jueves, 29 de enero de 2009

Dejaré mi alma en fotografías y azucenas




Pequeño vals vienés

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.


Este vals, este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.


Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.


En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados,
hay frescas guirnaldas de llanto.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.


Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.


¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals, este vals del "Te quiero siempre".


En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

(Federico García Lorca)


lunes, 26 de enero de 2009

La Clase (Entre les murs) . Yo tampoco entiendo nada



¿Rebelión en las aulas?, ¿Mentes peligrosas? No están mal, el género de aulas con alumnos conflictivos y profesores salvadores están muy bien y son muy bonitas y muy divertidas. Pero la realidad no es así, o si lo es pasa tan desapercivido el meollo peliculero como tu vida anónima y la mía.
Sin embargo esta es distinta, me atrevo a decir que es un reflejo fiel en cuanto me ví a mí mismo de adolescente en algún comportamiento de esos alumnos franceses.
Tengo varios amigos que se dedican a la docencia, ellos sabrían mejor que yo llegar a conclusiones después de ver esta película que se merece, del 0 al 10, un once. Es decir, una matrícula de honor.
Es una película larga y que sucede, como el título del original dice, entre los muros, o como dice la versión española, en una clase. No se ven los conflictos familiares en las casas de los alumnos, no se les ve en la calle. La cámara no sale del instituto. Y sin embargo atrapa la atención desde el primer instante, y no te acuerdas del reloj, ni te preguntas qué hora será.
No es, sin embargo, una película alentadora. Más bien es pesimista, el futuro con alumnos así es más bien negro. Y no son malos.
Pero hay un momento en el final que lo dice todo, cuando los chavales cuentan lo que les ha gustado de otras asignaturas, y explican algo que les haya interesado. Cuando salen del aula, se queda una chica y le dice al profesor que no ha entendido nada, ¿sobre qué? De todo, de todo en general, para qué sirve todo esto, de qué nos sirve aprender todo esto.
Pero es que un aula es un microcosmos de lo que hay no sólo en este momento, si no en un futuro no muy lejano.
En este momento.
En este momento yo tampoco entiendo nada, me siento identificado con ella, la chica afro-francesa, y me pregunto a mí mismo a falta de guías de qué va todo esto, que es que yo tampoco entiendo nada.

domingo, 25 de enero de 2009

Simbolismo (VI) Pintura española entre dos siglos



En la fundación Mapfre terminaba hoy la exposición Entre dos siglos (España 1900)Me pareció maravillosa, y es una pena que llegáramos una hora antes de cerrar, porque la muestra estaba para quedarse al menos una tarde entera.
Vale que estaban Dalí, Picasso, Miró, Zuloaga.
Pero me impresionaron ante todo (No todos estos cuadros estaban en la exposición, he hecho lo que he podido):


La expresividad de las miradas de las mujeres morenas de Julio Romero de Torres



Solana, que no sé por qué, al mirar sus cadros me entran ganas de leer a Pío Baroja.



Ramón Casas, que siempre me ha gustado por lo confortable de sus escenas y el tratamiento de los desnudos.



Rusiñol, del que conocía poca obra y al que confundí con Casas.



Regoyos, al que no conocía, encantado, el gusto es mío -¡un puntillista español!-


Sorolla, el que más me emocionó, por el milagro de la luz en los niños bañistas.

Puntillistas, expresionistas, impresionistas... simbolistas.
No es la transcripción de la realidad lo que busca el Arte, si no su expresión, su impresión, su ánima, de una manera u otra.
Luego, ante dos cervezas, un cortado y un té, mis tres atractivas acompañantes y yo, indignados por los precios en mesa del Café Gijón -era lo más cercano-, quisimos darle la vuelta a las mesas, por ver si eran lápidas lo que se hallaba detrás de todo ello, en homenaje al Cela de La Colmena. Si lo sé nos vamos a Casa Pepe. Y para colmo ni un famoso, lo mismo el único juntapalabras del entorno era yo. Timadores...
Al menos, la exposición era gratuíta.

miércoles, 21 de enero de 2009

Zoológico

Un gato
doméstico y callejero
uraño te araño
zalamero y con sombrero

Un lobo
de jaula y de estepa
acecho en la sombra
en busca de hembra

Un pez
de acuario y océano
aladas aletas
agallas de gallo

Un pájaro
de trino atorado
te canto un cuento
piar despiadado

Un hombre, una hembra
de ambrosía hay hambre
de dioses y olimpos
de eras y edades

Y maulla miau
y aulla uauh
y bocea glub
y pía pío
y dice basta.

Se abrió la cesta del gato de persia
se abrió la jaula del lobo estepario
se abrió la pecera del pez oceánico
se abrió la garganta del pájaro mudo
se abrió la cadena
que al hombre condena.

martes, 20 de enero de 2009

El Mundo (,) de Juan José Millás

Entonces comprendí de súbito que uno se enamora del habitante secreto de la persona amada, que la persona amada es el vehículo de otras presencias de las que ella ni siquiera es consciente. ¿Por quién tendría que haber estado habitado yo para despertar el deseo de M.J.?
Juan José Millás. El Mundo.

La coma del título del post es opcional, está puesta así entre paréntesis como homenaje, quien haya leído el libro sabrá la impertancia que tiene para la fábula esta muleta -o ala- ortográfica.

Al señor Millás le dediqué uno de los primeros artículos que escribí en un blog, en mi Manicomio anterior, o quizá será mejor decir interior. Le acababan de vestir con ese fajo de billetes que es el Premio Planeta por esta novela de hambre y frío. Una novela de infancia y desolación, de fantasía cotidiana -como todo lo de Millás- y de ganas de morirse -esa escena del adolescente huyendo bajo la lluvia que se confunde con su sollozo por el maltrato-.
No es una novela, aunque él sí la llama así. Son unas memorias, quizá ni siquiera noveladas. Aunque todo lo que toca el literato se literaturiza.
La realidad está literaturizada, ¿quién la desliteraturizará? El desliteraturizador que la desliteraturice, buen desliteraturizador será.
Ahora vas y lo cascas, como decía el otro.
No he leído demasiado de Millás, admirándole tanto quizá debería hacerlo. Papel mojado, El desorden de tu nombre, y un libraco de relatos sobre parejas que tienen sus amantes y a las que les pasan cosas no muy normales.
Recuerda en esa otra realidad cotidiana, en esa manera nueva de mirar las cosas, a esos talentos como Cortázar y Kafka.
Yo lo que más apreciaba de Millás era su humor, pero después de El Mundo, su hondura, su lección de amarga verdad, esa magistral manera de autoretratarse... impedirán que vuelva a acercarme a sus escritos como antes, con tanto desenfado.
Muerto Umbral quizá sea el mejor escritor vivo aquí en España, no lo sé, tampoco he leído a tantos, ni tanto.
Él capitaneando el equipo de los chicos, ¿y el de las chicas, Clara Sánchez, Rosa Montero? No sé, las dos me gustan, y Clara Sánchez un día me llamó misterioso, en el retiro, y eso genera literatura, no sé, no sé... "A David, tan misterioso que ya se ha metido en las páginas de este libro", me dedicó en El misterio de todos los días, novelón que leí aquel verano, y subrayé, y tiene anotaciones en los márgenes y a pie de página, tanto me gustó. Pero Rosa Montero tiene La loca de la casa, que no es moco de pavo...
Es un libro que recomiendo a cualquiera, más que otros que me gustan y de los que pueda hablar aquí, lo recomiendo hasta a los que quieran recobrar esa fiebre de lectura que quizá hayan perdido en algún mamotreto milpagenario -toma palabro-.
Todo el que haya sido niño -lo digo porque muchos se automutilaron de camino hacia esa nada de madurez y hastío- se verá reflejado en algunas páginas. Celebrará o maldecirá las coincidencias, según.
Cuando Juanjo, el personaje de la narración, descubre esa huída de la opacidad circundante a través de las novelas condensadas del Reader's Digest, me acordé de esas larguísimas tardes que no terminaban nunca con la colección de esa revista que tenía mi padre en el pueblo.


O cuando le regalan un par de zapatos nuevos, y de qué manera siente sus pies más ágiles. Recordé cuando a mi hermano pequeño y a mí mi padre nós regaló unas botas de siete leguas, dicho así por él, y doy mi palabra, casi volábamos.
Los miedos, las manías -eso de hacer las cosas en series de tres, eso lo hago yo-, las fantasías como escape, el fracaso escolar, el no entrarle las letras de los libros de texto pese a tirarse horas ante ellos...
Es mucho lo que tiene un libro de poco más de 200 páginas, ágil, de fácil lectura.
Y esa idea que lo llena todo, la escritura como un bisturí eléctrico, que va abriendo y sangrando a la vez que cura y cicatriza la zona a tratar.
Para finalizar, cito a Fernando Sánchez Dragó, quizá porque son, él y Millás, dos escritores antagónicos, ¿o complementarios?
Agradabilísima sorpresa, que me reconcilia con un autor del que siempre me había sentido distante, por no decir lejano. Entre Millás y yo mediaban abismos ideológicos y planteamientos vitales difíciles de salvar, pero eso, en lo que a mí respecta, es asunto zanjado. La lectura sirve, entre otras muchas cosas, para tender puentes de avenencia, cuando no de abierta amistad, entre el lector, el autor y los personajes de los libros. ¡Qué sorpresa! Resulta que Millás y yo no éramos adversarios, sino complementarios. Afinidades, las nuestras, de niños lobos. He devorado 'El mundo' con avidez, casi con lujuria. Lo he hecho mío, lo he subrayado, lo he manoseado, lo he estrujado. No podía desviar la atención hacia otras cosas ni desempeñar tareas, acaso más urgentes, pero menos apremiantes, que entorpeciesen el gozoso fluir, sin prisa y sin pausa, de la lectura. Iba yo, durante ésta, deslizándome con suavidad sin freno, incontenible, de línea en línea, de frase en frase, de párrafo en párrafo, de página en página -no tiene muchas- hasta alcanzar la última. Así leía en la niñez, cuando los libros me ayudaban a inventar el mundo y mis pupilas eran telescopios y microscopios de cera virgen, ajuste fino y alta resolución. Novela o no, ¿qué importa eso? Testimonio, autoanálisis, memoria, ajuste de cuentas, balance del debe y haber, crónica familiar y personal, mirada interior hacia el mundo exterior, reflexión, confesión, sanación (o no… Vaya usted a saber) y, en todo caso, apuesta audaz, riesgo asumido, naipes boca arriba y alta literatura. Mejor, añadiría, casi imposible. Así son los libros que de verdad me gustan.

viernes, 16 de enero de 2009

Inédito de Miguel Hernández

¡Alegría para los lectores de suplementos culturales! Hoy con El Cultural del diario El Mundo, venía este poema inédito de Miguel Hernández dedicado a J.R.J. :



A Juan R. Giménez

La senda colubriforme
se va con sumo interés.
Acaba la tarde. Enorme,
trepa la luna a un ciprés.

(Un ciprés, pico del ave
alicaída del prado,
que aún del postrer sol suave
se mira crucificado.)

¡Cuántas estrellas se doran
en el cielo ya azul bajo!...
Por la senda lloran-lloran
las esquilas de un atajo.

Ante él, alumbrado por
la lumbre de las estrellas,
camina lento el pastor
leyendo unas rimas bellas.

Y se queja dulce cual
las esquilas de áureo dejo,
cuando lee a la luz astral:
“…Pastor, toca un aire viejo”.


Vemos que la letra del poeta de Orihuela es clarísima. Por entonces no había publicado aún su primera obra, Perito en Lunas, que acusa influencias simbolistas y gongorinas, causadas quizá por la fiebre del 27, y por una devoción al poeta de Moguer. El mismo título, Perito en Lunas, es algo pretencioso, dado que luna en la terminología simbolista es la imagen más fiel de La Poesía. Pero, ¿qué gran poeta no es pretencioso, sobre todo en sus años mozos?

jueves, 15 de enero de 2009

Pañuelo en mano, maldiciendo...

Pañuelo en mano, maldiciendo
llorando la nostalgia
de los humos del pasado...

Pero no, basta, no voy a crear una elegía del tabaco, al que estoy echando tanto de menos en estos días de moco y fiebre. Hago la prueba, enciendo un cigarro, doy una calada, y el humo, en vez de ir a mis pulmones, es rechazado en un ataque de tos dejando un sabor a hiel desagradable. Lo compenso con menta poleo y miel, leche caliente con miel, café con leche y miel, uno a la mañana y otro a la tarde, que si no me dan taquicardias, si tomo los cuatro que mi cabecita loca necesita.
Pero cambiemos de tema y hablemos de Galicia, que no sólo da buenas leches y mariscos, altos literatos como Cela y Rosalía de Castro -a la que sin remedio he de dedicar un post algún día-. Galicia, como Aragón, es cuna de algunos de los grupos de calidad que triunfaron por la península, como Golpes Bajos, Os Resentidos, y, Siniestro Total, que hoy al levantarme me han dedicado esta canción, no me la quitaba de la cabeza:

Sana, sana, culito de rana
si no sanas mañana
tampoco sanarás hoy
si no comieras tanto dulce
ni tanto chocolate
ahora estarías mejor




Duermo a deshoras, últimamente me acuesto temprano, como Proust, y me despierto sobre las dos de la madrugada -hora a la que suelo acostarme- y no pego ojo -bueno, algún simulacro hay- hasta las siete. Me tomo la medicina y duermo como un bendito hasta las diez. En esas horas de vigilia a uno se lo ocurren ideas peregrinas. Ayer, por ejemplo, escribí una novela mentalmente, bastante macabra y negra, la verdad.
Si alguien me retratara en ese trance seguro que parecería Alonso Quijano el Bueno, dibujado por Doré.




Lo mejor de estos días es la novela que comencé ayer, El Mundo, de Juan José Millás. Tenía otras novelas adelantadas en la cola pero esta me reclamaba -quizá porque no he leído a un autor que sepa describir tan bien un proceso febril como Millás-.

martes, 13 de enero de 2009

... que trata de ...

Estas navidades fui a ver La Ola a los cines Kinépolis:



Trata de un profesor al que un experimento se le va de las manos. Trata también de lo fácil que es crear cadenas, y de lo difícil que es liberar al encadenado. Es decir, que una vez liberado ande por sí solo. Identificación con un grupo antes que la búsqueda de la identidad, por dolorosa que sea.
En el microcosmos de un aula, se demuestra que un gobierno autocrático es posible hoy en día.
Es una película muy interesante.


El Viernes pasado, día de nevada, las salas del kinépolis estaban más vacías que cualquier lunes. Como Bienvenidos al Norte ya había empezado, decidimos ver Mongol:

Película de género épico, que trata de la odisea de Gengis Kan desde su infancia hasta la llegada al destino por el que fue conocido.
Es una película muy hermosa.
Además que nos abastecimos de pepsicolas y palomitas, yo me preparé una bolsita con mi golosina predilecta en esas salas, unas crujientes delicias mejicanas picantonas.
En la película Mongol no dejan de comer carne, así que al salir sugerí a mi colega que nos tomáramos unas costillas en el ribs, para calmar ese hambre caprichosa que dan las películas sugerentes.


Este Domingo a la tarde fui a la filmoteca a ver dos cortos y un mediometraje de Pamplinas, Cara de Palo, el genio de la sonrisa que nunca sonreía: Buster Keaton.
El mediometraje era El Moderno Sherlock Holmes:



La gente, cosa rara en los cines, aplaudía estruendosamente después de cada corto, después del mediometraje. Que trata de un aprendiz de Sherlock Holmes, todo un desastre.
Es, una película muy divertida, que recuerda aquella canción de Aute que dice eso de que los sueños, cine son:

domingo, 11 de enero de 2009

Los Detectives Salvajes

(No es posible copiar el código de este vídeo en el que Bolaño habla del rostro de sus lectores, pero si me pinchas con cariño podrás verlo).

Conocí al Bolaño-personaje en la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas, en la que le vemos en dos momentos de su vida, trabajando como guarda en un camping y, años después, ofreciendo importante información para las pesquisas del protagonista.
Es lo que tiene la literatura, que está llena de reencuentros. Si la vida es un pañuelo y la literatura es un espejo, pues la literatura es un pañuelo, también.
Una vez un profesor mío dijo que la literatura buena debía estar llena de juegos, matices, historias dentro de historias, guiños del autor al narrador y del narrador a los personajes y al lector. Es decir, que lo complejo, bien construído, es virtud en literatura.

Volví a encontrármelo en Los Detectives Salvajes, esta vez con el nombre de Arturo Belano-y no sólo le vemos en el camping, si no también ganándose el jornal en oficios variopintos-, y como uno de los protas principales. Y como autor, pero no como narrador, ya que es el joven poeta Juan García-Madero el que narra y luego se pone a investigar, entrevistando a casi un centenar de personajes. Creo que no he tenido el gusto de tratar con tanta gente a través de unas páginas desde que leí La Regenta.
Creo que no me confundo si digo -osado que soy- que es novela de exageración, algo que proviene de los tiempos de Rebelais, el del Gargantúa y Pantagruel. Los personajes de Bolaño, jovencísimos, tienen todos una capacidad envidiable en muchos sentidos. O es que en Méjico la gente madura antes, y hace todas esas cosas que aquí hacen. Como tomarse con el viejo Amadeo Salvatierra más de una botella de tequila cada uno, además del mezcal, y yo que me bebí un día cinco tequilas y terminé mal, muy mal, y ellos tan frescos.
Son personajes desafortunados, pero no tanto. Es decir, su dignidad es grande, trágica como de héroe trágico. Les seguimos la pista a través de las voces de demasiada gente, y vemos que es lo que van haciendo.
Arturo Belano, de amor en amor, siempre cogiendo -al igual que García-Madero-, de oficio en oficio, insolente o irónico, mágico -hace algún que otro milagro- y aventurero -le perdemos la pista en África, muy enfermo de todo, eso sí-.
Ulises Lima. Cuidado con éste, porque es personaje principal pero no sale tanto, no se le describe tanto. Es misterioso y místico, va siempre rayando la indigencia, con un libro en las manos, leyendo, haciendo anotaciones al margen, de lugar en lugar. Nunca se le ve cogiendo, pero sí enamorado, quizá llorando en mitad de la noche en sueños, cada noche. El misterio está donde algo se desconoce, y de Ulises todo se insinúa, pero no se explica, ni su comportamiento, ni su paciencia, ni su odisea. De su conversación con su enemigo Octavio Paz nada se sabe. Se les ve juntos, hablando, pero nada más.
Los dos siguen las pistas de Cesárea Tinajero, madre de los poetas real visceralistas. Heroína trágica, como Ulises Lima. Ella es el centro de la novela, lo que se busca, lo que se encuentra, y nada más hallarlo ya se pierde. Da a este libro ese paisaje de desolación, en el que el que se pierde se pierde porque quiere, huyendo o buscando algo.
Búsqueda y huida, sobre todo búsqueda. En seiscientas páginas con un largo centenar de historias. Tres partes, la primera y la última son el diario de García-Madero, y la central es larga y rica, y como todo lo rico y lo barroco tiene episodios geniales, y otros aburridos.
Es normal que falle el que se atreve con lo grande. y como no, no es una novela sin falla. Por ejemplo, yo noto que a Bolaño le pierde su estilo en todas las voces, sí, en la parte central hay decenas y decenas de voces, pero algo de Bolaño se reconoce en todas. Y que hay veces que entran ganas de estampar el volumen de la chingada contra la pared, no se termina nunca, pero es que tampoco quieres que se termine.
Es una novela para perderse, y necesita tiempo, pasarse unas cuantas horas seguidas cada día, yo tuve que interrumpir la lectura en el tiempo de Navidad, no es novela para leer media hora cada día.
Dicen que es de lo mejor que se ha escrito a finales del siglo XX, y que Bolaño abre caminos narrativos. Sí, es cierto, nunca se leyó nada igual, y no es que sea una novela hermética para iniciados, no es un objeto aburrido con un código que haya que interpretar, como tanta vanguardia. Es una novela vital y entretenida, con una gran intriga y bastante suspense. Pero has de ser un lector activo y con imaginación.
Es un libro para gente inteligente, como tú y como yo, que no nos gusta que nos mastiquen la comida, que preferimos masticar nosotros.
Por ejemplo, la novela trata el movimiento poético realista visceral, pero en ningún momento se transcribe un poema de esta gente. El lector habrá de imaginar algo que repele a muchos y atrae a unos pocos, y que pasado un tiempo es mejor olvidar. ¿Qué será eso? He ahí el misterio, el enigma, el horror que no se dice y se insinúa.
Los hay que comparan esta obra con Rayuela, de Cortázar. Y sí, seguro que es cierto. Pero yo con Rayuela me ayudé de la introducción de Anrés Amorós, en la edición de Cátedra, tuve esa guía. Y es seguro que pasados unos años alguien hará lo mismo con Los Detectives Salvajes, afortunado quien así guiado lo lea, para no perderse en tanto personaje, en este laberinto, en este desierto.
Roberto Bolaño no tuvo fama hasta finales de los noventa, con esta obra magna. Sólo pudo disfrutar de ese reconocimiento durante cinco años, que los pasó trabajando en 2666, su obra póstuma. Ya en Los Detectives Salvajes se barrunta algo, da la sensación que estas 600 páginas desquiciadas son sólo un prólogo. A ver, quien me regala el tiempo y la tranquilidad necesarias para acometer tamaña empresa, que es que son más de mil páginas...
Bolaño murió joven, aun podría haber escrito algo más grande, de cincomil páginas, al menos. Se metió él como personaje en libros propios y ajenos. Es ese gusto travieso de muchos escritores. Quizá Vilá-Matas, que tanto amor tiene por los escritores y a los que resucita en sus obras, vuelva a resucitarlo en alguna próxima novela.
Eran amigos, he aquí las pruebas del delito:

miércoles, 7 de enero de 2009

Faro


Un faro es una pintura que había en mi casa cuando era niño, pintada por mi abuelo, del que según dicen saqué un gran parecido físico.
Mi abuelo Manuel era constructor, y tenía gusto por los pinceles. Estuvo preso un año o más al finalizar la guerra incivil, quizá por rojo o porque le pilló en la zona en la que tocaba ser rojo. Nunca le conocí, pero me hubiera gustado preguntárselo.
En mi casa había dos cuadros suyos de corte romántico y casi fantástico por su poca visión realista del paisaje: un puente y un faro.
Me fascinan los puentes y los faros, pero también los caminos, senderos y bosques, los horizontes y los precipicios abisales. También los acantilados. Y las cabañas iluminadas y ocultas en una bosque como el calor y la protección en esta vida-selva y espesura.
Yo soy como tú, una barquita chica que quiere llegar a puerto, a punto siempre de estallar mi casco frágil en la roca del acantilado. Culpa de la tormenta y de la noche.
Por eso el faro como símbolo me es tan sugerente, es el que sirve de guía para llegar a puerto. Pero no sólo eso. Es lo que te ilumina en medio de la tempestad, para que no te rompas.
Y no sé si el de farero sigue siendo un oficio o una quimera. Bonita y trágica profesión, la del linterna de los mares. Ser vigilante de los que en tí confían. Pero no poder hacer nada por los que a pesar de todo naufragan.



Faro que alumbras al mundo
por encima de la tempestad
devuelveme la esperanza
y que brille mi estrella
pero no en soledad
Oye mi voz
mi última oportunidad
faro que alumbras al mundo
alumbra mi vida

viernes, 2 de enero de 2009

Platos a ritmo de swing



En mi oficio de cocinero y en mi beneficio de literato me veo obligado -dulce condena- a buscar correspondencias entre la salsa y la página, la compota y el poema y el sabor y la ninfa, cual magdaleno proustiano, valga el disparate.
En esta NocheVieja, mientras que unas cortaban el queso y otras rellenaban el york con huevo hilado, yo me ví casi una horita quietito en el fogón, dándole al swing de la kokotxa, a ritmo de pil-pil.
Es un plato que roza la excelencia, quien lo probó lo sabe. Suntuosidad, delicadeza, sabor, suavidad de caricia.
Yo me imagino a los dioses del Olimpo degustándolas como tú o como yo las aceitunas.
La kokotxa o cococha es la oreja del pescado, -no exactamente, pero para que me entiendas así te lo digo-. Debieron escuchar dulzuras de sirenas, para saber así, y así soltar bendición de pil-pil.
O de merluza o de bacalao, yo las hice de merluza el otro día, pero siempre prefiero el bacalao, ese pariente pobre y resalao de la merluza, tan exquisita y sosorra.
Es el plato más sencillo y a la vez el más entretenido, sólo hay que tener swing, y paciencia, una santa paciencia.
El swing, que viene a decir algo así como balanceo o ritmo de columpio, es un estilo musical o muy bien podría ser elemento mayor del jazz. Pero su espíritu trasciende su casa de música y se mueve por otros lares, como la Literatura. Santo Julio Cortázar reconoció que él escribía con swing, y si él lo dijo yo le creo, que para algo es santo varón.



No necesita más que del buen aceite de oliva, sabio compañero de alquimias -porque la cocina es una alquimia, aunque hoy en día esté de moda jugar al quimicefa con los frutos de la madre tierra-. Luego es opcional -para mí necesario- el ajo, ese sólido manantial de juventud, renovador de la sangre, por ello los vampiros lo eluden. O bien muy picadito desde el principio, o frito aparte para sazonar al final. Y sal a voluntad, sobre todo en la aristocrática merluza, que el bakaluti ya tiene su sazón en las orejas.
¿Utensilio? El barro, que de ese material forjó Dios lo humano.
En bandeja de barro con lentitud, ante todo despacito y buena letra, lento fuego suave, decenas de minutos, hasta que suelte la kokotxa las gloriosas melodías oceánicas. Y no moverse ni para orinar, aunque salgan la Scarlett Johanson o el Eduardo Noriega en pelotas por la tele -según gustos-, quietecitos al fogón, que si el swing se pierde se pierde la kokotxa.
La alquimia de este plato está en soltar la gelatina que suelta poco a poco en el contacto con el calor en el aceite en un meneo contínuo de la bandeja o plato de barro.
Por eso hablo de paciencia, suavidad y lentitud. No puede hervir la salsa que se va ligando con el movimiento, llamada pil-pil. La mano ha de soltarse como ante el ritmo de esa melodía que oyeron bacalaos y merluzas, que seguro que era swing, Poseidón cual Satchmo y una sirena llamada Ella Fitzgerald, sendos cronopios para el edén de un tiempo sin prisas, tan escaso hoy:



Y yo preguntaría al santo Cortázar, ¿son cronopios también Ginger y Fred?