jueves, 24 de diciembre de 2015

Alucinación de Navidad



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La flor de hibisco seca, como un pequeño capullo inservible, cuando se humedece se agranda y se expande, cobrando la apariencia de un gorrito de Papá Noel o, si prestamos atención más detenida, el gorrito de un diabólico bufón.
O quizá fue el influjo de la luna llena de la madrugada de la Navidad del año 2015, suceso que no volverá hasta más allá de dos decenios, y suceso que no regresó desde aquella Navidad de principios de los años noventa, cuando mi hermana pequeña se perdió, y nadie se dio cuenta hasta que ya casada y con hijos nos contó el pecado que la Nochebuena cometió contra su seno. Y desde entonces no volvió a creer, y yo, triste yo, no volví a crecer.
No, no volví a crecer, quedé dentro del adolescente que fui, anclado en el puerto de la ilusión y la inacción y la inercia, donde el futuro se aniña y el pasado lo inunda todo como un leviatán monstruoso y redundante.
No, mi hermana pequeña no volvió a creer, quedó su corazón enterrado en el bosque en que se sintió sola, abandonada por la familia y los amigos al ataque de las fieras y al acecho lúbrico de los hombres malos.
Esta Nochebuena del 2015 volví de la Misa de Gallo y retomé el gin-tonic por donde lo dejé, a la mitad y aumentado por el hielo derretido, por lo que le añadí otro opulento, un hielo como un huevo de hielo que asemejara una brillante piedra preciosa de dimensiones extraordinarias.
Me repantigué en el sofá rodeado de la familia y eché mis ojos a pasear por los alrededores del salón y por las estancias de mis interiores vanos. Como era tan habitual en mí, mientras ellos seguían con alegre atención infantil las canciones y sucesos que la televisión peroraba, yo me acomodaba ensimismado y ausente, sin perder detalle de las correspondencias entre el exterior y mi interior, cazando gestos de allí para cocinarlos aquí, y así lograr la gran alucinación llamada magia navideña, un misterio nebuloso -hoy, además, amaneció nublado- donde los recuerdos se barajan por el gran tahúr que es el poeta que soy para obrar el milagro, la gran jugada, por lo que seguimos creyendo y no creciendo, anclados digo en el puerto de la adolescencia.
Fue entonces cuando, aprovechando una pausa para la publicidad y que todos callaron su jolgorio, miré a mi hermana pequeña e imploré, deseante:
-Hermanita, venga, cuéntanos otra vez lo de aquella Nochebuena, sí, esa en la que te perdiste y que ninguno nos dimos cuenta, bueno, yo sí, ya te conté, que estaba preocupado y me dio por imaginar, y llegaste algo tarde pero nadie le dio importancia ...
Miré en mi gin-tonic la cáscara de limón y las bayas de enebro y las bolas de cardamomo y pimienta roja agrandadas por las dos horas de humedad en la ginebra y la tónica azulada, tónica mar, gin tónic oceánico y e incógnito, donde la flor de hibisco me sobrecogió por el color picante carmesí de flor abierta.
-Cabronazo - renegó con pómulos púrpura-, ya podrías haber dicho algo y que me fuerais a buscar, pero no, como siempre, aquí cada uno a su bola.
-¿Qué pasó? -arquea una ceja sin celos mi cuñado su marido.
La flor de hibisco se abre aun más a mi terror rojo y su vergüenza sonrosada. Recordé que imaginaba que ..., mientras ella contaba que ...
Resultado de imagen de flor de hibisco gin tonic-No tenía ni quince años, yo estaba con mis amigas paseando la tarde de Nochebuena, y nos juntamos con unos amigos, y sin darme cuenta me separé con uno y nos perdimos y él se asustó y anochecía y se fue corriendo y quise seguirle y me quedé sola cada vez más oscuro y habíamos visto hombres que nos miraban, que me miraban, porque él, bueno, qué más da, de pronto me quedé sola y no veía ni las luces de la ciudad y tuve mucho miedo y pensé en todos vosotros y en qué pasaría si yo no llegaba a casa una noche como la de hoy, de Nochebuena, y lloré y ya estaba oscuro del todo cuando pude ver la luz de unas farolas y casi tenía más miedo de ir por allí porque antes habíamos visto hombres que me miraban y serían lo que pasó cinco minutos pero me parecieron cinco horas y de pronto esa luna llena y los perros ladrando y unas risas que no parecían humanas y unos lamentos y tuve tanto pánico que fui a la calle y ya allí eché a correr y no sabía qué autobús coger ni si el metro que había allí me venía bien y cogí un taxi con el aguinaldo que me dio el tío Paco, que yo quería comprarme un disco y se lo dí al taxista que me llamó señora y no niña, si yo era una niña, me sentí fatal, y luego llego aquí y mamá hija, qué tarde llegas, pero nadie ni puto caso y tú, y tú, mirándome con esa cara de empanao que tienes siempre, que dónde estaba, pues qué te pensabas...
Desde entonces ya no serías mi hermana pequeña, pensaba o intuía, y la flor de hibisco se terminaba de abrir hermosa y maligna y carmesí como su boca entonces cuando me dijo aquello interrumpiendo un sollozo oye a ti qué te importa con quien estaba con mis amigas y me perdí sola y abandonada por todos pero es Nochebuena le dije y deberías estar aquí yo sí estaba asustado, y a mí qué la Navidad me dijo, y calla y no digas nada les trae sin cuidado que me pierda o que esté con quien esté y se metió en el baño con cerrojo y escuché un lamento y chorros de agua caer y su voz dolida murmurando y un ladrido y una blanca luna llena y una mirada lúbrica de hombre y como un presentimiento también una flor rojísima abriéndose, la flor de hibisco ante mis narices.Resultado de imagen de flor de hibisco gin tonic
Terminado su relato antes de que terminara la publicidad, su marido mi cuñado se encogió de hombros qué harías tú con ése y mi hermana pequeña se encogió de hombros y sonriéndome a mi con picante carmesí me perdí, joder, desde entonces todo esto me parece un paripé y lo hago por los niños y por la familia que ni se preocuparon de mi aquella Nochebuena y yo perdida, ahí, abandonada.
Yo me encogí de hombros decidido otra vez a no seguir creciendo y fui a servirme otra bebida, un bourbon solo con hielo, después de mirar atónito el gorrito de diabólico bufón de la flor abierta en el gin-tonic acabado que se burlaba de mi.



martes, 20 de octubre de 2015

Los libros encadenados

Dos hombres contemplando la luna, de C.D. Friedrich

¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel 
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado ...

(Reiner Maria Rilke. Las Elegías de Duino. Primera Elegía)


Donde se guardan los libros, de Jesús Marchamalo


El pasado lunes, paseando y a la busca con un amigo lector por la Feria del libro antiguo y de ocasión de Recoletos, recordaba y contaba la anécdota del año anterior, cuando ya de anochecida, y por el mismo paseo, me encontré con Jesús Marchamalo. Yo le conocía, le había leído, y el a mí no, aunque alguna vez comenté algo en su blog a propósito de nuestra querida Feria del libro antiguo. Le saludé, claro, y me contestó: vaya, alguien que me conoce. De todos es sabido que a los autores no les conoce nadie, salvo el que los lee. Pues bien, a mi amigo lector le recomendé con candor Donde se guardan los libros, pues es una lectura indispensable para todo aquél que sienta curiosidad por lo que leen los autores de renombre, yo se lo prestaría. También le recomendé, con el tomo de sus relatos ante nuestras narices, a G.K. Chesterton, del cual el año anterior yo compré un volumen con las peripecias de su popular personaje el padre Brown. Mi amigo me hizo caso y compró los relatos, aunque, le advertí, lo bueno de verdad es El hombre que fue Jueves, libro que por esos misteriosos avatares de la física cuántica nos encontramos dos casetas más adelantes, y que también compró.

El hombre que fue Jueves, de G. K. Chesterton


Clásico que trata de una conspiración anarquista, recomendable para el lector que quiera dejar a su mente volar con libertad cazando ideas como nubes, dentro siempre del decoro y el buen gusto propio de un gentleman, un caballero por decirlo en católico. Este libro lo leí yo hace unos ocho años, una primavera hiperactiva en la que me encontraba yo currando en tres trabajos, y lo leída de camino a La Latina, donde en unas cuevas estaba yo como camarero, en simetría con aquel lejano tiempo en que me preparaba como cocinero en la escuela de hostelería de la Casa de Campo, y leía yo por entonces la trilogía barojiana de La lucha por la vida, que toca el tema del anarquismo español de principios de siglo.

Aurora Roja, de don Pío Baroja


Editado bellamente por Caro Raggio, al igual que el resto de la trilogía, con el sello ilustrativo de Ricardo Baroja, hermano del autor. Formaba parte de la pequeña biblioteca en la alcoba de mi hermana, que estudió Filología Hispánica, y donde en su ausencia, yo me pasaba las horas vivas entre libros -no demasiados para una estudiante de filología, me dijo un amigo, pero sí los suficientes para que me picara a mi el bichito que hace adictos a la lectura-. Abundaban las novelas barojianas, tanto como las de Gabo el mago, casi tanto como las novelas de nuestro hada madrina, Carmen Martín Gaite, Hilvanes bien lo sabe, ella que es mi compañera de fatigas y placeres literarios. De Carmen leí primero La reina de las nieves, y entonces ya obró en mi el milagro de su narrar, o como diría ella, su contar.

La reina de las nieves, de Carmen Martín Gaite


Fue un deslumbramiento, al igual que me ha sucedido con tantos libros, que si son buenos te llevan a otros, por eso nos atrevemos a decir que los libros van encadenados, y que con ellos vamos, como a una de las pocas prisiones donde merece la pena cumplir la pena y expiar nuestras culpas, una cárcel de celdas abiertas e ilimitada, el terreno de la libertad posible, pues el buen libro te atrapa y cuando te suelta te ha empujado a otro libro. Lo que recuerdo de La reina de las nieves, como de cualquier escrito de Carmiña, es la empatía con los personajes en particular, con la narración en general. Recuerdo sobre todo la escena donde se habla del vèrtigo ante las pinturas del pintor alemán Caspar David Friedrich, vértigo que ya había sentido hace años, en aquel otro deslumbramiento que tuve en el conocimiento de este pintor. Esta novela se basa, es una versión moderna, de aquél cuento del más terrible de los autores de cuentos de hadas, Hans Christian Andersen

Cuentos, de Hans Christian Andersen


Los libros de relatos para niños deberían ser leídos por el lector adulto, sobre todo en buenas compilaciones y ediciones comentadas, pues es aquí donde se halla el germen de las futuras lecturas y del amor que tendremos en un futuro por los libros. Como en los versos del más alto de los poetas, R. M. Rilke, que encabezan este post, los cuentos son como los ángeles, son el principio de lo terrible. Los cuentos han de leerse íntegros, absténganse de leer reducciones o copias censuradas, pues la crueldad, la violencia, la turbia sexualidad y el amargo final que forma parte de algunos de aquellos cuentos en su versión original -sobre todo en Hans Christian Andersen-, será también lo que acaecerá cuando despertemos a la vida adulta Si logramos adentrarnos en el misterio de este universo infantil, si somos capaces de embriagarnos y mirar e interpretar a través de esa imaginería cargada de símbolos, metáforas y alegorías, comprenderemos que, por muy adultos y razonables que lleguemos a ser, esta vida no es más que un cuento, un sueño como escribió Calderón, cargado de esa terrible belleza angélica, pues todo cuento es la representación de la vida con pistas, con guías, con trampas, con palacios de ensueño y con bosques oscuros o encantados.

La vida es sueño, de Calderón de la Barca


Así también empatizamos con Segismundo, que vive en su prisión, y que es engañado. Por eso esta obra es una de las más universales, pues es una representación y una alegoría para todo tiempo y lugar, por tanto también una de las obras preferidas para los filósofos y los críticos de literatura. Es obra que también toma el testigo de las tragedias de los grandes clásiscos griegos: Esquilo, Sófocles, Eurípides; tragedias que compré hace más de una década en el barrio de Prosperidad, una tarde de Sábado. Por aquel entonces, en aquel tiempo germinal, los dioses aún trataban cara a cara con nosotros, por lo tanto Las Tragedias están hermanadas con los relatos mitológicos, y son a su vez las fuentes que regaron los inabarcables campos de los cuentos de hadas y de aquellas obras del Barroco como La vida es sueño, entre tantos otros campos. Personalmente, siento Prometeo Encadenado, de Esquilo, como un precedente de esta obra célebre de Calderón.

Prometeo encadenado, de Esquilo


De las tragedias de Esquilo es mi preferida, junto con Los siete contra Tebas y el ciclo de La Orestiada. Me recuerdo a mí mismo en una noche solitaria, solo en casa -yo era de los que, dada la multitud que en casa éramos, aprovechaba las escasas horas de soledad para la lectura, más que para la escritura, pues el jaleo de cien locos en mi cabeza es continuo, por lo que el ruido no me molesta para escribir, pero sí para leer-. Me recuerdo usurpando el sillón paterno, bajo la lámpara de pie, el mejor sitio para la lectura por las noches. Recuerdo también la grata sorpresa que me supuso la lectura de Prometeo Encadenado, la primera en el libro, un deslumbramiento feliz, una conciencia de que la modernidad y la vanguardia ya la hacían los griegos. Pero esta es otra tesis que deberá ser defendida en otro momento y lugar, al igual que el tema de su dudosa autoría, que deberá ser estudiada por otros más sabios.  Me recuerdo también, un año antes, en otra noche de soledad en casa, divertido y risueño por otra gran obra que a la humanidad ha sido dada: La Conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
Prometeo, cuyo pecado fue darnos a conocer el fuego, es amonestado por Hermes:


A ti, sofista
Insolente y acerbo, de los dioses

Enemigo, que diste a los mortales
Efímeros, su honor; ladrón del fuego,


(Continuará, con La conjura de los necios)

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Manicomiopedia (II)

MANICOMIOPEDIA



Cerveza


Color, aroma y sabor de las embriagadoras miradas de algunas muchachas.
"En mi garganta
los ojos de mi enamorada" (YSQA).


Encontrar


Para encontrar hay que perder primero. Luego buscar, después del encuentro amar. Pero la pérdida es inevitable para el encuentro.


Follar


Pretexto para los aperitivos y los postres. Follar en sí está bien: ejercita, aviva, descarga; pero lo que importa en verdad es la liturgia. En Manicomio lo practicamos sobre todo en los solsticios y equinoccios, en las noches de magia donde yacemos con diosas.


Luna


Se me ha caído la luna
en los reflejos del río
y rotita en mil pedazos
reparte su poesía
(YSQA)


Paloma


Hoy por fin he visto al viejo que da de comer a las palomas.



Rosa


Rose is a rose is a rose is a rose (Gertrude Stein)



Vila-Matas


Conocido aquí por Tito Quique, además de ser el autor de tratados metaliterarios como Dietario Voluble, Dublinesca o Bartleby y Compañía, y siendo también un gran motivador literario de largo aliento, don Enrique Vila-Matas, digo, es el padrino de Manicomio. 
Él, sin embargo, no lo sabe. 
Y como no se dé prisa se irá sin saberlo nunca.


lunes, 31 de agosto de 2015

Manicomiopedia (I)

MANICOMIOPEDIA

Anchoa


Manjar en salmuera enlatado que emparedado y acompañado de una cerveza -o varias- bien fría es ejemplo y espejo de lo que ha de ser una combinación perfecta. Con el boquerón en vinagre forma el famoso matrimonio, aunque como personas completas que son, valen por sí mismas. Valorada en Manicomio por su concentración de sabor y por su enjundia, la tomamos en la hora de la cena en días raros antisociales frente a una película clásica a ser posible en blanco y negro.


Babia

Patria límbica, famosa como destino turístico siempre a mano y sin fronteras. Aquí habitamos Nos.


Centuria

Nos, los Cien Locos


Dostoievski


Escritor capaz de rematar en su demencia al más orate. Sus novelas, rallantes, están lleras de seres histriónicos y atormentados. No leer mezclado con té, café, anfetaminas, cocaína, viagra u otras sustancias que alteren el sistema nervioso. Recomendable su uso en grandes cantidades con mayores injestas de alcoholes y otros depresores del ánimo.


España

Aparta de mí este cáliz (César Vallejo)


Hache




Jazz

La música de la libertad, que a la vez concede al oyente la posibilidad también de la libertad de detenerse a escucharla o de usarla simplemente como ruido de fondo. Con variedad de estilos, consiente en ser casado con otros estilos musicales en una ventajosa simbiosis. Es inmenso caudal, fontana, castalia, alfaguara ... Su uso está más popularizado de lo que comúnmente se cree: desde la publicidad hasta las películas pornográficas, esta música es ambiente como el mismo aire.


jueves, 27 de agosto de 2015

Relato de infancia y juventud en cuatro motivos


Uno




Nací después de la lluvia. La melodía Après la pluie, de Eric Satie, vino a conformar mi húmeda y cadenciosa personalidad, redimida por el momento feliz en que las nubes deshechas dejan que el sol ejerza su imperio, que calienta la tierra, llenándolo todo de fragancias azules, verdes y amarillas, de un dorado metal, de un mental abandono a la cadencia.
Al igual que otras abuelas hilvanan tejidos para vestir a sus nietos, mi abuela tejía al piano melodías de Satie, de Chopin, de Faurè, que cubrieron mi alma de lluvia y sol.


Dos




Dibujos animados en la sobremesa y por la tarde. Dibujos animados que representaban una realidad ideal donde sería divertido vivir, donde no habría problema sin solución. Yo de mayor sería el inspector Gadget de la existencia, con respuesta para todo. Era, mientras tanto, de niño, tan parecido a él, que él mismo era. Con respuestas para todo, sí, pero torpes. Y al final eran los demás los que terminaban solucionando los problemas. Más me hubiera valido querer ser como McGiver, que sin tanto gadget todo lo solucionaba con resolutivo ingenio.


Tres




La vida era un misterio que debía ser resuelto. En aquel tiempo devorábamos los libros de aventuras, de misterio, donde una incógnita abría un pasadizo secreto, ¿hacia dónde? Cuevas, casas, islas. Todo camino hacia la respuesta es obscuro, toda solución es justa, toda aventura enmarcada en el encanto y en lo mítico.


Cuatro


Cupido y Psique, de François Gérard


Estudiábamos en una biblioteca del barrio donde era más apetecible salir a fumar, a jugar a los futbolines, o ya que estábamos ahí, a merodear entre las estanterías de libros. Un día descubrí el mito de Eros y Psique, uno de los más bellos que fueran representados plásticamente. Buscar, descubrir, conquistar ... quizá ésto sea lo más hermoso que hay en mí, yo, que no conozco verdad, que no sé, al fin, qué es bondad, sí sé que mirar y escuchar es cierto y es bueno. Yo buscaba entre los libros, yo descubría, yo conquistaba las páginas y las hacía mías. Me enamoré por primera vez con dieciocho años, momento en el que se abrieron las puertas del palacio de las princesas encantadas, inaccesibles. Yo era Cupido enamorado, un dios más entre millones de diosecillos enamorados. Yo quería con Psique volar, llevar a esta bella muchacha a mi palacio triste. Hasta la misma Afrodita sentía celos de su belleza.


jueves, 20 de agosto de 2015

Rosa enferma (Cuento)

Cartas, tebeos, páginas de periódicos, fotografías recortadas de alguna revista, y algunos poemas de su puño y letra. Esta es la única materia de aquel verano de 1986, cuyos nebulosos recuerdos se confunden en un túnel de misterio donde aún espera llegar, llegar hasta el final.
Estuvo enfermo casi todo Agosto, una de esas necesarias enfermedades adolescentes, agravada por el calor, la humedad, las bebidas frías, y un recién estrenado aire acondicionado que el cabezota de su padre se empeñó en encender aunque la reconfortante brisa de levante diera alguna tregua.
Recuerda aún con una mezcla de angustia y atracción morbosa la fiebre acompañada de delirios y ensoñaciones. Delirios de niebla en los que se mezclaban rostros conocidos en actividades desconocidas y rostros desconocidos que le acompañaban constantemente. Largas ensoñaciones en noches en vela, donde él era un hombre admirado por todos, escritor sabio, intelectual atractivo, que lo había leído todo y todos a él le leían. Un hombre entre dos amores, aquella muchacha clara que ahora sujeta con sus dedos, y aquella otra formada de oscuridad y niebla, llamada Rosa: aún recuerda su voz, su boca muy próxima a su oído, su aliento frutal y amargo, como sus besos, pues en este delirio de fiebre y desvelos él tuvo sus primeros besos de amor.
En la caja de galletas están las cartas que le llegaron de sus amigos del barrio, están las páginas de periódicos con reseñas de libros y entrevistas a escritores que admiraba, fotografías de chicas sustraídas de revistas. Él estaba locamente enamorado de una con pequitas y pelo castaño claro, de sonrisa fresca y nariz respingona, de mirada bicolor y cejas graciosamente arqueadas. Esta muchacha, que anunciaba viajes a playas de ensueño y cruceros exóticos, muy bien podría estar desnuda, al menos lo que se veía era sin vestido, hombros, parte superior del tórax ... El anuncio jugaba con esta ambigüedad, entre la castidad de un rostro luminoso y la posibilidad de un cuerpo desnudo. Una mezcla irresistible para este adolescente que coleccionaba instantes de belleza, de claridades, de luminosas ideas, y que sin embargo era atraído por lo oscuro, lo misterioso, lo nebuloso.
Enseguida hizo de esta muchacha su novia imaginaria. Cuando la fiebre daba su tregua la imaginaba en la orilla, vestida sólo con fina arena de playa, acercándosele, sentándose a su lado, diciéndole en su oído su nombre. Su aliento era el de la brisa marítima. Sus ojos eran como las dos tonalidades del mar. El izquierdo era entre gris y castaño, como eloleaje más próximos. El derecho era azul, más o menos claro, según la luz.
Esto era en los momentos de más lucidez, porque en las primeras horas de la noche, cuando su cuerpo ardía, la pesadilla a veces se repetía. Su familia marchaba huyendo del horno en el que él estaba, se iba a parajes de nieve a montar en trineo, en una absurda algarabía de risas y cantos. Pero no estaba sólo. Otra familia le cuidaba entre la preocupación y el celo. Le cambiaban constantemente de alcoba, a veces despertaba en dormitorios espaciosos rodeado de estanterías repletas de libros o de juguetes infantiles y antíguos, otras en habitaciones cochambrosas, sucias de polvo y telarañas, en las que se incorporaba gritando y despertándose en la suya propia, uno de los dos dormitorios del apartamento en la playa que alquilaron sus padres aquel año, dormitorio que debía compartir con su hermana pequeña, pero que por su enfermedad no compartía, su hermana dormía tan a gusto en el sofá cama del salón, y era la que más reía y gritaba esquiando en la nieve, en un frescor polar reconfortante.
Nunca era la misma alcoba, pero siempre le visitaba alguien extraño que con mimo maternal le arropaba o acariciaba.
Entre estos desconocidos era asídua la compañía de esa chica de pelo azabache y tez pálida, sombras de ojeras y un magnético brillo febril en sus ojos. Tú también estás malo, le decía, y se tumbaba junto a él. Acercaba su boca de melocotón: me llamo Rosa.
Un día le preguntó, o más bien fue una afirmación: tú tienes una novia. Y él le hablaba de la sirena de la fotografía, vestida de arena y con mirada martítma. Rosa respiraba sin celos.
A veces escuchaba gritos y llantos, entre sueños se levantaba y aparecía un un cuarto de baño de sucia claridad donde una Rosa era bañada, sujetada por estas gentes extrañas. Ella le miraba y cubriéndose cerraba mucho los ojos y depertaba él con los ojos doloridos por la presión de los párpados. Los oídos aún doloridos por los gritos y carcajadas de su hermana en trineo.
Luego seguía durmiendo, y Rosa, limpia y con un pijama que era como el de su hermana, se abrazaba a él y le decía que le hablara de su novia y de la casa en que vivía en Madrid. ¿Tú dónde vives? Le preguntó en un sueño a Rosa: yo vivo en la playa. Eres una rosa de mar, entonces. Ella se abrazaba más a él y él se despertaba abrasado por la fiebre.
En uno de los sueños los dos leían la entrevista a un escritor en una de esas páginas. Le preguntaban dónde vivía la novia de la fotografía que publicitaba vacaciones paradisíacas. Y él contestaba: es Rosa la que vive en la espuma, es Rosa la novia. Entonces se miraban y se reían. Rosa desnuda y mojada, con los ojos aún brillantes por el llanto en el baño, se acercaba a su boca y le besaba. Entonces él se despertaba llorando, pero ya no tenía fiebre.
A veces, relee las reseñas y entrevistas de esa caja de latón. Estremecido, se para en aquella parte:
-¿Qué es La Rosa?
-La Rosa, en poesía, es la poesía misma.
-En sus versos, a veces es lozana, a veces enferma.
-La Rosa es siempre efímera, tiene una vida corta, pero es eterna. No hay poema más hermoso que el que logre expresar ese contraste.
Luego vuelve a sus poemas, y relee el que escribió cuando ya estaba bueno, días después de la última fiebre, sobre la arena de la playa. En esos días había crecido sin duda, se sentía mejor, como si también hubiera crecido en sabiduría e inteligencia.

Contagiado por la fiebre de la rosa de mar enferma
causada por los primeros besos de amor que ella me dio
busco delirante en la orilla donde ella habita
sus pétalos grises y azulados
sus ojos brillantes por el llanto.
Todo es gris, todo es azul, todo es profundo
me sumerjo en su busca y cuando salgo
soy un hombre nuevo 
con la rosa abrazándome
con la rosa que enferma se moría siendo ola en la arena
resucita y es eterna siendo mar, Rosa de Mar, mía por siempre.


domingo, 28 de junio de 2015

Los Reencuentros Felices

Hace unos años, cuando yo escribía en esta bitácora a menudo y sin vergüenza de postear sobre tantas experiencias, titulaba con Los Reencuentros Felices algunas vueltas a algunos autores. Creo recordar que entre ellos estaban Francisco Umbral -como no-, Paul Auster, Don Miguel de Unamuno, Herman Hesse ...
En las últimas semanas he tenido tantos reencuentros felices que sería en vano añadir lo experimentado en el título, tantos hechos azarosos o buscados he gozado.
Y mi ánima, por dentro sin embargo, lloraba perdida y desvalida. Son varios los motivos que tengo para estar triste, pero esto que escribo hoy no trata sobre la tristeza. Un caballero, y no dudes que aquí yo lo soy, nunca habla de sus penas, si acaso de alguna tristeza antígua y abstracta, ese mal de los poetas y esa pena lírica y noctívaga.
Sé cuales son mis males, y a algunos no sé darles solución, pero a alguno de ellos sí, y eso estoy resolviéndolo ahora mismo.

Carlos Edmundo de Ory
Hace poco más de una hora regresaba a casa, y sólo por el gusto de atraer a la musa demoré mi paseo, pues anochecía, y mirando los altos edificios que por arriba inauguran mi calle, me acordé de ese verso del sabio y libre poeta Carlos Edmundo de Ory, que es para mí mi propia vida en los últimos años, pues estoy ...

borracho de ocio y de crepúsculos

Recuerdo el día que conocí a de Ory: el día que murió y que de él hablaron en la prensa. Entonces le leí, y le convertí en uno de mis preferidos, y enseguida publiqué en alguno de mis blogs algo sobre él. Por aquellos días, ya digo, escribía sobre mucho de lo que vivía, y hoy sentí que debía volver a algo de todo aquello.
Ya en casa decidí ponerme a esto, pues a ti te gusta leerme y a mi me hace bien, pues forma parte de mi camino, y estoy siempre perdiéndome en los mágicos bosques de sus alrededores. Cumplo todas las mañanas con una hora de lectura, ahora estoy en un reencuentro con Murakami, con su último libro, Hombres sin Mujeres. Interesante, te va a gustar.
Pero hablemos, sin embargo, de algunos de los otros encuentros.
Hace quince días tuvimos cena los de la EGB. A algunos hacía 27 años que no nos veíamos. Ante mi asombro, uno dijo que yo era muy popular, y otra recordó que yo era el que contaba los chistes. Tuvimos la fortuna de que nuestro colegio estuviera abierto por una fiesta que allí se celebraba. Allí entramos entonces para pasear los patios y hacernos fotos. Al pasar junto al gimnasio recordé algunas pesadillas. Qué poco me gustaba la gimnasia. Qué infeliz me recuerdo entonces. Pese a todo, en la madurez me encuentro más feliz que entonces, pese a mis paseos por lo más oscuro del bosque encantado de la vida, siempre alejándome del camino, siempre volviendo a él para comprobar que sigue allí y así ha de ser, pues soy yo mismo. Así que tomé al niño indefenso que fui y lo traje conmgo, rescatándole de esas torturas de gimnasio.
La semana pasada, esperando a mi amigo el crítico de cine -me gusta presumir de ello- me encontré con otro, uno de mis mejores amigos del instituto. Seguimos manteniendo la amistad hasta los 30 años. Luego, por razones que aquí no importan, nos distanciamos, lo que no quita para que cada vez que nos encontramos fortuitamente charlemos y a veces hasta nos tomemos algo. Me lanzó el piropo que todos me lanzan últimamente, "hombre, Zapata -me dijo entre la sorpresa y el recochineo".
LLevo ya casi un año dejándome la barba, y me da un aspecto que no disgustando a la parte de la población que más me importa, sí provoca en la otra la guasa y hasta el escándolo. Por una vez sigo la moda, esta vez la hipster, como si parte de la población que se cubre de ocio por la zona de Malasaña se hubiera convertido a la religión de Mahoma. " Cualquier día te piden los papeles y te meten en la cárcel -me dice un antíguo jefe, paternalista-" Pero los niños para los que trabajo me miran con simpatía y las mujeres con curiosidad y hasta con agrado, y esto es lo que me importa.
Otro reencuentro feliz fue el que tuve con Carolina hace una semana, a ella mi barba le parece bien, "pero un poco más corta, David, no estaría mal -me dice acariciándola-". Después de una dura semana de trabajo, y de un viernes de locura en el que durante catorce horas seguidas de cocinar, correr, hacer pedidos y preparar notas atrasadas, de dirigir a compañeras a las que no estoy acostumbrado a mandar-no me gusta y no me adapto al papel de jefe, pese a que mi jefa me lo recordara a principios de semana-, después de, también, servir cervezas y refrescos a docenas de padres sedientos, después de todo esto, digo, no se me ocuerre otra cosa que, en vez de ir a casa a descansar, llamar a mi compañero de correrías para tomarnos algo aprovechando la brisa benéfica en alguna terracita. Terminé -quizá era lo que necesitaba más que el descanso- en los brazos de Carolina. Cuando me vio aparecer corrió hacia mi. Normalmente se queda sentada y atenta esperando que reclame yo su atención, pero hacía meses que no aparecía yo por allí y parece ser que tenía tantos deseos de verme como yo de verla. Ante todo quería saber cómo iba su trabajo, si el negocio que quería poner ya funcionaba. Miento: ante todo quería su contacto físico, mirarla, sentir su placer más que el mío.
Con los efectos tan gratificantes de esta droga tan dura, solitario, me dejé perder por Madrid, hasta que cogí un taxi y llegué a casa con una sonrisa constante, y me dormí con el aroma de Carolina como nana.

Sonia, cual Venus Calipigia,
cobrando vida
entre mis manos
Tengo por costumbre, como ritual mágico o como costumbre extravagante, al cruzar los equinocios y los solsticios, el hacer ciertas cosas: son fechas de ocaso e inauguración. Suelo cortarme el pelo -y arreglarme la barba en el último año-, y suelo visitar el Jardín de Venus. No suelo entregarme por completo, quien yace con diosas ha de saber que el verdadero placer está en la contemplación de su goce, no en el propio goce egoísta.
No quiero olvidar, no busco olvidarme de mí mismo. Quiero recordar a cada una de ellas, sólo busco hacer de mi memoria un álbum con estampas dignas de un amante, de un literato, de un ser en busca del tiempo perdido y recobrarlo. Sólo quiero eso: recobrarlo.
Hace pocas semanas, es un ejemplo, volví a Sonia. Le leí la mano y le regalé una rosa. La estampa en mi memoria queda así: una estatua griega esculpida a cincel cobrando vida con mis manos en su cuerpo, con mis ojos en las líneas de su mano. Se acerca un indio o un chino -yo no lo recuerdo- y me ofrece una rosa para ella. Ella acepta la ofrenda. Y queda en mi memoria estampada su elegante figura con una rosa en la mano que leí.
Al día siguiente de lo de Carolina me reencuentro con antiguos compañeros de trabajo. Hace más de dos años trabajaba yo en un centro de menores en una finca custodiada por Sus Majestades los Gatos, que también eran alimentados por mí. Tú misma, transformada en gata de color canela, ibas a visitarme a menudo y me observabas mientras cocinaba. Fueron tiempos felices, tiempos de cambio, también tiempos duros. Echo de menos tu presencia felina siguiendo mis pasos, o es que quizá sigues ahí, pero más sigilosa y misteriosa que nunca. Y has de saber que amo a los gatos -Umbral también lo hacía- porque te amo a ti . Y tú dices que amas el Umbral que hay en mi. Menudo círculo vicioso.
Pues bien, uno de esos compañeros daba con su grupo un concierto de rock. Este educador, como profesional y como persona, es de una calidad humana excepcional, pues el trato que daba a los chavales era un trato familiar, hacía que no echaran tanto de menos una familia.

Umbral y gato
Yo no soy de los que creen, como tantos cretinos, que la vida sea una serie de ciclos que hay que superar. Creo que una evolución hacia delante también puede ser circular, que hay que pasear hacia atrás de vez en cuando y no olvidar lo bueno que hubo, que hay que retomar, que hay que salvar lo que nos hizo, lo que nos trasformó. Que todo es futuro, un espacio por conquistar, pero que somos pasado, y éste es nuestra cadena pero también nuestro arma. Yo creo en la vida como un eterno presente, y recojo las páginas del pasado para actualizarlas, y así tener un futuro habitado y reconocido. Todo lo mío está ya en el futuro, aguardando para ser poblado.
Curiosamente ayer tuve otro reencuentro azaroso, con algunos parroquianos de La Cueva. A este garito habría que dedicarle un próximo post, donde tanto y tan bueno vivimos. Qué pena que desapareciera, pues era un báquico templo donde yo ejercí de guía para almas sedientas y lo señalé como lugar de peregrinación. Allí, alrededor de dos años, fui considerado como lo que soy: un personaje famoso, un pieza. Menudo pieza "el Pizo", se decía por entonces.

Un retal para Hilvanes

"Los días van cayendo poco a poco encima de los anteriores y, a su vez, los entierran los siguientes. Pero todos los días pasados se quedan depositados en nosotros como en una inmensa biblioteca donde hay libros más viejos, y algún ejemplar que seguramente nadie pedirá nunca. No obstante, si ese día pasado, cruzado por el espacio traslúcido de las épocas siguientes vuelve a la superficie y nos cubre, tapándonos del todo, entonces, por un momento, los nombres recuperan el significado antiguo; y las personas el rostro antiguo; y nosotros nuestra alma de entonces; y sentimos, con un sufrimiento inconcreto, pero que se ha vuelto tolerable y no durará, los problemas que hace mucho se tornaron insolubles y tanto nos angustiaban a la sazón. Se compone nuestro yo de la superposición de nuestros estados sucesivos. Pero esa superposición no es inmutable como los estratos de una montaña. Hay perpetuamente plegamientos que hacen aflorar las capas antiguas".
Marcel Proust. En busca del tiempo perdido

Coda a Sonia

Desnudémonos pues como viejos amantes
que lo mismo de siempre nos queda delante.
Desnudémonos pues como viejos amantes
que se apague la luz y que el sol se levante.
Te quiero salvar de tu desnudez
en pleno centro de la soledad.
Me quiero salvar haciendo revolución
desde tu cuerpo de cristal.
Algo nos está pasando, ayer te leí una mano
y cada dibujo al verme me interrogó.
Algo nos está pasando, ayer apreté el interruptor
de encender la luz y encendí el sol. 



Algo nos está pasando, ayer te leí una mano y cada dibujo al verme me interrogó ...

lunes, 30 de marzo de 2015

Los señores de la montaña y las torres de marfil

Muchos días de desazón social me abrigaba en la idea de una misión, la misión Torre de Marfil, y tan sólo esa ensoñación me salvaba del mal social, creyéndome un otro, un sabio en su torre de marfil.
Monsieur de Montaigne vivía tan ricamente instalado en su torre de marfil, y no le fue nada mal, al menos la herencia que nos dejó es germen, semilla, generadora.
Yo me he convertido en un modelo ser aristotélico, ser social, ser político, ser un gusano más en la podrida manzana de la insania, de la situación de la nación.
El mismísimo señor de las altas cumbres
donde hemos de llegar algún día.
Michel de Montaigne.

Por vanidad prefiero decir que vivo el spleen de Madrid antes que reconocer que soy gregario. Son fatuas ventajas que tiene el haber leído. Me gusta visualizarme sin embargo en la ordenada vida del literato sabio en su santuario. Agún día seré como Montaigne, como Pla, como Kant, como Umbral, como Patricia Highsmith, o como el mismísimo Proust. Como la santísima quimera del literato en sus atributos más atractivos.
Por compensar, ya que no escribo tanto, ya que ya no soy tan creador, sí soy al menos un sujeto literario con sugerentes predicados. Me envidian los casados y me admiran los solteros.
Cocinero ilustrado, voy diligente por caminos rectos con intenciones apolíneas, desviándome a cada reclamo del bosque de lo dionisiaco. Por eso me veo más reflejado en la primera imagen, queriéndome en la segunda, cuando en la segunda se me escribe a mí, que quisiera ser yo el que escribiera la escena primera, y en este círculo vicioso -pues vicioso soy un rato- estoy, querer y no poder, la realidad y el deseo, o sea.

Ilustración que Lewis Carroll hizo para su obra magna,
supongo que para el episodio de la merienda de los locos
 Contento estoy, pues al final he conseguido los ensayos completos de Michel de Montaigne, padre de todos los pensadores de andar por casa, que ven el mundo y lo escriben, como Josep Pla, y así más o menos mencionado por Francisco Umbral. Me los ha regalado mi amiga Perséfone. Bueno, ella me regaló una tarjeta regalo, y ante sus narices -que luego mordí lujuriosa, tiernamente-, tomé el gordo y goloso tomo. Ella se compró el Ser y Tiempo, de Heidegger.

El gran Jardiel escribiendo la insania del mundo
 Luego compartimos tapas y cervezas con otras amigas: una nos habló del carro platónico, el alma en un carro y el auriga que es la razón y los caballos que son los impulsos y yo pensando vanidoso y egocéntrico, recordando la bella y cierta alegoría, que todos escriben sobre mí, hasta el mismísimo Platón, no sólo Lewis Carroll, no sólo Jardiel Poncela.
Después, la bella Perséfone y yo nos quedamos solos y bebemos café y luego ella Baileys y yo bourbon. Es agradable estar fuera bebiendo y fumando en una terraza, los dos muy juntos, hablando de sexo, de lo que no haremos esa noche, pues tenemos una tensión sexual no resuelta que queda platónica mareando la cuestión entre lo casto y lo guarro, caballo casto, caballo guarro, jamelgos divergentes en el mismo barco alado.
De camino a casa, hojeo el voluminoso ejemplar de sabiduría y leo fragmentos. Te gustará Montaigne, lo sé, hubiera comprado el libro ante tus narices cuando vinieras a verme, pero te las morderé igual, lujuriosa, tiernamente.

Heredero del título de Señor de la Montaña, Michel de Montaigne decidió en su larga baja de funcionario encerrarse en su torre de marfil, oh, su castillo. Cenaba con su esposa temprano y frugalmente y luego entre libros y conversación quevediana con los difuntos, escribía la vida y su ego ante ésta. Sobre el tamaño de su polla -según parece es cierto-, sobre clásicos latinos como Propercio,  Plutarco y Séneca, sobre las razones del vestir la desnudez y sobre el qué sé yo y esto también es cierto-.
Yo recordaba a Josep Pla, en su torre de marfil, señor de su montaña, pasando el día en la cama leyendo también a los clásicos y escribiendo la vida que pasa. Luego se iba de cena con los amigos y en amor y buena compañía se iban todos al burdel. Vida ejemplar donde las haya, así su sempiterna y oriental sonrisa.
También a Kant, cuya semblanza leí no hace mucho, el más importante filósofo hacia la modernidad, tenía una rutina de fumar y dar clase y de comer por ahí y de tertulia con los amigos y luego leer y escribir y todo a las mismas  horas cada hecho en su momento tan así tan ordenado que el vecindario sabía la hora que era por el momento en que pasaba paseando el reloj de nuestro pensar, Immanuel Kant. También hay que leer a Kant, su ética en la que hay que ser lo que se quiere ser, aunque no lo seamos. Aunque yo no sea bueno, si hago lo bueno, bueno seré, e imponiéndonos la norma ética seremos por fin ese Yo por el que luchamos, esa sociedad perfecta, esa quimera que nos devora por no existirla. Kant, ese coñazo en COU, ha de ser un padre espiritual, un espejo en el que reflejarnos.
Pla, sonriendo siempre como el gato de Cheshire

Y más señor de la montaña que nadie, más que nadie en su torre más marfileña que ninguna, está Marcel Proust, el tío tumbagas de la literatura, en dura competencia con Carlos Onetti. Pla, si no hubiera sido tan putero y tan vivales, hubiera formando parte de una trinidad de tíos tumbagas muy curiosa, escribidores en la cama, escribiendo la vida, su ego, su polla y el vestir con literatura esta desnudez nuestra que nos tiene ateridos y perdidos, desconcertados.

Un retal para Hilvanes

Aunque hay muchos artistas que han puesto imágenes en ocasiones concretas a ‘Alicia en el País de las Maravillas’  (entre ellos, Dalí), lo cierto es que las ilustraciones que solemos asociar con la obra magna de Lewis Carroll son las de John Tenniel. Se trata de un ilustrador y humorista de finales del siglo XIX al que Carroll recurrió personalmente al darse cuenta de que sus propios dibujos pecaban de amateurismo. (Seguir leyendo)

Coda

Quiero más forjar mi alma que amueblarla

(Michel de Montaigne. Ensayos)