sábado, 23 de enero de 2016

Atmósfera

Mujer leyendo, de Franz Eybl
Fríos como témpanos en las páginas del cementerio del libro de texto, los versos se estremecieron y cobraron vida bajo el imperio de su mirada, en la atmósfera respirable creada por su boca cuando fueron recitados.
Entonces yo quise ser mirado por esos ojos hacedores y ser besado por aquel aliento oxigenado.
Desde entonces yo, en las asignaturas de Literatura, de Lengua Española, de Música y de Arte que ella impartía no me permití bajar del notable y por vez primera me hice coleccionista de sobresalientes.
Me había enamorado de la profesora y quería ser su alumno aventajado.
De esta manera fui cumplimentando todas las tareas y trabajos, y me entregaba después a la lectura de los poetas, narradores y críticos que ella recomendaba y de los que hablaba con pasión de enamorada; lo que causó que se despertara en mí la soberbia ambición de ser lírico, de saber contar, de tener criterio, de que fuera mi enamorada. Quise ser competitivo desde la admiración del otro. Sabía lo que ella amaba, entonces yo debía ser como ellos, sentir como ellos, expresarme como ellos, habitar estremecido y vivo en esa atmósfera que ella generaba.
Hice crítica, escribí pequeñas historias, compuse versos.
En Arte  y Música era distinto, pues si el éstas trataban de la Belleza y para mí la Belleza era ella, era ella la que hablaba de sí misma cuando impartía las asignaturas de Arte y de Música.
Adquirí la costumbre de tomar algún poema que me gustara de aquellos poetas que ella mencionaba y de dejarlo en su mesa antes de que cualquiera entrara en el aula. Antes de comenzar cada clase ella tomaba el folio mecanografiado y lo leía. Yo, que ya vivía en su atmósfera desde el momento de su lectura, que ya los había hecho míos, al ver cómo se movían musitando sus labios sensuales, al ver cómo se dilataba su mirar para ser poseída, me sentía amador y amante. Nunca escribía el autor, lo más seguro era que ella lo supiera, tanto se entregaba al amor con aquellos autores, tan bien les conocía.
Después de leer para sí se levantaba y lo leía en voz alta. Los primeros días preguntó quien había dejado allí ese poema, y ante el silencio general, lo leía y lo comentaba, dando a conocer a todos su mundo en el que yo ya vivía, yo que era tan tímido me sentía por fin poseído por el orgullo que era la fama al presentar a todos la atmósfera de nuestros amores.
Ella entraba en clase cada vez más contenta, a ver qué tenemos hoy, decía. Los poemas y fragmentos por mi escogidos siempre le agradaban.
No sé cómo lo supo, pudo ser por cada pista que yo iba dejando en exámenes y trabajos. Un tiempo después ella me miraba antes y después de las lecturas, y me guiñaba el ojo al terminar cada clase. ¿Y a ti quién es el poeta que más te gusta? Me abordó un día en que nos tropezamos en un pasillo abarrotado de gente yendo y viniendo, circulando como células en el flujo sanguíneo del corpus académico. A mí me gustas tú, quise decir, pero era vergonzoso y busqué una metáfora o algo que dejara clara mi intención sin que fuera dicha. No son los poetas, dije sin temor a ser pedante, es la vida que se obra cuando sus obras son leídas. Y herido por la vergüenza me dí la vuelta y salí de circulación empujando a mis compañeros.
No por eso dejamos nuestros amores, yo seguí dejando los poemas en su mesa y ella siguió mirándome y haciéndome guiños.
Muchacha leyendo, de Franz Eybl
Llegó la Primavera, esa estación que nos trastorna a los sensibles, y con ella llegó el momento de dejarle algo mío, creado por mí para ella. Busqué entre todos los poemas y todo me pareció vano, cursi y pretencioso. Visualicé su rostro leyéndome y vi muecas de asombro, recordé su rostro leyendo a otros y cómo se regeneraba en su lectura nuestra atmósfera. Fui honesto conmigo mismo al reconocer el imperio de esos otros que me habían invitado a ser uno más en sus escritos, y escribí un corto poema en prosa llamado Atmósfera:
"Fríos como témpanos en las páginas del cementerio del libro de texto, los versos se estremecieron y cobraron vida bajo el imperio de su mirada, en la atmósfera respirable creada por su boca cuando fueron recitados.
Entonces yo quise ser mirado por esos ojos hacedores y ser besado por aquel aliento oxigenado."
Lo que sucedió después ya no tiene importancia para este relato, sólo decir que después de pedir silencio ella leyó mi poema en alta voz y después me preguntó a mi directamente quien era el autor o la autora. Todos me miraron, ojos curiosos, alientos expectantes.
No importa lo que dije, ni lo que sucedió, pero seré bueno y dejaré una pista, que está en las obras de la Literatura , de la Música y del Arte. Sólo basta con que los que esto lean quieran vivir en esa atmósfera obrada por sus obras, y lo sabrán.