martes, 20 de octubre de 2015

Los libros encadenados

Dos hombres contemplando la luna, de C.D. Friedrich

¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel 
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado ...

(Reiner Maria Rilke. Las Elegías de Duino. Primera Elegía)


Donde se guardan los libros, de Jesús Marchamalo


El pasado lunes, paseando y a la busca con un amigo lector por la Feria del libro antiguo y de ocasión de Recoletos, recordaba y contaba la anécdota del año anterior, cuando ya de anochecida, y por el mismo paseo, me encontré con Jesús Marchamalo. Yo le conocía, le había leído, y el a mí no, aunque alguna vez comenté algo en su blog a propósito de nuestra querida Feria del libro antiguo. Le saludé, claro, y me contestó: vaya, alguien que me conoce. De todos es sabido que a los autores no les conoce nadie, salvo el que los lee. Pues bien, a mi amigo lector le recomendé con candor Donde se guardan los libros, pues es una lectura indispensable para todo aquél que sienta curiosidad por lo que leen los autores de renombre, yo se lo prestaría. También le recomendé, con el tomo de sus relatos ante nuestras narices, a G.K. Chesterton, del cual el año anterior yo compré un volumen con las peripecias de su popular personaje el padre Brown. Mi amigo me hizo caso y compró los relatos, aunque, le advertí, lo bueno de verdad es El hombre que fue Jueves, libro que por esos misteriosos avatares de la física cuántica nos encontramos dos casetas más adelantes, y que también compró.

El hombre que fue Jueves, de G. K. Chesterton


Clásico que trata de una conspiración anarquista, recomendable para el lector que quiera dejar a su mente volar con libertad cazando ideas como nubes, dentro siempre del decoro y el buen gusto propio de un gentleman, un caballero por decirlo en católico. Este libro lo leí yo hace unos ocho años, una primavera hiperactiva en la que me encontraba yo currando en tres trabajos, y lo leída de camino a La Latina, donde en unas cuevas estaba yo como camarero, en simetría con aquel lejano tiempo en que me preparaba como cocinero en la escuela de hostelería de la Casa de Campo, y leía yo por entonces la trilogía barojiana de La lucha por la vida, que toca el tema del anarquismo español de principios de siglo.

Aurora Roja, de don Pío Baroja


Editado bellamente por Caro Raggio, al igual que el resto de la trilogía, con el sello ilustrativo de Ricardo Baroja, hermano del autor. Formaba parte de la pequeña biblioteca en la alcoba de mi hermana, que estudió Filología Hispánica, y donde en su ausencia, yo me pasaba las horas vivas entre libros -no demasiados para una estudiante de filología, me dijo un amigo, pero sí los suficientes para que me picara a mi el bichito que hace adictos a la lectura-. Abundaban las novelas barojianas, tanto como las de Gabo el mago, casi tanto como las novelas de nuestro hada madrina, Carmen Martín Gaite, Hilvanes bien lo sabe, ella que es mi compañera de fatigas y placeres literarios. De Carmen leí primero La reina de las nieves, y entonces ya obró en mi el milagro de su narrar, o como diría ella, su contar.

La reina de las nieves, de Carmen Martín Gaite


Fue un deslumbramiento, al igual que me ha sucedido con tantos libros, que si son buenos te llevan a otros, por eso nos atrevemos a decir que los libros van encadenados, y que con ellos vamos, como a una de las pocas prisiones donde merece la pena cumplir la pena y expiar nuestras culpas, una cárcel de celdas abiertas e ilimitada, el terreno de la libertad posible, pues el buen libro te atrapa y cuando te suelta te ha empujado a otro libro. Lo que recuerdo de La reina de las nieves, como de cualquier escrito de Carmiña, es la empatía con los personajes en particular, con la narración en general. Recuerdo sobre todo la escena donde se habla del vèrtigo ante las pinturas del pintor alemán Caspar David Friedrich, vértigo que ya había sentido hace años, en aquel otro deslumbramiento que tuve en el conocimiento de este pintor. Esta novela se basa, es una versión moderna, de aquél cuento del más terrible de los autores de cuentos de hadas, Hans Christian Andersen

Cuentos, de Hans Christian Andersen


Los libros de relatos para niños deberían ser leídos por el lector adulto, sobre todo en buenas compilaciones y ediciones comentadas, pues es aquí donde se halla el germen de las futuras lecturas y del amor que tendremos en un futuro por los libros. Como en los versos del más alto de los poetas, R. M. Rilke, que encabezan este post, los cuentos son como los ángeles, son el principio de lo terrible. Los cuentos han de leerse íntegros, absténganse de leer reducciones o copias censuradas, pues la crueldad, la violencia, la turbia sexualidad y el amargo final que forma parte de algunos de aquellos cuentos en su versión original -sobre todo en Hans Christian Andersen-, será también lo que acaecerá cuando despertemos a la vida adulta Si logramos adentrarnos en el misterio de este universo infantil, si somos capaces de embriagarnos y mirar e interpretar a través de esa imaginería cargada de símbolos, metáforas y alegorías, comprenderemos que, por muy adultos y razonables que lleguemos a ser, esta vida no es más que un cuento, un sueño como escribió Calderón, cargado de esa terrible belleza angélica, pues todo cuento es la representación de la vida con pistas, con guías, con trampas, con palacios de ensueño y con bosques oscuros o encantados.

La vida es sueño, de Calderón de la Barca


Así también empatizamos con Segismundo, que vive en su prisión, y que es engañado. Por eso esta obra es una de las más universales, pues es una representación y una alegoría para todo tiempo y lugar, por tanto también una de las obras preferidas para los filósofos y los críticos de literatura. Es obra que también toma el testigo de las tragedias de los grandes clásiscos griegos: Esquilo, Sófocles, Eurípides; tragedias que compré hace más de una década en el barrio de Prosperidad, una tarde de Sábado. Por aquel entonces, en aquel tiempo germinal, los dioses aún trataban cara a cara con nosotros, por lo tanto Las Tragedias están hermanadas con los relatos mitológicos, y son a su vez las fuentes que regaron los inabarcables campos de los cuentos de hadas y de aquellas obras del Barroco como La vida es sueño, entre tantos otros campos. Personalmente, siento Prometeo Encadenado, de Esquilo, como un precedente de esta obra célebre de Calderón.

Prometeo encadenado, de Esquilo


De las tragedias de Esquilo es mi preferida, junto con Los siete contra Tebas y el ciclo de La Orestiada. Me recuerdo a mí mismo en una noche solitaria, solo en casa -yo era de los que, dada la multitud que en casa éramos, aprovechaba las escasas horas de soledad para la lectura, más que para la escritura, pues el jaleo de cien locos en mi cabeza es continuo, por lo que el ruido no me molesta para escribir, pero sí para leer-. Me recuerdo usurpando el sillón paterno, bajo la lámpara de pie, el mejor sitio para la lectura por las noches. Recuerdo también la grata sorpresa que me supuso la lectura de Prometeo Encadenado, la primera en el libro, un deslumbramiento feliz, una conciencia de que la modernidad y la vanguardia ya la hacían los griegos. Pero esta es otra tesis que deberá ser defendida en otro momento y lugar, al igual que el tema de su dudosa autoría, que deberá ser estudiada por otros más sabios.  Me recuerdo también, un año antes, en otra noche de soledad en casa, divertido y risueño por otra gran obra que a la humanidad ha sido dada: La Conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
Prometeo, cuyo pecado fue darnos a conocer el fuego, es amonestado por Hermes:


A ti, sofista
Insolente y acerbo, de los dioses

Enemigo, que diste a los mortales
Efímeros, su honor; ladrón del fuego,


(Continuará, con La conjura de los necios)