lunes, 12 de noviembre de 2012

David Copperfield, de Charles Dickens




    ... y comprendo que es verdad cuando dicen que la vida es una sucesión de pequeñeces.
Charles Dickens. David Copperfield.

Día 1

Quizá escriba, después de tantas semanas, el post más largo de este blog. Cómo abarcar si no esta obra total, de aliento largo y luminosas páginas.
Podría haber escrito varios artículos, como otras veces, pero no he querido escribir nada hasta finalizar las 1200 páginas de la novela, que ya son páginas, que ya son hojas de este Otoño de lluvia y oro.
Tampoco he sabido por dónde comenzar, si hablando de Agnes -a mi modo de ver, uno de los mejores personajes que han sido creados nunca-, o de las lágrimas de hoy por la tarde, antes de llegar al final, yo, que nunca lloré leyendo una novela, aunque muchas me conmovieran. Pero ninguna como ésta.
Y es pura fábula, pese a que Dickens se encuadra en el Realismo, ese movimiento decimonónico del que inevitablemente ha bebido la Literatura hasta hoy, pese a tantas vanguardias y experimentos.
Es, lo que se dice, una novela tipo, lo que cualquier común entiende por novela. De las mejores de esta raza. Cuando uno se adentra en la lectura de libros que han explorado los infinitos caminos del contar, a veces, cansado y abrumado, sueña con este tipo de páginas que no necesitan de un análisis ni de una preparación literaria previa.
David Copperfield es El Libro. Lo que cualquiera entiende por libro.
Es un relato ameno, el relato bien contado de una vida.
Pero no, no es realista, es fábula. Y por eso es fascinante, por su fantasía pura que llega a lo humano más que cualquier otro realismo más purista.
Podría escribir un libro, o una tesis, sobre esta obra que tanto me ha gustado. Pero me conformaré con un largo artículo. ¿Te atreves a caminar conmigo por esta Vía Principal de la Literatura? El camino será largo, quizá tardemos varios días, pues la contención narrativa ya sabes que no es lo mío.
Obra escrita en el meridiano de su labor literaria, es considerada por el propio autor como su hija predilecta, ya que puso mucho de sí mismo aquí. No, no he leído aún nada sobre ello, pero sí me gustaría saber qué pasajes y personajes conciernen a su experiencia.
De Dickens sólo había leído, de adolescente, sus relatos navideños, además de la versión en cómic de algunas obras suyas como Historia de dos Ciudades o esta que comentamos hoy, David Copperfield. Era un poco reacio a leer a Dickens: demasiado famoso, demasiadas adaptaciones, un imaginario demasiado conocido. Pero uno se da cuenta de que para llegar a esta fama que no ha decaído con el paso de las épocas y las modas son necesarias ciertas bondades literarias, como son la calidad, el buen arte de narrar, la creación de personajes inolvidables, la hondura humana y el saber fascinar.
Era reacio porque me sucedía algo parecido a aquello que contaba Rafael Reig en su imprescindible Manual de Literatura para Caníbales a propósito de Antonio Machado y de una señora a la que le gustaban los perros y un señor al que no le gustaban las señoras a las que les gustaban los perros. ¿Que cuál es la anécdota? Lean el manual. Desde aquí intentamos motivar la lectura de obras edificantes para formar hombres de bien y mujeres distinguidas, y fomentar vicios y perversiones que hagan juego con una cierta catadura moral. Seamos buenos, pero que no nos falte la sal de la vida. En cierto capítulo del David Copperfield se describe una buena borrachera y una mala resaca, en un capítulo de diez páginas que debería ser ejemplo en un manual de escritura. (puede ser leído aquí. link)

 Si algo tiene Dickens de realista -aunque sigo opinando que no es un escritor realista como lo fueron sus coetáneos Balzac, Flaubert, Stendhal, Galdós, Clarín, Tolstoi ... , pues más bien es un fabuloso fabulador- son sus descripciones certeras de estados de ánimo y situaciones anímicas. Sucede lo mismo en otro capítulo, cuando David se enamora de Dora, en el relato de ese trance amoroso hay maestría y dominio del saber contar, tanta sagrada tontería -que tantos hemos pasado- no puede ser narrada mejor, en un capítulo llamado Caigo Cautivo.
Ya hace tiempo escribí aquí un post contando de qué manera compré el Copperfield (link), y aprovechando que éste es el año Dickens, he querido leerlo metiendo en la empresa a otros amigos. Así lo han leído mi querida hermana adoptiva y amiga de Iruña, que tanto se ha paseado por este blog casi como un personaje más; y mi viejo amigo el siempre joven poeta -así es como le presentan sus ancianos amigos cuando presenta su libro El Mal Hombre (link), que ya les vale- Rubén Romero, el componente más famoso de la Degeneración Akabá, de la que me  precio de ser el Unamuno, por ser el más viejo y el más pellejo -aunque el filósofo novelista tenía más de lo primero que de lo segundo-.
Curiosamente, hace casi un mes, Rubén y yo coincidíamos en la fascinación por el capítulo mencionado en que Tocayo Copperfield se emborracha y sufre una buena cruda. Según me contó lo subrayó enterito y lo recitó en voz alta a quien con él vive. De los akabaos, Rubén y yo somos los únicos que seguimos los consejos lectores de los otros akabaos. Gracias a él y a Hilvanes leí yo el Ulises de Joyce, donde según dicen algunos se homenajea el Copperfield, parodiándolo.
Para el buen arte del leer hay que seguir el instinto antes que nada, pero hay que saber dejarse guiar por quien comparte el mismo amor por la lectura.
Mañana pasaremos a comentar en líneas generales la obra, para después pasar a lo mejor de la novela, sus personajes, su capacidad para el retrato psicológico, su arte para la caricatura, y sus sobrecogedoras semblanzas trágicas, dignas de un Esquilo o un Lorca. Yo he podido observar tres tipos de personajes: caricaturescos, humanos y trágicos. Pero ya hablaremos de ello.

Día 2

Hubo un tiempo en que los libros eran artículos de lujo, y ahí vemos a Alonso Quijano el Bueno cómo malgasta su hacienda por leer más libros de caballería; y según dicen sus biógrafos, un joven y estudiante Napoleón quedaba algunos días en ayunas por comprar más libros. Sólo los locos y los ricos leían, además de los religiosos. Hoy los libros se malvenden a diversos precios, no se valoran tanto porque son más asequibles, yo mismo tengo frente a mí, ahora mismo, un largo centenar de obras compradas y no leídas. Podemos también visitar las bibliotecas, donde podemos disponer del libro que queramos, y gratis. Imaginemos el festín que se daría don Quijote si en sus días hubiera bibliotecas. Tenemos librerías de saldo donde podemos comprar libros a uno, dos, tres euros. Y en las librerías, recién salidos del horno, según qué libro, no hay que gastar más de diez euros para disfrutar de horas de lectura, además de repetir el mismo plato, pues ya es nuestro. Este David Copperfield que tengo en mis manos tiene su precio puesto en la solapa: 9.95 euros. Y sin embargo, lo he disfrutado día a día durante un mes, pasando tardes enteras tan sólo con su grata compañía.
Entonces, ¿cómo es posible, si el libro era un artículo de lujo, que Charles Dickens fuera un autor de éxito en sus días? La venta por episodios, lo que entendemos por folletines, novelas que se vendían por partes junto a los periódicos, formando parte de ellos. David Copperfield, por ejemplo, fue publicado mes a mes, e imagino en los lectores la misma ansiedad que sufrimos hoy ante la espera de un nuevo episodio de nuestra serie preferida. Recuerdo también a aquel protagonista de la barojiana El Árbol de la Ciencia, que pasaba las noches de verano leyendo los folletines ya publicados, pasando de episodio en episodio sin tener que esperar otra entrega.
¿Seríamos tú y yo lectores de esta guisa episódica? Qué impaciencia y qué voracidad ante la llegada de una nueva entrega. A mí, en estos días, me hacía feliz la sola idea de que tenía el grueso volumen esperándome, y cada vez que disponía de unas horas libres, me entregaba a él por completo. 1200 páginas trepidantes son una dosis importante, lo que quiere decir que poco a poco, página a página, como hojas de otoño, se va alfombrando el alma del oro de la literatura.

Como decíamos ayer, se trata de una novela convencional, lo que entendemos por novela, sin experimentos y sin disgresiones sobrantes, muy entretenida, más psicológica que realista, por ello más genial. Es decir, no son las suyas tediosas descripciones minuciosas, Dickens, en boca de su narrador, se deja llevar por sus recuerdos e impresiones. Escrita en primera persona, se toma la licencia de ser engañosamente minuciosa, todo recuerdo ha pasado por los mil filtros de las experiencias vividas,  además de la imposibilidad de la reproducción fideligna del pasado.
Ahora podríamos ponernos importantes y decir: ¡en el siglo XIX sí que se hacían buenas novelas! ¡Las únicas novelas que merecen la pena son las que tienen esta herencia! Pero ya sabemos que aquí sufrimos de literaturitis crónica, enfermedad que tiene en su esencia su misma medicina, si no nos moriríamos como quijotes apartados de sus sueños. Entonces cualquier pócima narrativa puede servirnos como virus y medicina, amamos a Dickens y también amamos a Joyce, a Baroja y a Torrente Ballester. No nos limitamos a un único camino, no evitamos ninguno por difícil que sea. La lectura de Joyce vino a curar la enfermedad causada por Bolaño, que a su vez nos curó de la enfermedad causada por Faulkner, y así leíamos a Víctor Hugo para superar la fiebre causada por Joyce ... Consideramos que la Literatura es una enfermedad porque nos contagia la fiebre del mundo creado por un autor, y sólo nos curamos con la no lectura o con la lectura de otros autores. La primera opción es el vacío, la segunda es la locura, la esquizofrenia feliz del que, como Walt Whitman, alberga multitudes.
Cogemos el bisturí, cirujanos somos. Abrimos. Vemos los excesos y defectos comunes a tantas obras literarias. El libro está bien. Tiene estos síntomas:
-Falsedad: lo mencionábamos antes. Es imposible que la memoria sepa reproducir lo vivido con tanta minuciosidad. Hay que rellenar sus fallos con fantasías.
-Trampas: trucos literarios, demasiado azar, los personajes salen y entran de la escena como si fueran los únicos habitantes del mundo Copperfield. Hay pocos nuevos personajes en la obra, todos son presentados en los primeros centenares de páginas. Desaparecen algunos como si no fueran a aparecer más, pero vuelven a entrar en la vida de David para atar los cabos sueltos. Dickens no deja ningún cabo suelto, todo tiene su solución, todo sucede por algo, todo personaje tiene su castigo y su premio. Es, por lo tanto, un mundo cerrado. Pero tan inmenso y oceánico que la estancia no está viciada. Es una novela redonda, circular. Es una obra de arte perfecta. Paul Auster es un buen ejemplo de esta herencia.
Sí, lo sé, voy contando sus miserias para ensalzarlas, salvarlas, convertirlas en oro. Porque, si no dignificamos esta miserable vida, ¿por qué seguir?
-Maniqueismo: personajes buenos buenísimos y malos malísimos. Pero Dickens, genio, se permite el crear personajes humanísimos, que evolucionan, que tienen un corazón moldeable por la mano del tiempo. De esto, que es lo más importante de la novela, hablaremos al tercer día.

-Sentimentalismo. Menudo culebrón, cuánto clínex usado y cuánto clímax lluvioso en el alma. Un grado más de emotividad buscamos siempre, y aquí lo encontramos. Nunca lloro cuando leo libros, pero aquí se me han empañado los ojos más de una vez, y con simples descripciones, como la del señor Dick. Ya hemos dicho que Charles Dickens es más psicólogo que notario, no se limita a describir, él hace que el lector se involucre en el ambiente, que viva en él. Una bondad como la del tarado Dick es tan real por ese saber dar en la diana de Dickens, porque sabe que nos identificaremos con este ser digno de manicomio que termina dándonos la lección de la única cordura posible: aquella que salva. Aunque se disfrace de locura.
-Exceso. Ya hemos abanderado aquí la causa del exceso otras veces. Por lo menos, un grado más de emotividad en la canción. Teníamos un post aquí, sobre la Literatura Excesiva y Excelente (link): Rebelais. Ya lo decía Blake, el loco, el místico, el visionario, ya lo cantaron los Héroes del Silencio (link). El camino del exceso es fuente de sabiduría. Un poco más de vino, mejor que menos, otra copa más, un bocado más, otra cerveza. Un poco más de perversión y de dulzura cuando estemos desnudos y abrazados. Y más entrega en el trabajo de la que sea necesaria. Pequemos por exceso y no por defecto, seamos generosos en palabras, en obras, hasta en omisiones. Somos cristianos, y ya decía el de Nazaret que el perdón se otorga al que mucho ama, que poco hay que perdonar al que poco ama. Y que yo te quiera a tí un grado más de lo que la distancia impone es porque somos lo que somos, excesivos. Las amantes que he tenido me dan más que a otros amantes, porque yo exijo, y doy, y soy, siempre un grado más, nunca uno menos. Creo que es mejor escribir de más que de menos, y mejor leer en exceso antes que contenidamente. ¡Ojalá fuera tan valiente que pudiera tropezar más, eso es señal de que camino! Quien no tropieza es que no camina. Llámame pesado, pero es que te quiero, y mi amor no es mediocre, quiere siempre un poco más, quiere entregarse aún más. Dickens es más, no es menos. Dickens hasta en sus defectos se excede, en los azares y en las casualidades, en las caricaturas y en esa manera maniquea de ver el mundo. Dickens, a cada personaje, le da un grado más de su carácter, subraya cada rasgo, se repite en cada escena. Es el ritmo, la rima, para la melodía de la vida. David Copperfield es más canción que relato, y es una canción con un grado más de emotividad en cada estrofa. Gusta más según va avanzando la obra.
Yo, al igual que he hecho con otros autores, he llevado a Dickens a mi santuario. Para mí es San Carlos Dickens, al que ya quiero tanto como pueda querer a Santo Julio Cortázar. Ya es de mis preferidos, y quiero seguir leyéndole: ¿Casa Desolada? ¿Los Papeles Póstumos del Club Pickwick?
Y ahora pasemos a lo que de verdad importa, la creación de Vida, los personajes. Mañana hablaremos de ello.

Día 3





De los elementos que forman una novela, suelo sentir predilección por los peronajes, más allá de una buena trama o una descripción sugerente. Un personaje bien parido, como David Copperfield, es lo que hace que el resto funcione, sobre todo si la narración es en primera persona y por lo tanto subjetiva. Por el filtro de su mirada conocemos al resto, y nos embauca para que tomemos simpatía por unos y antipatía por otros. No siempre es así, ¿por qué, si no, uno llega a sentirse fascinado por el diabólico y pérfido Uriah Heep? Ya su nombre es singular y atractivo. Simpatía por el villano, que muchas veces suelen tener más sustancia que los personajes positivos. El otro día veíamos la nueva película de la saga Bond, y se nos presentaba un villano Javier Bardem con un carisma especial, que hasta complejo de edipo tenía, además de un gran poder de seducción. El caso de Uriah Heep es extraño, y uno, a lo largo de la novela, espera que de un golpe de bondad y sufra una catarsis que le redima. Pero no es así, es cínico hasta en las últimas páginas, fiel a su perfidia. Hasta un magnífico grupo de rock le tomó el nombre prestado, tanto es el encanto que deprende su repelente figura. A mí me entraban ganas de hacerme coleguilla de Uriah, y es que tengo un viejo amigo que es muy parecido a él, los mismos gestos, la misma manera de expresarse, ¿quizá las mismas aviesas intenciones? Y es que hay que tener amigos hasta en el infierno. Es una cuestión de dialéctica.
Yo puedo ver aquí tres tipos de personajes, aunque la crítica haga otra distinción. La crítica dice: corazones indisciplinados, corazones disciplinados, corazones indisciplinados que por la experiencia terminan siendo disciplinados, como el propio Copperfield. Bueno ... yo lo veo de otra manera.
-Veo que hay personajes que son caricaturas, casi esperpénticos, que por ciertos rasgos exagerados de su carácter que sobresalen a los demás, como si fueran tics, pueden ser vistos como creaciones fantásticas más que humanas. Son ellos mismos hasta el cansancio o la risa, casi planos, el tiempo y la experiencia no les hacen mella. Quizá algún rasgo de humanidad les permita codearse con los personajes humanos, pero es tan grotesca o símplemente llamativa su estampa que pasan a ser reconocibles y hasta populares por estos rasgos y tics repetitivos, más que por otras cualidades.

-Veo también personajes humanos, muy humanos, azotados por el tiempo, escarmentados por las visicitudes, llamados a evolucionar.
-Luego están los trágicos, muy literarios, que tampoco parecen de verdad y que pueden pasar de la caricatura a la tragedia sin pasar por lo humano, como es el caso de Rosa. Sabemos que en la tragedia hay un elemento, la catarsis, que purifica al héroe a través del dolor, de la experiencia, haciendoles no mejores éticamente hablando, sino más sublimes, hermosos, artísticos, literarios. Sabréis la distinción que hacía el gran Valle-Inclán sobre la manera de mirar según el tipo de teatro. En la tragedia vemos a los personajes desde abajo, y ellos nos parecen superiores, como héroes, renovados por una crisis, una catarsis, y se vuelven casi divinos. En el teatro clásico les vemos de igual a igual, humanos como nosotros. Luego, en el esperpento, dede arriba, como si fueran caricaturas, como vistos a través del espejo del Callejón del Gato, que deforma. Así veíamos a Max Estrella, como un héroe trágico, conviviendo con seres esperpénticos como don Latino, que es el Uriah Heep de esta obra.
Se atina más así, con la sublimación y el esperpento, antes que con el relato exacto.
Lo queramos así, la vida no puede ser relatada tal cual es, y atina más quien usa de la intuición, de la impresión, de la exageración, que aquel que usa regla y calculadora y calculando y midiendo va creando.
Simbolistas somos, y el símbolo evoca, no imita.
Como en esas películas en que las personas humanas conviven con dibujos animados, en David Copperfield vemos este maravilloso universo donde caricaturas y humanos conversan y hacen buenas migas y hasta se hacen faenas.
Pasemos lista, damas y caballeros. Revisaremos sólo los más importantes, que tienen un papel determinante en la vida de David. Otros, como el doctor Strong y su joven esposa, como mistress Markleham (también conocida como el Viejo Soldado, caricaturesca), Jack Maldon, el señor Barkis, la señora Gudmige ( viuda victimista que pasa de caricatura a humana cuando es necesario), miss Mowcher (enana astuta y pícara, pese a su aspecto y maneras, podría ser más humana que caricatura), mister Creakle (que pasa por una curiosa metamorfosis, yendo de profesor a la vieja a usanza con el lema de la letra con sangre entra a experimentar con altruístas métodos para la reconversión de los presos), el respetable Littimer, el asmático y fumador señor Omer ...
Son muchos los personajes que merecerían alargar el artículo.

Caricaturas

Uriah Heep. Se sale de la novela y forma parte ya del imaginario literario universal, al igual que aquella caricatura, Mr Scrooge, de Canción de Navidad. Con la humildad como carta de presentación y la hipocresía en el corazón, Uriah es lo que hoy se conocería como un trepa, un pelota, un ser que lográndose hacer necesario a los demás consigue lo que quiere con sibilinas tretas y pérfidas intenciones. Es inteligente, un gran psicólogo que conoce las debilidades del prójimo para alentarlas y así usurpar su lugar, como hace con su jefe, Mr. Wickfield (quizá el personaje más humano de la novela). Envidia secretamente a David a la vez que ama al ángel Agnes, hija de Wickfield. Pese a que es un personaje redondo, inolvidable, Heep es un personaje plano, siempre igual de educado y humilde, al igual que su madre, pero siempre cínico.

Mr. Murdstone y miss.Murdstone. Padrastro de David, su carta de presentación es la firmeza y la religiosidad, con un alma llena de odio y frustración. Es lo que llamaríamos hoy un maltratador psicológico, que hace de David un personaje infeliz a la vez que poco a poco va robándole la salud y la alegría a su joven esposa. Miss Murdstone es una réplica de su hermano, que se hace con el gobierno de la casa inutilizando a su cuñada, la madre de David, a la que tratan como a una inútil. Estos dos dañinos personajes aparecen de vez en cuando a lo largo de la obra, y son los que provocan que David tenga una infancia anormal, con maltratos y víctima de explotación laboral.
David Copperfield y Uriah
Heep, de Harold Copping

Mister Micawber. Si no fuera porque en la novela tiene un papel finalmente salvífico, resultaría patético. Entre la tragedia y la más despreocupada alegría, Micawber reparte la ciclotimia más cargante que haya podido leer yo en una novela. Si existiera hoy, sería víctima principal del cobrador del frac, como personaje del TBO tendría un lugar en la memoria colectiva de eternos adolescentes. Pero Micawber es un soñador bueno y voluntarioso. Eso sí, muy plasta, y muy prolífico. Su mujer va pariendo como si no hubiera mañana mientras son desahuciados constantemente, metiendo al más tonto en el ajo. Sin embargo luego es un tipo cumplidor, agradecido, leal. Y muy cargante. Siempre está esperando esa oportunidad, y la tendrá, para felicidad ajena más que propia, que también. Su esposa es tan tonta como él, e igual de ingeniosa. Leal a él, aunque el barco se hunda, no deja de aportarle su confianza sin reservas junto con otra remesa más de querubines. Atención al mayor, el típico hijo graciosillo de familia ajena al que hay que reírle las gracias. Al final todos consiguen sus sueños, y lo agradecen con creces. Pero la guerra que dan hasta entonces no tiene precio.
Mistress Crupp. Casera de David en su época de estudiante, es digna de tener viñeta propia en el 13 rue del Percebe.
Las tías de Dora. Dos solteronas pintorescas que viven de las rentas de un feo que les hicieron los padres de Dora cuando las invitaron a tomar el té pero no a cenar. Y están con el disco rallado dándole vueltas al mismo asunto una y otra vez. Pero son dos señorosas bondadosas y abnegadas a la hora de la verdad.

Trágicos

Nobleza obliga. No todos son bondadosos, pero sí todos tienen un aura de santidad o de malditismo, según. Son trágicos o por su final catártico -purificador- o por su comportamiento. Hay una escena digna de Lorca, La nueva y la antítua herida, en la que Rosa Dartle y mistress Steerforth se comportan como personajes lorquianos.
El capítulo La tempestad, anterior a éste, es uno de los más logrados de la historia de la Literatura, y parece seguir la tradición griega de un destino fatal que hace de simples mortales héroes.

Mañana continuaremos ...


Día 4


Ham. Lo que le convierte en trágico es su amor puro hacia Emily, que desencadena un destino fatal.

Míster Peggotty. Lo que se dice un santo varón, y por hacer el chiste podría tratarse de una mezcla de Jean Valjean (aquel protagonista de Los Miserables, un ser que parece no tener necesidades mundanas y cuya generosidad y abnegación son proverbiales) y Chanquete (no sólo por su barba y porque viva en un barco anclado en tierra, sino porque los niños le adoran).

Emily. Sobrina del anterior y prometida de Ham, la novia infantil de David, cuando eran niños y correteaban por la playa buscando conchas ... Desencadena una de las tramas, la tragedia, abandonando el barquito del tío y el amor de Ham, es la amada infiel a la que todos querían y todas envidiaban. Quizá sea más humana que trágica, pero en la redención y el perdón de los suyos se recicla en ángel.
David y Emily, por Harold Copping

Martha. La prostituta, la amiga de Emily. Al igual que ésta, se redime y por su abnegación se vuelve ángel.

Mistress Steerforth. Un ser altivo, enamorada de su hijo, al que le da todos los caprichos convirtiéndole en un hombre soberbio bastante atractivo, ya que es uno de los logros de la novela. Su vida gira en torno del hijo.

Rosa Dartle. Amiga de la anterior, es uno de los personajes más misteriosos. Tiene todos los rasgos para ser un personaje caricatura, por su temperamento quisquilloso, pero resulta trágica su obsesión por el hijo de su amiga, del que fue amante y al que concedió unos caprichos de otra índole. Está señalada con una marca en el labio provocada por el joven Steerforth en una pelea. Según parece tienen un gran atractivo y magnetismo, hasta el mismo David fantasea con llevársela a su pisito de soltero, pues sería buena compañía. Junto a mistress Steerforth protagoniza el lorquiano capítulo La nueva y la antítua herida, ante los ojos de David.

Steerforth. Personaje complejo donde los haya, caprichoso y cruel, podría ser el símbolo de la soberbia. Es, además, un ser libre, fuerte en todos los sentidos, embaucador, carismático, protector, como un hermano mayor para David. David le admira sin reservas, y pase lo que pase esta adoración no se va según se van sucediendo los episodios de la trama que protagoniza con Emily. David le conoce en el internado al que los Murdstone le deportan, y enseguida hacen una amistad singular, en la que Steerforth, cuatro o cinco años mayor, ejerce de guía, protector y hasta de administrador del pequeño David. A cambio, David, todas las noches, le narra las historias de los libros que había leído. Sí, puede tratarse de una amistad hermosa, por eso Steerforth nos resulta uno de los personajes más fascinantes, por cierto aura de malditismo y grandeza aristocrática. Es muy parecido a su madre, pero el amor enfermizo que siente su ésta por él no es correspondido. El final fatal de Steerforth le convierte en uno de esos héroes trágicos de que tanto gustaban los griegos. También he tenido amigos como Steerforth, y puedo asegurar que pese a todo, los recuerdos siguen leales. Él le dice a David: "¡Vamos! Hagamos ese trato. Prométeme que, si alguna vez las circunstancias nos separan, sólo te acordarás de lo mejor de mí." Y por hoy ya basta.
Mañana más.

Día 5


Humanos

Como ya comentamos, Dickens le añade a su canción un grado de intensidad, y así sucede con sus personajes, que a través del filtro de la mirada bondadosa de David podrán moverse entre la comicidad y la tragedia, pero siempre se nos presentarán como terriblemente humanos, y así por lo tanto con ellos nos identificamos, porque son como nosotros. Ya dije que mi personaje preferido era Agnes, pero es una elección subjetiva, por lo tanto humana. Comprenderé tu desacuerdo.

David Copperfield No tanto él como su mundo, pero es que su mundo es él ... Nos compadecemos de él para terminar envidiándole, pero casi sabemos más de los demás que de él mismo, y sin embargo no deja de apuntar lo que siente, ni sus conclusiones. ¿Qué sabemos del alma de David? Él dice que su corazón es indisciplinado, y que a fuerza de vivir se va domando. Yo no le veo tan voluble, ni siquiera caprichoso, ni en sus primeros amores. Lo que sí le pasa es que con el tiempo, y a todos nos pasa, va conociendo mejor sus necesidades y comprende mejor sus afectos. Va sabiendo lo que quiere, lo que le hace bien y lo que le hace mal. Una vida, la suya, digna de ser narrada, pero quizá sea el personaje que menos podamos describir someramente, quizá porque empatizamos con él, y siempre nos parece más difícil definir lo que nos es cercano. "Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas" Y así es, así que invito al lector a leerlas, y a que saque sus propias conclusiones.

Mistress Copperfield, que luego será una infeliz mistress Murdstone, la madre de David. Enviuda demasiado joven, y David no conocerá a su padre. Se nos representa como buena, hermosa, pero débil y falta de carácter. En su nuevo infortunado matrimonio acabará sus días, víctima de un sutil maltrato psicológico por parte de su marido y su cuñada. Le arrebatan lo que más quiere, su propio hijo, y asistimos indignados de qué manera se deja pisotear. ¿No debería estar entre los personajes trágicos? Quizá le sobren acontecimientos trágicos y le falte carácter trágico. Humana es, y preferimos recordarla bailoteando con su pequeño David, como una madre más.

Peggotty. Ser bondadoso que servirá de apoyo a David a lo largo de la novela. Sirve en su casa y es su único aliento cuando a su madre ya la han inutilizado como persona. Quiere a David como a un hijo, y éste la quiere como a una segunda madre. La vemos siempre con su cestita de costura y con el libro de los cocodrilos -el mismo que se refleja en la edición que yo he leído, la edición de Debolsillo-. Gracias a ella David conoce a su hermano, el santo señor Peggotty, a Ham, a la pequeña Emily, y a la señora Gudmige. Será gracioso ver cómo Su Davy hace de celestino, y termina casándose con el señor Barkis, el cochero, un tipo bueno y lacónico con un defecto muy común: es de la cofradía del puño cerrado. Vamos, un poquito tacaño.

David y Dora, por Frank Reynolds
Betsey Trotwood. Una de las grandes creaciones de Dickens. Inevitable sentir admiración y respeto ante esta mujer humanísima y extravagante. Es la tía de David, su hada madrina, en palabras de Dick, la mujer más maravillosa del mundo. En el primer capítulo nos cae rematadamente mal, pareciéndonos un ser histérico y caprichoso. Iba encaminada a convertirse en caricatura, pero todo tiene un porqué, y es que estaba pasando un mal momento. Se había casado con hombre guapo, un vividor, al que abandonó y que estará durante toda la novela dándole el coñazo pidiéndole el dinero. Es una mujer de armas tomar, excéntrica -atentos a su cruzada contra los burros y el matrimonio-, altruísta, generosa, con un carácter seco y cortante, pero con un fondo tan excepcionalmente bueno y un ingenio tan preclaro que terminamos rendidos. Adopta como compañero de vida al gran Dick, al que sólo ella dice conocer en su valía.

Dick. El singular Dick ... Podría ser carne de manicomio. Podría tratarse de una persona con retraso. Sin embargo, como diríamos hoy, su inteligencia emocional es de superdotado. Siendo un personaje secundario, algunas de las mejores páginas están centradas en él, con un grado de emotividad añadida. Aficionado a las cometas y con el tic de hacer sonar las monedas en el bolsillo, trabaja a diario en un memorial donde siempre se le aparece el rey Carlos I, cosa que ha de evitar y nunca logra, como en el mito de Sísifo, por lo que ha de romper a diario todas las páginas escritas. Tía Betsey le salvó del encierro, viendo en él grandes apitudes, y Dick lo demostrará en el caso del doctor Strong, salvando su matrimonio. .

Tommy Traddles. Extraordianario personaje, simpático y positivo, aunque si hay alguien que en su infancia lo haya pasado peor que Copperfield, quizá haya sido el bueno de Traddles. Con más paciencia que el Santo Job y una vitalidad envidiable, este tipo conseguirá lo que quiera. El tesón y la alegría le ayudarán en todos los contratiempos, que no son pocos. De niño es la víctima de las palizas del señor Creakle, el director del internado, y de adulto su amigo Micawber se aprovechará de su bondad para pagar sus deudas, aunque luego Micawber le recompensará con creces. Enamorado de la cenicienta, la hija de un pastor protestante que tiene, si la memoria no me engaña, diez hijas, deberá esperar años hasta que el golpe del enamoramiento de la hija para todo sea asumido y así poder casarse. De niño tenía la peculiaridad de pasarse el día dibujando calaveras, y su rasgo inconfundible es un pelo pincho que, como aquel personaje de Quino -Manolito, amigo de Mafalda-, es imposible de domar. Es el mejor amigo de David a lo largo de la novela, y que el soberbio Steerforth sienta desprecio por él quizá pueda ser debida a esa envidia de los que no se contentan con nada por los que son felices con lo poco que tienen. Ese dicho: la felicidad no está en conseguir lo que quieras, sino en valorar lo que tienes, es el lema de Tommy.

Dora. La mujer niña, la primera esposa de David. Es inevitable compartir el amor de David por ella, criatura adorable. Memorables son las páginas que narran el enamoramiento de David y su posterior cortejo. Cuando ella le da el sí, no dejarán de discutir, y sin embargo se querrán tanto ... David nos la presentará como si fuera un hada o un duende, un ser de fábula. Hipersensible e inmadura, es un desastre para la vida doméstica, relatada en estampas costumbristas que nos regala Dickens y que leemos con gusto. Pero tiene tanto encanto, y se desvive tanto por ser aceptada y querida por todos, que se lo perdonamos todo. Es enternecedor leer cómo ella es consciente de sus limitaciones, y entonces le pide a David que no olvide nunca que ella es su mujer niña. Podría tratarse de un personaje, por su final, trágico, pero Dickens acierta en su creación, atina en la descripción psicológica de Dora, personaje totalmente verosimil y humano. Hará buena amistad con Agnes, y Agnes le guardará un tremendo secreto que será desvelado al final, dejándonos con los ojos húmedos. Tiene una amiga, La recordaremos acompañando a David cuando escribe, cuando comienza a triunfar en el mundo de la Literatura. Ella le irá pasando las plumas, y por tarde que nuestro personaje se acueste, ella siempre se empeñará en estar a su lado. No podemos dejar de mencionar a su mejor amiga, Julia Mills, que les ayudará a llevar su noviazgo en secreto y a superar sus discusiones de enamorados para que no lleguen, en palabras suyas, al desierto. Julia es esa amiga que, por algún desengaño amoroso, parece estar de vuelta de todo, y sabiduría no le falta para proteger a este par de tortolitos.
Agnes Wickfield, por
Frank Reynolds

Míster Wickfield. Aquí no hay duda, he aquí el personaje más humano de la novela. Enviudó joven, y toda su vida estará dedicada a su hija Agnes, donde ve reflejada a su esposa, y que será la única motivación de su existencia. Es un hombre inteligente y bueno, pero tiene una gran debilidad: el alcohol, que diezmará sus aptitudes con el paso del tiempo. El pérfido Uriah Heep, que trabaja para él, se aprovechará de su debilidad para hacerse hasta con su firma. Wickfield se dará cuenta de todo, pero se verá impotente no tanto para luchar contra Heep como para luchar consigo mismo. David vivirá con él y con su hija Agnes durante su adolescencia, mientras estudia en Canterbury.

Agnes. "No puedo recordar dónde ni cuándo había visto en mi infancia vidrieras pintadas en una iglesia, ni recuerdo los asuntos que representarían. Sé únicamente que cuando vi a la niña llegar a lo alto de la vieja escalera y volverse para esperamos, bajo aquella luz velada, pensé en las vidrieras que había visto hacía tiempo, y su brillo dulce y puro se asoció desde entonces a mi espíritu con el recuerdo de Agnes Wickfield".
Mi amor por Agnes me impedirá ser objetivo en el comentario del personaje. Agnes es un dechado de virtudes, el ángel bueno, y esto podría hacer de ella un personaje literariamente poco sustancioso. Es para David como una hermana, es la voz de su conciencia. Pero esto no acaba aquí. Ella es la que ama. Como en la poética de Pedro Salinas, el suyo es un amor que no necesita ser correspondido para ser completo. Eso le hace grande, magnífica y digna. "Traté de recordar lo que ella me había dicho aquella otra noche: que su cariño no necesitaba ser correspondido. Sentí como si hubiera un mundo que tuviese que atravesar en un instante" En este mundo demediado, entre los que aman y los que son amados, nos identificamos con los primeros.

Coda

Parece como si este poema de Pedro Salinas se lo hubiera escrito David a Agnes, y a ella se deben algunas de las páginas que me han hecho estremecer de toda la Literatura.


No, no te quieren, no.
Tú sí que estás queriendo.

El amor que te sobra
se lo reparten seres
y cosas que tú miras,
que tú tocas, que nunca
tuvieron amor antes.
Cuando dices: «Me quieren
los tigres o las sombras»
es que estuviste en selvas
o en noches, paseando
tu gran ansia de amar:
No sirves para amada;
tú siempre ganarás,
queriendo, al que te quiera.
Amante, amada no.
Y lo que yo te dé,
rendido, aquí, adorándote,
tú misma te lo das:
es tu amor implacable,
sin pareja posible,
que regresa a sí mismo
a través de este cuerpo
mío, transido ya
del recuerdo sin fin,
sin olvido, por siempre,
de que sirvió una vez
para que tú pasaras
por él -aún siento el fuego-
ciega, hacia tu destino.
De que un día entre todos
llegaste
a tu amor por mi amor.