domingo, 11 de mayo de 2014

Que trata de los vicios y de lo infinito




Feria del libro antiguo y de ocasión


Como todas las primaveras, hombres y mujeres del hierro cultural indoblegable somos imantados al paseo de los Recoletos.
Mi problema es la falta de espacio, y aunque me tientan las obras completas de Guy de de Maupassant a precio de saldo y en vieja y entrañable encuadernación, termino adquiriendo la delgadez de Novalis y Leopardi, a los que siempre estoy a punto de tomar y nunca tomo, en tomos de tapa dura, pero torpe de mí, sin estudio preliminar, sin un buen prólogo. Así que me arrepiento, pero no demasiado.
La compra de verdad interesante es El spleen de París, de mi compadre Baudelaire, con el que tanto amamos. Editado por la delicada Espuela de Plata, me aseguran que está a mitad de precio.
El que conmigo va, como siempre, se compra lo mismo que yo multiplicado por diez. Ojalá tuviera yo su espacio. Y su dinero.

Gabo


A Gabriel García Márquez aquí en Manicomio le vivimos más que le leemos, pero también le leemos para saber que le vivimos. La tarde feliz y soleada en que terminamos Cien años de soledad, las noches de verano en que leímos El amor en los tiempos del cólera, la lectura en alta voz, en una piscina, de los relatos de Los funerales de la mamá grande, y cómo nos angustiamos con El coronel no tiene quien le escriba, y cómo celebramos Memoria de mis putas tristes.
La última puta que me dio su teléfono era triste también, y me recomendó Crónica de una muerte anunciada. De vez en cuando miro en su wassap por enterarme de su estado y ver su foto -a veces me sale ninfa de extrarradio y a veces voluptuosa de mercadillo, a veces publica lemas muy mal escritos pero devotos y llenos de sentimiento, gratitud, y autoestima-. Después de una semana atormentada no la llamé, pues siendo de la ciudad de Cali y teniendo maromo, ya me veía yo pidiéndole clemencia a la Virgen de los sicarios por mis ganas de romance y aventura, oh, desventurado.
(No sólo ando falto de espacio, sino de tiempo. Este apartado viene a destiempo, pero más vale un requiem tardío que temprano)

Ida


Una monjita de vida intonsa y de mirada intensa decide vivir -como le comentó su tía suicida- algo de pecado antes de tomar los hábitos, por no vestir los santos por inercia, como tantos hacen tontos. Fuma, bebe, se lía con las cortinas embriagada, se baja las bragas antes un guapo saxofonista. En el marco de una Polonia comunista llena de feligresía católica. Con aroma a jazz y humo de incienso y tabaco, con aroma en blanco y negro y fragancia a mirada intensa de rubia mona y mocita.
El rapto de Perséfone, por Bernini
Es de lo mejor que hay en cartelera, invito a mi amiga al cine, y ella invita a café en la librería Ocho y Medio, y luego también se empeña en invitarme a cerveza y chuminadas del Mcdonalds.
Durante la película pienso en ella y sé que le está gustando mucho, y me acuerdo de tí, te gustará mucho también, por esa manía que tienes todos los veranos de dejarme solo por meterte en un convento, mi intensa Perséfone de noviazgo intonso -de páginas cerradas-. Mi amiga Nieve y tú no sois muy distintas pues sois muy perséfones y guadianas: aparecéis y desaparecéis. Enclaustradas o liberadas, qué sé yo, es este complejo de Perséfone que tenéis todas a las que yo amo.




Un retal para Hilvanes


Nos ha dejado la decana de las letras españolas, Mercedes Salisachs. Así hace su necrológica el escritor catalán Ignacio Vidal-Folch.(link)
Yo le traigo a usted hoy este retal, un fragmento de la entrevista que le hicieron en la revista Mujer Hoy, donde se habla de nuestra gente: Jardiel, La Gaite ...


MH. Pero siempre habla muy mal de sus inicios. 
MS. ¡Uy! ¡Un desastre! Empecé mi carrera con un fracaso sonadísimo. Pero dos personas me apoyaron: Eugenio D’Ors, que dijo cosas muy bonitas de mis escritos y me animó, y Enrique Jardiel Poncela, que me escribió una carta preciosa. Yo fui a verle a un café en el que escribía y nos hicimos muy amigos. Murió poco después. Conservo algunas cartas suyas y creo que incluso escribió una poesía para mí. Pero “Primera mañana, última mañana” fue la única novela seria de esa época. Descubrí cómo tenía que escribir y ya no paré. 
MH. ¿Le resultó todo más difícil por ser mujer? 
MS. No mucho. Ya había muchas mujeres que escribían: Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet... Martín Gaite era simpatiquísima, buenísima. Cuando la conocí estaba empezando a escribir. Su marido, Rafael Sánchez Ferlosio, ya era premio Nadal. Ana María Matute y yo también nos conocimos de jovencitas. Yo le tenía una gran admiración, la quiero mucho y creo que ella también me quiere. Lo pasó mal en su matrimonio. Su marido era muy buen escritor, pero un ser alocado y rarísimo. Ella merece ser académica. porque conoce el castellano de maravilla. 

L
eer entrevista completa (link)
De esta mujer creo que tengo por ahí una novela de hermoso título, El volumen de la ausencia. No digo que en un futuro no la leamos.

Coda

¡Ay los vicios humanos! Son ellos los que contienen la prueba de nuestro amor por el infinito. 
Charles Baudelaire 

Baudelaire, por Courbet