lunes, 12 de noviembre de 2012

David Copperfield, de Charles Dickens




    ... y comprendo que es verdad cuando dicen que la vida es una sucesión de pequeñeces.
Charles Dickens. David Copperfield.

Día 1

Quizá escriba, después de tantas semanas, el post más largo de este blog. Cómo abarcar si no esta obra total, de aliento largo y luminosas páginas.
Podría haber escrito varios artículos, como otras veces, pero no he querido escribir nada hasta finalizar las 1200 páginas de la novela, que ya son páginas, que ya son hojas de este Otoño de lluvia y oro.
Tampoco he sabido por dónde comenzar, si hablando de Agnes -a mi modo de ver, uno de los mejores personajes que han sido creados nunca-, o de las lágrimas de hoy por la tarde, antes de llegar al final, yo, que nunca lloré leyendo una novela, aunque muchas me conmovieran. Pero ninguna como ésta.
Y es pura fábula, pese a que Dickens se encuadra en el Realismo, ese movimiento decimonónico del que inevitablemente ha bebido la Literatura hasta hoy, pese a tantas vanguardias y experimentos.
Es, lo que se dice, una novela tipo, lo que cualquier común entiende por novela. De las mejores de esta raza. Cuando uno se adentra en la lectura de libros que han explorado los infinitos caminos del contar, a veces, cansado y abrumado, sueña con este tipo de páginas que no necesitan de un análisis ni de una preparación literaria previa.
David Copperfield es El Libro. Lo que cualquiera entiende por libro.
Es un relato ameno, el relato bien contado de una vida.
Pero no, no es realista, es fábula. Y por eso es fascinante, por su fantasía pura que llega a lo humano más que cualquier otro realismo más purista.
Podría escribir un libro, o una tesis, sobre esta obra que tanto me ha gustado. Pero me conformaré con un largo artículo. ¿Te atreves a caminar conmigo por esta Vía Principal de la Literatura? El camino será largo, quizá tardemos varios días, pues la contención narrativa ya sabes que no es lo mío.
Obra escrita en el meridiano de su labor literaria, es considerada por el propio autor como su hija predilecta, ya que puso mucho de sí mismo aquí. No, no he leído aún nada sobre ello, pero sí me gustaría saber qué pasajes y personajes conciernen a su experiencia.
De Dickens sólo había leído, de adolescente, sus relatos navideños, además de la versión en cómic de algunas obras suyas como Historia de dos Ciudades o esta que comentamos hoy, David Copperfield. Era un poco reacio a leer a Dickens: demasiado famoso, demasiadas adaptaciones, un imaginario demasiado conocido. Pero uno se da cuenta de que para llegar a esta fama que no ha decaído con el paso de las épocas y las modas son necesarias ciertas bondades literarias, como son la calidad, el buen arte de narrar, la creación de personajes inolvidables, la hondura humana y el saber fascinar.
Era reacio porque me sucedía algo parecido a aquello que contaba Rafael Reig en su imprescindible Manual de Literatura para Caníbales a propósito de Antonio Machado y de una señora a la que le gustaban los perros y un señor al que no le gustaban las señoras a las que les gustaban los perros. ¿Que cuál es la anécdota? Lean el manual. Desde aquí intentamos motivar la lectura de obras edificantes para formar hombres de bien y mujeres distinguidas, y fomentar vicios y perversiones que hagan juego con una cierta catadura moral. Seamos buenos, pero que no nos falte la sal de la vida. En cierto capítulo del David Copperfield se describe una buena borrachera y una mala resaca, en un capítulo de diez páginas que debería ser ejemplo en un manual de escritura. (puede ser leído aquí. link)

 Si algo tiene Dickens de realista -aunque sigo opinando que no es un escritor realista como lo fueron sus coetáneos Balzac, Flaubert, Stendhal, Galdós, Clarín, Tolstoi ... , pues más bien es un fabuloso fabulador- son sus descripciones certeras de estados de ánimo y situaciones anímicas. Sucede lo mismo en otro capítulo, cuando David se enamora de Dora, en el relato de ese trance amoroso hay maestría y dominio del saber contar, tanta sagrada tontería -que tantos hemos pasado- no puede ser narrada mejor, en un capítulo llamado Caigo Cautivo.
Ya hace tiempo escribí aquí un post contando de qué manera compré el Copperfield (link), y aprovechando que éste es el año Dickens, he querido leerlo metiendo en la empresa a otros amigos. Así lo han leído mi querida hermana adoptiva y amiga de Iruña, que tanto se ha paseado por este blog casi como un personaje más; y mi viejo amigo el siempre joven poeta -así es como le presentan sus ancianos amigos cuando presenta su libro El Mal Hombre (link), que ya les vale- Rubén Romero, el componente más famoso de la Degeneración Akabá, de la que me  precio de ser el Unamuno, por ser el más viejo y el más pellejo -aunque el filósofo novelista tenía más de lo primero que de lo segundo-.
Curiosamente, hace casi un mes, Rubén y yo coincidíamos en la fascinación por el capítulo mencionado en que Tocayo Copperfield se emborracha y sufre una buena cruda. Según me contó lo subrayó enterito y lo recitó en voz alta a quien con él vive. De los akabaos, Rubén y yo somos los únicos que seguimos los consejos lectores de los otros akabaos. Gracias a él y a Hilvanes leí yo el Ulises de Joyce, donde según dicen algunos se homenajea el Copperfield, parodiándolo.
Para el buen arte del leer hay que seguir el instinto antes que nada, pero hay que saber dejarse guiar por quien comparte el mismo amor por la lectura.
Mañana pasaremos a comentar en líneas generales la obra, para después pasar a lo mejor de la novela, sus personajes, su capacidad para el retrato psicológico, su arte para la caricatura, y sus sobrecogedoras semblanzas trágicas, dignas de un Esquilo o un Lorca. Yo he podido observar tres tipos de personajes: caricaturescos, humanos y trágicos. Pero ya hablaremos de ello.

Día 2

Hubo un tiempo en que los libros eran artículos de lujo, y ahí vemos a Alonso Quijano el Bueno cómo malgasta su hacienda por leer más libros de caballería; y según dicen sus biógrafos, un joven y estudiante Napoleón quedaba algunos días en ayunas por comprar más libros. Sólo los locos y los ricos leían, además de los religiosos. Hoy los libros se malvenden a diversos precios, no se valoran tanto porque son más asequibles, yo mismo tengo frente a mí, ahora mismo, un largo centenar de obras compradas y no leídas. Podemos también visitar las bibliotecas, donde podemos disponer del libro que queramos, y gratis. Imaginemos el festín que se daría don Quijote si en sus días hubiera bibliotecas. Tenemos librerías de saldo donde podemos comprar libros a uno, dos, tres euros. Y en las librerías, recién salidos del horno, según qué libro, no hay que gastar más de diez euros para disfrutar de horas de lectura, además de repetir el mismo plato, pues ya es nuestro. Este David Copperfield que tengo en mis manos tiene su precio puesto en la solapa: 9.95 euros. Y sin embargo, lo he disfrutado día a día durante un mes, pasando tardes enteras tan sólo con su grata compañía.
Entonces, ¿cómo es posible, si el libro era un artículo de lujo, que Charles Dickens fuera un autor de éxito en sus días? La venta por episodios, lo que entendemos por folletines, novelas que se vendían por partes junto a los periódicos, formando parte de ellos. David Copperfield, por ejemplo, fue publicado mes a mes, e imagino en los lectores la misma ansiedad que sufrimos hoy ante la espera de un nuevo episodio de nuestra serie preferida. Recuerdo también a aquel protagonista de la barojiana El Árbol de la Ciencia, que pasaba las noches de verano leyendo los folletines ya publicados, pasando de episodio en episodio sin tener que esperar otra entrega.
¿Seríamos tú y yo lectores de esta guisa episódica? Qué impaciencia y qué voracidad ante la llegada de una nueva entrega. A mí, en estos días, me hacía feliz la sola idea de que tenía el grueso volumen esperándome, y cada vez que disponía de unas horas libres, me entregaba a él por completo. 1200 páginas trepidantes son una dosis importante, lo que quiere decir que poco a poco, página a página, como hojas de otoño, se va alfombrando el alma del oro de la literatura.

Como decíamos ayer, se trata de una novela convencional, lo que entendemos por novela, sin experimentos y sin disgresiones sobrantes, muy entretenida, más psicológica que realista, por ello más genial. Es decir, no son las suyas tediosas descripciones minuciosas, Dickens, en boca de su narrador, se deja llevar por sus recuerdos e impresiones. Escrita en primera persona, se toma la licencia de ser engañosamente minuciosa, todo recuerdo ha pasado por los mil filtros de las experiencias vividas,  además de la imposibilidad de la reproducción fideligna del pasado.
Ahora podríamos ponernos importantes y decir: ¡en el siglo XIX sí que se hacían buenas novelas! ¡Las únicas novelas que merecen la pena son las que tienen esta herencia! Pero ya sabemos que aquí sufrimos de literaturitis crónica, enfermedad que tiene en su esencia su misma medicina, si no nos moriríamos como quijotes apartados de sus sueños. Entonces cualquier pócima narrativa puede servirnos como virus y medicina, amamos a Dickens y también amamos a Joyce, a Baroja y a Torrente Ballester. No nos limitamos a un único camino, no evitamos ninguno por difícil que sea. La lectura de Joyce vino a curar la enfermedad causada por Bolaño, que a su vez nos curó de la enfermedad causada por Faulkner, y así leíamos a Víctor Hugo para superar la fiebre causada por Joyce ... Consideramos que la Literatura es una enfermedad porque nos contagia la fiebre del mundo creado por un autor, y sólo nos curamos con la no lectura o con la lectura de otros autores. La primera opción es el vacío, la segunda es la locura, la esquizofrenia feliz del que, como Walt Whitman, alberga multitudes.
Cogemos el bisturí, cirujanos somos. Abrimos. Vemos los excesos y defectos comunes a tantas obras literarias. El libro está bien. Tiene estos síntomas:
-Falsedad: lo mencionábamos antes. Es imposible que la memoria sepa reproducir lo vivido con tanta minuciosidad. Hay que rellenar sus fallos con fantasías.
-Trampas: trucos literarios, demasiado azar, los personajes salen y entran de la escena como si fueran los únicos habitantes del mundo Copperfield. Hay pocos nuevos personajes en la obra, todos son presentados en los primeros centenares de páginas. Desaparecen algunos como si no fueran a aparecer más, pero vuelven a entrar en la vida de David para atar los cabos sueltos. Dickens no deja ningún cabo suelto, todo tiene su solución, todo sucede por algo, todo personaje tiene su castigo y su premio. Es, por lo tanto, un mundo cerrado. Pero tan inmenso y oceánico que la estancia no está viciada. Es una novela redonda, circular. Es una obra de arte perfecta. Paul Auster es un buen ejemplo de esta herencia.
Sí, lo sé, voy contando sus miserias para ensalzarlas, salvarlas, convertirlas en oro. Porque, si no dignificamos esta miserable vida, ¿por qué seguir?
-Maniqueismo: personajes buenos buenísimos y malos malísimos. Pero Dickens, genio, se permite el crear personajes humanísimos, que evolucionan, que tienen un corazón moldeable por la mano del tiempo. De esto, que es lo más importante de la novela, hablaremos al tercer día.

-Sentimentalismo. Menudo culebrón, cuánto clínex usado y cuánto clímax lluvioso en el alma. Un grado más de emotividad buscamos siempre, y aquí lo encontramos. Nunca lloro cuando leo libros, pero aquí se me han empañado los ojos más de una vez, y con simples descripciones, como la del señor Dick. Ya hemos dicho que Charles Dickens es más psicólogo que notario, no se limita a describir, él hace que el lector se involucre en el ambiente, que viva en él. Una bondad como la del tarado Dick es tan real por ese saber dar en la diana de Dickens, porque sabe que nos identificaremos con este ser digno de manicomio que termina dándonos la lección de la única cordura posible: aquella que salva. Aunque se disfrace de locura.
-Exceso. Ya hemos abanderado aquí la causa del exceso otras veces. Por lo menos, un grado más de emotividad en la canción. Teníamos un post aquí, sobre la Literatura Excesiva y Excelente (link): Rebelais. Ya lo decía Blake, el loco, el místico, el visionario, ya lo cantaron los Héroes del Silencio (link). El camino del exceso es fuente de sabiduría. Un poco más de vino, mejor que menos, otra copa más, un bocado más, otra cerveza. Un poco más de perversión y de dulzura cuando estemos desnudos y abrazados. Y más entrega en el trabajo de la que sea necesaria. Pequemos por exceso y no por defecto, seamos generosos en palabras, en obras, hasta en omisiones. Somos cristianos, y ya decía el de Nazaret que el perdón se otorga al que mucho ama, que poco hay que perdonar al que poco ama. Y que yo te quiera a tí un grado más de lo que la distancia impone es porque somos lo que somos, excesivos. Las amantes que he tenido me dan más que a otros amantes, porque yo exijo, y doy, y soy, siempre un grado más, nunca uno menos. Creo que es mejor escribir de más que de menos, y mejor leer en exceso antes que contenidamente. ¡Ojalá fuera tan valiente que pudiera tropezar más, eso es señal de que camino! Quien no tropieza es que no camina. Llámame pesado, pero es que te quiero, y mi amor no es mediocre, quiere siempre un poco más, quiere entregarse aún más. Dickens es más, no es menos. Dickens hasta en sus defectos se excede, en los azares y en las casualidades, en las caricaturas y en esa manera maniquea de ver el mundo. Dickens, a cada personaje, le da un grado más de su carácter, subraya cada rasgo, se repite en cada escena. Es el ritmo, la rima, para la melodía de la vida. David Copperfield es más canción que relato, y es una canción con un grado más de emotividad en cada estrofa. Gusta más según va avanzando la obra.
Yo, al igual que he hecho con otros autores, he llevado a Dickens a mi santuario. Para mí es San Carlos Dickens, al que ya quiero tanto como pueda querer a Santo Julio Cortázar. Ya es de mis preferidos, y quiero seguir leyéndole: ¿Casa Desolada? ¿Los Papeles Póstumos del Club Pickwick?
Y ahora pasemos a lo que de verdad importa, la creación de Vida, los personajes. Mañana hablaremos de ello.

Día 3





De los elementos que forman una novela, suelo sentir predilección por los peronajes, más allá de una buena trama o una descripción sugerente. Un personaje bien parido, como David Copperfield, es lo que hace que el resto funcione, sobre todo si la narración es en primera persona y por lo tanto subjetiva. Por el filtro de su mirada conocemos al resto, y nos embauca para que tomemos simpatía por unos y antipatía por otros. No siempre es así, ¿por qué, si no, uno llega a sentirse fascinado por el diabólico y pérfido Uriah Heep? Ya su nombre es singular y atractivo. Simpatía por el villano, que muchas veces suelen tener más sustancia que los personajes positivos. El otro día veíamos la nueva película de la saga Bond, y se nos presentaba un villano Javier Bardem con un carisma especial, que hasta complejo de edipo tenía, además de un gran poder de seducción. El caso de Uriah Heep es extraño, y uno, a lo largo de la novela, espera que de un golpe de bondad y sufra una catarsis que le redima. Pero no es así, es cínico hasta en las últimas páginas, fiel a su perfidia. Hasta un magnífico grupo de rock le tomó el nombre prestado, tanto es el encanto que deprende su repelente figura. A mí me entraban ganas de hacerme coleguilla de Uriah, y es que tengo un viejo amigo que es muy parecido a él, los mismos gestos, la misma manera de expresarse, ¿quizá las mismas aviesas intenciones? Y es que hay que tener amigos hasta en el infierno. Es una cuestión de dialéctica.
Yo puedo ver aquí tres tipos de personajes, aunque la crítica haga otra distinción. La crítica dice: corazones indisciplinados, corazones disciplinados, corazones indisciplinados que por la experiencia terminan siendo disciplinados, como el propio Copperfield. Bueno ... yo lo veo de otra manera.
-Veo que hay personajes que son caricaturas, casi esperpénticos, que por ciertos rasgos exagerados de su carácter que sobresalen a los demás, como si fueran tics, pueden ser vistos como creaciones fantásticas más que humanas. Son ellos mismos hasta el cansancio o la risa, casi planos, el tiempo y la experiencia no les hacen mella. Quizá algún rasgo de humanidad les permita codearse con los personajes humanos, pero es tan grotesca o símplemente llamativa su estampa que pasan a ser reconocibles y hasta populares por estos rasgos y tics repetitivos, más que por otras cualidades.

-Veo también personajes humanos, muy humanos, azotados por el tiempo, escarmentados por las visicitudes, llamados a evolucionar.
-Luego están los trágicos, muy literarios, que tampoco parecen de verdad y que pueden pasar de la caricatura a la tragedia sin pasar por lo humano, como es el caso de Rosa. Sabemos que en la tragedia hay un elemento, la catarsis, que purifica al héroe a través del dolor, de la experiencia, haciendoles no mejores éticamente hablando, sino más sublimes, hermosos, artísticos, literarios. Sabréis la distinción que hacía el gran Valle-Inclán sobre la manera de mirar según el tipo de teatro. En la tragedia vemos a los personajes desde abajo, y ellos nos parecen superiores, como héroes, renovados por una crisis, una catarsis, y se vuelven casi divinos. En el teatro clásico les vemos de igual a igual, humanos como nosotros. Luego, en el esperpento, dede arriba, como si fueran caricaturas, como vistos a través del espejo del Callejón del Gato, que deforma. Así veíamos a Max Estrella, como un héroe trágico, conviviendo con seres esperpénticos como don Latino, que es el Uriah Heep de esta obra.
Se atina más así, con la sublimación y el esperpento, antes que con el relato exacto.
Lo queramos así, la vida no puede ser relatada tal cual es, y atina más quien usa de la intuición, de la impresión, de la exageración, que aquel que usa regla y calculadora y calculando y midiendo va creando.
Simbolistas somos, y el símbolo evoca, no imita.
Como en esas películas en que las personas humanas conviven con dibujos animados, en David Copperfield vemos este maravilloso universo donde caricaturas y humanos conversan y hacen buenas migas y hasta se hacen faenas.
Pasemos lista, damas y caballeros. Revisaremos sólo los más importantes, que tienen un papel determinante en la vida de David. Otros, como el doctor Strong y su joven esposa, como mistress Markleham (también conocida como el Viejo Soldado, caricaturesca), Jack Maldon, el señor Barkis, la señora Gudmige ( viuda victimista que pasa de caricatura a humana cuando es necesario), miss Mowcher (enana astuta y pícara, pese a su aspecto y maneras, podría ser más humana que caricatura), mister Creakle (que pasa por una curiosa metamorfosis, yendo de profesor a la vieja a usanza con el lema de la letra con sangre entra a experimentar con altruístas métodos para la reconversión de los presos), el respetable Littimer, el asmático y fumador señor Omer ...
Son muchos los personajes que merecerían alargar el artículo.

Caricaturas

Uriah Heep. Se sale de la novela y forma parte ya del imaginario literario universal, al igual que aquella caricatura, Mr Scrooge, de Canción de Navidad. Con la humildad como carta de presentación y la hipocresía en el corazón, Uriah es lo que hoy se conocería como un trepa, un pelota, un ser que lográndose hacer necesario a los demás consigue lo que quiere con sibilinas tretas y pérfidas intenciones. Es inteligente, un gran psicólogo que conoce las debilidades del prójimo para alentarlas y así usurpar su lugar, como hace con su jefe, Mr. Wickfield (quizá el personaje más humano de la novela). Envidia secretamente a David a la vez que ama al ángel Agnes, hija de Wickfield. Pese a que es un personaje redondo, inolvidable, Heep es un personaje plano, siempre igual de educado y humilde, al igual que su madre, pero siempre cínico.

Mr. Murdstone y miss.Murdstone. Padrastro de David, su carta de presentación es la firmeza y la religiosidad, con un alma llena de odio y frustración. Es lo que llamaríamos hoy un maltratador psicológico, que hace de David un personaje infeliz a la vez que poco a poco va robándole la salud y la alegría a su joven esposa. Miss Murdstone es una réplica de su hermano, que se hace con el gobierno de la casa inutilizando a su cuñada, la madre de David, a la que tratan como a una inútil. Estos dos dañinos personajes aparecen de vez en cuando a lo largo de la obra, y son los que provocan que David tenga una infancia anormal, con maltratos y víctima de explotación laboral.
David Copperfield y Uriah
Heep, de Harold Copping

Mister Micawber. Si no fuera porque en la novela tiene un papel finalmente salvífico, resultaría patético. Entre la tragedia y la más despreocupada alegría, Micawber reparte la ciclotimia más cargante que haya podido leer yo en una novela. Si existiera hoy, sería víctima principal del cobrador del frac, como personaje del TBO tendría un lugar en la memoria colectiva de eternos adolescentes. Pero Micawber es un soñador bueno y voluntarioso. Eso sí, muy plasta, y muy prolífico. Su mujer va pariendo como si no hubiera mañana mientras son desahuciados constantemente, metiendo al más tonto en el ajo. Sin embargo luego es un tipo cumplidor, agradecido, leal. Y muy cargante. Siempre está esperando esa oportunidad, y la tendrá, para felicidad ajena más que propia, que también. Su esposa es tan tonta como él, e igual de ingeniosa. Leal a él, aunque el barco se hunda, no deja de aportarle su confianza sin reservas junto con otra remesa más de querubines. Atención al mayor, el típico hijo graciosillo de familia ajena al que hay que reírle las gracias. Al final todos consiguen sus sueños, y lo agradecen con creces. Pero la guerra que dan hasta entonces no tiene precio.
Mistress Crupp. Casera de David en su época de estudiante, es digna de tener viñeta propia en el 13 rue del Percebe.
Las tías de Dora. Dos solteronas pintorescas que viven de las rentas de un feo que les hicieron los padres de Dora cuando las invitaron a tomar el té pero no a cenar. Y están con el disco rallado dándole vueltas al mismo asunto una y otra vez. Pero son dos señorosas bondadosas y abnegadas a la hora de la verdad.

Trágicos

Nobleza obliga. No todos son bondadosos, pero sí todos tienen un aura de santidad o de malditismo, según. Son trágicos o por su final catártico -purificador- o por su comportamiento. Hay una escena digna de Lorca, La nueva y la antítua herida, en la que Rosa Dartle y mistress Steerforth se comportan como personajes lorquianos.
El capítulo La tempestad, anterior a éste, es uno de los más logrados de la historia de la Literatura, y parece seguir la tradición griega de un destino fatal que hace de simples mortales héroes.

Mañana continuaremos ...


Día 4


Ham. Lo que le convierte en trágico es su amor puro hacia Emily, que desencadena un destino fatal.

Míster Peggotty. Lo que se dice un santo varón, y por hacer el chiste podría tratarse de una mezcla de Jean Valjean (aquel protagonista de Los Miserables, un ser que parece no tener necesidades mundanas y cuya generosidad y abnegación son proverbiales) y Chanquete (no sólo por su barba y porque viva en un barco anclado en tierra, sino porque los niños le adoran).

Emily. Sobrina del anterior y prometida de Ham, la novia infantil de David, cuando eran niños y correteaban por la playa buscando conchas ... Desencadena una de las tramas, la tragedia, abandonando el barquito del tío y el amor de Ham, es la amada infiel a la que todos querían y todas envidiaban. Quizá sea más humana que trágica, pero en la redención y el perdón de los suyos se recicla en ángel.
David y Emily, por Harold Copping

Martha. La prostituta, la amiga de Emily. Al igual que ésta, se redime y por su abnegación se vuelve ángel.

Mistress Steerforth. Un ser altivo, enamorada de su hijo, al que le da todos los caprichos convirtiéndole en un hombre soberbio bastante atractivo, ya que es uno de los logros de la novela. Su vida gira en torno del hijo.

Rosa Dartle. Amiga de la anterior, es uno de los personajes más misteriosos. Tiene todos los rasgos para ser un personaje caricatura, por su temperamento quisquilloso, pero resulta trágica su obsesión por el hijo de su amiga, del que fue amante y al que concedió unos caprichos de otra índole. Está señalada con una marca en el labio provocada por el joven Steerforth en una pelea. Según parece tienen un gran atractivo y magnetismo, hasta el mismo David fantasea con llevársela a su pisito de soltero, pues sería buena compañía. Junto a mistress Steerforth protagoniza el lorquiano capítulo La nueva y la antítua herida, ante los ojos de David.

Steerforth. Personaje complejo donde los haya, caprichoso y cruel, podría ser el símbolo de la soberbia. Es, además, un ser libre, fuerte en todos los sentidos, embaucador, carismático, protector, como un hermano mayor para David. David le admira sin reservas, y pase lo que pase esta adoración no se va según se van sucediendo los episodios de la trama que protagoniza con Emily. David le conoce en el internado al que los Murdstone le deportan, y enseguida hacen una amistad singular, en la que Steerforth, cuatro o cinco años mayor, ejerce de guía, protector y hasta de administrador del pequeño David. A cambio, David, todas las noches, le narra las historias de los libros que había leído. Sí, puede tratarse de una amistad hermosa, por eso Steerforth nos resulta uno de los personajes más fascinantes, por cierto aura de malditismo y grandeza aristocrática. Es muy parecido a su madre, pero el amor enfermizo que siente su ésta por él no es correspondido. El final fatal de Steerforth le convierte en uno de esos héroes trágicos de que tanto gustaban los griegos. También he tenido amigos como Steerforth, y puedo asegurar que pese a todo, los recuerdos siguen leales. Él le dice a David: "¡Vamos! Hagamos ese trato. Prométeme que, si alguna vez las circunstancias nos separan, sólo te acordarás de lo mejor de mí." Y por hoy ya basta.
Mañana más.

Día 5


Humanos

Como ya comentamos, Dickens le añade a su canción un grado de intensidad, y así sucede con sus personajes, que a través del filtro de la mirada bondadosa de David podrán moverse entre la comicidad y la tragedia, pero siempre se nos presentarán como terriblemente humanos, y así por lo tanto con ellos nos identificamos, porque son como nosotros. Ya dije que mi personaje preferido era Agnes, pero es una elección subjetiva, por lo tanto humana. Comprenderé tu desacuerdo.

David Copperfield No tanto él como su mundo, pero es que su mundo es él ... Nos compadecemos de él para terminar envidiándole, pero casi sabemos más de los demás que de él mismo, y sin embargo no deja de apuntar lo que siente, ni sus conclusiones. ¿Qué sabemos del alma de David? Él dice que su corazón es indisciplinado, y que a fuerza de vivir se va domando. Yo no le veo tan voluble, ni siquiera caprichoso, ni en sus primeros amores. Lo que sí le pasa es que con el tiempo, y a todos nos pasa, va conociendo mejor sus necesidades y comprende mejor sus afectos. Va sabiendo lo que quiere, lo que le hace bien y lo que le hace mal. Una vida, la suya, digna de ser narrada, pero quizá sea el personaje que menos podamos describir someramente, quizá porque empatizamos con él, y siempre nos parece más difícil definir lo que nos es cercano. "Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas" Y así es, así que invito al lector a leerlas, y a que saque sus propias conclusiones.

Mistress Copperfield, que luego será una infeliz mistress Murdstone, la madre de David. Enviuda demasiado joven, y David no conocerá a su padre. Se nos representa como buena, hermosa, pero débil y falta de carácter. En su nuevo infortunado matrimonio acabará sus días, víctima de un sutil maltrato psicológico por parte de su marido y su cuñada. Le arrebatan lo que más quiere, su propio hijo, y asistimos indignados de qué manera se deja pisotear. ¿No debería estar entre los personajes trágicos? Quizá le sobren acontecimientos trágicos y le falte carácter trágico. Humana es, y preferimos recordarla bailoteando con su pequeño David, como una madre más.

Peggotty. Ser bondadoso que servirá de apoyo a David a lo largo de la novela. Sirve en su casa y es su único aliento cuando a su madre ya la han inutilizado como persona. Quiere a David como a un hijo, y éste la quiere como a una segunda madre. La vemos siempre con su cestita de costura y con el libro de los cocodrilos -el mismo que se refleja en la edición que yo he leído, la edición de Debolsillo-. Gracias a ella David conoce a su hermano, el santo señor Peggotty, a Ham, a la pequeña Emily, y a la señora Gudmige. Será gracioso ver cómo Su Davy hace de celestino, y termina casándose con el señor Barkis, el cochero, un tipo bueno y lacónico con un defecto muy común: es de la cofradía del puño cerrado. Vamos, un poquito tacaño.

David y Dora, por Frank Reynolds
Betsey Trotwood. Una de las grandes creaciones de Dickens. Inevitable sentir admiración y respeto ante esta mujer humanísima y extravagante. Es la tía de David, su hada madrina, en palabras de Dick, la mujer más maravillosa del mundo. En el primer capítulo nos cae rematadamente mal, pareciéndonos un ser histérico y caprichoso. Iba encaminada a convertirse en caricatura, pero todo tiene un porqué, y es que estaba pasando un mal momento. Se había casado con hombre guapo, un vividor, al que abandonó y que estará durante toda la novela dándole el coñazo pidiéndole el dinero. Es una mujer de armas tomar, excéntrica -atentos a su cruzada contra los burros y el matrimonio-, altruísta, generosa, con un carácter seco y cortante, pero con un fondo tan excepcionalmente bueno y un ingenio tan preclaro que terminamos rendidos. Adopta como compañero de vida al gran Dick, al que sólo ella dice conocer en su valía.

Dick. El singular Dick ... Podría ser carne de manicomio. Podría tratarse de una persona con retraso. Sin embargo, como diríamos hoy, su inteligencia emocional es de superdotado. Siendo un personaje secundario, algunas de las mejores páginas están centradas en él, con un grado de emotividad añadida. Aficionado a las cometas y con el tic de hacer sonar las monedas en el bolsillo, trabaja a diario en un memorial donde siempre se le aparece el rey Carlos I, cosa que ha de evitar y nunca logra, como en el mito de Sísifo, por lo que ha de romper a diario todas las páginas escritas. Tía Betsey le salvó del encierro, viendo en él grandes apitudes, y Dick lo demostrará en el caso del doctor Strong, salvando su matrimonio. .

Tommy Traddles. Extraordianario personaje, simpático y positivo, aunque si hay alguien que en su infancia lo haya pasado peor que Copperfield, quizá haya sido el bueno de Traddles. Con más paciencia que el Santo Job y una vitalidad envidiable, este tipo conseguirá lo que quiera. El tesón y la alegría le ayudarán en todos los contratiempos, que no son pocos. De niño es la víctima de las palizas del señor Creakle, el director del internado, y de adulto su amigo Micawber se aprovechará de su bondad para pagar sus deudas, aunque luego Micawber le recompensará con creces. Enamorado de la cenicienta, la hija de un pastor protestante que tiene, si la memoria no me engaña, diez hijas, deberá esperar años hasta que el golpe del enamoramiento de la hija para todo sea asumido y así poder casarse. De niño tenía la peculiaridad de pasarse el día dibujando calaveras, y su rasgo inconfundible es un pelo pincho que, como aquel personaje de Quino -Manolito, amigo de Mafalda-, es imposible de domar. Es el mejor amigo de David a lo largo de la novela, y que el soberbio Steerforth sienta desprecio por él quizá pueda ser debida a esa envidia de los que no se contentan con nada por los que son felices con lo poco que tienen. Ese dicho: la felicidad no está en conseguir lo que quieras, sino en valorar lo que tienes, es el lema de Tommy.

Dora. La mujer niña, la primera esposa de David. Es inevitable compartir el amor de David por ella, criatura adorable. Memorables son las páginas que narran el enamoramiento de David y su posterior cortejo. Cuando ella le da el sí, no dejarán de discutir, y sin embargo se querrán tanto ... David nos la presentará como si fuera un hada o un duende, un ser de fábula. Hipersensible e inmadura, es un desastre para la vida doméstica, relatada en estampas costumbristas que nos regala Dickens y que leemos con gusto. Pero tiene tanto encanto, y se desvive tanto por ser aceptada y querida por todos, que se lo perdonamos todo. Es enternecedor leer cómo ella es consciente de sus limitaciones, y entonces le pide a David que no olvide nunca que ella es su mujer niña. Podría tratarse de un personaje, por su final, trágico, pero Dickens acierta en su creación, atina en la descripción psicológica de Dora, personaje totalmente verosimil y humano. Hará buena amistad con Agnes, y Agnes le guardará un tremendo secreto que será desvelado al final, dejándonos con los ojos húmedos. Tiene una amiga, La recordaremos acompañando a David cuando escribe, cuando comienza a triunfar en el mundo de la Literatura. Ella le irá pasando las plumas, y por tarde que nuestro personaje se acueste, ella siempre se empeñará en estar a su lado. No podemos dejar de mencionar a su mejor amiga, Julia Mills, que les ayudará a llevar su noviazgo en secreto y a superar sus discusiones de enamorados para que no lleguen, en palabras suyas, al desierto. Julia es esa amiga que, por algún desengaño amoroso, parece estar de vuelta de todo, y sabiduría no le falta para proteger a este par de tortolitos.
Agnes Wickfield, por
Frank Reynolds

Míster Wickfield. Aquí no hay duda, he aquí el personaje más humano de la novela. Enviudó joven, y toda su vida estará dedicada a su hija Agnes, donde ve reflejada a su esposa, y que será la única motivación de su existencia. Es un hombre inteligente y bueno, pero tiene una gran debilidad: el alcohol, que diezmará sus aptitudes con el paso del tiempo. El pérfido Uriah Heep, que trabaja para él, se aprovechará de su debilidad para hacerse hasta con su firma. Wickfield se dará cuenta de todo, pero se verá impotente no tanto para luchar contra Heep como para luchar consigo mismo. David vivirá con él y con su hija Agnes durante su adolescencia, mientras estudia en Canterbury.

Agnes. "No puedo recordar dónde ni cuándo había visto en mi infancia vidrieras pintadas en una iglesia, ni recuerdo los asuntos que representarían. Sé únicamente que cuando vi a la niña llegar a lo alto de la vieja escalera y volverse para esperamos, bajo aquella luz velada, pensé en las vidrieras que había visto hacía tiempo, y su brillo dulce y puro se asoció desde entonces a mi espíritu con el recuerdo de Agnes Wickfield".
Mi amor por Agnes me impedirá ser objetivo en el comentario del personaje. Agnes es un dechado de virtudes, el ángel bueno, y esto podría hacer de ella un personaje literariamente poco sustancioso. Es para David como una hermana, es la voz de su conciencia. Pero esto no acaba aquí. Ella es la que ama. Como en la poética de Pedro Salinas, el suyo es un amor que no necesita ser correspondido para ser completo. Eso le hace grande, magnífica y digna. "Traté de recordar lo que ella me había dicho aquella otra noche: que su cariño no necesitaba ser correspondido. Sentí como si hubiera un mundo que tuviese que atravesar en un instante" En este mundo demediado, entre los que aman y los que son amados, nos identificamos con los primeros.

Coda

Parece como si este poema de Pedro Salinas se lo hubiera escrito David a Agnes, y a ella se deben algunas de las páginas que me han hecho estremecer de toda la Literatura.


No, no te quieren, no.
Tú sí que estás queriendo.

El amor que te sobra
se lo reparten seres
y cosas que tú miras,
que tú tocas, que nunca
tuvieron amor antes.
Cuando dices: «Me quieren
los tigres o las sombras»
es que estuviste en selvas
o en noches, paseando
tu gran ansia de amar:
No sirves para amada;
tú siempre ganarás,
queriendo, al que te quiera.
Amante, amada no.
Y lo que yo te dé,
rendido, aquí, adorándote,
tú misma te lo das:
es tu amor implacable,
sin pareja posible,
que regresa a sí mismo
a través de este cuerpo
mío, transido ya
del recuerdo sin fin,
sin olvido, por siempre,
de que sirvió una vez
para que tú pasaras
por él -aún siento el fuego-
ciega, hacia tu destino.
De que un día entre todos
llegaste
a tu amor por mi amor.




lunes, 8 de octubre de 2012

Bruma, de Richmal Crompton




Miss Richmal Crompton, creadora,
escorpio de mirada aguda



En lo que a mí respecta, debo en gran medida a Richmal Crompton, aquella casi invisible mujer inglesa, el haberme dedicado a la literatura... Tengo por tanto, una muy vieja deuda contraída con ella y con su banda de niños dignos y desobedientes, que tanto imité en mis primeros escritos. La publicación del presente libro, Bruma, es un pálido intento de comenzar a pagarla. Bienvenida a este Reino.
Javier Marías
Delicada joyita la que tocamos hoy, editada por Reino de Redonda, uno de esos espacios donde apetece recrearse por el buen gusto y más aún por su dosis de misterio.
Xavier I es uno de nuestros hombres, por él sentimos cierta fascinación lógica, puesto que somos sus lectores -es decir, sabemos de lo que hablamos, no es una fascinación lejana como podamos sentirla por lo  extraño-. Su prosa es envidiable por elegante, tiene el don de encandilar con su personal estilo, algunas de sus páginas nos han encantado por cierta melodía inolvidable. Yo como príncipe, más que defender, he de aprender del rey Xavier.
(Se nos antoja como próxima lectura de don Xavier I el libro Vidas Escritas (link), ya que somos jóvenes aspirantes a Literatura, creadores y criaturas. Te lo digo por si quieres acompañarme en este festín en aula, donde juntos nos edificaremos, nos alimentaremos, nos amaremos. Como tantas veces.)
Algunos críticos le restan méritos, otros llegan a considerarle mal escritor. El propio Umbral, que es nuestra Cima, le nominaba angloaburrido. Pero ya hemos tratado estas guerras, hoy toca artículo feliz. Uno de los tantos méritos de Javier Marías es la creación de la editorial Reino de Redonda, donde rescata y alumbra caprichos y rarezas.
El volumen no sólo nos trae en castellano -traducción de Juan Antonio Molina Foix- estos relatos de fantasmas, si no que vienen añadidos como anexos unos apéndices con curiosas imágenes redondianas y listados de nombres de pares del reino. Ajenos a los relatos, sí, pero que vienen a enriquecer esta pieza exótica.
Nuestro lema: buscar, encontrar, amar. Buscamos también placer en la lectura, y aquí lo encontramos. Amamos a Richmal Crompton desde niños, y aún hoy la tenemos en nuestro santoral, a ella recurrimos. Hace algunos años compré en la revista Discopley -añorada- la colección completa del ácrata Gullermo Brown. Proscritos somos, con los proscritos huímos de esta realidad severa.
En los relatos de Guillermo muchas veces llueve -en aquellas islas siempre está lloviendo-, y estos muchachos tienen un cobertizo donde fabulan con la fe en la posibilidad. Recuerdo a Guillermo cualquier mañana lluviosa, sin clase, en su cobertizo, escribiendo una novela de aventuras o de terror, bebiendo agua de regaliz. Estos días, no sólo por Bruma, me acuerdo de Richmal Crompton por el agua de regaliz. Me he aficionado al regaliz en estado puro. Las noches que paso en el hospital me tomo una barrita antes de dormir, después de las 22.30 no puedo bajar a fumar, y a un apasionado del tabaco como yo lo soy eso le ayuda.
Con Bruma he vuelto a gozar del estilo Richmal Crompton, hace años -no demasiados- que tengo abandonado a Guillermo, aunque de los treintaitantos volúmenes ya he leído bastantes en esta edad adulta.
Aún tengo, felizmente, Guillermo para rato.
Aunque ni Fernando Savater ni el mismo Javier Marías, que presentan estos cuentos de fantasmas, los consideran obras maestras, he de decir que los he disfutado bastante, más que Otra vuelta de tuerca, de Henry James -puse más atención al erotismo encubierto que al terror que se supone-, libro que comenté aquí hace un año.

Purista literario: (rasgándose las vestiduras) ¡Pero cómo, rebajar a la obra maestra del terror de esta manera! ¡La precursora, la homenajeada por tantos!
Moi: (sonriente y felino) Jefe, se le ven las flácidas vergüenzas cada vez que se encabrona, mejor mésese las barbas y los cabellos, que también queda muy bíblico.

Son trece relatos con el sabor de la más clásica tradición del terror, alguno también deudor del James de Otra vuelta de tuerca, La Chiquilla, por ejemplo, es uno de los mejores, quien haya visto El sexto sentido de Shyamalan o Los otros de Amenábar reencontrará la misma temática de vivos y muertos conviviendo de manera más o menos pacífica. Un gran relato, La Chiquilla.
Así también Las hermanas, cuento de no más de diez páginas que podría dar para un gran novelón psicologista a la vez que esotérico. Así sucede con otros relatos, donde la agudeza psicológica compite con un terror cotidiano, tan próximo que gracias a la narración bien llevada parece cierto. Eso ya nos lo demostró con el magnífico Guillermo Brown.
Bruma, que da título a esta colección de relatos, es el más poético de todos. Rosalind sin embargo tiene el don literario por su  hondura, su tristeza, el tema de la culpa de un carismático artista que olvida lo que ama, y es maldito por ello. Recuerda a esa película de Wody Allen, Match Point.
Los hay hasta mitológicos, como La estatuilla de bronce o El roble, donde reaparecen ancestrales fuerzas para beneficiar o hechizar a gentes del siglo XX. Porque no olvidemos que son relatos del tiempo en que vivió Crompton, donde la gente conduce y se pierde con el coche como en las leyendas urbanas.
A nuestro amigo el Marqués de la Pollalzada también le ha gustado esta serie de cuentos para adultos. Al igual que en Otra vuelta de tuerca, el erotismo está en lo que no se dice pero se sobreentiende. Hay mujeres de pechos grandes y orientales que miran lascivamente. Hay mujeres lánguidas que salen a la oscuridad en saltos de cama blancos, hay modelos que siguen fascinando con su belleza después de muertas. En La estatuilla de bronce, por ejemplo, una joven es entregada al dios Apolo.

Coda

Comencé este libro en un largo viaje en autobús hacia el levante. La única semana de vacaciones que he disfrutado de verdad este verano.
Estuve en Valencia y me acordé de tí.
Me fotografiaron con don Vicente Blasco Ibáñez, a las puertas de su casa museo.
Nos fotografiamos en La Albufera, navegando en barca, mientras un pasajero amigo y el que manejaba la barca se fumaban un porro. Atardecer de fábula. Mi amiga fantaseó con rodar una película porno. La industria porno Valenciana no es ninguna tontería. Yo grababa con el móvil el atardecer y decía chorradas en torno a la obra de Blasco Ibáñez. La Barraca, Cañas y Barro, sucedieron aquí.
Me fotografiaron también en la playa rodeado de muchachas en bragas brasileñas y de mujeres con tetas de silicona. Lo primero mola, lo segundo no tanto. Al igual que en literatura, la silicona está bien para los que gustan de lo espectacular, más que de lo natural. Existe una literatura con tetas de silicona que vende mucho, y cada cual es libre de escribir así tan de clon con modelos predeterminados, y de leer así, de esta manera al tacto tan frío. Hay que tenerlo en cuenta para nuestras clases de Literatura Comparada. Pregunta de examen: peligros de la literatura operada con tetas de silicona. Respuesta: en los altos vuelos pueden desinflarse. Vean lo que según cuenta la leyenda urbana le ocurrió a cierta actriz española en viaje de avión, entre las nubes.
Aunque Richmal Crompton, en sus relatos en Bruma, describe a mujeres de pechos grandes, podemos observar que son cien por cien naturales. Aunque este libro es más bien de pecho escaso pero redondo, tipo manzana. Hay mucha chica bella famélica entre sus páginas, de piel blanca y de mirada clara.
La chica que se me sentó al lado en el autobús muy bien podría ser uno de estos personajes. Esbelta y elegante, aunque tenía las zapatillas blancas de tenista sucias. Era bastante guapa, y tan curiosa que se le escapaban los ojos sin remedio a los libros que iba sacando e iba leyendo. Sobre todo a este de Bruma.
Saqué el libro, lo acaricié, miré detenidamente los apéndices, leí las introducciones de Savater y Marías, leí también los listados de duqes de Isla de Redonda. Leí el primer relato, y no pude evitar en representarme en la imaginación a mi compañera de viaje como protagonista de La estatuilla de bronce. Yo también le eché una miradita al libro que ella leía: Comer, Rezar, Amar. Comentamos por aquí en un post la película basada en este libro.
Hubiera sido un buen pretexto para el ligoteo, pero yo no soy un personaje de Eric Rohmer. Más bien parezco uno de estos personajes de Richmal Crompton que narran estas historias de fantasmas, tipos más bien solitarios que son invitados a casas donde suceden cosas extraordinarias, y narran los hechos insólitos que se esconden tras lo cotidiano.
Si yo te contara, ¡ay, si lo que no habla dijera!

Durante una semana nos vimos todas las tardes para jugar. Nunca se lo conté a mi tía. La chiquilla estaba siempre esperándome cuando yo aparecía, y corría a mi encuentro con su radiante sonrisa de bienvenida. Deduje, aunque no sé si en realidad me lo contó ella misma, que a pesar de su felicidad se había sentido muy sola hasta que yo llegué. Aquellas tardes transcurrieron mucho más rápidamente que las demás tardes, pasadas o futuras. Y todo el tiempo (no sólo esas tardes en concreto) yo me daba cuenta de esa curiosa sensación de felicidad ... casi de éxtasis.
La chiquilla. Richmal Crompton.

Hay que regresar de vez en cuando a la felicidad de las lecturas de esos creadores que nos incitaron a amar la Literatura. Richmal Crompton, Enid Blyiton, Michael Ende, Julio Verne ... Si no fuera por ellos yo no estaría escribiendo aquí, para tí.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Memorias de un hombre de madera, de Andrés Ibáñez


Andrés Ibáñez, con la mejoria del hombre
de madera en sus manos
Dice así:
Esteban, un ebanista que disfruta construyendo relojes de cuco, se deja llevar por la curiosidad y entra en contacto con el Club de Buscadores de la Montaña. El protagonista y narrador de Memorias de un hombre de madera iniciará así un recorrido apasionante tras el misterio de su verdadera identidad. Visión personal y actual del mito de Prometeo, escrita con una prosa ágil que rezuma escepticismo y humor, Andrés Ibáñez ofrece en este libro una historia de sorprendentes giros, que ahonda con interés en las eternas preguntas sobre el sentido del mundo y el hombre, según ha destacado el escritor y académico José María Merino.

Puesto que Andrés Ibáñez escribe sus artículos y novelas para mí, con mensajes ocultos que sólo yo comprendo, muy bien podría ser uno de esos fanáticos que salen en las secciones de sucesos con cartas de amor por bandera y lágrimas de pasión incontrolada. Pero no me llega la estupidez para tanto, tengo que repartirla en dosis diarias para poder andar por este mundo con un poquito de felicidad.
Algo parecido me sucede con las tramas metaliterarias de tito Quique, como Bartleby y compañía por ejemplo. Que yo me vea reflejado en ellas me hace libre de reclamar su tutela. A veces siento que soy personaje vilamatiano, y a veces siento que mi padrino me roba las ideas. Ahijados bastardos de célebres escritores, ¿hasta cuando aguantaremos ser seres de tinta y tropo?
-Metafórico estáis.
-Es que no existo.
Cartesianamente, no existo, pues no lo pienso. Mejor será sentir, soñar, gozar, sufrir, será mejor ser canto instantáneo y libre que un metódico explorador de las literaturas.
Leo a Andrés Ibáñez todas las semanas como quien tiene cita con un psicoanalista. Alumbrador de sombras en sus artículos semanales, ya desde el principio me asombraba de esa capacidad suya de contar interioridades.
Entre Jung y Borges, cotidiano y simbólico, Andrés Ibáñez lo mismo te hace reseñas de libros del sol naciente que te comenta discos y conciertos. También es crítico de arte. Yo de mayor quiero ser Andrés Ibáñez.
-Ya eres mayor.
-Para lo que a tí te interesa, ¿no te jode?
Pepito Grillo es la voz de la conciencia, y yo resulto ser un Pinocho más rebelde y sincero que el original. Más vicioso también. En aquel capítulo en que Pinocho se iba con los muchachos a darse a los placeres y la mala vida me veo yo ahora.
Mi hada madrina quizá esté enfadada conmigo, pero no me lo dice, miente más que yo, se oculta más que yo, es a ella a quien le va a crecer la nariz. En mi cuento los roles están intercambiados. Yo ya no miento, me conformo con eludir verdades como quien se defiende de las fieras del camino. De vez en cuando me enfrento a una verdad y la estrangulo, de vez en cuando miro tu verdad y dejo que me mate un poco más, más por el juego erótico que vimos en El imperio de los sentidos que por querer morir.
Recuerdo que en mi adolescencia recorté de una revista un fotograma de esta película donde la japonesita, montada sobre su nipón le estrangula. Tal como hoy de vez en cuando recorto algún artículo de Andrés Ibáñez, luego me los encuentro años después cuando releo algo o muevo un libro de mi librería.
Al igual que Pinocho, Memorias de un hombre de madera es otra versión más del mito de Prometeo.
Todo un arquetipo.
Y hablando de arquetipos no sé yo si Andrés fue a ver la exposición del magno William Blake, y si la ha comentado en algún medio. Yo fui a verla anteayer y como un buen Pinocho, en vez de venirme a casa a escribir una crítica elogiosa, me fui de borrachera con los muchachos.
Uno debería mantener un blog con cosas así, como mi peripecia en La Central, la nueva librería inaugurada en Madrid.
O reseñar las últimas películas que he visto.
Más que nada para que tú me leas, que cada vez soy más tacaño contigo en posts, y más de una vez te he dicho que me pasaría las horas escribiéndote.
Pero también has de saber que me falta el tiempo, que los últimos meses han sido duros, y que tengo que invertir el tiempo en necesidades inmediatas.
Quizá recordarás que hace más de un año en un correo, en una de tus despedidas, te comentaba después de desearte suerte cómo me gustaría ser humano como vosotros.
Por esas semanas yo bromeaba con esa idea: yo soy un niño de madera, solía decir, no tengo por qué comportarme como vosotros, si ciertos derechos no me han sido concedidos, ¿por qué tengo que acatar ciertos deberes? Hay una ley de compensación. Ese es uno de los lemas de Sollozo, más lluvia que llanto, puesto que estamos aprendiendo, eso sí, más a llover que a llorar, como dice el poeta Carlos Marzal: gente que ve llover, gente que llueve. Ya casi no lloro, pero sí voy empapándolo todo con habituales tormentas y risueños sirimiris y calabobos, pues hay que refrescar este jardín que habito.
Esta idea defensiva que solía sacar yo en reuniones de amigos, más que nada por hacer reír a las chicas, me la he encontrado este mes en el libro de Andrés Ibáñez. Si ya me encontraba mensajes dirigidos a mí en sus artículos, el azar o el destino -que cada cual lea según su sino- hizo que me viera paseando mi palmito en esta novela mgnífica.
-¿Cuándo vas a dejar de fumar, David?
-Cuando deje de ser un niño de madera y me gane el derecho a ser un niño de verdad.
La novela en un principio da un poco de grima, recuerda a esas novelas de autoayuda que hacen furor y dan ardor en el estómago del alma. Algo entre Juan Salvador Gaviota y El Alquimista. Pero uno se va dando cuenta según avanza en las páginas que hay más propuesta literaria, y ya avanzada la novela con giros en la trama vamos viendo cómo nos adentramos en la ciencia ficción, AI, Inteligencia artificial, y ¿Sueñan los androdides con ovejas eléctricas?
He tenido la impresión, quizá desacertada, de que el giro que da el relato no fue premeditado, que la novela iba encaminada hacia lo metafísico cuando el autor decidió torcer por el sendero de la ciencia ficción, más libre y menos laberíntico.
El grupo de buscadores de la Montaña, que ocupa las dos primeras partes del libro, casi desaparece en la última parte, cuando se nos descubre el misterio de Sebastián.
En las últimas páginas tenemos hasta una interpretación metaliteraria.
Que la novela no sea confusa es signo de que no es pretenciosa, por eso este giro inesperado y el desconcierto por no ahondar más en la trama inicial no son sólo perdonables, sino hasta lógicos.
Hay autores que parece que no saben cómo dar solución a una historia, uno se encuentra con que todo ha sido un sueño y arreglado. Pues no. A novelas brillantes, finales brillantes. Esto se lo perdonamos a Hermann Hesse: por ser vos quien sois.
A Andrés Ibáñez no le sucede este mal de tantos literatos, no elige una opción fácil, aunque la que él le da a su novela sea inesperada y desconcertante. La vida está llena de opciones con las que no contamos, sorprendentes. Él elige una opción feliz y luminosa.
Que sigamos leyendo a Andrés Ibáñez tiene que ver con esto, en sus artículos son normales la sorpresa y la felicidad. Y que la sorpresa sea normalidad se agradece mucho.
Ambientes cotidianos, retratos pintorescos de personajes que lo son, realismo en el exterior y magia en el interior, difícil mezcla bien llevada.
Un estilo ágil, hermoso y lírico por momentos.
Una sencillez envidiable.
Sin embargo, y es algo personal, prefiero seguir considerando a Andrés Ibáñez como a un Hermann Hesse contemporáneo y español antes que como a un autor de ciencia ficción entre tantos.
Cada lector es libre de valorar lo que ama, y nosotros en Manicomio amamos a Andrés Ibáñez  por esos detalles misticocuánticos, miticocuánticos. Como buscador, como perseguidor que soy, el camino de conocimiento que ofrece este hombre me interesa. Me regalo el derecho a la interpretación, más cuando sus artículos y relatos están escritos para mí.
Me he sentido identificado con el protagonista de la novela. Más vicioso yo, más sucio yo, menos casto yo.
Quizá por esa idea de que sólo puede sentirse limpio quien ha estado sucio, esa lección catártica cristiana de que sólo merece ser perdonado quen tanto ama.
Muñeco de manos sucias soy. Desde este no tiempo en el que vivo, tus besos y tu lluvia de siempre me las lavan aún hoy.

sábado, 25 de agosto de 2012

La Trilogía de Nueva York, de Paul Auster


Paul Auster, un escritor elegante.

Considerada una de las grandes novelas de los años 80, y la que hizo célebre sin remedio a Paul Auster, La Trilogía de Nueva York debería formar parte de ese canon para libros de texto y demás guías para caminantes literarios.
El asombro, la Maravilla, la tuya fermosura y el libro de la nostalgia.
¿O es que acaso no estamos formando ya ese libro de todos los libros leídos, de los mejores libros leídos?
Sin duda, esta novela que son tres novelas formará parte de mi particular canon, de mi nostalgia futura, tanto es así que ya la estoy añorando.
Sin duda, las páginas que conforman La Habitación Cerrada, última novelita y colofón de la Trilogía, es uno de los mejores relatos leídos. Un relato pura sangre, el mejor Paul Auster y una de las vías de la mejor literatura posible: la de una historia bien contada.
(de las otras vías ya he estado hablando en los trescientos post anteriores)
Tanto es así, que las dos novelitas primeras de la Trilogía me parecen pequeñas, siendo de lo mejor de Paul Auster, comparadas con esta Obra Mayor. Habrá quien prefiera las otras, pero esta es mía, y página a página he ido quitándome el sombrero y adentrándome en el misterio de este personaje, Fanshawe, como un gran Meaulnes contemporáneo e igualmente inolvidable.
Quizá me gustó y turbó más El Libro de las Ilusones, libro mágico donde los haya, pero en La Trilogía de Nueva York hay una empresa mayor, una construcción irrepetible e irreemplazable, otra vuelta de tuerca más a la Literatura.
Heredera directa de Kafka y de Dostoyevsky -a mi modo de ver, o mejor dicho de sentir, ya que el primer relato, Ciudad de Cristal, me produjo la misma desolación que la lectura de El Doble-, hasta el mismísimo padrino de las letras españolas, don Enrique Vila-Matas -que tantos ahijados bastardos tiene, entre ellos yo mismo-, quedó fascinado por su lectura (link).
Luego se harían amigos, se meterían en polémicas tertulias, y se visitarían para cenas y otros saraos para escogidos plumerillas. El uno menciona el otro en alguna de sus novelas de autoficción y búsqueda, el otro dicen que hasta sigue su religión vilamatiana, que tantos seguimos aunque no sea de manera muy practicante.
En esta Trilogía tenemos los mismos ingredientes a base de obsesiones paulasterianas. Están, por ejemplo, las mismas chicas paulaster y los mismos tipos paulaster, al igual que hay chicos y chicas almodóvar. Los mismos ambientes y las mismas pequeñas tramas de indigencias, amoríos sugerentes a la vez que desengañados, y enajenamientos y extrañas decisiones. Así el azar, cómo no.


Enrique Vila-Matas y Paul Auster, dos metaliteraturas
 Hay cierto vínculo en esta novela mayor entre sus novelitas. Pero se trata más bien de un vínculo metafísico y de nombres repetidos. Quizá una segunda lectura aclararía algo. Ya digo que es novela para ser estudiada y analizada además de leída, porque creo yo que si en una primera lectura deslumbra, en una segunda, meditada, sería ya palabra mayor.
Según la contraportada, según algunos críticos de oficio, es una novela posmoderna.
Usa de la novela negra, o viceversa. Es como si la novela de género cobrara supradimensiones, algo que se ha repetido a lo largo de la historia del relato, como sucede con Don Quijote -muy querido por Auster- y las novelas de caballerías.
Para que luego me vengan a mí con que leer novela de género es perder el tiempo, cuando es de las subliteraturas de donde nacen algunas de las grandes obras.
De la parodia y del homenaje.

Ciudad de Cristal

Por una casualidad, por un malentendido, comienza la aventura. El protagonista decide seguir el juego al reclamo equívoco, y hasta el mismísimo Paul Auster se hace un cameo. Todo este misterio no se va resolviendo  como en la novela negra típica, sino que se disuelve en la degradación del ser, en el olvido de uno mismo, se superpone el juego a la misma vida y entonces tódo se va perdiendo, hasta la propia identidad, dejando al lector tocado y hundido.

Fantasmas

No menos extraña es Fantasmas, quizá novelita negra más típica en la forma. También aquí seguir el juego lleva a la enajenación, aunque aquí sí sea certero el reclamo. Un extraño encargo para un detective. Pasarse la vida mirando una ventana mirando a alguien que se pasa la vida mirando tu ventana recuerda al pez que se muerde la cola, pero aún hay más, vínculos invisibles trascienden los hechos.

La habitación cerrada

Algunas de las mejores páginas escritas por un gran fabulador, el relato de unas vidas, casi de corte clásico, pero narradas con tal maestría que son ya un clásico. La historia de una amistad que deriva de la admiración al odio, un cometido para el mejor de los amigos, que es sacar a la fama al amigo escritor desaparecido en extrañas circunsancias. La complejidad de la Trilogía, pese a la sencillez del relato, se acrecienta aquí en el juego de mentiras sin sentido, hasta llegar a una espiral desquiciada de búsquedas y desencuentros. Personajes carismáticos a los que no se llega a comprender, pero es que hay que comprender que lo que nos parece atractivo y fascinante no tiene porqué tener un sentido, pues quizá esté lleno de errores.
Así esta Trilogía, tampoco nos parece una obra perfecta, pues también tenemos los errores a los que Auster nos tiene acostumbrados, como las escenas amorosas que parecen sacadas de una fórmula -más de radio fórmula que química-, y unos giros en la trama que por querer parecer imprevistos resultan más bien desconcertantes.
Sin embargo en sus flaquezas la narración se humaniza, pues no estamos viviendo lo que se dice una vida plena, más bien las carencias se acentúan con el paso de los años, y por eso, por humana, esta obra más metafísica que realista, merece todo nuestro aplauso.
Tuvo éxito Paul Auster con estas fórmulsa suyas probadas en esta Trilogía, y las ha segido manteniendo con el paso de los años, con más o menos fortuna. Paul Auster siempre es garantía de buena lectura, aunque no siempre se halle en el estado de gracia en que está aquí o en El libro de las ilusiones.
Dicen, aún así, que su mejor obra es Leviatán. Habrá que leerla próximamente, pasada la cuarentena que merece cualquier literatura, pues toda literatura en grandes dosis puede enfermar al paciente, yo soy de los que considera que es mejor esperar un tiempo antes de repetir autor.
Y basta ya por hoy, sólo subrayar que es buena obra para los amantes de las obras buenas, metaliterarias y bien construídas y mejor narradas. La amenidad, además, es un tobogán que te hará pasar un buen rato.

Coda

lunes, 13 de agosto de 2012

Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán




Manuel Vázquez Montalbán o la tentación del Ulises

Una cosa buena tiene esta novela, y es la creación del detective más sibarita de nuestras letras.
He aquí el origen del mito, del compañero de tantos veranos, con el que hemos aprendido a comer, a beber, a quemar libros -será éste el primero que queme- y a caminar por la vida con cierto cinismo que no le queda nada mal a un nuevo arte de tomar distancias.
Sin embargo, todo parecido con el resto de la colección Carvalho es casual, accidental, o bien habría que resucitar al maestro Montalbán para preguntarle.
Por primera vez hablaré mal de una novela.
(Ah, no, que tambén comentamos aquí La Voluntad de Azorín)
Todo se lo perdonamos por la veintena de gratas y reconfortantes novelas que vendrían a continuación.
Salvando las distancias, es como si Joyce hubiera rescatado a Leopold Bloom o a Stephen Dedalus para una saga de novelas de aventuras, policiacas, o simplemente negras. O de humor.
O, como si don Gonzalo Torrente Ballester rescatara de lo incierto a nuestro José Bastida para una colección de novelas de misterio.
Novelas claras, amenas, sin concesiones a lo trascendente, sin ínfulas, consagradas al goce de leer.
En los tiempos de universidad me hacía feliz el pensar que terminado el último examen comenzaría una nueva novela de Pepe Carvalho. Era el capricho que me daba.
Así me sentía yo este mes de Junio, feliz por el reencuentro, y como me costara encontrar en las bibliotecas el dichoso libro inaugural, la felicidad por la promesa de gratas horas lectoras fue mayor al encontrarlo.
180 páginas en un mes. He batido el record de la tortuga lectora. Bueno, como descanso leí a Andrés Barba, y su densidad fue un refresco reconfortante. Y ahora el regreso a Paul Auster me está sabiendo a gloria bendita, casi lloro de emoción, algo de calidad y fácil de leer.
Es que resulta que fui a buscar una novela de detectives y me encontré con el Ulises español. Ni Tiempo de Silencio, ni Larva, ni Señas de Identidad, ni La Saga/ Fuga de JB. El Ulises español es Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán.
Se me caía la baba en la lectura por la comisura derecha de los labios, como en las siestas.
Es, esta novela, otro genial ejercicio experimental.
Vaya, una novela de ciencia ficción, me digo cuando la empiezo.
Vaya, ha pasado una hora y sólo llevo cinco páginas, me digo con cinco canas más en el cogote.
Como antes de ponerme gafas por mi hipermetropía y mi astigmatismo, veía doble al finalizar cada sesión de lectura.
Luego está lo de la política ficción, que da mucho juego tratándose de los Kennedy.
Hubiera sido buena lectura si hubiese sido más clara, menos artificiosa; más normal, menos engendro. Es como esas chicas monas que siendo monas se pintan como monas para parecer más monas y se quedan como orangutanas y no como guapitas.
Hasta ensayos arquitectónicos se nos gasta en tinta, el autor. Claro que hay que ver el contexto de Gauche Divine de la obra, del autor. Claro que hay que conocer el marco de experimentación y genio.
Una obra llena de guiños que quizá los amigos más próximos pudieran alcanzar. El lector común se encontrará cortejado por una obra mayor de un gran novelista, pero maldita la hora de la lectura, y bendito el momento de creación del detective.
El autor juega a recrear la era Kennedy como si fuese futurista, llena de inventos.

Los personajes son caricatos, las historietas cuando las hay sí son acertadas, como aquella en la que Kennedy se hace el exiliado en un mundo aparte esperando la hora propicia para la reconquista de su reino.
No sé, siendo obra de tan escaso volumen, cómo puede hacerse tan difícil todo. Acaso mis entendederas no han dado de sí, acaso es un juego, una broma, un simple divertimento, pero tan difícil de asimilar, cubista y caprichoso ...
Sólo se salva Carvalho, y cada escena en que éste sale, narrando en primera persona su vida pasada por ejemplo con Muriel, en su época comunista.
Si hubiera sido más sencilla habría sido mejor, esta vez sí que sí, esta vez sí que no persono la dificultad como otras veces. Aquí la forma no va con el fondo para crear estados o estampas, como en el Ulises. Aquí el embrollo no va con el espíritu de la obra porque así se precisa, como hacía Torrente Ballester, para conseguir la niebla y esa bendita locura.
Aquí la forma es caprichosa, siendo bueno el contenido. Pudiendo haber sido contada de otra manera, elaborada de manera más digerible, ¿por qué hacerla así?
Cada gran autor ha querido quizá crear su Ulises, y Manuel Vázquez Montalbán hizo aquí el suyo, un Ulises fallido.
Pero luego, en toda su obra posterior, pudo demostrar que no le hacía falta un Ulises, que supo crear un personaje fascinante y único, y fue creado aquí: Pepe Carvalho. Sólo por esto mereció la pena.
Ya me curaré de la mala siesta con el refresco de las novelas de Vázquez Montalbán que me quedan por leer, la mitad más o menos.
Eso me reconcilia.

jueves, 2 de agosto de 2012

Agosto, Octubre, de Andrés Barba



Andrés Barba, autor necesario .

No me gusto ... rara, desagradable, cruenta ... ¿ ?
Creo que quien esto escribió se olvidó una tilde. Con tilde cambia totalmente el sentido de la nota que me encontré entre las páginas del libro.

No me gustó ... rara, desagradable, cruenta ... ¿ ?
Hay que tener en cuenta el contexto en estos casos de duda sobre el sentido. El contexto de la nota es el libro donde la encontramos, y el lugar donde el libro estaba expuesto: la bibllioteca popular Antonio Mingote.
Alguien que utiliza un adjetivo como cruenta y se olvida una tilde es un alguien demediado, con su pequeña cultura equivocada en las normas. A todos se nos olvida alguna vez una tilde, pero qué catástrofe este pequeño olvido aquí, qué ganas de acercarme a tí: rara, desagradable, cruenta; por ver si es tu abominación a tí misma un reflejo real o quizá un fantasma atroz que viene a castigar tu alma flor, tu ser adolescente.
Pero ay, si se olvidó la tilde. Si se olvidó fue un pasajero más en este tren a la aventura que ofrece un libro, que luego dio su opinión, tan respetable y sin tlide.
Yo prefiero la versión de la niña que ha leído el libro y ha querido mandar un SOS a los viajeros que siguieran al libro, ajena al mismo libro y su historia. Su histeria de niña maldita, herida y en mis sueños mustia flor sin agua, que tan sólo mi agua curaría para hacer lozana y fresca su ser adolescente.
Un ser de lozanías.
Sería entonces.
Esta es parte de mi historia con Agosto, Octubre, de Andrés Barba.
Fui a por Aura, de Carlos Fuentes, y a por algo de poesía de T. S. Eliot, y ví expuestos libros que tratan y trotan los veranos, como caballitos de tiovivo o potrillos desbocados, según. Me llamó la atención este de Barba, ya había leído alguna crítica elogiosa, ya su título atractivo me reclamaba, ya la sinopsis de la contraportada me atrapaba.
Ya me tenía un poco harto y decepcionado la lectura del libro que aún continúo leyendo, de él hablaré en la próxima reseña. Necesitaba un descanso.
A mediados de mes, en el hospital Gómez Ulla, ese libro se me caía de las manos. Entonces me acordé del libro de Barba, entonces mi espíritu se me puso risueño, entonces leí.

Fue una tarde cualquiera de la segunda quincena de Julio, volví del hospital, necesitaba estar solo un par de horas. Estar solo y leer.
Este libro lo leía en casa, o tumbado en el sofá o en la terraza. Lo terminé anteayer, en casa, tumbado en la cama. Al día siguiente se acababan mis vacaciones y volvía al trabajo.
Este libro lo leía también en el hospital, o en la habitación, pasadas las doce, cuando apagaba la televisión, un rato antes de acostarme en la cama de acompañante. Luego miraba un rato más el barrio de Carabanchel con todas esas luces de ciudad pequeña.
Luego hacía una cosa que no hacía hace años, que es escuchar música en la radio y prestar atención a lo que nunca se presta atención: al bajo de la banda de turno. También a la batería. Al ritmo.
Así me di cuenta -conscientemente- de que las canciones de Police son sencillas y maravillosas con poco, sencillamente maravillosas. Walking on the moon.
También lo leí repantingado en uno de esos sillones junto al control de planta, donde está la sala de médicos y la enfermería, observando de vez en cuando cómo el personal jugaba a dr. House con los pacientes. Parecía como si el cojo más excéntrico que parió la ficción médica fuera a salir en cualquier momento, a atizarle un bastonazo al libro que yo leía para saltarlo al aire y después cazarlo al vuelo para cotillear un rato.
Yo hubiera preferido que nos dieran una habitación con vistas a Aluche, una habitación impar. Pero al coger los ascensores, cuatrocientas veces cada día, podía ver desde las ventanas mi barrio, mi reino, toda esa luminosidad propia y extraña de sus edificios blancos y rojos. De noche, como una ciudad lunar, walking on the moon.


Agosto, Octubre, ha sido considerada como una de las mejores obras de aquí, en los últimos años. Del mismo modo Andrés Barba, leamos si no algunas opiniones de hombres y mujeres preclaros:

Andrés Barba no necesita ayuda alguna. Tiene ya un mundo intencional perfectamente cerrado y una maestría impropia de su edad.
Mario Vargas Llosa, nobel literario.
Este escritor es un portento. Hay que leer a Andrés Barba.
Lola Beccaria, crítica literaria
Para mí Barba se ha vuelto un escritor imprescindible.
Rafael Chirbes, crítico literario.
Cuando la barba de Andrés veas pelar, echa tu apellido a remojar.
Príncipe de ArroyoLuche, graciosillo literario.

Dice así la leyenda de la contraportada:

La tensión de la adolescencia de Tomás llega a un pun­to de no retorno cuando viaja con su familia al peque­ño pueblo de veraneo en el que suelen pasar las vaca­ciones. Todo empieza a suceder de pronto como en un encadenamiento inaplazable: el descubrimiento del sexo y de la violencia, la muerte, la transgresión…
Novela de iniciación -y perdición- en verano, pero no es Verano Azul, precisamente. Ni un venerable marinero ni una pintora cursi aydarán a Tomás a en este escalón hacia ... ¿la madurez? No.
¿Hacia dónde?
Hacia una de esas parcelas del ser intocables, uno de esos abismos interiores que no nos atrevemos a mirar, por miedo a caer.
El logro de este autor está en desvelar ciertas pulsiones oscuras, ciertas atracciones inefables.
Creo que es necesario leer a Andrés Barba, pese a que esta historia nos parezca rara, desagradable y cruenta. Quizá nos lo parezca así porque rechazamos esa fascinación por lo raro, lo desagradable y lo cruento.
No vamos a desvelar, sin embargo, la trama, para picar así la curiosidad del lector. Es una historia atípica, una flor extraña y fea, un alto lirismo y una piedad suprema.
Hace aproximadamente once meses, casi un año, comentando La vida ante sí, de Romain Gary, hablábamos de La Piedad como personaje en algunas novelas. Poníamos también el ejemplo de Cowboy de Medianoche.
Al igual que en aquella película, aquí vemos que es posible querer lo que nunca pensamos, y más bien repelimos.
Una buena aventura para la psique, una historia bien narrada y en sazón de violencia que se discurre mientras se narra y de sexo sin ceremonias con sórdidas, frustradas y estampas de una culpa ajena y una vergüenza propia.
No dejen de leerla, aunque no sea para delicados paladares es lección de narrativa.

Aquí una reseña por Santos Sanz Villanueva (link)
 
Coda



Andrés Barba ha traducido para la editorial Sexto Piso Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Hace justo 21 veranos leía yo esta obra mágica.
Feliz cumplelecturas.