O sea, que pintura sería pintar las cosas cuando son menos ellas. Y literatura, claro.
Cuando son menos ellas: cuando están en trance de transmutarse por sí mismas (por la luz o la sombra del tiempo, si es que no es lo mismo) en otra cosa. Escribir, pintar, hacer arte, es sorprender la cosa en su momento metafórico.
Las cosas (las personas) tienen al menos un instante a lo largo del día -el atardecer, según Tiziano- en que son extrañas a sí mismas.
Es cuando el universo comulga con el universo, cuando la transvaloración natural de todos los valores se opera por sí sola.
Había que pintar la entropía y la sinestesia. Más que utilizar la sinestesia escribiendo (traslación de las palpitaciones de un sentido corporal a otro), sorprender la sinestesia que se opera en las cosas, el tizianismo de la vida.
Francisco Umbral. Trilogía de Madrid.
La melodiosa caricia de tus manos en mi rostro.
El susurro vergonzoso de tus ojillos al mirarme.
Yo escuchaba tu voz de bombón y almendra, crujiendo rica en mis oídos.
Guardo el sabor de un beso tornasolado.
Y atesoro la fragante luminosidad de tu sonrisa.
Y aquí estoy ahora, tecleando sinestesias, mala cosa es, un desorden sensorial provocado por alguna droga, por un daño cerebral, o por la locura. O la literatura, que está compuesta por desórdenes y alteraciones de todo tipo. Una de dos, o deformas, o informas. O te metes a literato o a periodista. Están los que, de una manera genial, meten esa deformidad en la crónica, como Umbral. O los que llenan de datos objetivos la literatura -cosa necesaria a veces, no lo dudemos, pero a veces tan molesta...-.
El simbolismo fue un movimiento, pero no se murió, ni se mudó, pasó lo que pasa con todo lo bueno, que pasados unos años, pasada la novedad, su luz y su sombra se fueron alargando, y así seguirá hasta el fin de los tiempos. Hay una corriente literaria, un río de tinta antígua, que es la que a mí más me interesa.
Nace por el 98 con Valle y Unamuno. Y Baroja y Azorín. Y como no Machado. Tan distintos eran como distantes sus literaturas. Pero se les metió en el mismo saco, los etiquetistas del Carrefour lo tienen duro por estas fechas con la campaña de Navidad, los etiquetistas literarios no lo tienen tan difícil, se dicen: estos nacieron por estas fechas, publicaron en este año, ¿a los cinco les gusta el dantesco baile del pañuelo? Pues generación pañuelo.
No, no lo critico, es necesaro, son imprescindibles las guías y las señales. Y algo común tendrán, enemigos a batir, padres a los que matar, hijos a los que parir. Valle y Baroja en nada se parecen, pero están en el mismo saco. Pero todos ellos tienen un mismo aroma reconfortante al rastrojo quemándose en una tarde de otoño en la que el sol siempre se va yendo dejando el más mágico instante.
Pasé quizá demasiado rápido por el frío, pero algo fui recogiendo, y me paraba allá donde encontraba calor, uno quisiera pararse siempre al amor de la lumbre de Ramón Gómez de la Serna, su casa es como un bazar que nunca se acaba. O bajo el sol de Juan Ramón Jiménez, donde nada es necesario, tan desnudo.
Pero eso sería limitarse, yo no quiero especializarme y ser el más sabio en la h cuando todas las letras del abecedario pasan a mi alrededor, reclamándome.
En Lorca, sobre todo en él, hay algo de ese mágico instante, de ese misticismo que evoca una eterna última tarde, preludio de la muerte, que nunca llega del todo.
Canto del cisne de la literatura nuestra, oro de las últimas hojas caídas, por qué nos ha tocado a nosotros nacer en este país inmenso y tan acomplejado.
Es un país que siempre se está desintegrando, pero que nunca termina.
Generaciones de postguerra, por ahí continúo. El oro mágico de la hoja de Otoño sigue en Cela, Aldecoa, en todos los que les acompañan. Allí en el río Jarama un grupo de jóvenes..., y entre visillos la gente de ese pueblo...
No sé distinguir el humo del sarmiento y de la piñota, tampoco es tan necesario si de camino hacia la inevitable noche uno se sienta al calor de todas esas palabras quemándose dentro de uno. Combustión en el alma, energía.
La palabras de oro y bronce, las palabras huelen a humo, saben a pan con aceitunas. Las palabras te golpean o te acarician.
Esas correspondencias de las que hablaba Baudelaire, para abrir resortes en el alma a través de los sentidos.
Cuando leí el primer libro entero de Umbral, en Primavera y con lluvia, luego una tarde, en la última página, salió el sol y salí a la calle y me reencontré con todo aquello que evoqué.
El impresionismo es un estilo pictórico y musical contemporáneo al simbolismo. Hermanado o casado, o la misma cosa.
Son impresiones, lo demás como que no me importa, ni el análisis crítico ni la moraleja final, cuando uno lee un texto, poema o narración, y por dentro algo reconoce en las palabras a un hermano que vuelve o a una novia que llega para quedarse para siempre.
A veces me pregunto por qué sigo leyendo a autores extranjeros, si ya sé que la combustión que necesito para la energía de mi busca está en los de esta tierra. Que te hablan de lugares que has pisado, de hechos que tenéis tú y los tuyos en la memoria personal y colectiva.
¿Perdí el tiempo leyendo a Amis, a Auster?
Hay que buscar por cualquier parte, el encuentro nunca se sabe donde puede suceder, el patito feo que un día será cisne no puede quedarse quieto en sus complejos. Hay que escapar de las reinas de las nieves.
Volver a la oscuridad y confusión del medievo, donde cada país estaba fragmentado en mil reinos, para encontrar el tuyo e iluminarlo, llevándolo al renacimiento claro y armonioso. Que para que haya una estrella es necesario el caos, que para encontrar primero hay que perderse.
En permanente lucha contra los ejércitos de la desolación.
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