jueves, 30 de septiembre de 2010

Comer, rezar, amar



Como el invierno en Madrid
así caeremos los dos

Yo soy distinto a vosotros, ni mejor ni peor, tan sólo distinto.
La diferencia nunca fue un logro, una distinción de calidad, o una marca para ser publicitada.
Un pequeño puñadito de miles de millones de personas buscando, esperando, o símplemente aceptando. ¿Dónde, el qué, por qué?
Yo respeto y hasta admiro en los demás aquello que les diferencia de mí. Hay rasgos que quisiera adoptar, otros que envidio, otros que rechazo indiferente, o vehementemente.
No tengo la necesidad de caminar hacia fuera, a las afueras, para conocer. Me basta con odiarme a mí mismo, o para aceptar y así meravillarme de mí, si acaso reprobarme o premiarme.
Con los días de Invierno fui aprendiendo algo, que basta con girar sobre uno mismo para encontrar el sol, y así ir probando algo de los restos del Otoño, o de las primicias de la Primavera.
Además, en estos días, se puede aprender de lo de fuera sin saltar de aquí hacia allí. Posmodernidad: el mundo, todo, todos, pasado y presnte, aquí y ahora. Del futuro mejor no hablar, quizá entre mi presidente Zapatero y mi presidenta Aguirre encolericen al dios que llevo dentro -dicen en Oriente que Dios vive aquí dentro de cada cual- y en arrebatos de diluvio y fuego me ahogue y me consuma. Asco. Acabarán conmigo, ya han conseguido acabar con mi paciencia. Seguro que esta ira divina no puede hacer nada por esta sodoma y esta gomorra de andar por casa. En Sodoma y Gomorra se daban por el culo. A mí estos gobernantes me dan mucho por detrás. Supongo que igual que a vosotros. Huyamos pues del discurso político sin mirar atrás, no sea que nos convirtamos en estatuas de sal.
Huir hacia dentro como yo, o hacia fuera como Julia Roberts en su nueva película, da igual. Todas las maneras son buenas, si uno consigue atrapar un poco de sabiduría, o simple y llanamente claridad.



Esta peli, Come, Reza, Ama, tiene sus cosas buenas y sus cosas menos buenas.
A mí es que este tipo de cine es que no me gusta, viene de una literatura new age americana que conozco más o menos, sí, he leído alguno de esos libros de superación personal, ya sea en género de autoayuda o de novela.
Esta peli es como una novelita rosa, y eso tiene su encanto, ya que me hace creer que me reencuentro en esas deliciosas peliculitas de Meg Ryan que me hacen salir del cine sonriente y ruborizado, que me hacen pasar mucha vergüencita, porque estas cosas del cariño son muy tontas y muy bonicas.
A mí este tipo de cine no mucho, yo voy por la compañía. Por ejemplo, por mí mismo no iría a ver la nueva de Robert Rodríguez, Machete, pero si a algún colega le va y me dice ven, yo por la buena compañía lo disfruto.
Anteayer, víspera de la huelga, estuvimos en el Bringas tomando pintas, y me pregunta uno de los colegas, que es del Osasuna: ¿tú por qué quieres que gane el Madrid? Le contesto: porque cuanto más tiempo esté en Europa, más tardes de tomar cañas hay. Es decir, a mí el Madrid me la repampimfla, pero me gusta estar con las cañitas y con los coleguitas zascandileando. Vaya respuesta más peregrina, me dice. Pues sí, tan peregrina como peregrinos son los pasos de Julia Roberts en la peli que pasaré a comentar.
Yo soy muy peregrino, pero de andar por Aluche, que es mi ítaca particular.
Quedamos en el castizo km. 0, yo llevo Desgracia, de Coetzee, para presumir de que leo alta literatura sudafricana anti new age americana. Para abrir boca, un enorme cartel frente a mí anuncia la peli en cuestión.
Me encuentro con una educadora de mi trabajo, le cuento que voy a ver esa película: te vas a aburrir, me parece. Sí, contesto, pero a la chica con la que voy le gusta este tipo de películas.
Aquella nueva hermana que adopté en León y que me llevó a los Sanfermines me tiene prohibido que le lleva a ver películas tristes.
Me trae una txistorra y me dice que ha ganado el tercer premio. Metemos la txistorra junto a la novela Desgracia en una bolsa de papel, en la portada de Desgracia hay un famélico perro, pero no sé si el poder de la literatura llegará a tanto como para salirse de sí misma y zamparse una txistorra made in Nafarroa.
Los cines Ideal huelen bien, y la sala está llena de mujeres. Nos sentamos todas a ver la peli y aunque parezca mentira algo rudo en mí se queja cuando empiezan los subtítulos: jo, leer, qué coñazo.
A esta chica la peli le gusta mucho, se siente identificada con la Roberts y se emociona.
Yo disfruto sobre todo con el episodio de Italia, como jalan en ese episodio. "Il dolce far niente", o mi filosofía: no hacer nada y no tener remordimientos por ello. Sí hacen algo: comer, beber, conversar, reír, pasear. Y de esta manera van alcanzando pequeños nirvanas de cada día, iluminaciones personales, efímeras pero renovables.
La Roberts, de labios como txistorras, quiere encontrarse a sí misma y lo deja todo y se pira a Italia a darse un chute de carbohidratos. Hay algo que no me gusta: no sé a qué viene, es inauténtico, el poner un aria de Mozart de La Flauta Mágica ante un plato de pasta. ¿No sería mejor Rossini y la urraca ladrona, digo yo? Es que la Reina de la Noche en su excelso canto es sublime, pero nada sensual.
Luego la Roberts se va a la India, a uno de esos suicidios colectivos hare krishna hare rama, con una gurú que nunca da la cara aunque su careto salga cada dos por tres. Ahí hay un señor que dice: ¡Ay, Julia! Muy simpático, la tía viandas que le llama a la Roberts de lo que come la tía. Me cae simpático, ese señor, es una especie de pepito grillo tocapelotas -tocaovarios en este caso-, un tipo de texas que le lleva la contra a la Roberts, pero luego se hacen amigos y todo. En este episodio que sucede en la India me acordé de mi hermana, que no se me olvide recomendársela, pienso, le gustará mucho.
Luego se va a Bali, donde ya estuvo antes para que la leyera la mano un anciano y simpático chamán. Anda que no hay gitanas en Sevilla como para irse a la quinta almeja a que te lean la palma y el alma. A mí este verano me leyó una gitana la mano en Sevilla, y me dio una ramita de romero. Por un par de euros, no más. Luego pisé una caca de perro. Ese día me sonrió la fortuna.
A la Roberts le sonríe la fortuna en Bali: Javier Bardem escuchando música brasileña se lleva por delante a Julia Roberts, con su auto loco. Luego, después del atropello, se enamoran.
El personaje de Bardem es raro de cojones, perdón por la expresión.
Me recuerda algo a mí con veinte años, cuando se intenta reconciliar con la Roberts por lo del atropello no habla más que de las cintas de música que tiene, y le dice una amiga de la Roberts a la Roberts: te voy a presentar a ese tío bueno que se parece a Sting, y dice Bardem: pues yo tengo una cinta con todos los éxitos de Sting.
Bardem tiene por costumbre el llorar mucho, es muy tierno, dicen todas. Y llama cariño a todo el mundo. A su hijo le da besos en la boca cuando se despide de él, cuando le deja en el colegio, según dicen, también. Esto no me lo invento yo, esto sucede en la película. Hay algo inauténtico: si queréis poner un brasileño poned a un actor brasileño, no a Bardem, por favor, a Bardem grabando música pop en cintas y dando besos en la boca a su hijo, ¡por favor!
La Roberts lucha contra sí misma por última vez porque duda después del amor con Bardem, habla con su chamán y ve la luz, y la peli es muy bonita porque como es de amor termina bien y se van a una isla los dos solos - el Javi y la Juli-.
¡¡Anda y que les follen la Aguirre y el Zapatero con sendas pichas frescas ahí en la isla a impuestos y a reducciones de nómina, ya verás tú cómo se les acaba la tontería romántica!!
Yo me reía por dentro, pensando en el romance de la Campanilla y el de Mar Adentro, en el episodio de Bali.

Coda

¿Y la huelga qué tal?
El españolito ante la prensa hoy -supongo, no sé si comprar La Razón o el Público- mareado ante las cifras y opiniones diversas.
En el trabajo uno de los chavales me reprocha: jo, cómo se notan los servicios mínimos.
Pero la menestra me salió rica, yo que pensaba ir a tocarme las narices y resulta que no paro en toda la tarde. El secreto de hacer rica una menestra está en picar mucha cebolla, pocharla, ajo y algo de pimentón. La menestra con mucha patatita, para que entre bien. En vez de jamón, puesto que hay varios marroquíes, pavo. Chachi. Luego hice tortillas de champi.
En mí luchaban del David afiliado a Comisiones y el David calvinista, odiosos los dos.
En este tipo de centros, con falta de personal, no hay huelga que valga para el estómago de esta gente. Si no se trabaja no cenan.
La Aguirre está empezando a demoler todo lo bueno hasta ahora, poco a poco va introduciendo el estado de malestar, privatizando con contratas.
El Zapatero es del PP. Que sí, que sí. Que lo lea y que se joda.
Yo voy abandonando mis simpatías políticas, votaré nulo, con la Roberts vestida de Campanilla en Hook, aquella peli. O con un calvo Bardem recitando sus poemas, mar adentro, etcétera...
Sería bueno echar de papeleta un insulto atroz, una proclama dolida, una receta de arroz con curry, una milonga despiadada.
Sería bueno, en las próximas elecciones, que todos hiciésemos huelga a la japonesa, votar sí, pero nulo todos, con fotos pornográficas o con estampitas de santos y místicos.
Y que a la noche, los medios, se pongan por fin de acuerdo en quién tuvo el verdadero éxito: el absurdo del votante, como respuesta al absurdo de los candidatos.
Yo, que nunca odio, os odio mucho, sois todos una panda de mocosos que han tomado las riendas de la casa, descuidándola y ensuciándola.
Tomo la voz del pueblo, micrófono-bitácora: no os entiendo, no sé qué pretendéis, pero conmigo no contad, como los griegos clásicos me pondré el cartelito de idiota: idiota era aquel que permanecía ajeno a la política.
Había un chiste:
El sargento, después de la campaña, dice a los soldados cansados y hambrientos:
-¡Tengo una noticia buena y otra mala!
-¡¡¡La mala, primero la mala!!!
-¡Que para comer hay mierda!
-¡La buena, ahora la buena!.
-¡¡¡Que hay para todos!!!

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Huelga a la japonesa.


¡Buenos días, esquiroles de la moral y de las buenas maneras!
Que mientras a vuestro alrededor el mundo se rompe a palos de ciego, se vuelven locas las naciones y las nociones se pierden haciendo eterna huelga general, vosotros os entregáis al prójimo y la prójima con el candor encendido de vuestro alma de bien.
Lo que es yo, tengo la autoestima en huelga general, pero parece que los servicios mínimos se cumplen con normalidad, según estaban pactados.
Me dicen los piquetes informativos de la conciencia, con uñas felinas y dientes vampíricos, que mejor será que me tome una ducha ya, que en estos días las huelgas higiénicas están muy mal vistas.
Estaba preparando el post Huelga a la japonesa. Estajanovismo y vocación cuando, buscando información por la red me encuentro con que la whiskypedia nos informa de que la huelga a la japonesa no es más que una leyenda urbana..
De este modo, lo que tenía preparado para hoy se guardará en la memoria histérica del disco duro, para posteriores usos.
Mi gozo en un pozo.
Así que lo que deberíamos hacer, siguiendo los dictados de tal leyenda urbana, sería algo así como un cadáver exquisito, o escritura automática. Pero a lo grande.
En otra huelga será.
Por lo demás, que vuestra felicidad no sea pactada, ni servicios mínimos ni piquetes informativos, que sea una felicidad de leyenda urbana, como huelga a la japonesa, una dicha irracional, desbocada y sin tino, un exceso de producción de alegría que colapse y eche a perder los medios de gozo convencionales, esos que se publicitan en televisión, caducos y de temporada, esos que generan ansiedad y dependencia.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Manicomio musical. Canción erótica que provoca vergüencita

Ahora sí que sí, después de varias semanas me decido a escribir el post sobre las canciones que hacen que vuestro príncipe se encarne: se encarne en la rojez de los tomates.
A ver si antes de mañana lo tengo a vuestra disposición.
Aviso para navegantes:
Posiblemente el miércoles en Manicomio hagamos huelga en el blog. Huelga decir que será huelga a la japonesa.
Acabo de salir a fumarme un cigarro a la terraza. Hace un frío que pela. Pelémonos la piel con bochornosas canciones para mostrar la sanguínea faz, nuestro interior, nuestra vergüenza. Para los primeros fríos de la temporada, acalorémonos.
¡Ay, qué calor, qué situación! ¡Oiggghhh! Qué vergüenza me hacéis de pasar.
De niño, recuerdo que me daba vergüenza, en la tele, ver a gente dándose besos de tornillo.
Como beata ante un desnudo imprevisto, coloco las palmas de mis manos abiertas, para mirar como a través de celosía. O, mejor dicho, hago que me tapo los oídos dejando el hueco libre para que me penetren los tímpanos estos culos al aire melódicos.
Ni que decir tiene que las tres canciones me producen cierta fascinación admirativa. Cómo es posible, quién ha compuesto esto que me deja descompuesto.
No es esa aberración que siento por la discografía de la Oreja de Van Gogh, la tentación del suicidio, etcétera, o sea... En particular, París y La Playa, mirad que muchachito más dulzón y empalagoso que yo no podréis encontrar por las aceras de Madrí, pero estos excesos de glucosa no combinan bien con mis triglicéridos altos, una diabetes metafísica letal para mi talento.
Tampoco es esa animadversión que siento por los Maná, algo superior a las fuerzas de mis tímpanos. Desde que escuché En el muelle de San Blas les detesto cordialmente. Esta canción ya la hicieron otros, cantada por Serrat, mucho menos repelente, bastante más hermosa: Penélope. Sólo soporto de ellos las canciones de otros, no me parecen mal ni sus voces ni sus instrumentaciones, sino sus letras. Debe ser por la guitarra de Santana en Corazón Espinado por lo que esta canción me parece perfecta como dolorosa canción de amor; y debe ser por la pena lírica de los versos de Marco Antonio Solís, con su aire de bolero antíguo, que Si no te hubieras ido me parezca una joya, de esas pocas canciones que me hicieron llorar algún día. Además, donde se pongan sus paisanos Molotov... Junto a los Barricada tienen uno de esos himnos que incitan a dar patadas, basta que un día las pinchen en el tugurio de turno para que toda la tropa se ponga a desfilar pateando el aire. Así pasa con los The Clash, también.
Las canciones provocan emociones, sibilinamente. A la muy manida manera subliminal, adormecen o despiertan conciencias.
Tenía yo una compañera de trabajo que decía: David no es tímido, lo que le pasa es que es muy vergonzoso. Y tanto. En un capítulo de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Woody Allen escribía sobre aquellas palabras que le hacían avergonzarse, palabras comunes que sin saber el motivo le encarnaban el careto. Lo mismo que a mí, y sin venir a cuento. Luego Mr. Allen se va al psicoanalista, a que se lo miren. Me gustaría ver el careto del psicoanalista si llego yo algún día con el cantar de mis vergüenzas.
Atiendan bien a las letras e imágenes, luego comentamos.
(Una cosa, no se confunda el lector, nada tengo en contra de ellas, me parecen impagables, lo que me hubiera gustado a mí darme al cante y componerlas, y cantarlas. Una de las razones que me empujan a escribir es la provocación al lector, provocación de emociones encontradas, y entre ellas, cómo no, la Santa Vergüenza transfiguradora. Te imagino, lectora, en un futuro, viajando en el metro con un libro mío en tus manos, y tu carita de rosa tornándose rosa roja después de leer algún desvarío de los míos.

Mi vocación eres tú ruborizada
corazón de sandía, piel de la cereza...
Diluso Humorismos eróticos, La Maravilla, y otros amorismos



A esta preciosa canción, para ser genial, le falta Leopold Bloom tras de unas rocas tocándose la sardinilla, mientras espía a esos dos pudorosos púberes estrenándose.
Los italianos no tienen igual para hacernos pasar una vergüenza descomunal, ya sea en el género casposo de cine años setenta o en las canciones de amor también años setenta. Tórridos veranos. Unos guarretes, vamos.
Aunque en esta canción se habla de lo joven que es la chica, no el chico. Que lo mismo el chico es un señor con bigote y canas. Yo a Claudio Baglioni empezaba ya a meterle una denuncia por corrupción de menores.
Mírenle ahí, tumbado a la bartola, romántico y perezoso.
Como debe ser. El ocio es la madre de todas esas perversiones que se os meten en la mollera, hijitos.



Por favor, vean y escuchen lo que sucede en ese vídeo.
Johnny, joven gallardo, vestido de leñador o lo que sea, con un arco.
Ana, muy formalita ella.
Entre que uno está estreñido y canta sentado en el trono, y que a la otra le han pisado un juanete tenemos uno de los duos más extraños de la historia de la canción lírica.
La canción borra todo rastro depresivo, por la hilaridad que provoca, eso sí, no quiero ver lo que debe ser la consumación final del acto entre estos dos. No me lo puedo imaginar. Ni quiero.
Lo que no comprendo es cómo Pimpinela y Camela han triunfado, y estos están sumergidos en el olvido. Pido su resurrección. Ya. Es necesidad perentoria, ya que en el reino reina la cutrez más absoluta, al menos que el cutrerío sea original, como este par de originales.



La bella y el plasta.
Él es más feo que leer las rimas de Becquer mingitando (eso está muy feo), y Romina merece que la fustiguen con El Libro de Estilo por haberse casado con un tipo así, y no conmigo, que soy mejor mozo.
Aunque de eso la moza ya tiene experiencia, fue ella y no otra la que ofreció sus núbiles carnes en el cine interpretando a la desdichada Justine en la peli de Jess Franco: Marquis de Sade: Justine, basada en la obra del mismo nombre del perverso marqués.
Aún no había conocido al italiano que la sacó de una fructífera carrera en el cine erótico.
Luego los dos se dedicarían al cante, y venderían muchos discos.
Esta canción la escuchaba yo hace siete años, en un trabajo que tuve donde lo pasé muy mal, posiblemente por esta canción. Mis compañeras la cantaban cuando sonaba en la radio, en una emisora que rescataba del olvido canciones de este calibre. Y encima la bailoteaban, sin vergüenza alguna.
La historia es muy sencilla:
Ella es una americanita que está, sin meterse con nadie, en la playa. Luego está el viejo Leopoldo Bloom a la italiana, viejo verde vocacional, mirando "de qué medida su bikini es". Él dice mamma mía, y ve las estrellas. Ella se siente avergonzada porque él le mira "de qué medida su bikini es". Lo mismo él es modisto, o sastre, o Victorio, o Lucchino.
Él le pide marcha, y no sé cómo acaba la historia porque ellos mismos se dan a la risotada y al cariño mientras cantan. Se tiran pétalos de rosa y se hacen carantoñas en el escenario, ante el respetable. Luego lo emiten por la tele y así iría la cosa, lo verían en su tiempo, habiendo sólo un canal, o dos, una millonada. País, que diría el Forges. ¿Y las almas solitarias desde sus tristes sofás con los colmillos draculinos, dientes largos de envidias y melancolías de playas, bikinis, citas?

Coda

Luego están esas maravillosas canciones eróticas que provocan el deseo, complejas y vitamínicas, ante todo, y más que afrodisiacas -que lo son-, vitales.
Yo propongo tres, o mejor cuatro, si se me permite a un autor en partida doble.
Luis Eduardo Aute, inevitable filósofo en verso, como un Juan de Mairena algo más libidinoso.



De Silvio Rodríguez, el poeta nerudiano de la canción, por fecundidad y temática, hay dos:
Evocadora, con la chispa de un chiste:



Y como una guinda, deliciosa:



Y por último, la canción erótica más embriagadora y fascinante de cuantas he oído. Este italiano vino a redimir a su pueblo de tanta pasión desmesurada y tórrida. La palabra "tórrida" siempre me ha provocado vergüencita. Es como Kavafis, esta canción parece que la ha escrito el mismísimo Kavafis, por su erudito ensalmo mitológico, Eros que se hace palabra. Pasemos al blog de nuestra desnuda Emperatriz.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Fin, de David Monteagudo (II)



Si, en la balanza, pusiera lo que más me ha gustado, y lo que menos, la estatua de la Diosa Justicia caería por el propio peso de los valores positivos: la novela me ha gustado, bastante, pese a esas contrariedades que el lector se encuentra, pese a algún que otro resoplido de impaciencia, pese a un final que me deja, arrogante lector, con cara de lector interrogante.
Que me lo expliquen.
Puesto que al igual que él, yo me llamo David, soy proletario -¡oh, qué barbaridad!-, y tengo un puñado de manuscritos sesteando en un cajón -¡bárbaro!-, y además, titubeo al hablar, sobre todo si tengo audiencia...
...porque cuando no tengo audiencia hablo para mí mismo, con la fluidez verbal de las bocas más floridas, primaverales pólenes fecundando la nada, corrientes de esperma densa repoblando el vacío, un manicomio amotinado y el capitán, ¡oh, Capitán, mi Capitán! atado al mástil desatado en su locura deseante enfermo de voces de sirena, ¡vuelve a Ítaca, príncipe de Ítaca, ven, ven! Entonces barca anárquica a la deriva, un barquito de cáscara de nuez naufragando por los senderos de las sequías, resquebrajados, Yo Soy Centuria de Locos, naufragando, a la reconquista del reino, ¡oh, Ítaca! que me fuiste arrebatada ...
Digo que, puesto que este señor es un espejo en el cual reflejarme, este comentario -que no es crítica ni análisis, sólo son impresiones- será hecho desde el máximo respeto. Respeto, sobre todo, porque está bien escrita esta novela llamada Fin, y porque yo adolezco de todas aquellas virtudes que hacen de este libro un buen libro.
Hablemos de lo malo: bostezos varios. Cada capítulo es introducido por descripciones que, personalmente, me interesaban bien poquito.
-Salta.
No me las salto nunca, leí con quince añitos Caballo de Troya, de J.J. Benítez, plagado de sádicas descripicones científicas-ficción, con notas a pie de página incluso, y así salió este lector mártir, camino del santoral, lector que será canonizado en vida después de leer el Ulises de Joyce.
El capítulo trece del Ulises de Joyce es pura gozada, una maravilla, sensual, sencillo, claro, psicológico, perverso, lúbrico, un ejemplo de lo que ha de ser alta literatura. Si Joyce hubiera escrito así todo el Ulises no sería tan célebre ni tan celebrado por los exquisitos lectores de vanguardias, pero millones de lectores no se habrían ahorcado en la metáfora de una taza del W.C.: cagondiola, qué raro escribe este señor, la madre que le parió qué a gusto se quedó toa la matriz llena de vanguardia, el niño debió nacerle cubista, lo menos...
También me trago las descripicones de Azorín, y eso que sus novelas son descripciones que se sirven de palabras perdidas en el diccionario. ¿Cómo trabajaba Azorín? Abría el diccionario y buscaba cien palabras que no entendía naide, y el muy malicioso las unía todas fabricando texto, y así pasaba las mañanas, riéndose de esta perversión antinatural.
Sin embargo las descripciones de Tocayo Monteagudo son claras y concisas, cosa de agradecer cuando uno está deseando pasar a la acción para ver qué es lo que está pasando. Prefiero a los que se ventilan el ambiente con un arrebato lírico -Umbral-, o con un par de adjetivos despeinados -Baroja-. Me gusta que me cuenten algo, o que me hagan sentir odio, amor, fascinación, asco. Pero la descripición fotográfica me oprime, no estoy yo tan bien de la cabeza como para hacerme una idea clara de los descrito.
Otra cosa que no me ha gustado son ciertos trucos de película de terror, palomitera y WHS en los ochenta. Ahora aparece un gordo tarado con un condón en la cabeza gimiendo aaagggghhhhhhh y descuartizando a esa panda de domingueros atormentados por una broma que le hicieron en el pasado. Broma que no se llega a contar, aunque se sobreentiende. Sin embargo nada de eso pasa. Y ahí está lo positivo de esta novela, esa magia que hace que el lector sienta pavor, desconcertado, sin asomo de sangre y vísceras.
Tampoco me ha gustado el final.
Que me lo expliquen.
Sin embargo, ese final está narrado magistralmente.
Y no me da la gana explicarme.
Dudo mucho que David Monteagudo lea alguna vez lo que su tocayo escribió un día, pero se queda sin mi opinión final sobre el final: fascinación por el final sentí, y a la vez hizo que toda la novela me pareciera un timo, un fraude. No cae en el típico final de: ha sido un sueño, je... Mantienen al lector pegado al libro y luego resulta que todo ha sido un sueño. Es como cuando veíamos jugar a la selección española en los noventa y en los ochenta, jugaban muy bien, te mantenían expectante, y luego llegaba el Arconada y se metía el baloncito por el sobaquillo. Gol. Todo era un sueño, ¡ahhh, se siente!
Sin embargo el final, digo, está bien, es Literatura con mayúsculas.
Otra cosa que me ha disgustado es el uso del Profeta como personaje.
Que me lo expliquen.
Como personaje está bien, pero no entiendo el uso que se le hace en la novela. Sobre todo al final.
Y ahora lo bueno, razones por las que recomiendo la lectura de este libro que logra transmitir la sinrazón de las pesadillas más desoladoras.
Logra transmitir la sinrazón de las pesadillas más desoladoras. ¿Vale la redundancia?
Diálogos creíbles, retratos de personajes increíbles. El que está mejor trazado es el que ha todos caerá antipático: Hugo. El más humano.
Ginés es cargante, lidercillo como aquel Julian de los Cinco de Enyd Blyton.
María está muy buena, y es muy inteligente y comprensiva. Se humaniza hacia el final.
Amparo me mola, tiene carácter.
Ibáñez tiene todas las papeletas para caerme bien, pero es el pelma que cuenta chistes malos.
Nieves: razón de más para admirar a mi tocayo como creador. La gente como Nieves existe.
Y luego los otros. Bien, reconocibles todos, no son planos, y eso se agradece.
Hay algo que en la novela trasciende el género en el que podría ser encuadrado. No me vale como novela de género, sería un fraude. Si es una pesadilla literaria, es una buena novela. Sin embargo, para ser una pesadilla literaria le sobran secas descripciones y trucos de género. Pero llegados hacia el final, y una vez leída y hecho el cuadro, en la memoria queda como una novela que será difícil olvidar.
No sé, sería alargar este post el tratar ciertos elementos que me han entusiasmado como lector, en lo tocante a ese desconcertante pasar las hojas, ese sinsentido de sueño malo que no acaba...
Yo lo leía esta semana antes de ir al trabajo, pues tenía turno de tarde, de cenas. Y me daba rabia dejar el libro para tener que coger el metro, eso es de lo mejor que se le puede decir a un novelista: no he podido dejar la novela, en todos los ratos libres la leía, le quitaba tiempo a otros menesteres sólo por seguir leyendo.
Me acordaba, por el espíritu de desolación, de La Carretera, de Cormac McCarthy. Pero La Carretera está llena de ráfagas líricas, de hallazgos expresivos, la novela Fin es una narración convencional que a veces logra ser poética. Sobre todo hacia el final.
Que me lo expliquen, el final.
Sin embargo es una bella imagen, la del final.
Me acordaba de la película de Amenábar Abre los Ojos, con las calles desiertas y un Eduardo Noriega asustado y desolado. Según he leído por ahí, quizá Amenábar diriga Fin, y a buen seguro que será una buena película. Será un buen tándem. Abre los Ojos me fascinó, y eso que me pareció un fraude. Si intentamos leer, o ver, de manera lógica, nos sentiremos defraudados. Sin embargo, si te entregas a la lectura, a la película, sin pedirle lógica, quedarás rendido ante las palabras, ante las imágenes.
Y me acordaba, como no, de un misterioso sueño que tuve en los años de facultad, un sueño que escribí días después en un cuento. Era parecido a Casa Tomada, de Cortázar, del que David Monteagudo habla en la entrevista que hay en el vídeo del final.
En aquel sueño, en una casa, una familia. O no tenían que ser gente de la misma familia. En ese sueño, cuando alguien se quedaba solo, moría. Estaban todos en una sala, y un señor mayor, en bata, iba al baño, y moría.
Luego morían los niños, uno a uno.
Alguien dejaba la casa, o eran dos, un hombre y una mujer. Salían de la parcela, y como en jardín había una piscina de aguas sucias, el hombre echaba una maldición a esa piscina, por todo el daño que había causado.
Un sueño extraño.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Fin, de Tocayo Monteagudo (I)



Que me lo expliquen.


Hasta que publique la segunda entrada sobre este libro vayan abriendo boca con esta canción.

¡Eoh!, ¿hay alguien ahí?

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Todos eran mis hijos



En el Teatro Español

Hacía casi un año que no iba al teatro, desde que ví Un Dios Salvaje, de Jasmina Reza.
La verdad, cada vez que voy, me prometo a mí mismo ir con más frecuencia.
Sobre todo cuando uno ve obras así, magníficas. No sé si pasará por tu ciudad, y si eres de Madrid ves a verla, te la aconsejo.
En el Teatro Español, el Domingo pasado, a las seis de la tarde, nos sentamos en palco barato, lo que antes sería el gallinero, había que girarse, ponerse de lado para ver todo el escenario.
Mejor la vio Jose Luís Garci, al que vimos a las puertas paseando solo, con gafas de sol y el aspecto decrépito del que ha pasado la noche en blanco tomando y tomando, ¿qué? Lo que tomen los directores oscarizados enamorados del cine clásico americano, que seguro que no es acuarius, o zumo de mango.
-¡Eh, Garci, mira, es Garci!
No sé qué pensará un director de cine oscarizado cuando quiere ser anónimo e ir tranquilamente al teatro sin que le hagan monerías. Seguro que muchas veces desearía meternos al dorado y celebérrimo tío Oscar por donde amargan los pepinos.
Otro día, en el cine, viendo una de Almodóvar, vimos a Raphael con su mujer, Natalia. Raphael llevaba gafas de sol, teniendo el sol vetado el paso a las salas.
Lo mismo me compro unas gafas de sol un día de estos, para los lugares cerrados, y así supongo que pareceré más famoso.
O no quieren ser reconocidos, o pasan las noches haciendo cosas malas, que todo puede ser.
Lo que digo es que este director oscarizado se sentó en buena butaca, y de vez en cuando miraba, aún con las gafas de sol, a nuestro gallinero.
Estábamos un poco gamberros, la verdad, es lo que tiene salir con los akabaos, aunque durante la representación estuvimos muy formalitos, pero antes no, lo mismo nos escuchaba:
-Oye, oye, oye, ¿no molaría suicidarse ahora saltando sobre Garci?
Y en este plan... Es lo que tenemos los adolescentes, que no podemos pasar por las augustas estaciones sin alguna irreverencia que otra.

Arthur Miller



Arthur Miller era un señor muy serio que se casó con una mujer de bandera: Marilyn Monroe.

Al igual que yo, la Marilyn leía el Ulises de Joyce, con un precioso bañador rallado. A Marilyn le quedaba el bañador mejor que a mí, no lo duden. El cerebro también lo tenía rallado, seguramente: la vida con un señor tan serio e intelectual como Mr. Miller no debía ser fácil, luego hay que añadir la lectura de la obra de Joyce: eso traumatiza mazo, colega. No sé qué tuvo que ver más con su trágico final: Miller o Joyce. Dicen que fue Kennedy. Bueno. Todo forma parte de un mismo cataclismo. Quien con ideas se acuesta, enajenado se levanta.
Arthur Miler fue acusado por filocomunista, en aquella época negra para Hollywood -por entonces Jodiwood-, cuando la caza de brujas. Luego escribiría una obra simbólica para reflejar lo que ocurría: Las brujas de Salem. Por aquel tiempo, en España, el también dramaturgo Antonio Buero Vallejo hacía lo mismo (era la posguerra): transmitir a través de símbolos las ansias de libertad y las opresiones fascistas. Un censor se caracterizaba por no saber leer entre líneas, sus paranoias iban por otro camino.
Es sobre todo conocido por Muerte de un viajante, obra que aún no conozco, lo digo sin vergüenza: lo que diferencia a la ignorancia de la sabiduría es que la ignorancia es remediable, la sabiduría no.
Dos años después de terminada la segunda guerra mundial escribió un texto sobre algo atroz, con la maestría para la tragedia del verdadero autor dramático: Todos eran mis hijos. Esta obra se está representando ahora en Madrid, vayan a verla si quieren ver una obra maestra. Pinchen aquí para ver el vídeo promocional.

Todos eran mis hijos.

Nunca he llorado en el teatro, pero algo así como un seco sollozo me dejó sumergido, atónito, con el amargo final de esta obra. Rompimos en aplausos, insistentes, bien merecidos. Bueno, uno de los akabaos permanecía impertérrito, tenía sus dudas ante la buena representación y adaptación. Sobre todo era escéptico en lo tocante a la profesionalidad del actor más joven. Intenté tirarle por el palco para que cayera sobre Garci, pero se me resistió. Al menos al salir quedamos maravillados con su inteligente crítica, negativa, caústica, sí, pero tan plausible como nuestros aplausos.
-Si tuviera dinero para crear un periódico te contrataba seguro como crítico, para que escribieras lo que te diera la gana.
Pero esta es mi bitácora, así que hoy la crítica, positiva, sincera, me corresponde a mí.
De entre todos sobresale el actor, actorazo, creíble, Carlos Hipólito.
A este señor tuve el placer de verle por primera vez en Arte, aquella genialidad que se le ocurrió a Jasmina Reza. Eran tres portentos, los otros dos, Flotats y Pou, llevaban el peso de la obra, más por sus papeles que por otra cosa. Allí Hipólito era el frívolo, el que se gasta una millonada en un cuadro en blanco, el atento e irónico testigo de las consecuencias de su compra. Compré el libro, creo recordar que editado por Anagrama, en el mismo teatro, y lo he leído y releído, con los rostros en mi cabeza de estos tres.
Lo demuestra en cómo va pasando de bienhumorado padre y marido a villano, y de villano a desconsolada víctima de sus propios actos.
Luego me gustó también Jorge Bosch en su papel de rabiosa víctima.
De Fran Perea no sé qué decir, cuando le veía discutir con su padre en la ficción, Carlos Hipólito, no hacía más que acordarme de sus frecuentes disputas con su otro padre en la ficción, Antonio Resines, en aquella serie, Los Serrano. Los mismos gestos, la misma voz. Tuve por ello algún que otro momento de desorientación dramátiva, me parecía que en cualquier momento iba a aparecer Jesús Bonilla cortando jamón.
Físicamente, en esta obra, borda el perfil de muchachote americano musculado y sanote.
Tenemos fe, de todas maneras, en este muchacho, esperamos que deje de ser Fran Berrea para ser definitivamente Fran Perea.
Fijense que a mí me gustaba su voz como cantante, sobre gustos... Mikel Erentxun le escribía las letras, según creo.



Un día fue a tocar a las fiestas de Aluche. Creo recordar que luego cantarían los Andy y Lucas. Yo convoqué a mis compañeras y compañeros de universidad, adictos a estas fiestas, para tirarles tomates. Pero tomates en lata, especifiqué.
Fran Berrea desafinaba algo, así que huímos con los oídos cobardes, o mejor dicho, acobardados.
Sin embargo de él tengo un buen recuerdo, aquella voz en off en la poética El camino de los ingleses:

martes, 14 de septiembre de 2010

Noche en blanco, ¿qué?

Primeras horas del doce de Septiembre del año de gracia del dosmildiez, muy gracioso todo, gracias.
Madrid era la novia vestida de blanco para su noche de bodas con La Cultura, un santo varón muy pedante.
La cosa no funciona, divorcio expressss...
Aplausos:

Risas:

Ahora, un lamento desgarrador, la virgen novia desvirgada. Y el Sto Varón también: por el culo, a los dos.
Nada, no hay en Goear lamento alguno, el lamento ya lo ponen las calles que fueron tálamo de la unión, maltratadas.
No, está bien la intención, una noche para promocionar la cosa cultural, como si no estuvieran abiertas las librerías el resto del año, como si los museos no fuesen gratis algunos días de la semana, como si cine, teatro, actividades de diversa índole, fuesen cosa de cinco horas, para que todos asistan en esas cinco horas.
Hay que mirar la cosa buena, también, Madrid el Sábado a la noche, madrugada del Domingo, era un hormiguero, un festín para los ojos, los sentidos, riqueza y variedad, gusto para todos.
Permitirá Dámaso la insolencia de profanar sus versos:
Madrid es una ciudad de más de un millar de zombis (según las últimas encuestas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este vómito en el que hace 45 minutos que me pudro.
Etcétera.

Esta noche estoy apocalíptico, al igual que otras tantas fui yo también un mozalbete de botellón. Y las que me quedan. Pero yo al menos, beodo, recitaba versos de Celaya -lo que hizo que me ganara alguna que otra colleja, por pesado, y merecida-.
Ya lo ví el año pasado, por estas fechas, que buscando el buho en Gran Vía, me encontré con una manifestación de adolescentes beodos. Esta vez la centenaria Gran Vía -felicidades, guapa- estaba más curiosita, pero las calles aledañas parecían el resultado de un mes de huelga de basura. En unas pocas horas botes vacíos de cerveza, bolsas con restos de botellón, todo eso, y más, en las aceras.
Después de buscar un local por Malasaña, donde según el programa ofrecían música de jazz -y no hubo nada- hasta las tres de la mañana, nos encontramos en la Plaza del 2 de Mayo con lo menos un centenar de chavales, dándole al alpiste, rodeados de más botes de cerveza -vacíos- y más bolsas de resíduos. Junto a ellos, un grupo de policías miraba la escena con normalidad. Firmes, atentos, vigilantes, pero tranquilos.
Mi crítica no va en contra de esos chavales, ni siquiera contra la pacífica e indolente policía. Mi crítica, interrogante boquiabierto, va contra los políticos organizadores del evento. Qué noche en blanco, ¿qué?, qué actos culturales, ¿qué?, ¿nos han visto caras de chorlitos? ¿qué? Panda de empanados es lo que somos, empanados, atontados, ¿qué?
Gallardón y Aguirre, ¿qué?
Plaza de España una hora después. Chavales de quince años entre botes de cerveza vacíos, bolsas con resíduos, ¡qué! La excusa de la noche en blanco para el macrobotellón y el coma etílico. ¡Qué!
La Cultura, señorías, es pan de cada día, no nos vengan con eventos anuales ¡qué!.
¿Próximas elecciones? El PP descartado, ¡qué!
Uno, que trabaja como esclavo de la Esperanza, está ya demediado, ¡ay!
Queda la opción del PSOE, claro, pero con un tipejo así, un presidente que preside el circo de las pulgas amaestradas, que no duda en llamarnos tarados a la cara a los ciudadanos con aquello del curso de formación que te salva de ser un número más en los índices del paro... ¡Ay!
Si no trabajas, estás parado, aquí y en Camberra.
En las próximas votaré nulo, que hay que probarlo todo. Con una foto de Kafka en traje de baño, por ejemplo.
De camino a casa, fui hojeando La locura que viene de las ninfas, de Roberto Calasso, librico que adquirí horas antes mientras esperaba en La Casa del Libro, donde tocaban jazz, y estaban los libros con su reclamo: cómprame. Había mucha chica guapa también comprando libros, siguiendo el reclamo del cómprame. Cómeme, cómprame. Mientras, fuera en la Gran Vía, el mundo se volvía loco, entre montañas de resíduos y botes de cerveza vendidos por chinorris, que hicieron su agosto en Septiembre, al igual que Casa del Libro. La cerveza también es cultura, al igual que el libro también es licor.
La noche en blanco (Noche en Blanco para los gachupines), es un síntoma de esta sociedad posmoderna. El posmodernismo es esquizofrenia, inyectada en forma de neurona en nuestros cocos. Confusión.
Y yo soy posmoderno: el loco soy yo.



Dicen que peligroso soy... dicen.
Es porque me gusta abrevar, como a vosotros.
Los viejos dicen que nosotros tenemos algo de felinos,
pero pregúntale a tu padre lo de Rodolfo Valentino.


De camino a casa, digo, con el deseado libro de Calasso en mis manos ansiosas de volupuosidades, bajo mis ojos golosos, leo que Franz Kafka frecuentaba los campamentos naturistas, por aquellos tiempos, acompañado por Max Brod. Entre los nudistas era conocido como: el hombre del traje de baño.
Eso también es Cultura.
Luego escribiría El Proceso, donde un tipo es acusado de no sé qué. Quizá por voyeur.
Eso también es Cultura.
Y La Metamorfosis, donde un señor se despierta hecho una cucaracha, seguro que después de un macrobotellón en Madrid con motivo de La Noche en Blanco.
Eso también es Cultura.


Franz Kafka y Max Brod, en traje de baño.
-------------------------------------------------------------

Me siento después de la cena, a preparar un post sobre Todos eran mis hijos, obra que vimos el Domingo, sin embargo la mano anda por sí sola.
Y la cabeza también.
Así que mañana, o pasado, os hablaré de ella -de la obra, no de mi cabeza, por favor...-.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Bright Star, sobre John Keats

La Belle Dame Sans Merci, según Frank Bernard Dicksee

Oh, What can ail thee, knight-at-arms,
Alone and palely loitering?
The sedge has wither’d from the lake,
And no birds sing
O what can ail thee, knight-at-arms!
So haggard and so woe-begone?
The squirrel’s granary is full,
And the harvest’s done.


Oh, ¿qué te aflige caballero andante, ociosamente solo y pálido?.
Los juncos se marchitan cerca del lago y ningún pájaro canta.
Oh, ¿qué te aflige caballero en armas, tan huraño y desolado?.
El granero de la ardilla está lleno y la cosecha ha terminado.

John Keats, La Belle Dame Sans Merci



Cuánta grandeza en el poeta Keats, que no fue nadie en vida, y que hoy lo es tanto para la Literatura, precursor de vocación total y de libertad absoluta.
Pero quién se atreve a vivir en la pobreza, perezoso y melancólico. Digo, quién se atreve a enamorarse sin nada en los bolsillos.
Todos estos poetas románticos o estaban locos o morían jóvenes. O, como Keats: joven y loco. Loco de amor, murió de amor.
Porque no sólo trabajar cansa, como diría Cesare Pavese, si no que amar tanto también cansa.
Yo quisiera tener las cartas a Fanny Brawne, su amada, y a Charles Brown, su amigo. En ellas él exponía su importante visión del mundo, importante para ese movimiento romántico -en el que aún, para lo bueno y para lo malo, seguimos sumergidos- y para la historia de la Literatura. Recuerden aquel fragmento que publiqué hace un par de meses en mi jardín.
Decía cosas como que los impulsos del corazón eran algo sagrado, y yo recuerdo que en unos versos Hölderlin veniá a decir lo mismo, en su poema Lo Imperdonable:

Olvidad a vuestros amigos, burlaos de un artista,
denigrad, rebajad a un espíritu profundo,
Dios os lo perdonará. Pero nunca turbéis
la paz de los que se aman.


En la película podemos verle con su amigo Charles, tirado en el sofá, rodeado de libros, leyendo de aquí y de allá, meditando. La pereza es la virtud de los románticos. O el principal pecado capital, según se mire.
Ella, Fanny, va a verle, a interesarse por el hermano al que John Keats cuida, enfermo de tuberculosis. Se van enamorando, ella le pide que le dé clases de poesía. Desde el principio vemos cómo todos critican e interrumpen la relación del poeta -que iba para médico, como Baroja- y su vecinita -que es una linda modistilla-. Sobre todo el amigo Charles Brown, que ejerce de mosca cojonera.
Historias de amor en campiña inglesa, hora del té y veladas con baile y poesía. Cómo me gusta todo esto. John Keats, el loco, bajo la lluvia, dejándose mojar hasta el último verso, en el jardín de la amada. Así enferma él también, de tuberculosis, que casi, más que una enfermedad, se convirtió en una moda, por aquellos años; al menos esto era lo que nos enseñaban en el instituto. Ella bordando, o leyendo los libros de él, luego en cada escena sale con un traje distinto, con los versos del poeta en los labios para hacerle de rabiar. Luego él le llama a ella, contínuamente, descarada.
No es una película perfecta, pero está muy bien, es más, tampoco es una obra maestra, pero sí podría dejarse ver otra vez. O las que hagan falta.
-Los protagonistas son guapos, y hacen un buen papel.
-Los paisajes, la ambientación, todo, es delicado y sugerente, a veces turbador y a veces motivador de ensoñaciones. Cada plano parece una exquisita pintura, tonto quien se aburra, hay detalles por doquier para el deleite.
-La información que se da sobre la visión del poeta es escasa, pero entre versos, cartas y conversaciones algo queda, esperemos que deje huella.
-La música, como este canto a capella de un adagio de Mozart:



-Luego está el guión, quizá algo pesado a veces, que como decíamos ayer, al salir del cine, si no se tratara de Keats, y sin esa rica ambientación, sería un tostón de película.
-Ciertas ingenuidades, quizá con la excusa del romanticismo y del amor apasionado.
-Después de aquella obra maestra que fue El Piano, yo esperaba más de Jane Campion. Sin embargo, gracias por la película, mereció la pena.
Tras de nosotros se sentaron los palomiteros de turno, con sus cuchicheos constantes y los "me aburro" hacia el final. Para ocho euros que cuesta la entrada ya podían invertir en una sesión de botellón, digo yo.
Después de la película nos fuimos por Lavapiés, a tomar unas cañas y unos vinos. Hablamos de libros y de gastronomía. ¿Qué tal un restaurante literario, David? Me decían.
Yo, durante la película, tuve un acceso epifánico. Decidí dejar de trabajar para cuando se me acabara el actual contrato, dentro de dos años y dos meses. Les pregunté:
-¿De qué manera podría ganar dinero sin trabajar?
Yo pensaba en atracar bancos, o en hacerme gurú de una secta: repartir las perlas de mi sabiduría a cambio del diezmo de mis contribuyentes.
Como decía Keats:
Los fanáticos crean un ensueño y lo convierten en el paraíso de sus secta

Pero lo único que me ofrecen, estos compañeros de clase, es más trabajo, más sudor, más lágrimas. Sin embargo damos rienda suelta a la imaginación y ponemos literarios nombres a exóticos platos.

Y claro, que no se nos olvide el poema que da título a la película:



Estrella brillante, quien fuera tan constante como tu
no en solitario esplendor colgada arriba en la noche
y observando, con eternos párpados abiertos
como el eremita paciente e insomne de la naturaleza.
las aguas ondeantes en su clerical tarea
de ablución pura de las playas humanas de la tierra redonda
o mirando sobre la nueva mascara caida
de nieve sobre las montañas y las llanuras
No-- y aun así constante, aun sin cambio,
almohadado sobre el pecho en maduración de mi amada
sentir por siempre su suave respiración
despierto para siempre en un dulce insosiego
aun, aun escuchando su tierno respirar
y asi vivir por siempre o desfellecer en la muerte.


¿Más?
Keats y la Belleza
Keats y el Otoño, poema para inaugurar la próxima estación.

Coda
El poema de Keats La Belle Dame Sans Merci, que tanto ha inspirado a músicos y pintores, no es más que un sueño. Luego, al despertar, el caballero andante, el poeta, no encuentra más que el frío de la pendiente de la colina donde se ha quedado dormido. ¿No es como aquel sueño de Coleridge, Kubla Khan, del que hablábamos el otro día?

jueves, 9 de septiembre de 2010

Soler Serrano y los sabios

A la memoria de Joaquín Soler Serrano (19 de Agosto de 1919 -7 de Septiembre del 2010)

Un día, en la biblioteca de la universidad, aún reticente al uso de los ordenadores, encontré unos cd-rom con entrevistas a escritores célebres, entre ellos Julio Cortázar. Decidí saltarme la clase siguiente, o es que acaso en esa hora no había clase. Recuerdo que Soler Serrano le preguntaba sobre sus ideas, y que el epifánico Santo Julio Cortázar le contestaba que él nunca hablaba de eso, que cualquiera podía convencerle.



Aquí un discípulo de Montaigne, además de claro y preclaro precursor de Enrique Vila-Matas. Josep Pla y su amor por la cita:



Por esta entrevista de Soler Serrano supe que Jorge Luis Borges no era humano, si no un muñeco manejado por un hacedor, un demiurgo, un ventrílocuo genial:



Cela y su "soterrada vocación de gamberro", y aún hay gente que sigue sin comprenderlo:



Sublime, divino, salvífico Dalí:



Hoy sería impensable un programa así, que sería mareado hasta la desintegración en la parrilla televisiva.
Una hora de entrevista exhaustiva, a fondo, a un Onetti, a un Rulfo, una Chacel, un Alberti, un Carlos Barral.
En la televisión de dos canales que no emitían mucho más de doce horas al día había un lugar para el saber. Hoy en la televisión de los cincuenta canales no hay duda que luegares para el saber los hay; pero qué diferencia el palacio de antaño del oscuro rincón de ahora, nocturno y apretado, en que se mueven los sabios.

martes, 7 de septiembre de 2010

Su Real Istmo (II). Estaban creando el futuro, que ya es hoy.



Mi vida sí que es surrealista, les digo a los amigos cansado, antes de entrar en la exposición Surrealismo. La subversión de las imágenes.
Después de trabajar siete días seguidos, con trabajo doble cada día, sólo se me ocurre, este Domingo, ir a Recoletos, fundación MAPFRE, etcétera. Luego a la noche me quedaba dormido frente al ordenador sin darme cuenta, cosa que nunca me ocurre, dormirme involuntariamente.
Ahora estoy disfrutando de unos días libres, y por eso esta mañana, esperaba la cafetera buruburuburú, con antojo de café sólo, dulce, recién hecho.
Surrealista es lo que ha sucedido esta mañana, llaman al teléfono fijo tres veces. La primera no se oye nada, ruido de fondo un fffssss extraño, y de pronto: próxima estación, Gran Vía.
La segunda más de lo mismo, ruido de máquinas, pregunto quien es, nadie responde, un fssss, una tos femenina, suena el buruburuburu sugerente y aromático de la cafetera italiana, que es el mejor invento doméstico para hacer café, por ese alegre canto de barítono en estado de gracia. Y dice el teléfono: próxima estación, Urgel.
A la tercera: próxima estación, Vista Alegre.
Por lo tanto, llego a la conclusión, como un pequeño Sherlock Holmes de Aluche y sin pipa pero con cigarrillo de liar, que el que, o la que ha llamado va en la línea verde, línea cinco, en dirección a Aluche. Y pienso atemorizado: ¿y si vienen a por mí, como en esas películas de terror japoamericanas en las que te van avisando poco a poco?
Paranoia.
Es el elemento que le faltaba a la exposición, pero es que Dalí no estaba, con su método paranoico-crítico. Sólo había fotos, proyecciones de franceses, y Picasso. Pero es que Picasso tenía su corazoncito cubista repartido.
Esto que me ha pasado esta mañana un surrealista lo toma como le viene, podrá sentir terror, o no, pero no le busca una explicación.
Lección surrealista: nada tiene por qué tener un sentido. Los sueños sueños son, campo abonado para el Arte, la Literatura, o la Acción Cotidiana.
Claro es que yo ahora estoy en la duda de si Sigmundo Freud, del que se nutrieron los bretones surrealistas, era surrealista o no. Él buscaba una explicación, para él un sueño era un símbolo de algo que sucede en lo real y tiene su imagen distorsionada, simbólica, en el interior.
Pero yo, que soy platónico, simbolista, y conspiranoico, y que hayo sabiduría en los artículos de física cuántica, creo que todo está entrelazado. Y allí donde hay un entrelazamiento hay un ser nuevo para el mundo. Cópula: una nueva víctima, un nuevo verdugo, un elemento más para este fresco surrealista del día a día.
Todo es surrealista, y sólo la rutina es lo que hace algo real.
Cualquiera que venga a este mundo Tierra y vea a cienmil personas en un edificio circular y con corrala interior, mirando en un enorme rectángulo verde a una veintena de señores en pantalón corto peleándose por un objeto esférico semejante al mundo Tierra y que otros señores, uno que pega silbidos con silbato y saca papeles de colores y otros con banderines recorriendo las bandas bailando y todos atentos a estas coreografías y aullando y gritando y cantando e insultando... Digo que dirán: esto es surrealista. Y si se les dice: ganan dinero, mucho dinero, más que un ministro o un presidente, más que un gobernante, un soldado, una enfermera, un cocinero, o un filósofo. Dirán: extraña pesadilla.
Lo que hace de este fresco surrealista llamado fútbol algo real es su aceptación, su rutina cotidiana, su convención. Y así con todo.
Pero vayamos a la exposición, donde todo era imagen, en fotografía o en filme.
La mayoría gente normal haciendo el tonto, disfrazados y poniendo caras raras.
Todo candor.
En un tiempo donde hacerse una fotografía era un acto augusto, conmemorativo, donde todos salían serios porque sabían que serían así inmortalizados, no se pensaban los desmanes actuales, de los que los surrealistas fueron el más claro precedente.
Había en la exposición una proyección sesentera y en color, en la que Picasso y otros salían en un chiringuito playero, comiendo y haciendo el payaso. Eso es lo que han hecho las familias al verse filmadas, ayer y hoy. Poner caras raras, hacer histrionismos, subvertir su propia imagen para maravillarse y reírse o entristecerse en un futuro.
Unos amigos quedan a cenar por navidad, se hacen fotos, quien más, quien menos, hace surrealismo con su pose.
Los surrealistas, en sus fotografías e imágenes, estaban creando el futuro, o profetizándolo, y ese futuro que fue posiblemente involuntario ya es hoy.
Vídeos musicales de Shakira, fotos del Elle o el Vogue con mujeres ultramaquilladas con vestidos raros y poses absurdas.
Reuniones familiares con paellas y padres, consuegras, sobrinos y nueras dando manotazos y sacando la lengua a la cámara.
Fotos en fotomatón -sí, estaban en la muestra este Domingo-, ellos salieron poniendo caras raras, al igual que tantos de nosotros ayer y hoy, de adolescentes. Sólo nos unía el candor. Ellos hicieron arte, nosotros somos cotidianos, rutinarios, realistas, pero hijos suyos.
En una sala oculta por cortinas, fotografías de penetraciones, y una proyección de un señor sacándose los ojos.
Todo ya visto hoy, cotidiano, de todos los días: pornografía y gore, programas de noche y películas de terror, de catástrofes, de ciencia-ficción.
El surrealismo es hoy, soñado ayer. Un sueño premonitorio, no se sueña por soñar, todo está entrelazado, fecundando, dando fruto.


Bretones y buñueles, precursores del gamberrismo de fotomatón.





Renee Jacobi, de Boiffard y Le violon d'ingres, de Man Ray, unos aprovechados con la excusa del surrealismo. También fueron precursores.


Y aquí un regalo:

Entreacto, de René Clair
Hacia la mitad del segundo vídeo está una de mis secuencias preferidas de la historia del cine, minutos tres-cuatro.

Aviso a los akabaos -que sé que a hurtadillas buscáis solaz en esta bitácora-: como dijísteis, en la muestra faltaban fotos nuestras. Pero esa en la que cual rumiante como lechuga, icono de las nuevas corrientes literarias, esa, digo, no la publico.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Mi Kubla Khan



Perdí algún sueño, tan real su vivencia como frustrante su despertar.
La flor de Coleridge, ¿qué harías tú si encuentras la bella flor? Ya en tu mano, entonces despiertas, y ya no está.
Todo aquello tuvo un sentido cuando esa decepción la ví compartida por un tal Samuel Taylor Coleridge, poeta inglés romántico, cuando yo no sabía aún lo que era un poeta romántico y menos aún conocía ese nombre, Coleridge, ni siquiera lo recordé hasta que años después ya tuve contactos con los libros de poesía. Me dije: anda, este señor era aquel que de niño me hizo sentir menos solo.

Había en mi casa un libro enorme que no dejaba de leer y releer a mi antojo, editado por Reader´s Digest -¿en qué casa no había en los setenta, en los ochenta, alguna revista, algún libro, algún compendio editado por Reader´s Digest?-, El libro de lo asombroso e inaudito, a través del cual conocí cómo el poeta Samuel Taylor Coleridge, tras un sueño hermosísimo, feliz -comprobaría yo décadas después que era un sueño tras la ingesta de opio- despertó en estado de gracia y cogió papel y pluma y comenzó a escribir uno de sus poemas más celebrados: Kubla Khan. Hasta que alguien entró y le interrumpió. Cuando Samuel, que había perdido en la charla su ínspirado tránsito quiso volver al poema, ya lo había perdido, lo había olvidado, había salido definitivamente del sueño a la vigilia. Ya no podía trasladar al poema toda aquella fascinación. Aunque al menos sí se salvaron para el sueño de la posteridad los primeros versos.
Así nos sucede a veces, no demasiadas pero sí las suficientes como para no perder su misterio.
Algunas noches soñé que mi barrio tenía mar y playas, que tenía un libro maravilloso en mis manos, o que conocía a alguien especial con quien me citaba, o había un extraño y fascinante paisaje. Luego despertaba, con estado de melancolía durante toda la jornada. Sin embargo, gracias a esos sueños, uno busca esas calles, esos libros, desea esas mujeres, recrea en los paisajes de siempre esos paisajes; uno busca en todo eso su kubla khan.



En Xanadú, Kubla Khan
mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre el Aleph, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos,
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercando los rincones de verde soleado.

¡Oh sima de misterio, que se abría
bajo la verde loma, cruzando entre los cedros!
Era un lugar salvaje, tan sacro y hechizado
como el que frecuentara, bajo menguante luna,
una mujer, gimiendo de amor por un espíritu.
Y del abismo hirviente y con fragores
sin fin, cual si la tierra jadeara,
hízose que brotara un agua caudalosa,
entre cuyo manar veloz e intermitente
se enlazaban fragmentos enormes, a manera
de granizo o de mieses que el trillador separa:
y en medio de las rocas danzantes, para siempre,
lanzóse el sacro río.
Cinco millas de sierpe, como en un laberinto,
siguió el sagrado río por valles y collados,
hacia aquellas cavernas que no ha medido el hombre,
y hundióse con fragor en una mar sin vida:
y en medio del estruendo, oyó Kubla, lejanas,
las voces de otros tiempos, augurio de la guerra.

La sombra de la cúpula deliciosa flotaba
encima de las ondas,
y allí se oía aquel rumor mezclado
del agua y las cavernas.
¡Oh, singular, maravillosa fábrica:
sobre heladas cavernas la cúpula de sol!

Un día, en mis ensueños,
una joven con un salterio aparecía
llegaba de Abisinia esa doncella
y pulsaba el salterio;
cantando las montañas de Aboré.
Si revivir lograra en mis entrañas
su música y su canto,
tal fuera mi delicia,
que con la melodía potente y sostenida
alzaría en el aire aquella cúpula,
la cúpula de sol y las cuevas de hielo.
Y cuantos me escucharan las verían
y todos clamarían: «¡Deteneos!
¡Ved sus ojos de llama y su cabello loco!
Tres círculos trazad en torno suyo
y los ojos cerrad con miedo sacro,
pues se nutrió con néctar de las flores
y la leche probó del Paraíso».

Samuel Taylor Coleridge
Versión de Màrie Montand


El poeta Samuel T. Coleridge