martes, 16 de diciembre de 2008

Simbolismo (IV). Dos poemas




Puestos así uno detrás de otro, como si se complementaran. Con permiso o sin él lo hago, llámenme atrevido o necio, pero la poesía tambien es un cuento con una aventura. Una aventura del alma.

EL ADOLESCENTE

(El baúl espera, cerrado ya,

en el patio de mármol.)


1
-Madre, me olvido de algo, y no me acuerdo...
madre, ¿qué es eso que me olvido?
-La ropa va toda, hijo.
-Sí, mas me falta algo y no recuerdo...
Madre, ¿qué es eso que me olvido?
-¿Van todos los libros, hijo?
-Todos, mas falta algo y no me acuerdo...
Madre, ¿qué es eso que olvido?
-Será... tu retrato, hijo.
-¡No, no! Me falta algo, y no recuerdo...
Madre, ¿qué es eso que olvido?
-No pienses más, duerme, hijo...

2
-¡Madre! (La aurora es otra.) Tu voz viva
sonará... ¡mas yo sin oírlo!
¡Sólo una hora por medio,
y ya está el mundo vacío!
¡No van a ninguna parte
los matinales caminos!
¡Madre, madre, ya sé lo que me faltaba:
todo, tú, yo!
Norte negro.
Silba el viento, grande y frío.

(El cochero va cantando.

Los lejanos eucaliptos,

aún nocturnos, dejan ver,

doblándose, el repetido

humo del tren. Bajo el puente,

Riotinto.

torna su onda grana al pueblo.

La marisma inmensa. El niño

del carabinero grita

tras el coche: "¡Adiós!"... Crujido

de arena bajo las ruedas

duras... Olor a marisco

podrido...)


(Juan Ramón Jiménez)



EL VIAJERO

Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.

El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó -la pobre loba- muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida,
teme, que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?

Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas...

Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.

Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.
(Antonio Machado)

Parece como si el poema de Juan Ramón hallara cierta continuidad en el de Machado.
Está el que marcha a un viaje y está el que regresa.
El mismo hermano que tanto tú como yo tenemos, que un día marchó en busca de aventuras, o de conocimiento.
Y que llega con su frustración y sus canas.
Es que quizá se fue olvidándose a sí mismo.
Y vuelve sin su sueño realizado, con sus trabajos de amor perdidos, con su conocimiento roto por los desengaños.
Interpreta tú, si tienen ojos tu alma, sí, tu alma que es tu hermano y tu aventura.


Mujer frente al sol del poniente. Caspar David Friedrich.



Mujer asomada a la ventana. C.D.Friedrich.



En el velero. C.D.Friedrich.



El soñador. C.D. Friedrich



Cisnes en el cañaveral. C.D.Friedrich.

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