viernes, 27 de abril de 2012

Operación Fausto (II): de Goethe y de Sokurov

Johann Wolfgang von Goethe, retratado
 por Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

¿Qué simboliza la pintura que vemos más arriba? El paso del Clasicismo -la toga blanca- al romanticismo -la vestimenta y el sombrero-.
Podemos considerar que Goethe es un escritor entre dos épocas, uno de esos seres necesarios para una evolución, que supera un movimiento desfasado y ayuda a que la frescura de uno nuevo llene la estancia viciada.
Goethe es sobre todo conocido por aquella enfermedad llamada Romanticismo, que como la gastroenteritis vírica que me acosó a mí la semana pasada, duró sólo tres días. Sí, el Romanticismo, al igual que la Primavera y el Amor, es más enfermedad que otra cosa. Pero todo es estacional, tres estornudos y ya pasó todo. Luego vendría el Realismo a curar al enfermo.
Nosotros, felizmente, languidecemos. No hemos superado aún esta manía de ir suicidándonos como werthers contemporáneos. Por lo tanto, somos románticos. Romanticones más bien.
Toda esta moda vampírica y conspiranoica es una secuela romántica.
El enfermo no curó del todo, vino para quedarse porque la humanidad quiso llenarse de pulsiones varias, porque el Romanticismo entretiene, teniendo como tiene, paradójicamente, el vicio de la pereza, la pena de la princesita triste y desencantada, la mirada desengañada y altiva del lobo estepario.
Estamos viviendo un siglo posmoderno, donde el Romanticismo juega su rol con las máscaras de twitteros indignados y adolescentes que quisieran ser mordidas par algún drácula buenorro. La esquizofrenia posmoderna es así, quiere esa pasión romántica de romper límites, y quiere la estabilidad de una sociedad ilustrada y equilibrada.
¿No gritábamos los indignados del año anterior por una continuidad y salvación del bienestar conseguido? A diferencia de la del 68, que perseguía un cambio radical.
Hacen de nosotros lo que quieren porque tampoco nosotros sabemos lo que queremos. Siempre recordaré aquella mañana de Sábado en Sol, cuando los acampados. Uno de los que manejaba el cotarro pedía por un altavoz que necesitaban comida, y un poco de chocolate paladín, y leche, que quería hacerse un chocolate. Como en un chiste de Gila.

El Fausto de Goethe

Fausto. - (...) ¿Quién eres?
Mefistóteles. - Una pequeña porción de ese elemento que, andando de continuo en busca del mal, sólo sabe hacer el bien.
La tradición de Goethe es continental e idealista.
La tradición de Marlowe, al que dedicamos la primera parte de esta Operación Fausto, es británica. Ingleses y alemanes siempre han tenido sus más y sus menos, yo no sé con quien quedarme, las dos culturas me gustan, a las dos admiro. Aunque dicen que yo parezco más inglés que alemán, -por mi espíritu enamorado de pastor anglicano caminando bajo la lluvia por la campiña inglesa para ir a tomar el té donde mi enamorada, que me toca el piano y me canta cantatas-, lo alemán, con su filosofía y su música, me crea gran fascinación. Literariamente prefiero a los ingleses, musical y filosóficamente, a los alemanes.
El personaje de Fausto en Goethe es muy distinto.
Podemos considerar más canalla y vital al de Marlowe. El de Goethe es el prototipo de la psique romántica pura, un tipo que se aburre porque se cree que todo lo sabe, y vende el alma al diablo por motivarse y encontrar un sentido a su abulia.
Es, lo es, un sabio. Y ha descubierto que todo es una mentira, su oficio sagrado, el de médico, sobre todo. Busca en la naturaleza la alegría de vivir, se desespera entre la gente queriendo contagiarse de su alegría. Mefistóteles aquí es más tacaño, y se hace de rogar más. En Marlowe este diablo le complacía a Fausto en todo: Fausto quería probarlo todo. Fausto en Goethe quiere que algo de lo que pruebe le llene.
Es más creible el diablo de Marlowe, lleno de tentaciones. El de Goethe, como el de Sokurov, es mezquino y charlatán también, pero se hace de rogar demasiado.

Sin embargo la obra de Goethe es más hermosa y profunda, más humana también, más redentora y de estampas más sugerentes.
Ahora, para descansar brevemente, vamos a guasearnos un rato de la obra:
El Fausto de Goethe puede tener, sacada de contexto y a los ojos de hoy, una lectura peculiar: un señor de mediana edad se enamora de una quinceañera y se la beneficia.
Pederastia.
Es una obrita de amor muy bonita.
Algo así leímos hace no mucho de la pluma de Gabriel García Márquez. Esta también era una novelita de amor muy bonita.
Últimamente sólo leo cosas que me escandalizan sobremaneramente. Valga el adverbio.
(Dicen que los adverbios son un vicio a evitar para la buena literatura.)
Margarita, la niña, es un personaje que no sale en Marlowe, ya que este primer Fausto es más sátiro y vividor que enamorado. Margarita aparece para encandilar a un Fausto sin alicientes, por lo que Fausto se dedica a ella por completo, a ella y a los milagros de la naturaleza. Después de hacerle el amor a Margarita, se va al bosque a encandilarse con los misterios de la madre tierra.
Así que vemos a un Fausto muy poco pecador, un Fausto bueno, un Fausto bonancible y digno del perdón.
Le sale a Goethe una obra hermosa, pero no es muy creíble. Sí lo es su profundidad psicológica, lo son sus sentencias -subrayadito que lo tengo-, sus ocurrencias, hasta su fantasía de brujas despelotadas danzando en la noche de Walpurgis -que por cierto es pasado mañana-. Pero toda falta es perdonable si el acabado es bueno.


Fausto. - Ya lo he dicho; no trato de buscar la felicidad. ¡Quiero el vértigo que ciega, los placeres que dañan, el amor que participa del odio, el pesar que deleita! Mi corazón, curado de la fiebre del saber, debe saborear toda clase de dolores; quiero sentir todo cuanto los demás hombres han sentido; quiero experimentar, como ellos, lo que tiene de sublime el gozo y el dolor; acumular en mi seno el bien y el mal; y, por último, acabar mi existencia del mismo modo que ellos la acaban.

El Fausto de Sokurov

Hacía tiempo que no veía una obra maestra tan redonda. Más de dos horas de película sin resuello, maravillado. Entre lo grotesco y lo sublime, entre lo feista y lo bello. El Fausto de Sokurov es una joya que pasó casi desapercibida en cartel, y algunos de los espectadores que estaban a mi alrededor le daban más al móvil que a la pantalla. La gente paga un dinero precioso por aburrirse. Yo no, si de mí depende.



Es una película que quisiera revisionar algún día, por su riqueza de matices, por la magia de tantas  de sus secuencias, por las magistrales interpretaciones. Una mirada de Mefistóteles aquí lo dice todo. Un gesto de Margarita, también. No sólo en primer plano, cuando dos personajes conversan, alrededor también pasan cosas dignas de verse. Este Sokurov desborda imaginación al igual que Goethe en esta obra desborda fantasía y sabiduría.
Una ambientación del siglo soberbia, sugerente, un buen estudio de los usos y costumbres de entonces.
Dicen que es adaptación del Fausto de Goethe, pero no se nota.
Algo hay en su esencia y su sentido, sí. Es muy libre Sokurov en su versión, lo cuenta de otra manera.
Aquí lo que mueve a no es sólo Fausto no es el hastío y la nausea de Goethe, buen precedente del existencialismo. Aquí le mueve también el hambre. Hay mucho hambre en esta versión cinematográfica.
Mefistóteles es el gran logro, un diablo con todos los signos de serlo. No es atractivo como en Marlowe/Gothe. Es repelente, más mezquino aún, y aún más se hace de rogar que en Goethe.
Aquí la economía de los deseos sufre más aún de escasez. Sólo se pide una noche con Margarita.
Hay que advertir que el Fausto de Goethe no es casto. Su amor es carnal, quiere poseer a Margarita por completo. No se parece al sátiro retratado por Marlowe, pero es claramente sexual, lo mismo que su deseo.
Casi podemos decir que el Fausto de Sokurov sí es más casto, pues casi se limita a la contemplación de la amada. Del sexo de la amada. Hay una escena memorable, cuando él contempla a su amada dormida, y los diablos grotescos van en su busca: la manera que tienen de mirar a Margarita ellos. Como si nunca en su vida hubieran visto algo bello y de pronto se encontraran frente a ella, La Belleza. Algo como una nostalgia del bien, o como una pena por su inaccesiblilidad.
Luego está la lucha de Mefistóteles y Fausto en un páramo, en un desierto, o en un mar tan extraño como lo es la película.
Y su final abierto, un logro que despierta preguntas, que inicia una segunda parte en la mente del espectador.
Últimamente he visto películas cojonudas, Shame, por ejemplo, o Alp. Pero este Fausto se lleva mi aplauso principal, me quito el sombrero del romanticismo -el mismo que lleva Goethe en su retrato- por unos instantes y me inclino y saludo.

Coda

Hay un Fausto que ví hace años, impactante, una película de la Fura dels Baus, Fausto 5.0. También de calidad suprema y tampoco apta para todos los paladares.
Sin embargo, en la tercera parte de esta Operación Fauto que me traigo entre manos, será El Maestro y Margarita, de Bulgakov, el libro que estuidaremos y gozaremos.
Entonces veremos a Margarita cabalgar desnuda por los aires.



Por cierto, esta mismita canción de los Rolling Stones está basada en este Fausto de Bulgakov:




sábado, 21 de abril de 2012

Microrrelatos para el día del libro (II)




Figura solitaria en el Café Gijón. McCartney
 Cuando cerraba la tienda, el viejo librero solía pasarse a tomar un vino al café donde yo escribía por las tardes. Sabía contar con gracia los centenares de anécdotas de sus clientes. Pero un día, triste, me contó lo de la muchacha que entró alterada a la penumbra de la librería. Anochecía, y mi amigo aún no había encendido las luces. Llorosa y y con hipo, pidió al librero algo para curar el libro enfermo que acunaba entre sus brazos: "Sus palabras me queman las manos por la fiebre, cada capítulo es un lamento de dolor, se me muere, señor, usted me lo vendió y me lo vendió enfermo, se ha hecho mi mejor amigo y no quiero que me lo cambie por otro, no quiero que se muera aquí solo y abandonado. Cada vez que lo leo me llega su angustia, su soledad y su miedo."  El viejo cogió el libro y lo abrió, pasando las páginas desconcertado. Sólo se le ocurrió decir: " Ya está escrito, no hay vuelta de hoja". La niña salió llorando. La librería ya estaba a obscuras. "¿Qué libro era?"  -Pregunté sobrecogido. Me contestó con desprecio: "Aquel que escribiste tú, maldito genio".

viernes, 20 de abril de 2012

Microrrelatos para el día del libro (I)



En toda guerra el tirano quema las bibliotecas, mas siempre hay un héroe capaz de salvar un libro. Osado y sediento, quise salvar al menos La Odisea de entre las llamas del holocausto, pero cuando llegué, Penélope ya se había ocupado de desperdigar las páginas del libro.
Libro que en la paz volverá a hilvanar para que su relato no sea olvidado.

Penélope, por William-Adolphe Bouguereau

miércoles, 4 de abril de 2012

La saga/fuga de J.B., de Gonzalo Torrente Ballester.


De mayor quiero ser como don Gonzalo

Perdonad el retraso, pero me he comprado un e-chisme y mi curiosidad me ha llevado a gastar parte de mi precioso tiempo en ver todas y cada una de sus utilidades. Luego, buscando una funda barata, y no encontrándola, he pasado la tarde haciéndome una artesana, que no me ha costado más de un euro. Me ha quedado cutreperfecta: te compras una minicarpeta en el chino, la forras con cartulina color café au lait, usas la goma como sostén interior del e-chisme, y ya está. Tijeras para papel y pegamento imedio. He vuelto a los tiempos escolares. Menudos colocones aquellos, esnifando pegamento. Cuando dicen que hay que volver a los orígenes, supongo que se referirán a estas edénicas artes.
He tendio mi pequeña peripecia para comprar la funda, infructuosa búsqueda. Sobre todo cuando en el corteinglés, preguntando si tenían fundas para libros electrónicos, y preguntándome a la vez el pulcro señor que para qué libro, y respondiéndole yo que para el kindle, me ha echado de la tienda de muy malas maneras:" no, aquí no tenemos de eso". Haced la prueba, id por ejemplo a la librería de dicho comercio de Preciados con una bolsa de la Fnac, ya veréis si os reciben con arrogante desprecio.
¿Abandonaremos el papel por el e-chisme? Ni mucho menos. Pero eso de tener en una pequeña tableta tanto libro metido satisface en parte un sueño desde la infancia: el libro total, la nutrida biblioteca. No, hasta que no tenga espacio en condiciones y dinero para ello, no podré saciar el deseo de esas paredes forradas de sabios y doctos tomos.
Y ahora comencemos con un scherzo, como tan bien imita don Gonzalo con su prosa:



Como siempre, depende del Destino, que nosotros llamamos cálculo de probabilidades, un factor de incertidumbre que introduce en la armonía de la matemática la perplejidad del drama.

(La saga/fuga de J.B. Gonzalo Torrente Ballester)
La saga/Fuga de J.B. es uno de esos libros totales imprescindibles. Claro que uno puede seguir viviendo sin haberlo leído, se puede vivir también, tan ricamente, no habiendo leído un solo libro. Sin embargo libros como así te enriquecen y humanizan de tal manera que sigues queriendo más buena literatura, reconciliado con la vida a través de ella.

Pese a su dificultad y confusión, pero, ¿quién dijo que la vida era un día de sol en primavera? La vida es niebla y confusión de hitorias y las dificultades impiden ver con claridad. Pero por lo poco que entendemos y vemos, creemos.
Ya he hablado aquí de aquel sueño epifánico en que Sto Julio Cortázar se me apareció para proclamarme la salvación a través de la Literatura. La Saga/Fuga, todo un vía crucis, es un ejemplo.
Ya existió un lector ileso, y existen un lector malherido y un lector iracundo. Lectores hay tanto como temperamentos lectores, cada cual el suyo. Yo podría quitar mi cartel de libro con anillo matrimonial sobre las páginas de Crimen y Castigo, y ponerme el sobrenombre de Lector Sadomaso.
Qué orgasmos, los que me provocaba el Ulises -de Joyce- atizándome disciplina inglesa y clavándome su afilado tacón narrativo. Luego intercambiábamos papeles y el libro era mi putita, a la que desnudaba sin piedad para abrir sus orificios páginas y meterle mi incisivo instrumental de cirujano. Jugar a los médicos con los libros. Pero a lo gore.
Así con el tormento se da un primer paso para el misticismo, la iluminación, el nirvana, que es a lo que aspira todo poeta, y José Bastida y yo lo somos.
La T es la letra de esta nuestra relación: tortuosa, tórrida, tormentosa y torrencial.
Podría decir aquí lo que diría cualquier reseñista amante de los libros, pero mi Saga/Fuga de J.B. no se merece esto.
Es muy buena la introducción a cargo de Carmen Becerra y J. Gil González. Ayuda a entender.
Yo intentaré animaros a que os acerquéis a la F.
Fábula y Fantasía para funambulistas.
Es complicado dejar aquí todas las impresiones, todo lo que quisiera decir, todas las especulaciones en torno a la obra.
Sólo os puede apartar de su lectura su dificultad sin asideros con el engaño de una prosaclara, inteligible. Difícil más que cualquier otro libro, más que el propio Ulises, que tenía una estructura acorde a sus diversas proposiciones narrativas, a cada capítulo un juego, a cada contenido un continente.
Aquí en La Saga/Fuga, sin embargo, la estructura es la niebla donde todo se confunde. Lo que es complicado aquí no es ni su lenguaje ni su forma, si no su texto niebla, su caótico delirio, que asemeja a uno de esos duermevelas. Y así sucede, pues lo que sucede en la última parte, Scherzo y Fuga, es la ensoñación del duermevela de José Bastida, que espera a Julia, que goza con Julia, que se fuga con Julia, cuando simultáneamente la pura alucinación de todos los jotabés habidos y por haber de la historia esperan, aman, y se fugan.

Don Gonzalo entre la niebla del
tabaco
Llega un momento, como el caminante a través del bosque en la niebla, en que nos preguntamos si no andaremos perdidos. Quien ya ha pasado por esta experiencia lectora os da este consejo: no pares, sigue, olvídate de la niebla, no quieras reconocer cada árbol, cada sendero, déjate maravillar por lo poco que se puede ver, que ya es mucho, deleitate por cada pequeña historia encadenada a otra.
Son cientos de historias y personajes que se entrelazan y separan, intercambiándose los roles y hasta el alma.
Es una novela que cree en la transmigración de las almas. Juego de máscaras. Platonismo. Matemática: probabilidad y combinatoria.
El J.B. que pensabas no era el que creías, pero sí. Así con otros personajes que van cambiando de nombre, o no, pero sí. Lilaila, Coralina ... El cura que volviéndose ateo y aún así sigue ejerciendo de inquisidor y con sonoros nombres va repitiendo la misma historia a lo largo del tiempo, reencarnación tras reencarnación.
Es una novela homenaje a la vez que paródica, por lo tanto quijotesca. Quijotesca también por su humanismo y su riqueza de historias y caracteres.
Reúne las vanguardias en sí, con esos juegos.
También es hija de su época, la época del realismo mágico, a quien también parodia, como un homenaje.
Es como Cien años de soledad, pero a la gallega.
Tiene algo también de relato borgiano.
Y de Cela, y de Fernández Flórez, paisanos.



Todo lo de la época, con sus estructuralismos y existencialismos, todas aquellas filosofías clarividentes.
Es, también, espiritual. Cree en la magia y en el misticismo.
No cree en nada para creerlo todo.
Recuerdo aquel prólogo de don Gonzalo Torrente Ballester para el Gargoris y Habidis, una hisoria mágica de España, de Sánchez Dragó. Tal para cual. La lectura hace diez años de este descomunal ensayo me ha ayudado hoy a comprender esta novela, que precede al ensayo.
Estudios de mitología comparada, La Rama dorada de Frazer, ¿o es que acaso hay algo nuevo bajo el sol? Sólo hay novedad en la combinatoria.
Está también Nietzchse, claro, con el eterno retorno.
Y está Alicia, con su lógica, esa lógica de preguntas y respuestas.
Merece su lectura atención y tranquilidad, pero estos tiempos posmodernos, viciados, de ruido e interferencias, no pueden, no saben leer una obra que es una crítica a este ruido, a estas interferencias.
Pasa como con el Ulises, o lo lees porque te lo imponen, o porque pareces así más guay, o porque amas con locura la Literatura.
Este libro lo leemos tú y yo, que tan locamente amamos.
Y da igual ser más o menos sabio, más o menos analítico, saber hacer mejor o peor las cosas. El amor se da y se recibe cada cual como sabe, por eso se dice aquello: inventamos el amor.
Es como sentir que eres el primer lector de un libro grande, y aunque -gracias a que- hay guías que te hablan de ese libro, tienes esa sensación: yo he entendido el libro, parece que fuera yo el único.
A ver para cuando os preparo el post: literatura obesa. Pues no hay duda que este libro es obeso, de manera diferente a otros, pues aquí la grasa es entreverada, pero va en su mismidad, en su autenticidad, no hay por qué quitársela, si le quitas la grasa niebla es otra novela y se le quita el mérito.
Es una novela que es una mirada genuina a la Vida y a la Literatura, e imita aquello que de lo que se ríe, por lo tanto es parodia, y al ser su identidad aquello de lo que se mofa por lo tanto es un homenaje y un canto.
Quijotismo.
Lo mejor de toda la obra, sin embargo, es el protagonista, José Bastida: un sabio, el más humilde de todos. Un hombre solo, como aquella obra de Mingote. Uno de los mejores personajes de la Literatura, de los más complejos, que te hacen reír y estremecerte por su fragilidad y humanidad.
Muchos nos sentimos, metafóricamente, por esta vida, como José Bastida, y hemos de aprender de él su riqueza interior, su bondad machadiana, su modestia pese a su gran sabiduría, que parece pedir perdón antes de deslumbrarnos.
Qué pena haber tomado en préstamos le libro de la biblioteca, subrayadito que lo tendría.
Esperaba yo tener un e-chisme donde se pudiera subrayar y anotar, y ya lo tengo. La de trastadas y travesuras que haría un J.B. con uno de estos inventos.

La Gaite y el Torrente


Coda

Seguro que fue don Acisclo, el cura de la novela, el censor de la misma que dijo aquello de:

«De todos los disparates que el lector que suscribe ha leído en este mundo, éste es el peor. Totalmente imposible de entender, la acción pasa en un pueblo imaginario, Castroforte del Baralla, donde hay lampreas, un cuerpo Santo que apareció en el agua, y una serie de locos que dicen muchos disparates. De cuando en cuando, alguna cosa sexual, casi siempre tan disparatada como el resto, y alguna palabrota para seguir la actual corriente literaria.

Este libro no merece ni la denegación ni la aprobación. La denegación no encontraría justificación, y la aprobación sería demasiado honor para tanto cretinismo e insensatez. Se propone se aplique el SILENCIO ADMINISTRATIVO.»

Por cierto, bien satisfecho que ha quedado nuestro sicalíptico Marqués de la Pollalzada con la lectura de este libro.