas por su nombre, aunque siempre se confunda y diga proxineta y no proxeneta.
Entre la risa y el llanto, la narración de Momo cuenta las desventuras de su vecindario, con especial atención a la judía, su verdadera madre, ya que de él hizo un hombre bueno.



A quien le gustó la peli Amelie, francesa, le gustará esta novela, francesa también. Con sus personajes estrafalarios, que le restan asco a la tragedia.
Me gustó más La vida, instrucciones de uso, de Perec, qué le vamos a hacer. También aquí se cuentan las vivencias de los vecinos, pero en otra onda. Una fascinación por la vida, y eso gusta, eso se busca en los libros.
La vida ante sí, todos se lo dicen a Momo: tienes la vida ante tí. Y el gran hallazgo de esta novela está en el puño de amargura en la garganta cuando Momo lo oye, y no se lo cree, y se ríe.
Como en Qué bello es vivir, sólo el prójimo puede redimir al prójimo, ni el ministro en su despacho ni la presentadora de televisión con su sonrisa de radiofórmula hacen nada.
Vemos lo mismo en la teleserie Aida, con sus delincuentes, egoístas, prostitutas y discapacitados con un gran corazón. Claro, como el Luisma es discapacitado ... Todos se ayudan entre sí, con su Piedad, tan de historias con ternura y mala leche. A mí me encanta Aida. A Carlos Boyero, azote de fórmulas fílmicas y televisivas, también, que se lo leí yo, un día.
Si acaso tú, que lo lees, que lo miras, puedas ser por tu propia voluntad y tu propio entendimiento una mujer de bien, un hombre de bien.
Me recuerdo a mí mismo en un autobús que me lleva por La Mancha, Cáceres, Badajoz, en este Agosto pasado. Un hombre y una mujer, que no son del mismo pueblo, pero sí de la misma tierra extremeña, hablan tras de mí. Entre el discurso de Momo y la charla sobre la vida y sus delitos, goces, y faltas de mis desconocidos compañeros de viaje, y entre mis sueños pequeños también, pasé una buena tarde, larga, ya que el autobús paró en cien pueblos, para que dejara parte de mi sueño en cada uno de ellos. Lagos. Pasé por muchos lagos. Y por las lágrimas de Momo, y de la puta judía que no quería ir a un hospital, y celebraba sus rituales en un sótano oculto.



Llevaba este libro un día por Madrid, y tomando café con una amiga, me dice, ¿de qué va? Le cuento la historia de Momo. Me dice, ah, sí, lo de los hombres grises. No, le explico, eso es otra cosas.
Michael Ende también tuvo su Momo, pero era chica y luchaba contra los que te arrebatan el tiempo sin darte nada a cambio. Un buen relato simbólico, era éste de Ende, pues los hombres grises sí existen, y hay que echarles un pulso de contínuo: no haciendo nada, por ejemplo, vivir sin prisas. Y, junto a los monjes del Buda, recitar, sentados, con toda la vida ante tí: este es el mundo de la ilusión, este es el mundo de la ilusión.
O, leyendo a Roman Gary, su historia de putas y desposeídos.
Una buena manera de invertir tu tiempo.
Buen rollito, perroflaúticos lectores.

Coda

Luego aquel puto con cara de buenazo, cowboy de medianoche, volvió a su ser en la piel de Jon Voight, e hizo de Papa.
También, entre tanto, fue papá de una buenorra, la Jolie.
Sed corazones piadosos, y tendréis buenos frutos.
¡Ay, la Jolie! Angelina ...


miércoles, 7 de septiembre de 2011

La vida ante sí, de Romain Gary/Émile Ajar (I)


Esta reseña debería haber sido escrita en su momento, recién leída, con la urgencia de la crónica -personal- diaria.
Hubiera preferido hacer hoy una umbraliana, que tengo Capital del Dolor recién leída. Esta novela es un espejo de estetas y líricos, cómo no, espejo de literatos. Cuando dicen, digo, que ni Ramón Gómez de la Serna ni Francisco Umbral eran buenos novelistas, miro el caso de los zafones y falcones, que tanto venden, y a los que tampoco consideran buenos novelistas. En el otro extremo los unos, de los otros.
Roman Gary quizá fuera un buen novelista, ganador del Goncourt varias veces y con distintas máscaras. Otros dirán que no.
Yo sí que soy un buen novelero, novelista.
Aunque tú digas que no.
La Literatura es como la política, unos se piensan con razón, y sinrazón tienen los otros. Y los fachas/rojos, son unos malnacidos. En Literatura sucede lo mismo con la manera de peinar la prosa. Con la manera con que maquilla la pluma la tábula rasa de La Literatura, donde no hay un puto mandamiento, sólo un instinto de supervivencia hacia lo más sagrado y vital. Que cada cual elija aquí lo que es vital, sagrado, y nada más.
Debería acostarme ya. Mañana trabajo. Mi oficio es el de cocinero, ayer me cortaba el pelo un peluquero tuerto y me llama una compañera. Elegimos el menú de los días siguientes, qué voy a dar yo, qué vas a dar tú. A mi compañera le gusta hacer lentejas. A mí me gusta hacer lasaña. A cada uno le gusta lo que mejor le sale. Los hay, que como Romain Gary, hacen bien algo, y luego algo distinto. Luego le darían el Goncourt, como se lo han dado anteayer -es un decir-, a Houellebecq, aunque dicen algunos que a éste se lo dieron para amaestrarle. He leído críticas on line y en papel, sobre esta novela premiada. Me lo paso bomba, leyendo críticas de libros de Houellebecq. Es muy porno. Usa mucho del plano detalle: le chupó la polla, por ejemplo.
Después de pagar al peluquero tuerto me fui a por un Henry James a la biblio municipal. La cosa promete. Hay erotismo entre líneas. Una inocente institutriz se va a una casa en la campiña inglesa, y llueve, y ve a un fantasma, un varón descamisado que se lo hace todo con sólo mirarla. Amenábar hizo algo así, con la Kidman. Almodóvar mañana me contará algo, y a ver si Elena Anaya me enseña algo. Algo ya enseñó este verano, y fue el cotilleo de Agosto, entre indignados y peregrinos. Dicen que le gustan las mujeres, a mi Elena. Tenemos tanto en común ...
Romain Gary tuvo una vida interesante de seudónimos y premios. Nunca había oído hablar de Romain, hasta que me regalaron La vida ante sí, escrita por Émile Ajar. Un seudónimo premiado, Ajar, y la gente le decía a Romain, ¿ves? Así hay que escribir. Los críticos le regañaron: así, y no como tú. Luego resultó que Romain se travestía en otras literaturas. Juguetón. Enmascarado. Gary era Ajar, ajá.
Juego de máscaras, sí, algún día me verás como a un príncipe. Otro, como a un mendigo. Sí.
Nunca había oído hablar de él, y es que en literatura -ahora con minúsculas- se dan mucho las modas.
Henry James no fue muy querido en los años que siguieron a su muerte. Hasta que su psicologismo fue tomado en cuenta. Tenía discípulas como la Wharton, y uno ama a la Wharton como ama a Jane Austen. Por vicio. Y eso que no es precisamente este francés con apellido tan raro, joaquínlebequ, como se diga. Este es un pornógrafo.
Ayer ví La Pianista, de Haneke. La pianista es una exigente profesora de piano que en sus ratos de vicio se va a los sex-shop a ver porno. Que lea a honolebec, digo yo. También se va a espiar a las parejitas haciendo cosas en los coches de los cines abiertos. Muy americano, eso. Es una rareza, Haneke, un esteta violento, sin llegar al circo Tarantino.
Si Umbral fuera cineasta, por violento, sería más Haneke que Tarantino. Un Haneke más lírico, más poético, menos patético.
No tengo La vida ante sí, lo presté al volver de Dublín, no puedo hacer una buena reseña. Lo cojo de la biblio y te cuento.
Tan sólo estoy conciliando el sueño, mañana, con el uniforme de cocinero, con el pelo recién cortado por un tuerto, seré príncipe, seré mendigo, lo seré todo y no seré más que nada, tábula rasa para sobrevivir por instinto literario, literato.
Según Jesús Ferrero, en otro libro del que pienso hablarte, es necesario el narcisismo, tener un romance con nosotros mismos, que no se acabe nunca. Eros y Misos. Las experiencias del deseo. También ganó un premio.
Convocando el sueño hoy, ayer soñé que la lotera me saludaba alegremente. Buen presagio. Lo mismo soy rico, voy a comprobar la loto.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un nuevo curso con propósitos e ironía



Oscar Wilde en Nueva York, por
Napoleon Sarony

Este verano estuve en Dublín y me acordé de tí.
A finales de Agosto comencé un post: Glosario de Ferragosto, donde te cuento, pero he decidido que no, pues hablo de Lo Prohibido, ¿cómo, qué es eso? Autocensura, contención: castración. Todo lo que quisiera decir y no digo, está prohiblido, se engloba en mayúsculas prohibiciones, diciendo así: Lo Prohibido.
Propósito para el nuevo curso, seré bueno. Seré un bloguero correcto, ni dulces ni grasas saturadas, mucho ejercicio y vegetales, carnes proteicas. Adíós, torrezno, adiós. Adiós crocantis, tú, mi dolor: tú: mi crocanti.
Como cuando niño, olor a goma de nata y libro de texto recién abierto, fragancia de tiza y pizarra, días nublados, monotonías de todas las lluvias tras la ventana. Las primeras peyas fueron en gimnasia, tres compañeros jugábamos a los contrabandistas, alejados de los silbatos de aquella profesora de gimnasia que tenía la cara picada de viruelas. Las segundas fueron en el bachillerato, saltándonos inglés para los futbolines, la litrona, la palmera de chocolate. Llegábamos medio borrachos a latín. Ego sum in taberna.
Libro de texto fragante y gomas de nata, sacapuntas de plástico, lapiceros de mina frágil. Propósitos de nuevo curso que duraban días, a lo sumo una semana, hasta que las tardes, largas, cada vez más cortas penetrando el Otoño hasta llegar al Invierno, tardes de procrastinación: mañana. Y ese mañana siempre fue mañana. Hasta que miremos el ayer con desconcierto, sin un hoy del que sentirnos orgullosos.
Pero no tanto. Me siento orgulloso de muchos hoy, ay, mañana ya vendrá, ayer se ha ido. Pero no te hablaré de mis orgullos: Lo Prohibido.
Blogueros dietistas, literatos nutricionistas, aconsejan. Yo seré un literato sano, un bloguero ejemplar.
Hablaré de libros, sólo de libros y de Literatura, quizá de cine. Adiós procrastinación, adiós litronas. In taberna quando sumus ya no, nunca.
Los libros leídos este verano, in biblioteca quando sumus. Alguna película, de Woody, in filmoteca quando sumus.
Haré como Cela, don Camilo, que se flagelaba hasta escribir al menos una página al día, con lágrimas via crucis hacia el nobel, ¡crucifícale!
Haré como Vargas Llosa, don Mario, que dejó de fumar y de beber porque le restaba tiempo para el sacerdocio literario via crucis hacia el nobel, ¡crucifícale!
In taberna quando sumus ya no, nunca.
En Agosto leí algo, te hablaré de ello. En Agosto Madrid se llenó de peregrinos, ya estaban los indignados. Festival de la juventud, los unos, los otros.
Yo me fui a Dublin. Y me acordé de tí.
Le dí un puñetazo a Joyce, le toqué las tetas a Molly Malone -Molly Melones, o sea-, charlé con Oscar Wilde que siempre te da la lección de la ironía, de las pocas que en Literatura puede merecer la pena. Oscar se acordó de tí, y me dijo que sí, que le leyeras, aunque pusiera todo su genio en palabra, y no más que talento en su obra.
Yo tuve mi festival de juventud también, festival de la carne: Lo Prohibido.
Pero para el nuevo curso seremos sanos, nos limitaremos, fuera excesos.
In taberna quando sumus ya no, nunca.
Aunque si quieres que te hable de Lo Prohibido, yo te hablo ...

Aunque si tú quieres que te hable de Lo Prohibido, yo te hablo ...

sábado, 3 de septiembre de 2011

Oboe

¿Cómo es posible que un objeto en apariencia tan insignificante pueda generar tantos universos de paz, armonía y belleza?

http://emperatrixmundi.blogspot.com/2011/09/oboe.html