martes, 25 de enero de 2011

Ulises, de James Joyce (II) Juicio. Primera sesión. Fiscal.

Dramatis personae:
Venus Calipigia: juez

Emperatriz: Juez, Venus Calipigia, Circe, Ninfa venero fontana castalia alfaguara donde sacian su sed todos los locos que en el mundo han sido.
Príncipe de ArroyoLuche: Fiscal, imberbe y barbilampiño, mozalbete zascandil mequetrefe petimetre filibustero on line, usurpador y enamorado.
Pasolosdiasvolviendomeloco: Abogado, lacayo y bufón del príncipe. Pasa los días buscando en penumbra.
Virginia Woolf: Testigo.
Juan Benet: Testigo.
El acusado.
James Joyce: Acusado y acosado, no aparece porque sigue petrificado por esta farsa que se ha montado en torno suyo.

(No he podido evitar el visitar la biblioteca más cercana para tomar prestado el Dublinesca de Enrique Vila-Matas. Carnet en mano, junto a la ventanilla, miro el soporte metálico que gira y que gira si se le mueve, ahora quieto, por ver si hay alguna novedad interesante.
Lo hay, lo último de Diego Vasallo, Canciones en Ruinas. Disco y libreto, protegido por lo que parece una piedra de un monumento en ruinas, así las canciones, que escucho ahora, parecen románticas ruinas añorando un tiempo de explendor.
U hoja caída en el Otoño: Las hojas del Otoño son las ruinas del sol del Verano.
Este es el lema de mi erpíritu: romanticismo).

En contra.
El nimbo gris del sacerdote en un hueco donde se vestía discretamente. No dormiré aquí esta noche. A casa tampoco puedo ir.
Una voz de tono dulce y prolongada le llamó desde el mar. Al doblar la curva dijo adiós con la mano. Llamó de nuevo. Una cabeza parda y lustrosa, la de una foca, allá adentro en el agua, redonda.
Usurpador.
James Joyce. Ulises. Capítulo Primero: Telémaco.


Emperatriz (juez): habíamos venido aquí a juzgar el Ulises, de James Joyce.
Pasolosdíasvolviéndomeloco (abogado): todo juicio necesita de una BSO, y al principito le ha dado por las melancólicas hojas del Otoño, ¿quizá porque asemejan el pubis suyo, oh, Venus?
Príncipe de ArroyoLuche (fiscal): banalidades aparte, comencemos cuando gustéis, no sólo he tenido que zamparme las mil páginas, que además me veo condenado a tener que escribir otras mil frente a una mujer desnuda como juez y un bufón como abogado.
Emperatriz: (mazo en mano) ¡Comience el espectáculo! ¡El estado de Riverluche contra James Joyce! Los cargos ...
Príncipe: (solemne) yo acuso.
Pasolosdías:(burlón) yo, iluso.
Príncipe: (arrogante) yo acuso a James Joyce de aburrir al lector, de crear un enjambre de pretenciosas páginas, le acuso también de hermetismo, de crear una secta de difícil acceso, así como se supone que Leopold Bloom, personaje, o es masón o flirtrea con la masonería, así mismo los lameculos de Joyce son unos pretenciosos iniciados. Date por aludido, querido.
Pasolosdías:(irreverente) ¡Protesto!
Venus: (asintiendo condescendiente) Aceptada la protesta.
Príncipe:(enfurruñado) jo.
Venus: (coqueto mohín) qué tonto te pones cuando te pones tonto. ¿Testigos de nuestro muy señor nuestro señor fiscal? ¿Te has traído la whiskipedia para el corta y pega y para cualquier cita buscada en el google? Menos mal que la dietética ley menestra de la ministra Sinde os va a dejar a todos los eruditos de pacotilla sin vuestros juguetitos, hasta para las descargas seminales cuando os den vais a tener que pagar, mariquitrinis.
Pasolosdías: (al respetable) como véis nuestra hermosa deidad siempre a favor del poder y los cuartos, o los cuartos del poder, tus cuartos traseros, ¡oh, Venus Calipigia! La Belleza, canónica institución para canónigos de la abstracción.
Usurpador: (buscando en la web, cortando y pegando) Llamo como testigo a Virginia Woolf.
Juez: (poniéndose el pelo así, retocándose asá) a ver, que pase.
Virginia Woolf:(cita) Ulises me parece el libro propio de un analfabeto, un libro carente de desarrollo; la obra de un obrero autodidacta, y todos sabemos cuán lamentables son esas obras, cuán egotistas, cuán insistentes, cuán primarias, crudas y, en última instancia, nauseabundas. Cuando se puede comer carne guisada, ¿a santo de qué comerla cruda?
Juez: (encogiéndose de hombros pues ella no es hombre) vale, guapa, el siguiente.
Virgina Woolf:(cita) He terminado el Ulises y creo que es una obra fallida. A mi juicio, no le falta talento, pero de baja estofa. El libro es difuso. Es enmarañado. Es pretencioso. Es de baja ralea, no sólo en el sentido evidente, sino también en la acepción literaria. Con ello quiero decir que un escritor de primera fila siente por la literatura un respeto tal que le impide servirse de trucos; de sorpresas; de hacer payasadas. Me recuerda constantemente a un colegial con tendencia al comportamiento brutal, rebosante de ingenio y capacidad, pero tan pendiente de sí mismo, tan egotista, que pierde la cabeza y se convierte en un ser extravagante, amanerado, vocinglero, torpón, y consigue que las personas amables le tengan lástima, y que las personas severas se irriten; y una tiene esperanzas de que todo lo anterior le pasará cuando crezca; pero como sea que Joyce tiene cuarenta años, no parece probable que así ocurra. No lo he leído cuidadosamente; y sólo una vez; y es muy oscuro; por lo tanto seguramente he dejado de percibir sus méritos en una proporción superior a la justa.
Juez: (con los morritos así y los ojitos asá, sopesando a Virginia, de arrriba abajo) vale, venga, el siguiente.
Usurpador: (buscando en la introducción de su ejemplar del Ulises) Llamo como testigo a Juan Benet.
Venus la de las nalgas hermosas: (ronroneando) que entre.
Juan Benet: (cita) El Ulises es un cuadro de costumbres hipertrofiado por la palabrería. Y denle recuerdos de mi parte al joven Marías.
Calipigia: (enamorada ante un literato de verdad, pues hartita está de convivir con cien locos que son cien aficionados) de su parte, desde esta región ocultamente furibunda. Y vosotros, a ver si aprendéis de un ingeniero de caminos que en literatura creó nuevos caminos.
Príncipe y Pasolosdíasbuscandoenpenumbra: (humillados y ofendidos) sí, Señoría, lo que vos tengáis menester, Señora mía, a sus pies, Señora, besamos sus lindos piececitos desnudos, Señora, písanos, Señora, patéanos, Señora ...
Emperatriz: (altiva) Babosos, vais a inundar esta sala del juzgado de lo penal que nos ha sido cedida para juzgar a un hombre y su obra, cochinos.
Cerdos homéricos: (gruñendo) déjanos mordisquear tus pies con ternura, permítenos olfatear el polvo de los caminos por tí recorridos caminos de hombres sabios que a tí rindieron pleitesía, ¡oh, musa!
Circe: condenados a la piel del marrano hasta que no os comportéis. Por hoy ya basta. Se interrumpe la sesión hasta nuevo aviso, nueva orden, o lo que se diga en las películas de jodiwood de abogados. Deberes hasta entonces: lectura de Dublinesca, de don Enrique Vila-Matas, un iniciado, un caballero la orden de Finnegans.
Puercos: (arrebuscando bellotas metafísicas) Majestuosa, así haremos, ¡oh, Ninfa, oh, venero de inspiración!
Emperatriz: (desnuda y letal) Basta, desalojen mi casa de justicia, hasta entonces.
(Sale Emperatriz, ninfa, contoneándose, pizpireta, correteando, y ellos detrás, a la caza, como dos escritores de raza -porcina-).

Coda:
En todas las relaciones entre Apolo y las ninfas -relaciones tortuosas, de atracción, persecución y fuga, felices sólo una vez, cuando Apolo se transformó en lobo durante el coito con la ninfa Cirene- quedará esto sobreentendido: que Apolo fue el primer invasor y usurpador de un saber que no le pertenecía, un saber líquido, fluido, al cual el dios le impondrá su metro.
Roberto Calasso. La locura que viene de las ninfas.

lunes, 24 de enero de 2011

Las nubes, de Juan José Saer /Camino a la libertad, de Peter Weir

"No seas tan lento"
parecen decir.
"Hoy sopla el viento
sólo para tí".
Y aquí todo brilla,
y aquí todo encaja bien.
En la otra orilla
no hacía pie.
Si todo brilla,
si todo encaja bien.
En la otra orilla
no hacía pie.




Anteayer Miércoles, de camino hacia el centro en autobús, leía una entrevista a Josele Santiago, y me entero que comparto con él la misma animadversión hacia películas como Love Story. Adoro el género romántico, la novelita rosa -así de mimosón es vuestro príncipe- pero abomino de lo lacrimógeno, de esas películas en las que alguien la palma y es tan bonito todo..., recuerda al me gusta del facebook cuando alguna celebridad fallece. Ha muerto Berlanga, y todos: me gusta, me gusta, me gusta ...
Yo de mayor quiero ser cantante -es mi vocación frustrada-, y tener la misma voz de Josele Santiago, vocalista de Los Enemigos -junto a Gabinete, el mejor grupo de Madrí-, que canta como si no importara nada. O como él o como Rafa de La Unión.
Iba, además, con Las Nubes, de Juan José Saer, en mis manos, e iba a ver -aún no lo sabía - Camino hacia la libertad, de Peter Weir. La verdad es que las dos obras merecen sendos posts, sin embargo ciertas similitudes, de esas casualidades literarias, tan mágicas, que suceden al que vive metido en la laguna del único sueño donde todo es posible -la ficción, la fábula: visión de Ninfa contínua-, han hecho que decidiera un único espacio para comentar las dos.


Las nubes, de Juan José Saer
Según las horas del día, [las nubes] cambiaban de forma y de color y, sobre todo, flotaban a velocidades diferentes, como si el viento, cuya ausencia se padecía tanto a ras de tierra, abundara allá arriba. A veces eran amarillas, anaranjadas, rojas, lilas, violetas, pero también verdes, doradas, e incluso azules. Aunque todas eran semejantes, no existían, ni habían existido desde los orígenes del mundo, ni existirían tampoco hasta el fin inconcebible del tiempo, dos que fuesen idénticas, y a causa de las formas diversas que adoptaban, de las figuras reconocibles que representaban y que iban deshaciéndose poco a poco, hasta no parecerse ya a nada e incluso asumir una forma contradictoria con la que habían tomado un momento antes, se me antojaban una esencia semejante a la del acontecer, que va desenvolviéndose en el tiempo igual que ellas, con la misma familiaridad extraña de las cosas que, en el instante mismo en que suceden, se esfuman en ese lugar que nunca nadie visitó, y al que llamamos pasado.
Empezamos bien el año lector: Hesse, Capote, los dos últimos capítulos del Ulises (ya le estoy echando de menos al tío Vanguardias, ¿seremos como uno de esos matrimonios ni contigo ni sin tí?), y ahora Saer.
Me ha gustado mucho, todo un descubrimiento, estaba yo en la biblioteca más cercana, tan desnutrida ella, devolviendo el libro de Capote, cuando se me mete en la cabeza el nombre de Saer, voy a la S, Saer, desesperanzado, Saer, pero Saer sí está, está Las Nubes. Pa la buchaca.
Comencé su lectura el Viernes a la tarde, ya de noche, sólo las primeras páginas, en las que alguien recibe un paquete con la memoria del doctor Real. Mis primitos los de Méjico dormían una siesta tardía, pues se me habían perdido desde Campamento a Aluche manejando el nuevo carro (la distancia se ventila en cinco o diez minutos, ellos tardaron hora y media, así de exagerados son para todo estos mejicanos), llevaban todo el día viajando, de Sevilla a Madrid, de Campamento -donde comieron con mi madrina- a Aluche, así que estaban molidos. Algo así le pasa al doctor Real en su odisea, que tratando de llegar en pocos días, tarda un mes. Me esperaba un fin de semana de excesos gastronómico-espiritosos, así que no pude retomar la lectura hasta el Domingo a la noche, y gracias a esta lectura logré superar esta melancolía dominical que me viene de vez en cuando, como siempre me sucedía cuando era niño.
No sé qué me ha gustado más: o los singulares personajes, o las metafóricas descripciones, o las luminosas reflexiones, o ese estilo como sacado de la memoria de un viajero doctor decimonónico. Quizá la conjuunción de estos planetas literarios, que han dado su influjo a esta novela afortunada.
Habrá que seguir leyendo novelas de Saer, entonces.
Cada loco es un mundo, cada cual tiene su propio lenguaje que no tiene por qué tener consonacia con nuestro código, nuestra experiencia, nuestro conocimiento y herramientas de curación.
La ironía, presente en muchas páginas de la novela, nos guía hacia la certidumbre de que los locos habitan entre nosotros, y cómo a lo largo de la historia algunos han gobernado el mundo: si cada cual tiene su razón, los locos también la tienen, su razón, y si su razón es enajenación ha sido esta la que ha impuesto sus leyes y la ejecución de éstas. Como pintara Goya: el sueño de la razón produce monstruos.
Hay locos que tienen fe en su razón, y como la locura es contagiosa, el delirio colectivo puede llegar a erigir al loco como caudillo, ¿qué pasó con Hitler, por ejemplo?
El doctor Weiss, el doctor Real, saben estas cosas, y saben también que muchos de ellos están entre nosotros sin tratamiento.
Es tan sólo una de las muchas reflexiones de la novela, personajes como Troncoso, como Sor Teresita, son de esos locos que pueden pasar desapercibidos en su locura, pero por su carisma no pasan desapercibidos, y crean a su alrededor como un apostolado, no parecen locos, y por ello son los más peligrosos. Al menos aquí Troncoso, como un pequeño caudillo, aquí en esta novela le vemos con los ojos del doctor Real, pero en narración en tercera persona y objetiva podría haber resultado un personaje encantador. O la monjita, la ninfómana Sor Teresita, su actitud ha sido provocada por una epifanía, en la que Cristo le ha anunciado la consecución del reino y la salvación a través de la cópula.
En este caso se comenta la diferencia entre la teología y la mística, en boca del doctor Weiss, comentando a Santo Tomás: cuando el religioso, que lleva a cabo un tratado teológico, sufre una experiencia mística y así conoce a Dios, toda la doctrina teológica puede ser herida desde sus cimientos.
Todas estas cosas hacen que nos preguntemos en quien hemos depositado nuestra confianza, o de qué manera nos han engañado y esclavizado a lo largo de la historia.
Los otros enfermos alrededor de los que se forma la caravana en esta odisea no son tan expansivos como Sor Teresita y Troncoso, viven encerrados en su mundo, no se sabe qué pueda pasar en su interior. Aunque siempre hay signos que algo dejan ver, como en el singular caso de Prudencio, que en su mutismo y quietud deja ver el fracaso de una voluntad filosófica, sólo por el extraño movimiento de sus manos y por la experiencia del doctor Real a podido ver algo de ese mundo interior.
El doctor Weiss es el personaje en el que se centran las primeras páginas: amante del buen comer, del buen beber, adicto a lupanares y a mujeres casadas; con todo ello un profesional arriesgado, novedoso, tolerante, sabio, irónico; de esos personajes carismáticos que se quedan grabados.
El doctor Weiss y el doctor Real emprenden la aventura de la Casa de Salud Tres Acacias, en Buenos Aires. El doctor Real ha de ir a La Ciudad -según parece Santa Fe- a la busca de cuatro enfermos. Después de largas semanas de espera en la que se narran los encuentros con Sor Teresita y Prudencio y familia, ya reunidos con los otros locos, emprende Real el regreso atravesando la Pampa, con esta caravana de soldados, prostitutas, locos y guias.
La odisea son las últimas páginas, pero forman un mundo de estaciones confusas, desolados paisajes, peripecias alucinadas, todo ello en pequeños episodios como estampas de diversa índole.
Esta novela no supera las doscientas páginas, ni qué decir tiene que se lee con placer, con ganas; me atrevo a decir que Saer maneja con maestría la descripción de estampas que van sucediéndose, caóticas imágenes que son una representación de esa locura desquiciada.
Aunque sea por el momento memorable de Troncoso en el apogeo de su manía aleccionando en un idioma ya de balbuceos al terror de la comarca Josesito y sus secuaces, aunque sea por el singular misticismo erótico de Sor Teresita, hay que leerla.
Los animales salvajes, los humanos todos locos, todos ellos despavoridos en el interior de la laguna protegiéndose del fuego antes de la tormenta, antes de la calma y el regreso con el doctor Weiss.
El doctor Weiss, para qué negarlo, me recuerda a mí: dirige un manicomio como quien ha de formar un collage con fragmentos imposibles.
Por último, recordaba aquella lectura de COU, en una tarde de primavera tardía, el libro del gaucho Don Segundo Sombra, creado por Ricardo Güiraldes. Fascinante.


Camino a la libertad, de Peter Weir



Quien escuche este tema de Boccherini recordará quizá aquella película de Peter Weir, Master and commander. No gustándome mucho en cine el género de aventuras, esta película la habré visto al menos tres veces, o más. Quizá por el manejo del ritmo narrativo, y la narración en sí.
Camino a la libertad no es Master and commander pero sí repite el gusto por los personajes de temple y coraje.
Basada en un hecho real, relata una fuga de un gulag en Siberia.  Los personajes -los hay de todo tipo- han de pasar por episodios de penalidades y situaciones extremas para llegar a su destino. Algunos se quedarán en el camino, saben desde el principio que la mitad, al menos, no llegará, pero que el que muera al menos morirá libre.
Al día siguiente, Jueves, terminé las últimas sesenta páginas de Las Nubes, que son las que relatan la odisea por diversas estaciones, el frío y el calor extremos, al igual que en la película.



Hay quienes dicen que toda obra presenta una odisea, una llegada a algo, aunque sea a una conclusión. No sé, no tiene por qué, quizá sí, todo es acoplable al arquetipo odisea, ¿no es eso la vida? El juego de oca, ya lo mencionaba así Fernando Sánchez Dragó en su Gargoris y Habidis, ¿no es ese camino? Cuando se juega, se hace una representación de la vida. El juego es vida, un nacer y morirse en diez minutos, como una película en dos horas, o un libro en cinco días, o siete meses.
(¿No es, el Ulises de Joyce, una odisea, aunque la trama sea la banalidad de un día cualquiera? Así se avisa ya desde el título.)
La lectura y el cine, de esta manera, serían como casas del simulacro del suicidio. Después de una buena jugada, de una buena película, de un buen libro, uno se siente como un resucitado.


Coda


Ese Miércoles de cine, antes de la sesión, fuimos a comer mi amiga -esta pamplonica que adopté como hermana- y yo a La Finca de Susana. De segundo yo pedí un libro (carne, jamón, queso, jamón, carne, todo empanado y frito).
Comer un libro es como leer un alimento.
Quien come un libro sabe que el estómago tendrá su odisea: la aventura de la digestión.
Así es como nutrimos el cuerpo y el alma, así es como vivimos, con nuestras diarias odiseas, vanguardistas o no.
Mañana siguiente post en contra y a favor del Ulises de Joyce, un señor de digestiones difíciles.

martes, 18 de enero de 2011

Ulises, de James Joyce (I) Aventura del lenguaje.


Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar.
Y jugamos a secretos y mentiras,
y después nos lamentamos, qué viva el ser humano,
la gente grita, hey, hey.

Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar.
Y jugamos a secretos y mentiras,
por favor, defíname la eternidad.

(Este estribillo de esta canción de Nacho Vegas me recuerda a la trama del Ulises, al flujo del pensar de Leopold Bloom)

También podría haber escrito: el lenguaje en el laberinto.
Da igual, un comentario sobre esta obra merece tantos títulos o más como páginas consta. Bien o mal escritos, mal o bien escrito el propio post: ya que la escritura del Ulises podría ser denominada como escritura arriesgada, que corre un riesgo, que explora los límites abisales de la vida o la nada, permitámonos el lujo de ser nosotros mismos arriesgados junto a esta obra precipicio. Importa menos la excelencia narrativa, en estos comentarios, que la escritura en sí, la aventura en sí, la vida en sí, la nada en sí. Sí.
Seré lo que soy: un loco que escribe, y para esto no son necesarias fórmulas ni exactitudes.
En principio mi intención es hacer tres comentarios a la obra:
1- Aventura del lenguaje.
2- En contra del Ulises.
3- A favor del Ulises.
Aunque uno nunca sabe en qué va a acabar la cosa.
Esto tendría que haberlo hecho hace una semana, terminada la lectura del Ulises, pero uno ha de correrse más de una juerga, ha de trabajar, ha de dormir, comer, fantasear. Ha de, con permiso, leer relatos que no precisan esfuerzos.
La lectura del Ulises supone un esfuerzo hercúleo. Yo he leído el Ulises: me siento superdotado.
Finalizada la lectura, el Miércoles pasado, salí a la calle y sucedieron cosas, la gente me señalaba con el dedo:
-Él, ha leído el Ulises de James Joyce.
Abuelitas y madres salían a las terrazas, se asomaban a las ventanas, curiosidad y asombro.
Las hijas corrían a la calle: queremos un hijo tuyo, tus genes llevan la memoria de esta lectura, queremos un hijo genio porque será hijo de un genio.
Los padres se me rifaban para invitarme a cañas, y los hermanos.
Tengo las manos llenas de tinta de tanto firmar autógrafos, mi rostro salió en los periódicos, ¿no lo viste? Quizá es que salgo fumando, mal ejemplo del genio, pero es que un genio se caracteriza porque ante todo es políticamente incorrecto: Einstein sacaba la lengua.
Pero basta, he de escribir el post, a ver de qué manera cojo a la gata que muerde y araña.
Post en construcción para las próximas horas, si es posible, cosas extrañas suceden: acabo de salir a fumar a la terraza y un viejito con gorra y bastón se paseaba chulescamene, buscando algo, quizá a mí: igualito al Tío Vanguardias, que viene quizá a atizarme para hacer de mí un fiambre cubista. Una epifanía más para este loco, después de encontrarme con Azorín en el metro finalizada la lectura de La Voluntad no había vuelto a tener una experiencia literaria similar.
Tengo que agradecer la lectura del Ulises a estas personas.
Agradecimientos
A aquel akabao que pontificaba en la primera generación de la comunidad literaria Libro de Arena, que a todos los akabaos aconsejó encarecidamente la lectura, aunque según parece sólo yo le hice caso. La próxima vez que te vea te voy a vanguardizar los esfínteres.
A Hilvanes, que me propuso el reto la primavera anterior. Sinceramente: si quieres ahorrarte quebraderos de cabeza no lo leas. Psicosis, mareos, visión borrosa: son algunos de los efectos secundarios.
A don Enrique Vila-Matas, pues la lectura del Ulises no es más que una excusa para leer próximamente Dublinesca.
A Francisco García Tortosa, que escribió el esclarecedor y entretenido prólogo de esta edición de Cátedra, haciéndonos digerible y deglutible este festín literario a todos los corajudos lectores. Intercalaba la lectura de la obra de Joyce con su introducción, y era como un soplo de aire fresco, un regreso al mundo reconocible y bien estructurado.
A mi proverbial paciencia, sin la cual este camino lleno de abrojos no podría haber sido transitado.
Dedicatoria
Y dedico esta serie de posts encadenados a la memoria de James Joyce, declarándome así no sólo admirador de su obra magna, sino sobrino, ahijado, hijo bastardo literario, descarriado y suplicante, desheredado, rebelde y jacobino (en el sentido bíblico de la palabra, que no afrancesado). Eso sí, por mucho que usted me implore, tío, no pienso leer el Finnegans Wake, no sea que termine cometiendo parricidio literario, quemando todo lo que usted creó: invadiendo librerías, bibliotecas, casas particulares, casas públicas, en busca de todo aquello que lleve su nombre, ¡oh, Pater!
Empecemos.
El Ulises de Joyce es una novela de aventuras: es una aventura del lenguaje.
Y hasta aquí puedo escribir.
Bueno, vale, va, sigamos.
Esta novela o se toma como un juego o como una tomadura de pelo. O consideramos que es una exploración literaria del lenguaje -y de la vida también, porque partimos del planteamiento joyceano de que la existencia, la vida, lo cotidiano, la patria y las creencias se forman a partir del lenguaje, y sin éste no son- o tachamos sus páginas de mero galimatías: la mayoría de ellas. Salvaría entonces, del millar de páginas, la cuarta parte. Pero entonces no sería la obra que es, no sería la cosita más brillante del firmamento literario, cosita aventajada y repelente.
No sé mucho de su vida, pero me temo de que James, Jaime, Jaimito, era el repelente de la clase, el más listo y el que se creía el más graciosete: el pelma, el empollón que va de guay.
Pero hablaremos del exceso incongruente de páginas en el próximo comentario.
La trama es sencilla, intrascendente, como lo cotidiano. Pero los que creemos en lo cotidiano-maravilloso, como Cortázar, Joyce y yo, sabemos que lo cotidiano es maravillosamente trascendente. Cargado de rituales, arquetipos, elementos simbólicos.
Leopoldo Bloom se levanta, desayuna -un riñón requemao-, le prepara calzonazos el desayuno a su esposa que será el motor del pensamiento de Leopold pues sabe que le pondrá los cuernos. Ya haremos justicia a Molly, el gran acierto de Joyce. Así pasa el día Leopold, pensando, dándole vueltas a las cosas, divagando sobre lo trascendente y lo intrascendente. No por este orden, pero más o menos: va de entierro y es ninguneado por sus amigos, va a trabajar -poco-, compra -una pastilla de jabón que le molestará durante todo el día-, come, va a la biblioteca a ver si las estatuas desnudas tienen orificio anal, se masturba en la playa ante una señorita que se exhibe mostrándole las pantorrillas, bebe, se va de parto, coincide con Stephen Dedalus -personaje paralelo-, juntos se van de putas, suceden cosas muy raras, la cosa se le va al autor de las manos, empiezo a perder la paciencia, mi confesor me dice que rece mucho, Stephen que está bebido provoca a un soldado y casi se dan, Leopold invita a cacao a Stephen en su casa en uno de los capítulos más grandiosos que leeré nunca -magistral-, Stephen se va y Leopold se queda trascendente, se acuesta, besa el culo a su esposa, su esposa monologa que da gusto, en uno de los capítulos más maravillosos que leeré nunca... vamos, lo que se supone que le sucede a cualquiera en un diá normal. Algo en lo que también te confundiste, Padre, la vida, por mucha aventura del lenguaje y mucha exploración de la realidad, no es así. Lo suyo, Padrino, es literatura y ya. Y bien, vale, acepto la vida como literatura, pero ... ¿viceversa? La literatura es deformación, y su obra, Tío, aún más deformación, exageración y desmesura.
Como hijo de su tiempo, Joyce sabe ver las limitaciones de la representación de la realidad al uso. Las artes, las letras, pueden atinar en la diana con otras artimañas. Las vanguardias vienen a revolucionar, a ronovar los usos obsoletos. Anarquía -aunque toda anarquía lleva sus reglas que querrán imponer un nuevo código de conductas y maneras- y destrucción -para construír nuevos paradigmas-.
Yo, por ejemplo, me quedo con la impresión y con el símbolo, Impresionismo y Simbolismo, que apuntan al corazón con más certeza que una explicación exhaustiva y una descripición pormenorizada. También el expresionismo, como deformación suprema, como un grito o carcajada o llanto que resumen con una pincelada una odisea.
Sin embargo digamos que Ulises es dadá, cubista, hiperrealista. Toca muchas técnicas, juega a mirar y escuchar de una manera y otra. Si Joyce fuese pintor sería Picasso, sumado a otros.
Joyce no es mucho Joyce, es muchos Joyce. Joyce es una zorra: un escritor zorra, según esa curiosa manera de dividir el mundo en dos.
Podría pasarme horas y horas escribiendo sobre Joyce, sobre su Ulises, ya hay demasiada tinta y muy pocos lectores, sin embargo.
En resumidas cuentas: o.

El joven James
El lenguaje es el protagonista principal de esta novela, se explora la manera de explicar las cosas a través del lenguaje, de los lenguajes, pues si una lengua es patria, vida, pensamiento y hasta obra, los lenguajes son las patrias, las vidas, los pensamientos, las obras.
Yo, que soy disléxico, tengo mi propio lenguaje: puedo ver el lado raro de lo normal, la normalidad de lo raro. También soy cocinero, con lo que sé de qué manera transformar la harina en croqueta. Un día nos quedamos sin cocina y tuve que hacer las croquetas al horno. Con el lenguaje pasa lo mismo: si algo no funciona en el lenguaje, invéntate otro, improvisa sobre la marcha, haz lo posible por hacer lo que tenías pensado hacer.
Tenía ganas de colgar esta canción:


No sé si hacer

O más bien deshacer
Hacerlo mal... o hacerlo bien
Hacer por hacer
Sólo pa'deshacer
Lo que nunca sé hacer
No sé si hacer
O más bien deshacer
Hacerlo mal... o hacerlo bien
Hacer por hacer
Sólo pa'deshacer
Sólo por deshacer
Nunca hacer por hacer
Joyce es un hacedor, puede gustar o no, pero, vuelvo a decirlo, explora, busca, nos vuelve locos, busca en penumbra, ilumina y oscurece. Por eso yo le adopto como tío, y si acaso como padrino.
Me cae simpático, Joyce como personaje, había una película, Nora, -a ver si la consigo- en la que se relataba la vida de James Joyce y su relación con su esposa Nora. recuerdo parte de la peli, Joyce de joven. Aunque siento una simpatía inexplicable por el Joyce adulto que crea el Ulises, sabiendo que no va a gustar, que gustará a unos pocos eruditos entre los que no me hallo, por desgracia. Me ha deslumbrado, me ha maravillado, pero no es mi literatura. Me ha aburrido soberanamente. De mil páginas me han gustado trescientas. Me ha gustado, eso sí, el empeño, el espíritu, la aventura, los personajes. No me ha gustado su lenguaje, sólo en parte, pero una pequeña parte. Ni siquiera los monólogos interiores son así, bien lo sabemos, ¿una aproximación al flujo de conciencia? Mejor dicho: una exageración. Por eso dudo mucho de su hiperrealismo, hiperrealista es Perec, con esa mágica luz que Antonio López otorga a sus pinturas.
No es que no me guste Picasso, casi puedo decir que no me interesa. Me interesa Goya: Valle-Inclán.
Pero me estoy adelantando a los siguientes posts, me gusta/no me gusta.
He leído esta obra, puedo opinar entonces. He sido víctima de un abuso, seré inclemente, y como se trata de un juego, jugaré a ser verdugo. Jugaré a ser el hijo problemático, el que se rebela contra el padre, Jacob contra el Ángel del Señor, me gusta esa imagen: luego fue llamado Israel y el pueblo elegido llamose como él.

El viejo Joyce
Me gustan las fotografías de Joyce, de joven parece apuesto y altanero, de mayor frágil, indefenso, a la par que jocoso y de vuelta de todo.
Es que Joyce era un relativista, y ese espíritu sí que me ha gustado, el mismo espíritu de El lazarillo de Tormes: soy un cornudo, pero hago lo que me viene en gana. O: ande yo caliente y ríase la gente.
¿Seguimos?
Merjor no, esperemos a los comentarios siguientes, y como tampoco quiero centrarme exclusivamente en esta obra inmensa, alternaré un post sobre Ulises, otro sobre las rosas púrpuras del Cairo, por ejemplo.
Por último, no sé si ya lo habrá dicho alguien antes, pero Ulises, de Joyce, me parece una de esas fastuosas novelas de la exageración a las que soy tan adepto: Gargantúa, Quijote, MartínRomaña, MaryTribune ... aunque en este caso, en el de Joyce, esta exageración me parezca más un muro que una liberación, si acaso para cambiar de opinión debería darme a una relectura, más pormenorizada, más entregada, estudiosa, analítica. Pero no estoy dispuesto a ello, al menos no por ahora.
Sin embargo, ha merecido la pena, el esfuerzo, por ciertos momentos maravillosos, impagables, que otras novelas de narración al uso no ofrecen.

Coda

 Esta canción de Fangoria, como un homenaje a Molly Bloom



Mientras tanto miro la vida pasar

martes, 11 de enero de 2011

Aviso para navegantes (III)

Este post homenajeará el soberbio capítulo XVII del Ulises de James Joyce, Ítaca, donde la narración y descripción de los hechos simula un catecismo en la forma y un tratado científico en el fondo, o viceversa, con salvedades, salvedades más mías que suyas, porque quizá me confunda, porque lo haré a mi manera, a la manera gastronómico-erótico-literaria tamizada por la arbitriaridad de cien locos ansiosos de fama y gloria imperecedera. Dado que buena parte del homenajeado capítulo es plomo y paja, siendo contradictoriamente una lección literaria, seré contradictorio yo también, ya que sin dar lección literaria alguna seré liviano y proteico como el pavo frío. Comedme sobre una tostadita de pan integral entre una rodajita de tomate natural y otra de queso fresco. Que tus labios sensuales besen primero, antes de deglutirme, la tierna y rosada primicia de mis carnes mozas.

¿Qué motivos llevaron a este príncipe destronado a escribir un post de tan altos vuelos?
La vanidad, además de una necesidad perentoria de expresar sus arrebatos de orate.
¿Fue la admiración lo que le motivó a escribir este homenaje, o acaso fue el recochineo lo que le hizo recochinearse escribiendo sus recochinadas?
Fue la admiración, el recochineo es obra de la impericia, ya que este escritorzuelo de barrio no sabe ser literariamente serio.
¿Cuántos meses de lectura -ingesta de alcoholes irlandeses- ha necesitado para tal homenaje -vomitona-?
Siete meses.
¿Habrá premio tras la lectura total de la obra magna -habrá resaca-?
Viajará a Dublín vestido de plañidera trágico-helénica para llorar ante la tumba del genio literario del siglo XX. Las lágrimas lograrán traspasar la dura materia de la sepultura y despertarán de su sueño ancestral a nuestro maestro, nuestro tío, nuestro padrino.
¿Qué hará una vez que el viejo autor de tantas páginas nuevas se incorpore de su lecho de paz?
Llevarle a un descampado y pedirle, entre lágrimas, llamándole padre, explicaciones. Dirá: ¿por qué lo hiciste, oh, Padre? Le declarará que él es su Telémaco, para él solito.
Enumere los puntos del itinerario para un resucitado.
Como de Irlanda este mequetrefe sólo conoce los pubs irlandeses que en Madrid hay y  las músicas celtas que aquí llegan vendrán a pasearse por estos castizos barrios. Aluche es como Dublín: una población llena de ociosos sin nada mejor que hacer que ser personajes de una novela de James Joyce. ¿Puntos para un itinerario? Los mismos que son descritos en el Ulises: viviendas, comercios, casas de comidas, bibliotecas, bares, luegares de lumpen, burdeles, y a falta de playa tenemos la barriada de Puerto Chico que está frente al Arroyo Luche, donde los viejos verdes también se tocan la sardinilla mirando a las mozas que van allí a pasar la tarde, como usted, tío, perdón, como su Ulises, es decir, su Leopoldo. Aunque también dice la crítica que el mismísimo Stephen Dedalus hace otro tanto en uno de los capítulos primeros. Páginas y páginas de bibliografía, de discusiones sobre si lo que hace nuestro joven y brillante personaje es o no es un... una... mejor será no meneallo. A eso se dedica la crítica literaria, a discutir sobre las pajillas de los personajes literarios, a eso y no a medir versos y escrutar metáforas, que es lo que deberían hacer, falta de vergüenza... Otro punto del itinerario en Ulises es el periódico donde trabaja Bloom, y como este virgilio que le mostrará a su tío los avernos y purgatorios -para el paraíso se travestirá de Beatrice, hasta tiene pensado cambiarse de sexo sólo por la dicha de sentirse deseada por este Dante dublinés- de Madrid no conoce ninguna redacción le llevará a la cocina donde currela, donde le preparará una sopita de pescado y unos huevos rellenos a la abuelita alicia. "Si se me lo come todo, de postre, un yogurth, que viene muy bien para regular la flora intestinal, que a usted, tío, es una cuestión que le interesa mucho, según nos da a entender en su obra, legado para la literatura contemporánea".
Enumere los ingreientes y explique la elaboración del plato Huevos Rellenos a la Abuelita Alicia.
Para tres comilones o cuatro comensales.
Ingredientes:
-Una docena de huevos que serán hervidos con su buena pizca de sal, que luego una vez cocidos -ocho, diez, doce minutos- serán partidos por la mitad. A esas mitades se les sacará la yema, y la mitad de esa mitad se reservará y si fuese la cocinera o el cocinero golosa o goloso o avarienta o avariento se comerá la mitad sobrante que no es la mitad que se reservará para hacer el mejunge con el...
-Tomate frito. Y el ...
-Atún que será desmigado, ¿cantidad? tres latitas de esas que vienen en un pack de tres, o similar cantidad, en seco, separado de su conservador aceite o escabeche, que junto con la yema de huevo machacada y el tomate frito -según gusto, cien gramos, doscientos ...- harán la deliciosa masa del huevo relleno, pues es llamado así porque serán rellanadas las claras por su cuenco con tal masa, relleno, mejunge; y siendos estas mitades, estas claras, ya rellenadas con una cucharilla serán puestas en una fuente de horno, boca abajo, con la parte rellena en la bandeja y la no rellena, clara pura, al aire, sobre la que se echará la bechamel posteriormente, pero existe una variación que podrá el cocinero o cocinera probar, como yo probé a hacer ayer Domingo en el trabajo, que es añadir a la bandeja, antes de posar los huevos, tomate frito, que en conjunción con la bechamel al ser gratinado todo saldrá sin duda más jugoso el plato, por la suavidad doble de la unión del tomate con la bechamel, que llevará:
-Harina, unos cincuenta gramos, que será rehogada con...
-Mantequilla o aceite de oliva o trocito de mantequilla más chorro de aceite como hago yo porque así me gusta más la bechamel y una vez hecha la roux alquímica de la grasa y el cereal se echará poco a poco, batiendo con una varilla ...
-Leche, un litro, y luego será salpimentada la bechamel según se va haciendo con...
-Sal, nuez moscada, pimienta, tres pizcas de sal, dos de nuez moscada, una de pimienta, mejor blanca que negra, y por favor no esnifar la pimienta como hizo una vez un compañero de trabajo que por hacerse el gracioso y el machote esnifose una pizquilla de pimienta y pasose la tarde entera estornudando así que el colocón fue similar a los colocones que me cojo yo por primavera cuando esnifo involuntariamente los pólenes de gramíneas, olivo y plátano de sombra a los que soy alérgico, mejor la pimienta para cocinar la bechamel tan sólo, bechamel a la que se espolvoreará una vez terminada y vertida sobre la fuente de horno ...
-Formaggio grattugiato, españolamente conocido como queso rallado, y así espolvoreado será metido al horno precalentado diez minutos antes a unos doscientos grados o según quiera el dueño del horno que seguramente sabrá usarlo mejor que yo porque cada horno es un mundo y según la marca el horno funciona de tal manera o de otra, porque unos tienen aire -eolo para usted, tio Jaime, y para los homéricos- y otros tienen gratén o gratín y patatín patatán en diez minutos más o menos estará. Tiempo en el que ustedes pueden meterse en el blog Literaturitis Crónica para edificar sus intelectos y purificar sus ánimas impuras curioseando las últimas actualizaciones. 
Servir tres o cuatro mitades, claro que si ustedes son como yo, de pantagruélicas hambres, mejor será que en vez de una docena le echen más huevos a la cosa. Y cuidadín, no se les quemen, los huevos.
¿Por qué es llamado este plato Huevos  Rellenos a la Abuelita Alicia?
La Abuelita Alicia es una casa de comidas en el barrio de Prosperidad, donde este escritorzuelo glotón comía a veces, pues su hermana, cuñado y sobrino vivían allá, y cierto es que siendo comida casera había hallazgos como en la prosa del buen escritor que escribe tradicionalmente te saca una metáfora nueva, novísima, y dices: "esto yo no lo había probado antes, y es que así aprendemos los cocineros y escritores, comiendo y leyendo". Pues resulta que allí degustó un día una ración de huevos rellenos con bechamel y se dijo: "esto no se puede perder en el vacío del olvido del estómago vacío cuando la digestión se haga, no, hay una memoria culinaria como decía el gran gastrónomo que era el poeta y escritor y creador del gran Pepe Carvalho, Manuel  Vázquez Montalbán".
¿Qué dijeron los chavales residentes que tal plato comieron ayer Domingo?
Se lo comieron todo sin rechistar, que normalmente rechistan, y hasta el más malote de todos se me puso a la puerta de la cocina para echarse una charla con el cocinaka cicerone de don Jaime.
¿Para qué tipos de comensal ha trabajado el cocinerobloguero?
Para familias, noctívagos, grupos de amgios, solitarios, trabajadores, pijos famosos, pijos cocainómanos, pijos a secas, escritores -Camilo José Cela, para el que sazonó y metíó en papillotte una merluza-, turistas, refugiados, pacientes aquejados de daño cerebral, abuelos, infantes, delincuentes juveniles y actualmente para juventud sin medios.
¿Algún colectivo social para el que quisiera ofrecer los frutos de su trabajo en un futuro?
Si hubiese en el gremio esta categoría sería cocinero de burdel, joyceano y vanguardista: el sobrino vanguardias, cocinero ilustrado.
Por último, ¿tarda tanto este lector en leer novelas, siempre alrededor de siete meses?
Sólo sucediole en la adolescencia, con catorce, quince años, con la lectura de Caballo de Troya I, de Juan José Benítez.
Homérico título, ¿vanguardista, también?
Si a la trama en la que un militar que se va en un platillo volante a la Galilea del siglo I d.C. a ver a Jesús de Nazaret para hablar de asuntos que trascienden a lo humano y lo divino, si a esto, digo, se le adereza con páginas y páginas de descripciones tecnológicas, si esto, digo, no es vanguardia, me lo expliquen, digo.

Aquí el tío Vanguardias resucitado, petrificado después de leer este post escrito por su sobrino dilecto


viernes, 7 de enero de 2011

Los reencuentros felices. Hermann Hesse: Hermosa es la juventud



Querido Hermann:
En estos días he vuelto a visitarle, hacía ya años que no me paseaba por los jardines, valles y montañas que conforman su hacienda, que ahora podríamos llamar legado. He vuelto a ser testigo de los caminos y senderos vitales por usted narrados, y he vuelto a los personajes reconocibles, auténticos, en todo caso admirables que creó como si fuesen nítidos espejos donde reflejarse.
Desde hace años yo ya formo parte de esos paisajes, da igual: exteriores o interiores, sus descripciones de un jardín o de un espíritu se entremezclan y confunden con una maestría mágica.
Un caminante se adentra en un bosque, mientras va mirando va sintiendo, se va narrando, hasta llegar al éxtasis romántico en que la naturaleza es interior, y el interior naturaleza.
Yo soy el jardín, y según pasaban los años se pasaban las lecturas y el narrador iba tomando nota, describiendo.
Los que formamos parte de su mundo, Hermann, no hemos madurado aún, vivimos anclados en ese dolor adolescente que recién abandonó la infancia y que ve senderos de peligro y paseos de dicha ante él, el paso a la madurez. Lo que se pierde y lo que no siempre es probable que se gane.
En toda su obra, la realista y la mística, hay un elemento central: el cambio.

Gusta de colocar a sus personajes en esos perídos de ocio y meditación en que casi inconscientemente han de tomar una decisión para su futuro. Parece que no hacen nada, dedicados a la holganza, pero lo que están haciendo es despedirse, trabajando su interior para que luego los siguientes pasos no sean fatigosos de andar.
Ellos, los personajes, son como yo, con sus dudas, sus devaneos, se acercan a actitudes viciosas y se levantan después a los más puros estados del alma. Se enamoran de las mismas mujeres, platónicamente, se amistan con las mismas mujeres, humanamente.
Recuerdo hoy el comienzo de Demian, aquellos dos mundos en que el personaje se mueve, pero hablaré de Demian después, al comentar su obra, Hermann.

Sonrío al recordar al joven veinteañero de Hermosa es la Juventud: está de vacaciones, acaba de terminar los estudios y en Otoño comenzará a trabajar. Por las noches, cuando la casa se cierra, abre la ventana de su cuarto y lee a la luz de una lamparilla de aceite. Se ha servido una jarra de cerveza. Fuma en pipa. Está, además, enamorado.
Ese soy yo, casi un siglo después.
Hay dos etapas en su obra, claramente diferenciadas por el elemento mágico o místico. Según parece usted fue psicoanalizado por Jung, qué alto honor, quizá eso marcó la diferencia. Si hubiera sido Freud otro gallo nos cantara, ahora usted sería recordado como un escritor adulto, para adultos, que daría continuidad a ese pesimismo de la primera época, y no como ese patrón de adolescentes esperanzados que es hoy, oh, Capitán, mi Capitán ...



Las novelas de le primera época que he leído: Peter Camenzind, Bajo la rueda,- y relatos como El ciclón o Hermosa es la juventud- son novelas de inciciación, de aprendizaje, realistas, las más de las veces pesimistas.
Bajo la rueda, por ejemplo, tiene un final desolador, no hay continuidad.
Peter Camenzind, para mí su gran obra junto con El lobo estepario, no deja ese tono pesimista, pero hay una aceptación estoica de la vida. Peter Camenzind, su primera novela, es de lo mejor que he leído en mi vida. Con su prosa sensorial, tranquila, nunca apresurada, se va narrando la vida de un hombre haciendo recuento de su intentos, fracasos, y vueltas otra vez al camino.
Siddhartha, que fue la primera obra que leí de usted, novela emblemática de toda una generación, es sin embargo la que menos me deslumbró. Recuerdo la mañana en que la leí, estaba yo además fascinado por esos temas esotéricos, religiosos, quería ser un hippie, a punto estuve de convertirme en un jipilollas.
Luego vino El lobo estepario, donde yo era el personaje: era un espejo situado en otra época, otros ambientes, otros personajes, pero era un reflejo de mi alma. Ahí entonces ya no hubo vuelta atrás: usted, Hermann, quedó en el altar de los grandes, junto a unos pocos. No sabía yo que alguien pudiera emborracharse a base de café y literatura. Nunca olvidaré esa tarde de Navidad en que salí a la calle después de una ración de páginas. Ya era de noche, y yo lo veía todo con una vitalidad renovada.
Algo que sólo me pasó pocos años después leyendo a Umbral, tan distinto a usted, hermanado por ese misticismo, por una representación simbólica del mundo, más lírico y materialista en Umbral, más simbólica en usted.
Vienen a recoger ustedes el testigo de una tradición sólida, como para liberarla, renovarla.
Usted, por ejemplo, es Hölderlin, Novalis, Goethe ...; al igual que Umbral es Quevedo, Valle, Ramón...
En esos años no había tradición cultural más fuerte y completa que la alemana. En música y en filosofía sobre todo, y usted es representativo de ese mundo de principios de siglo. Otros contemporáneos de usted son también muestra de esa calidad, esa tradición germánica, esas tan altas cimas: Thomas Mann y Robert Musil. De ellos sólo he leído sus más importantes obras breves, pero todo se andará. Por ahora siento más inclinación a su magisterio, Hermann.
Demian supuso otro deslumbramiento, otro reencuentro interior, otro nítido reflejo. Esta obra, además de ser muy parecida al Hyperion de Hölderlin, era muy similar a mis sueños.
Luego leí sus primeras obras, las realistas, las que siendo como todas sus obras novelas de aprendizaje, no tienen ese elmento mágico, pero que vinieron a confirmar esta devoción que por su obra siento. Ya lo dije: Peter Camenzind y Bajo las ruedas.
En la segunda etapa las obras ganaron en fuerza, en tensión, en magia, pero perdieron algo: señor Hesse, usted no sabía cómo acabar esas novelas, todo se volvía confuso, o es que yo no soy tan buen alumno como usted maestro. Sin embargo las novelas de la primera etapa, en este aspecto, son perfectas.
La tarde del Martes fue una tarde perfecta. Como es rutinario en mí, quería leer algo suyo para estas navidades, ya que si el deslumbramiento me vino una Navidad con El lobo estepario, yo soy muy de rituales y muy fiel a mis manías. Me pasa con Umbral y con La Gaite: en primavera sobre todo, aunque ambos sean lectura obligada para cualquier época del año.
Reciénte tenía la compra de El juego de los abalorios, pero sin embargo estaba ansioso por retomar el Ulises de Joyce. Sí, me va el sado, soy masoca, qué pasa, el capítulo diecisiete es de lo mejorcito, de lo más guasón que se ha escrito nunca: un catecismo como vehículo narrativo, toma ya. Eso no los supero yo ni jarto de jachís.
Así fue que viendo el tomo de la colección Premios nobeles de la literatura dedicado a usted que tiene mi padre en su bien nutrida pero poco usada biblioteca, decidí leer la obra que me faltaba por leer. Este tomito contiene sus dos obras comentadas de la primera época, mas el relato corto El ciclón y el relato largo o novela corta Hermosa es la juventud.
Aprovechando que mis padres estaban fuera, ocupé su casa, la suya y la de ellos, volví al feliz reencuentro de horas de grata lectura sumerjido en su manera de narrar tan rica, tan pausada, tan sensorial.
Avanzaba en los capítulos y había elementos que me sonaban, normal al leerle a usted, los patrones se repiten... pero en el tercer, en el cuarto capítulo digo: esto ya lo he leído yo.
Pues sí, la primera vez que me pasa, releer algo sin recordar que ya lo había leído. No recuerdo ni el año, raro en mí. Hermann, mereció la pena este reencuentro.
Podría seguir durante horas, escribiéndole, con esta admiración, este amor supremo que por su obra tengo.
Pero basta por hoy.
Quizá en el próximo post hable sobre las rosas púrpuras del cairo, o eso u otro aviso para navegantes ensayando un post vanguardista como el capítulo diecisiete del Ulises de Joyce, que me pone mazo hacer algo así. O las dos cosas a la vez, no estaría mal.
Con cariño, admiración, y amor supremo, señor Hesse, Hermann.

Coda

En este relato perfecto que es Hermosa es la juventud, los personajes pasan veladas perfectas.
Es un mundo sin televisión, sin radio, donde pasan las horas leyendo en voz alta, contando anécdotas de tiempos pasados. Mientras alguien toca el piano, otro toca el violín, otra canta.
Además de los habituales Schubert y Shumann, en sus partituras están Franz Abt y Silcher.



miércoles, 5 de enero de 2011

Tres cuentos, de Truman Capote


Y bien, no se podía empezar mejor el año lector, los primeros libros terminados, de Capote y de Herman Hesse, aunque, qué cosas, Hesse sin darme cuenta fue relectura, pero os digo que la tarde de ayer fue una de las más felices tardes lectoras que tuve en los últimos meses.
Hesse es lectura para adolescentes, y yo no he dejado de ser un adolescente, no sé, no sé por qué a mí me gustan tanto esos trayectos vitales, esas miradas atrás, esas descripciones de jardines y valles que se entrometen en el alma: de los personajes y de la mía. Pero mañana o pasado hablaremos de Hesse, y le dedicaré una canción de amor.
Hemos empezado el año leyendo y así debería continuar el año. Y decir: un libro más, como decía Horacio Oliveira al acabar un libro; o como La Maga decir: un libro menos.
O Maga u Oliveira, estos dos tipos de lectores se diferencian en que los primeros, los lectores Maga, tienen cierto estrés por leer, se piensan inferiores y leen y leen para colocarse a la altura de aquellos a los que admiran. Recordamos a esta Maga por su sensibilidad y por su amor, ella era la Amante, Horacio era el Amado, al que admiraba sin reservas. Horacio sin embargo vivía ya en la lectura, no tenía ese estrés lector de leer con remordimientos porque nunca se lee lo suficiente, si no que para él la lectura era como la respiración, un ejercicio vital que se da por hecho. Por eso, nuestra Maga leía de todo, perdida en la selva de las páginas, sin saber muy bien los senderos, leía hasta a Galdós, y Horacio en un famoso capítulo se lo reprochaba sin palabras, riéndose hacia adentro, pero cómo ésta puede leer ésto... Horacio sabía sin embargo lo que leía, y sólo leía aquello que sabía que era bueno.
Sin embargo, yo, más parecido a magas que a oliveiras, ando perdido en este bosque laberíntico de lecturas, estresado ante la pregunta: ¿qué leer ahora? Admirando a los otros, queriéndoos tanto.
Pero da igual, oliveriras y magas formamos parte de esta rayuela literaria sobre el suelo de la realidad.
Pero aquí habíamos venido a hablar de Capote, Truman Capote.
Capote era un señor al que Philip Seymour Hoffman daba vida en la pantalla. Capote era además una imagen, un icono, a Terenci Moix le gustaba salir en las fotos como Truman Capote.
Aquí tenemos a un joven Truman, posando como enfant terrible:


Capote era un señor que me interesaba más como personaje, antes que como escritor. A sangre fría ... pues la verdad que tampoco me interesaba mucho ese tipo de libros. Quizá sí me atraía más Música para camaleones, aquel libro que lee Eloy Azorín en la peli de Almodóvar, Todo sobre mi madre. Y, en cine, El arpa de hierba, y supongo que la novela en que se basa esta peli estará muy bien, que me gustará tanto como me han gustado estos cuentos. Por no hablar de Desayuno en Tiffany´s...
He ido colgando en mi jardín, como delicados, dulces, sabrosos frutos, los cuentos navideños del libro, así que por completar el árbol os pondré en su momento, para el próximo día de acción de gracias, el tercer cuento: El invitado del día de acción de gracias. De nada. Y si eso me lo recordáis.
Así que, Mr. Capote, quedo encantado de conocerle, y perdón por imitarle tan malamente aquella noche al salir del cine, tan amaneradamente.
Los tres relatos pueden leerse como si fuesen una novela: personajes y ambientes son los mismos, los tres personajes principales: el niño, su anciana amiga, la perrilla. El lugar: la granja en Alabama. Vale que una de las historias sucede en Nueva Oleans, pero el niño siempre compara y tiene en mente su hogar junto a su amiga y la perra, Queenie. El contexto es el de la depresión económica, con los últimos coletazos alcohólicos provocados por la Ley Seca. O sea que, el libro en sí, tiene aroma a blues y a jazz.



Me han parecido deliciosos, profundos, emotivos, con soluciones de las historias algo moralistas, sí, pero bellos al fin y al cabo, que es que todo esto del amor y la luz del sol y el perdón y la redención y la piedad gusta mucho a los americanos, yo les respeto y hasta me gusta leerles y ver sus películas. El mundo del cine y la literatura, sin Norteamérica, sería más decadente, menos candoroso. Leyendo a Capote me acordaba de Paul Auster, el estilo, el fondo, es similar, americano.
A mí me gustan, y les seguiré leyendo, son gente que te cuentan una historia, te la ofrecen bien escrita, mantienen el interés, dan el toque emotivo. Es que yo soy muy emotivo, yo debería vivir en America, tener una profesión liberal, tener mi estudio, apartamento, y quedar con muchas chicas a tomar cafés en tazas gigantes acomodados en sillones sin humo de tabaco de fondo, oh, sí, ser protagonista de una peliculita de Meg Ryan. Pero no, si en el fondo, aunque emotivo y romanticón, soy un europeo, un decadente. América es Paul Auster con sus novelas de desencanto pero con guiones llenos de casualidades que te hacen tener cierta fe. Europa es Martin Amis, o Houellebecq, personajes que dedican su vida o al alcohol o al sexo, desencantados, ¿desencantados? Qué van a estar desencantados, encantados de chingar tanto y de darle tanto a la ginebra. En España, como representante de esta corriente, tenemos a García Hortelano con su estilo soberbio y sus personajes decadentes, pasaos, alcoholizados, fornifolladores, puteros y descalabrados. Qué bueno, García Hortelano.
Pero no todo es así, en España estamos muy contagiados por lo americano.
En España, siempre fue así, siempre hemos sido muy americanos, cosas del plan Marshall.
Tenía ganas yo de leer algo normal, que no todo en la vida van a ser los excesos vanguardistas del tío Vanguardias y los histrionismos de Unamuno... que no todo en literatura va a ser metaliteratura y estilo. Tenía ganas de normalidad literaria y me encuentro con este capote literario, una maravilla, yo os lo aconsejo, delicioso como fruta fresca, sabrosísima, esta literatura de Truman Capote y Herman Hesse -del que mañana hablamos-.

Coda

domingo, 2 de enero de 2011

Amor y pedagogía, de don Miguel de Unamuno y Jugo

Extravaga, hijo mío, extravaga cuanto puedas, que más vale eso que vagar a secas. Los memos que llaman extravagante al prójimo, ¡cuanto darían por serlo! Que no te clasifiquen; haz como el zorro, que con el jopo borra sus huellas; despístales. Se ilógico a sus ojos hasta que renunciando a clasificarte se digan: es él, Apolodoro Carrascal, especie única. Sé tú, tú mismo, único e insustituible. No haya entre tus diversos actos y palabras más que un solo principio de unidad: tú mismo. Devuelve cualquier sonido que a tí venga, sea el que fuere, reforzándole y prestándole tu timbre. El timbre será lo tuyo. Que digan: "suena a Apolodoro", como se dice: "suena a flauta" o a caramillo, o a oboe, o a fagot. Y en esto aspira a ser órgano, a tener los registros todos.
(Don Fulgencio, personaje de Amor y Pedagogía)
Entre todos lo mataron y él solito se murió.
(Dicho popular)

La ciencia es una estrategia,
es una forma de atar la verdad
que es algo más que materia,
pues el misterio se oculta detrás
(Luis Eduardo Aute)

Después de los excesos navideños -y lo que nos queda, que hay roscones volantes rellenos de trufa y nata- mejor será dejar las rutinas navideñas e ir al grano de literatos, dando de comer así a las gallinas de la inspiración, que cloquean que da gusto cuando empollan huevos como libros.

En literatura, como en el cine, los hay camaleónicos -capaces de cambiar de registro- y los hay que son siempre ellos mismos, aunque se vistan de mona o seda.
Camaleón por excelencia en literatura lo es Vargas-Llosa, mientras que Umbral será siempre su sello reconocible en columna, novela o ensayo.
Así en cine, es camaleón Philip Seymour Hoffman, mientras que Woody Allen haga de lo que haga ante todo será Woody Allen. Aunque no salga como actor, inevitable será sacarse a sí mismo con otra piel. Así Unamuno, como Allen, aunque no haya personaje Unamuno en sus novelas y relatos, Unamuno será quien narre y se meta en los diálogos. Tanto mundo interior tienen, tanto ego o tantos egos, benditos sean.
Camaleones frente a egos, y dentro de cada raza hay otras divisiones. Dentro de los egos están los histriónicos, y Unamuno es uno de ellos. Si me diera por contar los signos de admiración que hay dentro en su obra no acabaría nunca. La obra de Unamuno es un monólogo continuo a lo Segismundo, ¡ay, mísero de mí, ay infelice, apurar cielos pretendo ya que me tratáis así qué delito cometí contra vosotros naciendo …! A la vez que es un diálogo o debate contra sí mismo. Unamuno son muchos unamunos que no por ser otros dejan de ser unamunos.
Unamuno es grande, y lo sabe, y es grande porque aún sabiéndolo se ríe de sí mismo. Los de la Generación del 98 eran muy especialitos ellos, cada uno para echar a comer aparte, y sin embargo, tan diferentes entre sí... hablo de ellos como literaturas, lo que sé de ellos, de sus vidas, es de oidas, y ya se sabe qué es lo que pasa con los chismorreos literarios.
Unamuno, no lo olvidemos, es un humorista. Un trágico, sí, pero humorista, él mismo aconseja el humor como tabla de salvación para esta tragedia irremediable.
Si Unamuno viviera hoy quizá sería cineasta y sería Woody Allen pero más histriónico. Y viceversa. Mr. Allen escribiría novelas no muy extensas en las que los personajes se encierran entre signos de admiración para pelearse consigo mismos y con el mundo, pero sobre todo consigo mismos.
Y con su creador, o con el Creador. 
He leído todo o casi todo de Unamuno en novela y relato, y he quedado admirado, yo también entre signos de admiración, peleado y peleándome. Niebla, Abel Martín, La Tía Tula, San Manuel Bueno, Martir y cuentos vecinos. Son todos una emotiva lucha que no cesa, ternura y atrocidad, personajes caricaturescos, tan humanos.
Yo recomiendo a Unamuno, puede que no te guste, pero no perderás si no te gusta, si no te gusta lo dejas y te olvidas y ya, pero si te gusta ganarás un ego unamuniano. Tú serás Unamuno, o como diría él, él será tú.
Esta novela trágica, además, viene con postre chiste, me he carcajeado a gusto con el epílogo.
Luego pasaremos a hablar de la novela en sí, pero antes hablemos de los postres.
Pues bien, le ofrecen a don Miguel publicar el libro, pero tiene que cumplir un cierto número de páginas para poder ser editado. Hay un problema, que la novela está terminada y son cien páginas. ¿Qué es lo que hace, entonces? ¿Añade anécdota, diálogos, descripciones? Mal o bien, todo está escrito, no va a quitarle ni a añadirle nada, es su obra y es como es, buena o mala. Entonces escribe un epílogo, que no es ni más ni menos que un buen puñado de páginas con este tema: mi editor me ha pedido que escriba más páginas para poder publicar la obra, y aquí estoy, llenando papel y más papel hasta cubrir el cupo. Desconcertado yo de tamaño morro, incrédulo, no puedo evitar reír y reír. Decenas de páginas así: aquí sigo, escribiendo, ¿cuántas páginas quedan, aún quedan? Sigamos pues. Silbando sobre el papel. Hablando de sustancia  e insustanciales cosas. Y así.
Luego como colofón, un tratado de cocotología, o el arte y metafísica de las pajaritas de papel. Entre la seriedad y la broma, siguiendo el método científico, cachondeándose del método científico. 
Según parece Unamuno era un experto en hacer pajaritas, y yo no podía evitar acordarme de unos de mis personajes de cómic predilectos: Superlópez, un supermán cañí que en el trabajo de paisano le da a la pereza o digna laboriosidad de creación de pajaritas.
Acaban de dar las dos de la mañana.
Mañana sigo.
..........................

Y ya es mañana, es decir, hoy, casi veinticuatro horas después.
Podría haberlo terminado esta mañana, pero como la semana pasada estuve trabajando había polvo y pelusas acechándome y hablando de mis miserias, como personajes joyceanos. Así limpiaba, así así, escuchando por el youtube a grupos españoles setenteros, como a los Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, con esta canción, Señora Azul, que muy bien podría estar dedicada al plomizo de don Avito Carrascal por parte de su retoño, ¡qué teorías, don Avito, oh qué teorías!







El mundo está lleno de don Avitos al igual que de señoras azules, son los autoritarios, aquellos que sólo miran la manzana desde una perspectiva sin comprender que puede haber otras. Por sus monsergas les conoceréis, quieren ser perfectos, tan perfectos, que al final la cagan, y aún así parecen no darse cuenta de la cagada y siguen adelante con sus teorías. Al final son afortunados pese a todo el infortunio creado, pues no conocen la culpa, no creen que hayan estado confundidos, nunca.
¿Tuvieron, los asesinos históricos que gobernaron, algún día, alguna duda de su misión redentora, tembloles el pulso al ejecutar sentencias?
Claro es que don Avito es un pobre hombre, un fascistilla en pequeña escala, pero si un hombre hace eso a nivel doméstico, ¿qué no haría a gran escala, con un gobierno en sus manos?
Claro es que lo hace por el bien de la humanidad, en nombre de la razón -como todos los que esas cosas hacen-, de su fé, que en este caso es la ciencia, la pedagogía, aplicar sin concesiones el método científico en su hijo para hacer de él un genio.
Bien podría haber creado un monstruo, si el hijo le hubiera salido según sus cálculos, pero le salió literato y enamorado, con lo cual un nuevo werther confuso y con empanada mental.
Miren, es que todos le decían lo que tenía que hacer, y de qué manera, como si fuese una máquina de parir ciencia y genialidades.
Que si papá dice tal cosa, que si don Fulgencio otra, que si el amigo poeta lo otro, que si mamá, ay, Mamá, Virgen Santísima, ¡qué ideas, Avito, qué mundo éste!
Si el padre, Avito, sentía algo de culpa había sido por ceder alguna vez al amor, que no por machacar la pedagogía.
Es lo gracioso, y a esta gente se le conoce por su doble moral, son los primeros que incumplen su normativa...
Don Avito, de joven, busca una mujer según su ideal científico, y termina enamorándose de su contrario, una chica que tiene un aura de misterio, que cree en Dios, sumergida en un profundo sueño, a la que durante el embarazo le atiborra a alubias porque tienen mucho fósforo.
Mientras el padre educa al chaval con la frialdad del método deductivo, la madre le llena de besos, cariño, le enseña oraciones.
Así crece Apolodoro, con una diarrea mental que sólo puede ser vertida en algo como la literatura, y en ensueños amorosos.
Cuando el padre se entera de que su hijo se ha hecho novelista, ¿en qué hemos fallado, Fulgencio, en qué hemos fallado?
Don Fulgencio es un tipo genial, que escribe aforismo tras aforismo, entabla altas conversaciones con don Avito, en las que por ejemplo desprecia a la mujer como algo inferior, mientras que de puertas para dentro es su mujer, con sus hechos y no con palabras, la que lleva las riendas.
Pura contradicción, estos dos, lo bueno de don Fulgencio es que es más permisivo, menos deductivo, más inductivo, a verlas venir ...
Al igual que Aureliano Buendía ante el pelotón de fusilamiento recordó el día en que su su padre le llevó a ver la nieve, hasta sus últimos días Apolodoro recordaría la mañana en que su padre le llevó a una policlínica y ahí vio un conejillo víctima de experimentos. Se compadeció de él, Apolodoro, y su padre le dijo que era por el bien de la ciencia.
Intuitivamente, Apolodoro siempre se sentiría como ese conejillo.
Me acordaba yo, leyendo el libro, de esa gran película dirigida por Fernando Fernán Gómez, Mi hija Hildegart, basada en un hecho real de la España republicana, en la que una madre educa a su hija con dura disciplina para hacer de ella algo así como una mesías de la causa feminista. La chica, de adolescente, llega a cartearse con Sigmund Freud, pero más adelante se enamora, lo que provoca la tragedia. Así igual en la ficción con Apolodoro.

Coda

Quien lee a menudo y variado se encuentra con estas casualidades más a menudo de lo que la razonable casualidad dictamina.
En aquel verano yo leía el ensayo Gargoris y Habidis, del por aquel entonces joven y sabio Sánchez Dragó, a la vez que me echaba al gaznate del espíritu pequeñas dosis del Juan de Mairena de Machado y leía con placer La leyenda del césar visionario, de Umbral.
Subrayaba con afán de estudiante aplicado, y por ahí debo de tener alguna nota junto a párrafos que remitían a otros párrafos de las otras obras.
Algo bueno debían tener esos tiempos de soledad, en los que el tiempo que me dejaba el trabajo en aquellas cocinas de Pedro Botero lo dedicaba a leer mucho y bien.

En estos días he estado leyendo Cuentos españoles de navidad, editados por Clan, y me he encontrado con uno de Jose María Pemán, del que no había leído nada, de muy similares características al Amor y pedagogía de Unamuno. El republicano y los reyes magos, se llama el relato.
Me da por leer la nota de la introducción referente al cuento de Pemán, y como si quien aquello escribiera reciente tuviera la lectura de Unamuno, dice lo que pienso yo, los personajes recuerdan a los personajes creados por Unamuno.
Bendita sea nuestra literatura, donde un libro lleva a otros libros, un autor a otros autores ...
Será locura creer en trascendencias literarias, en misticismos cirlotianos.
Recuerden que esto es un manicomio, absténganse de traspasar sus puertas los donavitoscarrascales, no sea que sanemos.
Y yo quería hablar de las rosas púrpuras del cairo, a propósito de Unamuno, pero todo se andará, que tengo reciente la lectura de Capote y me espera Hermosa es la juventud, de Herman Hesse.
Hesse, aquel que me deslumbró con El lobo estepario, ¿no había un grupo que se llamaba así, en inglés?
Con ustedes, los Steppenwolf, ¡qué pintas, Avito, qué pintas!



Like a true nature child
We were born
Born to be wild
We have climbed so high
Never want to die
Born to be wild
Born to be wild