jueves, 29 de diciembre de 2011

De apocalipsis, hipocondrias, reyes tocayos y enanos lectores y puteros.



Nunca olvides qué eres porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil.
(Tyrion Lannister)
Apocalíptico estáis: es que me aburro.
Según el calendario azteca -o mejor dicho sus intérpretes-, dentro de un año ya habrá sucedido todo. Es lo que Fernando Arrabal, para regocijo de televidentes o videntes a secas, llamaba el "mineralismo", versión beoda del milenarismo.
Desde que tengo uso de razón, el mundo ya se ha acabado unas cuantas veces, recordemos el miedo que nos metieron con los ángeles de Paiporta en los noventa.
El otro día me liaba yo unos cigarrillos mientras veía el capítulo segundo de la serie Juego de Tronos, cuando puse cualquier canal y me econtré a Iker Jiménez -del que dicen que tengo un cierto aire, y eso sí que es personalmente apocalíptico- hablando de unos extraterrestres que allá por los sesenta vinieron a sembrar el terror cerca de Aluche, con un símbolo similar al de los Héroes del Silencio como estandarte. El histerismo hizo que algunos llegaran al suicidio, tirándose a las vías del tren.
Años después, nacería yo, con mi pañuelo de Héroes agitándose por los garitos más rockeros de Argüelles y mi camiseta de los mismos, una reliquia que sólo uso en grandes ocasiones. En ocasiones se lo ponen otras. Rota y desteñida, queda muy sexy como única prenda.
¿Jugamos a las prendas?
Quítate el vestido, me quito un calcetín.
Desde que el mundo es mundo, siempre hemos tenido promesas de apocalipsis para el canguelo colectivo.
Yo, con resaca, me siento apocalíptico. Ayer no es que me pasara con las cañas, es que a un amigo y a mí nos dio por filosofar y me econtré con un gin tonic como aperitivo a otras rondas de cañas.
Luego llegué a casa y me entró el misticismo de los borrachos, me peleé con los santos de mi santuario y alquien puso en el facebook a Little Tony (link)y me emocioné y me acordé de tí y después ya era de día y me dolía mucho la cabeza y tenía palpitaciones. No hay nada que el ibuprofeno no solucione.
Hoy, último día de vacaciones, mañana vuelta al tajo.

Daenerys, de la sangre del dragón
Tan apocalíptico me encuentro últimamente que, habiendo levantado hace una hora un mueble de estos de ikea, y minutos después habiendo sentido picor en la mano izquierda, he pensado en que me estaba entrando una parálisis de esas que van enfriando poco a poco el cuerpo, así que no me ha quedado más remedio que ponerme a escribirte aquí, y ya parece que se va solucionando.
Mi carta astral tiene la culpa, dicen que si tienes la bonita conjunción de Venus con Neptuno, o eres hipocondriaco, o eres afortunado en amores, y yo, siendo en amores desafortunado, no me queda más que la hipocondria, que con la resaca se acentúa. Úlitmamente se ha estado paseando Venus sobre mi signo, Piscis, con lo que mi actividad social se ha expandido, a la vez que la hipocondria.
La culpa, según Hugo Chávez, viene de los Estados Unidos, que nos inyectan cosas muy malas en el cuerpo y en la mente. Habrá que ver qué dice Masa Enfurecida en torno a esto, que yo me entero de las noticias leyéndoles.
Qué depresión me entra la vigilia del primer día de trabajo, después de una semanita de diversiones y lecturas.
Tyrion, afilando su mejor arma.

Hoy es el día de mi santo, día del Rey David. No hay ningún David santo, somos bastante lascivos -si no lean el Antíguo Testamento-, pero somos muy buenazos y queridos. Yo habitualmente releo sus salmos.
Leer La Biblia es como leer historia, pero pasan cosas míticas y mágicas, como en Juego de Tronos. Algunos personajes no desentonarían en estas crónicas.
A mí, quien me tiene fascinado es el personaje Tyrion Lannister -Peter Dinklage en la serie-, enano lector insomne y putero voraz, pendenciero, astuto, con la virtud de la franqueza más mordaz y bufa. No sé si fue su intención, pero al autor, George R.R. Martin, le salió el personaje shakesperiano. Recuerda al bufón del Rey Lear, uno de los personajes literarios más logrados.
-Usted sí que está hecho un personaje.
-De novelita rosa, urdangarina de mi corazón.
Tiene la saga personajes atractivos, como la niña Arya, que recuerda a aquella George de Enyd Blyton, o Daenerys, interpretada en la serie por Emilia Clarke, capaz de despertar al dragón que todos llevamos dentro.
Sin embargo, leo siempre con más interés los capítulos dedicados al Gnomo, y espero con ansia que llegue el momento de sus páginas.
¿Por qué lee Tyrion? Porque sabe que la mente es su única arma. Y la usa. De qué manera. Merece la alegría leer estos libros por este personaje.
Dice que no puede morir, porque entonces, ¿qué van a hacer sin él las rameras de todo el reino?
En la bitácora de nuestro rijoso marqués tenemos un pequeño homenaje a Tyrion (link)

Coda.

Dafne y ensueños, así se titula un libro de Gonzalo Torrente Ballester. Un título así da envidia.
Sin embargo, este año que llega, 2012, será el año en que leamos por fin La saga /fuga de J.B. El otro día acepté el reto, con mucho gusto, y más después de ver lo que dijo el señor censor después de leer la obra:

«De todos los disparates que el lector que suscribe ha leído en este mundo, éste es el peor. Totalmente imposible de entender, la acción pasa en un pueblo imaginario, Castroforte del Baralla, donde hay lampreas, un cuerpo Santo que apareció en el agua, y una serie de locos que dicen muchos disparates. De cuando en cuando, alguna cosa sexual, casi siempre tan disparatada como el resto, y alguna palabrota para seguir la actual corriente literaria.

Este libro no merece ni la denegación ni la aprobación. La denegación no encontraría justificación, y la aprobación sería demasiado honor para tanto cretinismo e insensatez. Se propone se aplique el SILENCIO ADMINISTRATIVO.»

domingo, 18 de diciembre de 2011

La horda, de Vicente Blasco Ibáñez

Fijémonos bien en que don Vicente practicaba la escritura automática, de ahí su fecundidad.

...pobres seres engañados circulando por la vida en las alas icarianas del capricho...
(Vicente Blasco Ibáñez)


Me parece lo mejor que he leído en los últimos meses.
Vicente Blasco Ibáñez: testigo de una realidad. A esto le sumamos la amenidad de un folletín con la expresividad apabullante de alguien que sabe narrar una historia.
No es, podrá pensarse, Gran Literatura, es, sin embargo, Gran Novela. Ni tuvo, quizá ni tendrá, un pedestal, ni será parte de un canon. No es canónica, ni santa. No tuvo el autor menciones exquisitas, ni las tiene, quizá las tendrá. No forma parte de esa literatura necesaria, si no de la contingente. ¿Es acaso un reportaje, un folletín, algo necesario para una evolución literaria?
No es Arte, pero es retrato de una época.
No es el gran Valle-Inclán.
Pero le ponemos junto a Galdós, junto a Baroja, junto a la Pardo Bazán. Es, por tanto, Literatura.
Clarín ya se acerca más a esa entelequia llamada Arte.
Blasco Ibáñez me gusta más que Flaubert -le reconozco el mérito, pero prefiero Stendhal-. Me gusta tanto como Balzac, como Hugo, como Eça de Queirós, como la Pardo Bazán -con la que hacía manitas-. Me gusta casi tanto como Baroja, como Clarín.
Lo que le pasaba a don Vicente es que era un escritor de best-sellers, fecundísimo, y eso no está muy bien visto. Es lo que hoy sería un Carlos Ruiz Zafón, más por las ventas que por otros valores. A mí Zafón me mola, tiene esa dosis de misterio y ensueño que tanto nos gusta a los adolescentes.
Como dispongo de las obras completas, me fijo en las fechas, y este señor escribía una novela tras otra, dos meses tardaba en parir una criatura de unas trescientas páginas.
(Aunque el record de rapidez/excelencia lo tenga Fernando de Rojas, que nos hizo La Celestina en quince días)
Zafón, sin embargo, tarda unos cinco años en sacar un nuevo best-seller.
Yo creo que Blasco Ibáñez es nuestro Víctor Hugo en muchos sentidos. Testigo directo, vividor, y escritor meón de meada larga. Tuvo nuestro don Vicente, eso sí, la fortuna de tener éxito en vida, y hasta se nos fue a las américas, y tuvo fortuna.

La biblioteca paterna.

Algún día tendré que leer alguna de las novelas valencianas. Todo lo tengo en los tres tomos en Aguilar, que aunque se dicen obras completas no son tal, ya que faltan los folletines como La Araña Negra, de los que don Vicente renegó, aunque hoy siguen leyéndose y hasta vendiéndose.
Forman parte de la biblioteca paterna. Mi padre no es que lea mucho, -sí leía cuando se quedaba de rodríguez en Madrid-, pero siempre le ha gustado mucho comprar, y tratándose de alguien que se dedicó durante muchos años al mundo del libro -trabajó en Sopena, por ejemplo, cuando hacían esos libros manejables y prácticos donde lo mismo encontrabas a Flaubert o a Walter Scott que un diccionario o una enciclopedia -. Así que, sin ser lector habitual como sí lo es mi madre, sí tenía buen gusto para comprar colecciones y encontrar algunas joyas.
Unas obras completas de Lorca con manchas de café con leche y dibujos del propio Federico y míos -ya por entonces quería emularle-. Alejandro Casona muy leído por mí, Episodios Nacionales galdosianos, extrañas enciclopedias de la vida que leía yo de niño con estupor, alguna guía de sexualidad escrita por un cura y un psicólogo franquista -más retro el psico que el cura, pues el cura al menos describía el acto con el lirismo de un ser necesitado, y el psico como si fuese semilla de las taras más perjudicales y los vicios más nefandos-, libros sobre plantas, flores, civilizaciones, colecciones de obras de premios nobel, escritores de éxito sesenteros y setenteros que cayeron casi en olvido como un tal Martín Vigil.
La Horda es de los pocos libros que me me aconsejó mi padre: cómo te describe el rastro, me dijo hace muchso años.
Pero no sólo es el rastro.

La Horda, novela madrileña.

Emparentada con la trilogía barojiana La lucha por la vida, en especial con La busca, La Horda es novela sobre los desposeídos a principios del siglo XX. Un extenso fresco donde pareciera que la intención de Blasco Ibáñez es la de hacer un estudio sobre los grupos humanos de entonces con los males que les aquejaban.
Ya desde el comienzo nos muestra el Madrid de entonces con un poder evocador atractivo a mis gustos: barrio de Cuatro Caminos, bajan a Madrid, por Bravo Murillo, las lecheras no sin antes pagar el impuesto en la glorieta. Detrás va la busca, los que se ocupan de recoger la basura, lo que no quieren las clases medias y altas. Vienen -oh, sorpresa, pues ahora se trata de barrio pudiente- de los barrios de la zona de Estrecho.
Nos presenta a Isidro Maltrana, protagonista de la novela, un bohemio y erudito que quizá pertenezca a la clase más impotente, porque, como él mismo se repite a lo largo de la novela, si fuese de la clase de los que trabajan con las manos, que saben ganarse el pan, sería más afortunado. No le han servido de nada sus estudios, saber idiomas, haberlo leído todo, estar enterado de lo que sucede en el mundo gracias al Ateneo y a la Biblioteca Nacional. De vez en cuando hace alguna traducción, algún artículo, que para su soledad le sirven. El problema llega cuando se enamora y se empareja, entonces es cuando le llega el infortunio.
Eran los tiempos en que la bohemia frecuentaba el café Fornos, en Sol. Maltrana pasaba allí las horas, o allí o en las redacciones donde podía caerle algún pequeño banquete.
La trama de la novela es demasiado extensa, los pesonajes de lo más variopintos, para poder hacer aquí un resumen. Ojo: se la recomiendo a todo el que me lea, encarecidamente. Si tienes e-book, podrás encontrarla gratis.(link) Si no, suerte en las bibliotecas y librerías.
Un capítulo está dedicado a la caza furtiva en los bosques de El Pardo. Todo está tan bien narrado, con una expresividad y agilidad tales, que no decae ni aburre, la tensión narrativa es digna del maestro que fue Blasco Ibáñez.
En los últimos capítulos, en la miseria y acompañado por su amada Feli, embarazada, van a vivir a los barrios de las Injurias, a las Cambroneras, más allá del Puente de Segovia: Marqués de Vadillo, Carretera de Extremadura, Pradera de San Isidro ... tan cerca de donde yo vivo. Tienen como vecinos a los gitanos, y Blasco Ibáñez dedica sus buenas páginas a relatar sus tipos y costumbres. Aquí tenéis unas fotos de la época.

Barrio de las Injurias, donde suceden algunas páginas de La horda

Barrio de las Injurias

La Horda, folletín.

Ay de los amores de Isidro y Feli. Ay de su explendor y su ocaso. Ví hace semanas en la filmoteca la serie de la vida del autor, dirigida por Berlanga. Pudimos ver sus comienzos como negro de un folletinista de la época hoy desconocido. Él mismo hizo algunos, que prefirió relegar al olvido.
Gracias a esa técnica de suspense que tienen los folletines decimonónicos, la novela se coge con ganas, y al lector de hoy le asombra y enternece, según. El XIX tuvo sus culebrones como hoy tenemos la tele y sus ficciones tipo Bandolera y Amar en tiempos revueltos.
La lectura es otra cosa, es tener tú que hacerte una imagen con las pistas que te da el creador y testigo de un tiempo pasado. Siempre a favor de la lectura, que te hace coautor y por eso partícipe. Gracias a todos ellos por hacernos jugar al rol que no tuvimos ni tendremos.
La lectura: mi máquina del tiempo.
Maltrana y Feli se van a vivir juntos sin casarse, que en la época era motivo de alarma y escándalo. Yo me acordaba de Larra y su artículo: El casarse pronto y mal, en el que se hace crítica del romanticismo como enfermedad -enfermedad en la que el propio Larra cayó, dándose un tiro-. Más o menos, aquí sin boda, viene a ser lo mismo. En un ideal de belleza y helenismo, Isidro Maltrana creerá superar todas las pruebas, todo irá a su favor, hasta que poco a poco, casi sin notarlo, caerá en la máxima miseria, hasta llegar al hambre y al frío. Si tuviera, digo que se dice, las manos de un proletario, sería más afortunado.

Blasco Ibáñez, autor del naturalismo.

Es considerado este valenciano como exponente del naturalismo literario, junto a la Pardo Bázán. No he leído a Zola, que es como el padre de todo esto.
Las descripciones de la miseria del Madrid de entonces son magistrales, sin dar habitación al pudor, sin banalizar todo lo que de un rotrato de lo sórdido y la desolación.
He tenido el gusto de informarme en foros de internet sobre la obra, y hay gente que prefiere La Horda a La Busca barojiana.
Baroja es distinto, Baroja es autor impresionista.
¿Sería extraño si dijera que como obra prefiero La Horda, y como autor prefiero a Baroja?
Si fuera profesor de instituto, o por no pedir tanto, de universidad, sería interesante hacer que los alumnos trabajaran comparando estas dos obras.
Ya sabéis que Baroja es de mis preferidos. Y a partir de hoy, Blasco Ibáñez también.

Literatura legible y adolescente.

Hacía tiempo que no quedaba atrapado por la lectura de esta manera. He vuelto a la novela como cuando era adolescente y prefería leer a hacer otras cosas: atrapado.
La emoción del suspense, la riqueza de trama y personajes, por encima de una búsqueda artística.
Hay libros para todos los gustos, y yo tengo gustos muy variados, y todos pasionales.
Ahora sólo tengo ganas de tumbarme a leer Juego de Tronos. He pasado del folletín mayor, naturalista, de Blasco Ibáñez, -dejado por las noches con pesar, porque al día siguiente madrugaba- al folletín de fantasía de este mundo inventado, apasionante, que promete muchas horas de intrigas y divertimentos.
(Y mi amigo el Marqués de la Pollalzada, que me pasa las lecturas, está bien contento con la elección. Bellas doncellas como ninfas se me pasean en pelota por las páginas de los tomitos. Princesas follarinas y núbiles aristócratas me cogen de la mano y me invitan a pasar dentro de la página, como si se me abrieran de piernas).
No todo va a ser leer literatura de la excelencia, que está muy bien adentrarse en la maravilla de la creación artística y el despertar de la inteligencia en la página. Uno necesita, para mantenere etérnamente joven, su dosis de sangre fresca, su inyección de juventud cada cierto tiempo. Y su polvo con la literatura más ramera, que es la que mejor sabe venderse.
Sentarse a leer sin lapiz para subrayar y dejarse llevar, atrapar, encantar. Pasar las páginas y no darse cuenta de que los minutos se han ido con el movimiento del aire provocado por ellas.
Blasco Ibáñez, autor legible, se sitúa en la adolescencia lectora, cuando se busca el libro con la adicción que provocan los primeros cigarrillos.
Recomendable, muy recomendable.

Coda

Blasco Ibáñez cuenta como escribió "La Horda"


Vicente Blasco Ibáñez
En 1905, cuando vivía yo en Madrid y era diputado, al salir muchas tardes de mi casa con dirección al Congreso, torcía mi camino, como un escolar que siente la atracción tentadora de la libertad, y en vez de dirigirme al llamado «santuario de las leyes», prefería alejarme de él, siguiendo el contorno de los suburbios de la villa. (Seguir leyendo. link)

lunes, 12 de diciembre de 2011

Nadie encendía las lámparas, de Felisberto Hernández

Felisberto, ¿en el balcón suicida?

A pesar de todo me parece que cada vez escribo mejor lo que me pasa: lástima que cada vez me vaya peor.

Así se dice en el último relato del libro: Las dos historias. Aquí mismo hay otro fragmento genial:

Esa misma noche le confesé que mirándola descansaba de unos pensamientos que me torturaban, y que no me dí cuenta cuándo fue que esos pesamientos se me fueron. Ella me preguntó cómo eran esos pensamientos, y yo le dije que eran pensamientos inútiles, que mi cabeza era como un salón donde los pensamientos hacían gimnasia, y que cuando ella vino todos los pensamientos saltaron por las ventanas.

Yo, que yo pensaba que yo era, personaje de Enrique Vila Matas, resulta que se adelantó Felisberto Hernández, y ya vivía yo por entonces en aquellos relatos.
Según parece, se me reparten los escritores, parten pedacitos de mi ánima, quedan escritos, y yo me veo en el deber de ir recuperándolos, leyendo de aquí y de allá, variadito más que voraz, como quien va a un buffet y va picoteando hasta llenar su estómago. Como quien va juntando un puzzle hata hacerse una idea de su imagen. Aunque sea literaria, y por lo tanto distorsionada.
Aunque todo quedó ya distorsionado, sin falta de literaturas, ya vivir es una distorsión de lo ajeno hacia uno, de uno a lo ajeno. Y quien esté libre de distorsionarlo todo con el poso de su mirada, que me lance la primera metáfora.
Yo debería haber hecho este post hace ya semanas. Yo debería haberte hablado de otros libros, en este tiempo.
Pero los personajes somos así, sobre todo si nos relatan buenos escritores, ya sabes tú que un buen escritor no suele crear personajes planos, sino que juegan a hacer malabarismos y así dan complejidad al individuo.
Luego, según el tipo -de escritor- me refleja más en una buena descripción que en un personaje.
Es que, como sabrás, después de tantos años (casi 4), mi alma se halla en la metáfora.
Cuando leo, encuentro mi alma en la metáfora.
Es como si jugaran a dardos, siendo yo la diana, y tantas veces aciertan que aquí me hallo yo, herido de literatura, letraherido.
Voy a las librerías y a las bibliotecas y miro los libros como si fuesen viviendas y allí estuviera yo y quisiera entrar para dar conmigo mismo.
Y aquí me tienes hoy, ahora, comiendo mandarinas y tecleando, escribiendo a lo Felisberto Hernández, con derecho, pues yo ví en él a un padre que tiene hijos varios, yo uno de ellos.
Todos se lo montan con la Literatura, y se reproducen, como manda el Génesis.
La historia de este libro es singular, y culpa de la demora la tiene es que, sacado de la biblioteca y leídos dos relatos, una noche porque no me molestara se lo guardó una amiga en su bolso y ahí se quedó.
Me metí con otro amigo en el Mesón de la Guitarra a hablar de toros y a beber vino, y recibo un sms de M.: "He llegado bien. Se me olvidó darte el libro" "Pues ahora te lo lees".
Y así es como lee la gente, tan azarosamente, tan por azar las páginas que uno lee, luego otros las leen, con la peculiaridad de espíritu de cada cual. Cada cual, su criterio, su historia, en este otoño de lluvias tan vestido.
Yo siento nostalgia sincera de tus historias, este otoño más tuyo que de nadie, pues a nadie más que a tí le gusta vestirse de lluvia, Híade.
Estos días de atrás, con el madrugón, la niebla espesa de un Madrid que parecía capital de Inglaterra. Y el frío, y yo saliendo a fumar a la calle en mangas de camisa, en uniforme.
Y, como tambien soy personaje de Javier Marías, digo: uno no debería leer nunca nada. Nadie podrá vacunarme de esta literaturitis crónica que tanto me afecta y es que se acentúa con las lluvias, como si fuese un dolor de huesos.
Achacosos estamos, es que leemos. En un singular relato de este libros de relatos de Felisberto H., van inyectando por ahí publicidad con jeringuillas. Ya sólo faltaba eso, y en Navidad encima. Bastante tenemos cada uno con nuestras propias inyecciones para nuestras propias dolencias, como para que vengan a contarnos cuentos chinos vía intravenosa. Ya puestos, publicidad en supositorios: por el culo.
Cada cual, digo, se inyecta lo que quiere, y lo que puede: yo me meto unos chutes literarios soberbios. Tengo problemas de adicción, sin embargo, me dura el colocón ya para siempre, sin embargo.
Gran y corto relato, por cierto: Muebles "El Canario", se titula, donde una tienda de muebles, en vez de repartir folletos como IKEA, va por ahí en autobuses y avenidas inyectando propaganda en los bracitos.
Buena idea para IKEA y demás negocios de toda índole.
Prologa el librito Italo Calvino, y no es de extrañar que el autor de libros como Marcovaldo y El Barón Rampante, en que los personajes son extravagantes hasta lo extraordinario, tenga querencia por la literatura de Felisberto. Junto a este ejemplar, estaba la otra edición, de Cátedra, con amplio estudio, pero preferí éste por el buen gusto de la editorial RM, y por Calvino, claro.
Al igual que me siento marxista por el humor de los HermanosMarx, me siento calvinista por la literatura de Italo Calvino, que el otro -Juan- siempre me llenó la quijotera de pesadillas y el cuerpo de cansancio, -dada su ética de salvación a través del trabajo-.
Yo prefiero la salvación a través de la Literatura, como me proclamó en su feliz epifanía Sto Julio Cortázar, que tuvo el honor de comentar los relatos de Felisberto.
Esa nueva ola de literatura extraña que surgió de allende los mares para invadir la decadente Europa en el pasado siglo, con sus mágicos realismos cotidianos y maravillosos, tiene en Felisberto Hernández un peculiar autor, un peculiar entre los peculiares, pues eso se trataba de ver quién escribía más mítico y vanguardista, más mágico e ingenioso.
El relato fantástico tiene, cómo no, más tradición, aunque yo, que me lo creo todo, prefiero considerar que Ulises sí trataba con sirenas y con cíclopes. Las novelas de caballería son fantásticas, lo sé a través de Alonso Quijano, El Bueno.
Leía yo en el tren hacia Pozuelo, en uno de mis primeros trabajos, los relatos de Hoffmann, y solía hacerme con antologías, por entonces, del relato fantástico español.
Mi última adquisición ha sido Juego de Tronos -fantasía-, libro que estamos leyendo un par de akabaos mientras otro akabao se rasga las vestiduras por no leer a Foster Wallace o a Musil o a Proust, por ejemplo.
Nos gusta leer lo que no se debe leer. Nos gusta leer lo que nos apetece, desde que amanece, que no es poco.
Nos gusta Felisberto Hernández porque además de escribir relato fantástico, hace buena literatura. Escribe demasiado bien, me comentó mi amiga cuando me lo devolvió.
Escribir demasiado bien es escribir zen, pensando en la frase presente, no en la futura. Los escritores que escriben bien no piensan en la conclusión de la obra, piensan en el instante en que se está escribiendo la obra, así les salen esos juegos y esos tropos, esas páginas florales, faúnicas, como decorativas pero con un sentido que se alcanza con la atención. Todo muy zen: con atención al presente, sin pensarlo apenas.

Felisberto al piano


Todo además muy musical, pues Felisberto era músico, y así sus personajes lo son, como si fueran uno sólo repartido entre varios cuentos. Ellos son pianistas, como él, y como lo soy yo ahora que te escribo como si te lanzara una rapsodia en azul, a lo Gershwin. (link)
Aunque a veces creo que soy más de Thelenious Monk, éste sí que parecía tocando un personaje de Felisberto, con sus pausas y sus extravagancias.(link)
Lo fantástico, en Felisberto Hernández, no suele surgir del exterior, si no del interior de los personajes, que trasladan al texto su extrañeza, y del texto quedan tocados los ojos lectores y así queda contagiado el lector.
La melodía de Felisberto, digo, es contagiosa.
Está por ejemplo el relato El Balcón, maravilloso por cierto. Un balcón que se suicida por celos, y no es fantasía, pero queda así la sensación en quien lo lee.
Musicales, sus relatos no aspiran a ser creibles, la música no aspira a ser creíble, nadie dice que el Otoño de Vivaldi sea creíble, y sin embargo todos dicen que es Otoño, que suena a Otoño.(link)
Ya en el primer relato, Nadie encendía las lámparas, notamos esta extrañeza de objetos y personas que no lo son porque sean extraños, si no por el mirar extraño del narrador.
Mis preferidos son La mujer parecida a mí (porque yo también fui caballo, soñando que lo era) y El corazón verde, cuento genial sobre los recuerdos de la infancia, cuando todo nos parece mágico.

Todos estos recuerdos vivían en algún lugar de mi persona como en un pueblito perdido: él se bastaba a sí mismo y no tenía comunicación con el resto del mundo. Desde hacía muchos años allí no había nacido ninguno ni se había muerto nadie. Los fundadores habían sido recuerdos de la niñez. Después, a los muchos años, vinieron unos forasteros: eran recuerdos de la Argentina. Esta tarde tuve la sensación de haber ido a descansar a ese pueblito como si la miseria me hubiera dado unas vacaciones.

En el próximo post hablaremos de otra literatura, en las antípodas literarias como quien dice. Don Vicente Blasco Ibáñez: magnífico, un Víctor Hugo de nuestras letras, tan fecundo ...

Coda. Cajita de música.

En el relato Mi primer concierto, el protagonista toca este tema:

jueves, 1 de diciembre de 2011

Un método peligroso, de David Cronenberg

Segismundo el de los sueños,
siempre fumando puros
Aunque la guapa Keira Knightley no me llega a convencer en todos sus papeles -y aún me tiene desconcertado en esta película poniendo caras raras-, Tocayo Cronenberg ya es una garantía de buen cine, un buen cine con un grado de tensión por encima de la media. No tengo prisa, normalmente, por ver todos los estrenos de Cronenberg, sé que más tarde o más temprano acabaré atrapado. En este caso, el tema me interesaba bastante, ver una representación de la relación de rivalidad profesional que tuvieron Freud y Jung me entretiene tanto o más que un Real Madrid - Atlético de Madrid, con la buena noticia ya sabida de que aquí no hay ganadores ni perdedores, de que cada uno de ellos creó escuela, y que aunque Freud es uno de los grandes filósofos contemporáneos -más filósofo que psicólogo, sí- que supo valientemente desnudar la psique, Jung es otro bravo, más místico que psicólogo, que supo ver el cuento -la fábula- en que vivimos.
Es como si Freud dijera: no somos quienes creíamos ser, dentro hay una batalla. Es como si Jung añadiera: somos personajes de cuento. Y para esto último tendríamos que desviarnos hacia el estudio literario que hizo sobre el cuento Vladimir Propp en su Morfología del cuento. Añadiendo más bibliografía con los libros sobre la psicología de los cuentos de hadas. Ya puestos, te hago una tesis.
Pero no.
Preferiría no hacerlo.
Yo soy tu príncipe azul, tú: mi princesa. Tan sólo un príncipe encantado.
Encantado de conocerte.
Segismundo Freud, que creo yo que se llamaba así por Segismundo el de La Vida es Sueño, pasaba las horas vivas de charleta con Carlos Jung. Se contaban los sueños y se los interpretaban, Freud a todo le daba una interpretación sexual, y Jung decía sí negando con la cabeza, que luego se encogía de hombros y llevaba el psicoanálisis fundado por su maestro por terrenos mágicos. Esto es lo que se dice, como diría Segismundo -Freud- matar al padre.
De ahí surge la tensión entre los dos. No hay película de Tocayo Cronenberg sin tensión y sin violencia. Aquí la tensión se siente más que se ve, la violencia es dialéctica, sin alzar la voz.
Yo me lo pasé muy bien, estuve muy entretenido, la amiga que me invitó me daba a mí la sensación que dormitaba -luego me diría que le pareció un poco plomo-, a mi alrededor la gente encendía los móviles y miraba la hora o  mandaba un sms o miraba internet o lo que haga la gente moderna de hoy contemporánea del tiempo presente con sus celulares.
Carl Jung, Maestro
El tema, la trama, los detalles -hermosa fotografía-, el genuino estudio de Segismundo Freud ...
Viggo Mortensen, actor preferido para Cronenberg en sus últimas películas, me parece todo un acierto. Este ser polifacético y renacentista, actor camaleónico que se sale y al que todo le sale bien, como el genio de Freud es creible, humano, cómico, caricaturesco, paródico, sin llegar al patetismo.
Freud mira con envidia la suerte de Jung, cadado con una mujer rica, que además se zumba y zumba a la princesa del cuento, Keira Knightley interpretando a Sabina Spielrein, también psicoanalista y también discípula. No sé qué me ha parecido su interpretación. Que está muy rica. Su mejor papel es el de la heroína de Orgullo y Prejuicio, tan de campiña inglesa. Cuando traté Nunca me abandones ya hablé de ella.(link)

Keira, Sabina de los Azotes, psicoanalista
Keira como Sabina pone caras raras, hace muecas, tartamudea. Luego la psicoanaliza Carlitos Jung según el peligroso método freudiano. Le va la marcha. Le azota en el pompis y a ella eso le gusta. Le azota con violencia, como le gusta a mi Tocayo. A ella, poniéndole el culo al bueno de Carlos, se le acaba toda la tontería y se cura.
Es lo que decían nuestros mayores cuando el adolescente se portaba mal.
-Falta de hostias.
-Necesitas mili, chaval.
-Te daba un revés que te quitaba toda la tontería que llevas dentro, majete.
Hoy día en esta edad contemporánea del tiempo presente tan redundante y repetitiva, todo esto ha cambiado. Ahora vamos al psicoanalista a que nos analice la psique, cuando lo que en realidad necesitamos es fostiarnos como enemigos para terminar tomando cubatas juntos, como en las fiestas de los pueblos, tan añoradas.
Pelea, todo en la vida es batalla. Por eso y no por otra cosa rivalizan las escuelas y no valen medias tintas, cuando en realidad todo viene a ser lo mismo.
O eres de Freud, o eres de Jung.
O de Aristóteles, o de Platón.
O racionalista o empírico.
O psicológico o parasicológico.
O blanco o azulgrana, ¿es que no sientes la camiseta?
O de la escuela del toreo literario purista -Marsé - o de la tremendista -Cela -.
O angloaburrido o prosa sonajero.
O de los Beatles o de los Rolling.
Ay de esta vida demediada, ay de los blogueros bipolares, ay de los ayes partidos en dos.
Una acertada metáfora -por que yo lo valgo- serían las nalgas de Sabina -Keira-, que son dos nalgas que anhelan ser azotadas hasta el orgasmo, y un orgasmo es el cubata entre amigos que fueron enemigos, la reconciliación de contrarios, reconciliación del mundo, la paz por fin.
Yo de mayor me pido Jung, pero con el estudio -soberbio, sobrecargado de libros y fetiches, ramoniano- de Freud.
Yo, como Jung, te contaré el cuento de la vida: un azote que te duela y que te haga gozar, que te haga quererme más. Yo soy tu medicina. Tu psicólogo, pero por el lado místico.
(Arquetipos, personajes en esta morfología extraña que es el mundo)
Es que yo soy más de Jung.