jueves, 24 de diciembre de 2015

Alucinación de Navidad



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La flor de hibisco seca, como un pequeño capullo inservible, cuando se humedece se agranda y se expande, cobrando la apariencia de un gorrito de Papá Noel o, si prestamos atención más detenida, el gorrito de un diabólico bufón.
O quizá fue el influjo de la luna llena de la madrugada de la Navidad del año 2015, suceso que no volverá hasta más allá de dos decenios, y suceso que no regresó desde aquella Navidad de principios de los años noventa, cuando mi hermana pequeña se perdió, y nadie se dio cuenta hasta que ya casada y con hijos nos contó el pecado que la Nochebuena cometió contra su seno. Y desde entonces no volvió a creer, y yo, triste yo, no volví a crecer.
No, no volví a crecer, quedé dentro del adolescente que fui, anclado en el puerto de la ilusión y la inacción y la inercia, donde el futuro se aniña y el pasado lo inunda todo como un leviatán monstruoso y redundante.
No, mi hermana pequeña no volvió a creer, quedó su corazón enterrado en el bosque en que se sintió sola, abandonada por la familia y los amigos al ataque de las fieras y al acecho lúbrico de los hombres malos.
Esta Nochebuena del 2015 volví de la Misa de Gallo y retomé el gin-tonic por donde lo dejé, a la mitad y aumentado por el hielo derretido, por lo que le añadí otro opulento, un hielo como un huevo de hielo que asemejara una brillante piedra preciosa de dimensiones extraordinarias.
Me repantigué en el sofá rodeado de la familia y eché mis ojos a pasear por los alrededores del salón y por las estancias de mis interiores vanos. Como era tan habitual en mí, mientras ellos seguían con alegre atención infantil las canciones y sucesos que la televisión peroraba, yo me acomodaba ensimismado y ausente, sin perder detalle de las correspondencias entre el exterior y mi interior, cazando gestos de allí para cocinarlos aquí, y así lograr la gran alucinación llamada magia navideña, un misterio nebuloso -hoy, además, amaneció nublado- donde los recuerdos se barajan por el gran tahúr que es el poeta que soy para obrar el milagro, la gran jugada, por lo que seguimos creyendo y no creciendo, anclados digo en el puerto de la adolescencia.
Fue entonces cuando, aprovechando una pausa para la publicidad y que todos callaron su jolgorio, miré a mi hermana pequeña e imploré, deseante:
-Hermanita, venga, cuéntanos otra vez lo de aquella Nochebuena, sí, esa en la que te perdiste y que ninguno nos dimos cuenta, bueno, yo sí, ya te conté, que estaba preocupado y me dio por imaginar, y llegaste algo tarde pero nadie le dio importancia ...
Miré en mi gin-tonic la cáscara de limón y las bayas de enebro y las bolas de cardamomo y pimienta roja agrandadas por las dos horas de humedad en la ginebra y la tónica azulada, tónica mar, gin tónic oceánico y e incógnito, donde la flor de hibisco me sobrecogió por el color picante carmesí de flor abierta.
-Cabronazo - renegó con pómulos púrpura-, ya podrías haber dicho algo y que me fuerais a buscar, pero no, como siempre, aquí cada uno a su bola.
-¿Qué pasó? -arquea una ceja sin celos mi cuñado su marido.
La flor de hibisco se abre aun más a mi terror rojo y su vergüenza sonrosada. Recordé que imaginaba que ..., mientras ella contaba que ...
Resultado de imagen de flor de hibisco gin tonic-No tenía ni quince años, yo estaba con mis amigas paseando la tarde de Nochebuena, y nos juntamos con unos amigos, y sin darme cuenta me separé con uno y nos perdimos y él se asustó y anochecía y se fue corriendo y quise seguirle y me quedé sola cada vez más oscuro y habíamos visto hombres que nos miraban, que me miraban, porque él, bueno, qué más da, de pronto me quedé sola y no veía ni las luces de la ciudad y tuve mucho miedo y pensé en todos vosotros y en qué pasaría si yo no llegaba a casa una noche como la de hoy, de Nochebuena, y lloré y ya estaba oscuro del todo cuando pude ver la luz de unas farolas y casi tenía más miedo de ir por allí porque antes habíamos visto hombres que me miraban y serían lo que pasó cinco minutos pero me parecieron cinco horas y de pronto esa luna llena y los perros ladrando y unas risas que no parecían humanas y unos lamentos y tuve tanto pánico que fui a la calle y ya allí eché a correr y no sabía qué autobús coger ni si el metro que había allí me venía bien y cogí un taxi con el aguinaldo que me dio el tío Paco, que yo quería comprarme un disco y se lo dí al taxista que me llamó señora y no niña, si yo era una niña, me sentí fatal, y luego llego aquí y mamá hija, qué tarde llegas, pero nadie ni puto caso y tú, y tú, mirándome con esa cara de empanao que tienes siempre, que dónde estaba, pues qué te pensabas...
Desde entonces ya no serías mi hermana pequeña, pensaba o intuía, y la flor de hibisco se terminaba de abrir hermosa y maligna y carmesí como su boca entonces cuando me dijo aquello interrumpiendo un sollozo oye a ti qué te importa con quien estaba con mis amigas y me perdí sola y abandonada por todos pero es Nochebuena le dije y deberías estar aquí yo sí estaba asustado, y a mí qué la Navidad me dijo, y calla y no digas nada les trae sin cuidado que me pierda o que esté con quien esté y se metió en el baño con cerrojo y escuché un lamento y chorros de agua caer y su voz dolida murmurando y un ladrido y una blanca luna llena y una mirada lúbrica de hombre y como un presentimiento también una flor rojísima abriéndose, la flor de hibisco ante mis narices.Resultado de imagen de flor de hibisco gin tonic
Terminado su relato antes de que terminara la publicidad, su marido mi cuñado se encogió de hombros qué harías tú con ése y mi hermana pequeña se encogió de hombros y sonriéndome a mi con picante carmesí me perdí, joder, desde entonces todo esto me parece un paripé y lo hago por los niños y por la familia que ni se preocuparon de mi aquella Nochebuena y yo perdida, ahí, abandonada.
Yo me encogí de hombros decidido otra vez a no seguir creciendo y fui a servirme otra bebida, un bourbon solo con hielo, después de mirar atónito el gorrito de diabólico bufón de la flor abierta en el gin-tonic acabado que se burlaba de mi.