viernes, 29 de octubre de 2010

Incómodo Miguel Hernández. Impresiones para un centenario.


(Otra vez se trata de un post orgánico, que irá creciendo, se irá edificando a lo largo del día, quizá hasta la noche, quizá hasta mañana)

Uno. Centenario

Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.

En estos días tenía yo la impresión de que no se celebraba el nacimiento de Miguel Hernández, si no el centenario de su muerte.
Por eso publiqué en mi Jardín ese Hoy es día de llantos en mi reino, como si guardáramos el luto, el funeral por una fecha de duelo.
Sin embargo, Miguel cumple cien años, y cien locos se complacen en su milagrosa poética. Se saló con la suya, se le salió el milagro-cima de la boca y de los dedos. Unos de los mejores poemas en lengua castellana quedan para la posteridad.
A fuerza de tesón y cabezonería, que el talento puede llegar como la lluvia, pero la tierra seca de Orihuela necesita el regadío por mano del hombre.

Dos. Beatos y mártires Miguel y Federico.

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Quedan los dos así, en mi santoral literario, en este santuario donde reza mi devota admiración.
Quedan los dos así, hermanados por un igual trágico destino. Parecía que iban llamando con sus versos a la muerte, jugando al escondite con ella, dejándo ganar, amañando el juego como si ella fuese una niña. Parecía también que la quisieran, como enamorados.
No la tenían miedo, no, tan sólo una tristeza impotente ante el final: se acabó el juego.
Miguel, el hermano pequeño, buscó la tragedia metiéndose de lleno en ella. Pudiendo llevar vida de hogar, en un exilio fructífero, donde posíblemente hubiese sido su labor más trascendente que en un nicho. Como un toro embistió a la niña-muerte que juega a ser torero.
Federico, el hermano mayor, se quedó quieto. Llamó, no buscó apenas. Hizo que se escondía, quiso que fuese ella la que le encontrara. Pudiendo llevar una vida de exiliado fecundísimo... se dejó besar definitivamente por esa novia a la que llevaba cortejando desde siempre.
Cualquiera que lea luego las crónicas de este tiempo diría que fueron hermanos.
Federico se sentía incómodo ante el hermano pequeño. Le evitaba. Un día llegó a decir a Vicente Aleixandre, por teléfono, que le echara de su casa. Si estaba Miguel, él no iba. Aleixandre y Neruda fueron los únicos que aceptaron al nuevo poeta que entró en la fiesta -duró casi un decenio- sin el traje de gala, pero con más ánimo de fiesta que cualquiera de ellos.
Sin embargo Federico no era mal hermano, esto de la vergüenza pasa en las mejores familias. Cuando Miguel publicó su primer libro, Perito en lunas, no tuvo buenas críticas. Apesadumbrado, mandó un ejemplar a Federico, pidiéndole que valorara la obra con sinceridad. Federico le escribió una carta justa: ánimo, eres buen poeta, hay buen campo abonado según veo, sigue. No te rindas.
(Con otras palabras, claro, perdonen la licencia por la ficción. Este es un blog de fábula).
Y feliz el hermano pequeño por esa única sonrisa del hermano mayor, siguió.
Tanto fue así, que en El rayo que no cesa Juan Ramón Jiménez hizo en El Sol, el diario de Ortega, una crítica elogiosa: fue su consagración.
Miguel Hernández, corredor de fondo, hizo un buen sprint final, alcanzando a Lorca.
Normal que el otro se encelara.
Normal que hasta otros más iguales en ideas como Alberti se rieran de Miguel. Era la envidia.

Tres. Elegías, proyectos, poetas longevos

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.


Parecía que tanto Federico como Miguel, con el mismo grupo sanguíneo en tinta, se desangraran, murieran a lo largo de sus trayectorias poéticas, dándolo todo, como si fuese cada uno el último poema.
Eso es vivir al límite: escribe deprisa, muérete joven, y tendrás una hermosa poética.
El ángel de Federico: como un don innato, que hace poesía según respira.
El proyecto vocacional de Miguel: autodidacto -como escriben algunos, ahora-, pasional, tesonero, ambicioso, con esa facilidad con que se hacen las cosas cuando se ha trabajado duro, antes. Querer es poder. Iba para pastor, para cabrero, pero le hizo un regate al destino.
Porque lo de Miguel fue una evolución constituída por revoluciones personales, una evolución con regates constantes, ¿poeta católico, pastoril, gongorino? No. Poeta del pueblo. ¿Un poeta para una ideología? Pasan pocos años, no, Cancionero y Romancero de Ausencias, el poeta más hondo, la amargura, la intensidad, una alta cima.
Con sólo la Elegía a Ramón Sijé ya es poeta de antología. Compuesto a primeros del 36, este poema muestra la autenticidad poética, liberada de los artificios de Perito en Lunas. Sin duda uno de los más grandes cantos de dolor de nuestra lengua.
Otro que se propuso, años antes, una poesía orgánica, como un proyecto vital, fue Jorge Guillén, el poeta más feliz de los del 27. Una vida dedicada a la vocación, con precisión casi científica, mejor dicho intelectual. No se desangra en cada poema para morir temprano, él, como Neruda y Alberti, fue el poeta longevo de vida fecunda.
Sus cartas de amor recién editadas -alguna he leído- vienen a afirmar mi tesis de que no sólo de tragedia se forja una literatura, una poética de buenos versos con base sólida de proyecto. Él escribió:

¡Cima de la delicia!
Todo en el aire es pájaro.
Se cierne lo inmediato
resuelto en lejanía.

Que la poesía no sólo es la expresión de un sentimiento dolorido, si no un clamor, una canción enamorada, completa: plenitud.
Son dos maneras complementarias, puedes elegir, o quedarte con las dos. Maldito el que pretenda forjar jaulas poéticas, pero bravo por los que eligen un camino-celda, monjes y monjas para Literatura, tan impura y poco virginal.
Ellos son los beatos de esta religión.

Cuatro. Los poetas de COU

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Versos como estos de Miguel Hernández eran los que leía una y otra vez, en aquellos manuales de Tusón y Lázaro Carreter. Eran los que más me llamaban la atención, por su fuerza expresiva que conjugada con la tristeza hacían de mí un aprendiz un tanto histriónico y apesadumbrado, existencialista. Estos versos, con estos de Neruda:

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza
Y con estos de César Vallejo -lo dije siempre, otro hermano de Miguel Hernández, pero este casi gemelo-:

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

O estos de Blas de Otero:

Creo en el hombre. He visto
espaldas astilladas a trallazos,
almas cegadas avanzando a brincos
(españas a caballo
del dolor y del hambre). Y he creído.

No puedo evitar poner este otro de Blas de Otero entero:

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, de noche a noche, no sé cuando
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.

Y al que más quería entonces, Gabriel Celaya:

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir quien somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Todos ellos, fuerza expresiva, claridad. Con dieciocho, diecisiete años, quizá antes: Miguel Hernández, Neruda, Vallejo, Celaya, Blas de Otero. Yo les imitiaba y leía, cuando los profesores se ponían demasiado crípticos, bañándome en las claras aguas de esta poesía. Tan sencilla.



Cinco. Paisajes de Miguel Hernández.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

Tuvieron que pasar decenios, puñado de lustros sin lustre, para que los trovadores señalaran a Miguel en su cima.
Nuevos paisajes, con la deseada democracia, paisajes que guías como Joan Manuel Serrat mostraron al pueblo. Para que todos gozaran, aprendiendo, de la poesía.
Paisajes que son canciones, nuevos libros junto a los viejos, revistas, páginas, debates, entrevistas.
¿Quién era Miguel?
En estos días he usado del caótico método de la universidad. Nunca fui buen estudiante, más bien perezoso y desorganizado. Condenado por Esrivá de Balaguer y por Calvino, hallo mi Fe en Cristo y en María, en los que perdonan. Para condenaciones e infiernos ya tenemos las guerras inciviles y las manipulaciones mediáticas, políticas, sindicales.
(A buen seguro habrá un lugar de encuentro, más allá del fin, para los camaradas Miguel Hernández y Marcelino Camacho, el hombre honesto para los trabajadores, que con Nicolás Redondo hacía temblar a los gobiernos, y no este paripé de peloteo al gobierno actual. Los sindicatos siempre, y en cualquier momento, jaque al gobernante, jaque. Nunca palmaditas de buen rollo y paternales amonestaciones.
Después de este berrinche anarcocristiano, continuemos).
Se acercaban los exámenes y yo sin tocar un libro -de deber, los de placer sí los tocaba- ni un apunte. Me hacía entonces con libros de la bibliografía, y con otros que no eran de la bibliografía, y a leer, a comparar, a los esquemas y los apuntes.
Estos días de atrás he recobrado esa sensación feliz del aprendizaje caótico, como quien en un inmenso jardín come de un fruto y de otro. Ideas como frutos. Paisajes.
Dos biografías he tenido en mis manos, las dos antíguas, para la novedad me he empachado a artículos:
Una de Jacinto-Luis Guereña, en Destino, del año 1978, que titula cada capítulo con la palabra paisaje, de ahí este título mío para este apartado: Paisajes de la escuela, Paisajes de Ramón Sijé, Paisajes del amor, Paisajes de la guerra... Y así.
De esta manera, el autor hace una semblanza meditativa y lírica, a veces repetitiva, elogiosa. Llegó hasta mí este verano, rota pero valiosa.
He estado releyendo la biografía de Federico Bravo Morata, editado por Fenicia en el 78. Pertenece a mi hermana, a su biblioteca de filóloga. En su alcoba pasaba yo tardes enteras, quevedianamente, en conversación con los difuntos como libros. Una tarde-noche (Tendría veinte años a lo sumo) la pasé con este libro. Esta semana volví a agenciármelo, y he disfrutado enormemente con su lectura, es un libro lleno de datos, amenísimo, bien documentado pero liviano, aunque no es poco extenso. Es una biografía más exhaustiva que la anterior, pero más entretenida, no tan personal ni repetitiva.
Tenía yo, además, un librito con las cartas y crónicas periodísticas en la batalla. Ayer iba en el metro, en dirección a Tribunal, absorto leyendo los perfiles de los compañeros de trinchera del poeta. Y antes las crónicas, que quisiera transcribir, aunque fuera sólo algún fragmento:
Llegamos a un pueblo desierto: en las piedras de las calles había sangre y pólvora seca. Lo primero que hicimos fue mear, y después nos lanzamos a curiosear por las casas despobladas. Entré en un corral, atraído por el olor a establo y tropecé con una vaca que mugió como si fuera su dueño. Cuando volví a la calle, no pude menos que reírme al ver a un compañero vestido de mujer capitalista, con un gramófono que daba vueltas en sus manos y a la espalda el fusil con un lirio en el cañón. Aquello mudó mis humos y mis pensamientos se hicieron más anchos.
Revista Al ataque nº 3, 23 de Enero de 1937
Luego están las revistas que se vuelcan en el centenario con diversidad de artículos, siempre interesantes, como un País Dominical de hace unas semanas, y El Cultural de hoy del diario El Mundo, con un monográfico que he devorado despúes de una siesta reparadora.
A ver si mañana hay igual suerte con el Babelia y el ABCD.
Cual ha sido mi alborozo al ver que en esta revista (pinchen para leer el artículo) escribía el poeta Jorge Urrutia, nuestro profesor de Literatura en la universidad, uno de los hombres que más sabe de la obra de Miguel Hernández. Ha escrito sobre ella, junto a su padre el también poeta Leopoldo de Luis, y en aquellas clases finiseculares nos mostraba y explicaba los paisajes que quedan hoy de Miguel Hernández: sus obras.
Sus obras, todos sus poemas, en libros, bibliotecas, en internet. Fácil es acceder hoy a su obra. Ël, Miguel Hernández, que no tuvo medios y todo se le ponía en contra, llegó a ser lo que fue. Nosotros, que lo tenemos todo a mano, ¿qué haremos con el paisaje por poblar y edificar de nuestro futuro?
Que largo es el invierno, y nosotros somos tan jóvenes ...

Seis. Incómodo Miguel Hernández

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Hay un poema de Pedro Salinas que me recuerda a Miguel Hernández en dos de sus versos:

No, no te quieren, no
tú sí que estás queriendo

Pese a todo, y sobre todo pese a todos, escribió parte de la mejor poesía de ese lustro en castellano, y hoy es uno de los grandes.
Primero su padre, a él no le gustaba que leyera libros ni que escribiera, él hubiera preferido que oliera a tabaco y a sudor, y que se ocupara del trabajo en el campo.
Si leía por las noches, entraba el padre en el cuarto y le daba en la cabeza y apagaba la luz. Luego Miguel seguía leyendo.
En el pastoreo era igual, se llevaba los libros de la pequeña biblioteca del pueblo, o los que le dejaban sus amigos. De pronto aparecía el padre y directo, otra vez, a la cabeza. Parece que cuando empezó a triunfar el padre le felicitó, por primera y última vez. Sin embargo, cuando murió, dicen que dijo: él se lo buscó.
Con los amigos, allí, con los que tanto amó, como Ramón Sijé. Cuando Miguel, inquieto e incómodo en los trajes antíguos, comenzó a criticar a la Iglesia y dejó el conservadurismo por el comunismo -con el auspicio de Neruda-, se distanció de los suyos, sus amigos de siempre, con los que compartió primeras lecturas y escritos. Se sentía incómodo con ellos, hasta que no murió su mejor amigo, Sijé, dicen que no escribió de verdad, con autenticidad, libremente, tal como era él y como pensaba.
Luego en Madrid, presentándose a la élite de la cultura, pidiendo favores, protección, dinero. Escribía a Orihuela, atosigaba a Sijé, a los que sabía que podían mantenerle para su sueño: el estudio y la creación poética. Podía llegar a ser pesado, pidiendo más, pero era franco, no engañaba.
Ya hablamos del caso de Lorca, que le evitaba, en casa de Aleixandre una noche quería leer La Casa de Bernarda Alba. Échale, dijo secamente a Aleixandre Lorca, cuando éste le dijo: ¿qué puedo hacer?
Luego esa incomodiad del lector ante su vida, cuando deja a su familia por la política, pudiendo haberse salvado, haberles salvado del hambre, quién sabe, o quizá no.
Cuando Miguel se entera cómo alimenta su esposa a su hijo, escribe uno de los poemas más hermosos, del que se hizo una de las canciones más bellas
Después de la guerra, detenido, encarcelado, condenado. Era incómoda esa condena: bastante mala fama habían generado con lo de Lorca. Los literatos fascistas, que también los hubo -y no escribían mal- hicieron lo posible porque no le condenaran a muerte, porque le bajaran la pena a treinta años, y lo consiguieron. Sin embargo no duró, enfermó de tuberculosis, curas y otros cuervos quisieron que se redimiera. Quizá aceptara la religión, pero no cedió con sus ideas, eso no lo cambiaba. Por esa razón no le llevaron a un sanatorio para tuberculosos, y se murió en la cárcel.
Allí hizo amistad con jóvenes literatos, como Antonio Buero Vallejo, que le hizo el retrato-icono a Miguel, por el que hoy se le reconoce como a un mito. Aquí lo tenéis, arriba.
Anduvo solo, sin generación, era único, llegó tarde, era de otra clase social, difícil de clasificar entonces, rara avis, aunque hoy, pasado más de medio siglo desde la creación de su obra, casi un siglo, podemos ver su significación, sin la incomodidad dentro del bosque, si no desde fuera.

Y siete. Querido Miguel Hernández.

Adiós, hermanos, camaradas y amigos,
Despedidme del sol y de los trigos
Estos fueron los últimos versos de Miguel Hernánez. A mediados de los noventa le mostraba a un amigo poemas de Dionisio Ridruejo, Manuel Machado, Leopoldo María Panero, Jose Antonio Primo de Rivera. Escritores del bando nacional, y este amigo mío era de derechas. Luego le mostré los dos versos de Miguel Hernández, y me dijo: estos dos versos valen mucho más que todas las poesías de todos estos que me has enseñado.
Hay una escena crucial para la historia de nuestras letras. Durante la guerra, un día Miguel Hernández fue a casa de Vicente Aleixandre con una carretilla. Allí puso los libros del poeta amigo,para salvarlos, y luego sentó ahí al mismo Aleixandre, para salvarle, para cruzar las calles con él y sus libros dentro, como si fuese un vendedor ambulante.
Luego Aleixandre contaría de qué manera le sacó de allí, su cuerpo caliente, sudoroso por tamaño esfuerzo.
Esta historia real, parece más bien un sueño cargado de simbolismo.
A Vicente Aleixandre le concedieron el Nobel en el año 1977, y se vio en este galardón un premio a toda una generación, la del 27.
La estrella más próxima a esa generación-consteleción como una vía láctea, en constelación propia. Él sólo un puente hacia otros poetas, llevando el peso de una tradición, y de su propia fortaleza, un nuevo canto, el grito del hambre, el derecho de todo un pueblo al alimento. Y el derecho a la cultura, que es alimento del alma.

Coda



Cuántos poetas, cuántos murieron allí...

... mi país,
como una espina clavado.
Devolvedles el honor
a quienes se lo habéis robado.

jueves, 28 de octubre de 2010

Los seductores

Rodeados de una alegre juventud formada por joviales jubilados -dejad que me abandone al vicio de la redundancia-, ayer fuimos a ver Los Seductores, en el cine Palafox, en el barrio de Bilbao. Nosotros éramos, biológicamente, los de menos edad, además de una muchacha veinteañera y solitaria que había delante, guapita ella.
Yo recordaba los tiempos en que salíamos de copas por el barrio de Bilbao. Íbamos al Catavinos y al NadaNada. En el Catavinos bebíamos unos finos intempestivos, que te dejaban la boca con el buen gusto disidente entre tantos calimotxos y güiscolas de garrafón. El NadaNada se caracterizaba por la buena música y los grupitos de chicas con ganas de conversar, y por los baños más guarros que imaginarse la lectora pueda, el baño de chicos al menos: un pantano de orines y alcoholes de variada graduación rodeaban la taza. Cuando mear era una aventura  las suelas de los zapatos quedaban pegajosas como chicles, goma de mascar caminos ensuciados con nuestros pasos de juventud etílica. Había dos opciones: o el rock en el NadaNada o la pachanga y discomemeces en la ChocitaSueca.
También estaba ese garito de heavy patrio, El Caronte, donde la camarera te invitaba a un tequila si sabías responderle qué director dirigió qué película, y cual era la actriz protagonista de tal peli, y quién escribió este drama, y qué poeta estos primeros versos. Mis amigos y yo solíamos acertar, así que la borrachera nos costaba poco, con los BarónRojo de fondo o  los SangreAzul. Los BarónRojo eran duros y contestatarios, los SangreAzul unos romanticones, pero los del rock duro hacen buenas baladas:





De todos ellos, yo prefiero a Rosendo -al que dedicaré un día un post- y a los Asfalto -del los que colgaré algo cuando escriba el post que os debo sobre William Blake-.
Hoy pensaba hacer un homenaje a Miguel Hernández, pero el calendario me ha regalado más tiempo, resulta que el incómodo Miguel nació el 30 y no el 28. Así que disfrutaré más estudiando, porque es que parece que estoy estudiando, y disfrutando de ello, esta última semana la estoy dedicando a leer poemas, biografías, artículos sobre el poeta trágico con permiso de su hermano Lorca, aunque Lorca se avergonzara de su hermanito pequeño. Todos se avergonzaban del poeta cabrero: su padre, sus amigos católicos, los geniales del 27 que plenos de genialidad no tenían hueco para más genio, hasta llegar a hoy y a los avergonzados manuales de literatura, seguimos apartando y cruzando la acera cada vez que Miguel Hernández pasa cerca de nosotros. Hasta algunos sinvergüenzas querrán, el día en que Miguel cumpla cien años, quitarle genialidad al genio con la excusa de su militancia política y su milicia. Con toda esa malicia ideológica que pone el bando contrario, de uno y otro color, siempre, para siempre, a la mierda las ideologías y los cabrones que las sustentan, cornudos de sí mismos. Ya lo decía el general Franco, y hubiera estado bien que se lo dijera a Miguel, imaginémoslo: muchacho, haz como yo y no te metas en política.
La diferencia está en que el general ganó la guerra con la excusa de la política y la religión, cuando se supone que la una ha de ser construcción y la otra liberación; y que el miliciano poeta la perdió tiñendo de sangre de tos tuberculosa de roja vergüenza las crónicas de la historia y la literatura. La tos del poeta tuberculoso dignifica su obra, mientras que la tos del político contagia de virus todas las estancias del país-casa. El poeta se contagia a sí mismo y muere, como el escorpión que era Miguel Hernández, según la astrología. El político lo contagia todo con la gonorrea de sus prostituciones.
Luego están los poetas y literatos que se meten en política, como el mismo Miguel y como don Mario Vargas-Llosa. Nadie es perfecto, todos tenemos la tentación del mal aunque sean buenas las intenciones: la de querer salvar a un pueblo de sí mismo. Un pueblo sólo se salva llevando la contraria, por sí mismo, votando siempre a la contra, huyendo de correcciones y asimilando el instinto anarquista que todo vecino lleva dentro.
Hijitos: sed díscolos, gamberros e indolentes. Ante todo, dudad, hasta de vosotros mismos. Y por un día hagamos caso al abuelito Franco: no nos metamos en política.
Que toca hablar de Los Seductores, sonrisa atractiva y partida de Vanessa Paradis, tonterías del guapo y ganso Romain Duris:



Seré breve, que después del suavizante la lavadora me avisa de que finaliza y he de hacer la colada:
No se la pierdan si quieren pasar un buen rato, entretenido, con risas de diversa graduación.
Sobre todo por Romain Duris haciendo el ganso, es como un Jim Carrey francés y seductor, y ya sabemos lo bien que queda Jim Carrey, el mejor histriónico para la risa.
El guión es pura chorrada increíble, no hay que pedir credebilidad al buen chiste bien contado, porque la película ante todo está bien contada.
Cada actor en su papel está bien, la misma ninfómana amiga de la novia, por ejemplo, despierta el deseo y la hilaridad en el espectador, nuevo y exótico combinado: la risaerección. No me quiten el palabro que lo acabo de inventar, mía la patente. Acostumbrados a llorar con el deseo, hace falta la faz risueña del deseo.
Yo, de mayor, además de ser joven, quiero ser seductor, pese a los repentinos ripios que se me salen. Incontinencia.
Vanessa Paradis... corrían los años del tequila por los garitos del barrio de Bilbao, en Madrid, cuando yo me enamoraba de esta francesita de belleza extraña, curvas en delgadez extrema, sonrisa partida, porque el lado risueño del deseo nunca será tan perfecto como su sollozo. 1992, casi veinte años:

lunes, 18 de octubre de 2010

Mascarada



George Benson

Queremos tanto a George Benson porque él nos enseñó a amar el jazz.
A finales de los 80 yo presumía de eclécticos gustos mucicales, con excepción del heavy metal y el jazz. A principio de los noventa ya se me pasó la tontería acústica:  llegó el tecnopollas bakalao con bayas de Chimo Bayo para las preferencias de mis inquinas.
Un tío mío, recién enviudado, pasaba mucho tiempo con mi familia, y allá al pueblo que se vino unos días de finales de verano con su nueva novia y un maletín de cintas para la banda sonora en carretera, que el asfalto deja de ser gris para ser alfombrilla del paso a la gloria cuando hay buena música en el coche.
Sólo recuerdo dos: Amores, de Mari Trini, y una cinta de George Benson que me deslumbró, primer flechazo hacia el jazz y su riqueza de estilos infinita. This masquerade, es un tema que recuerdo, quizá el culpable del recien nacido amor por la música más libre que conozco: el jazz, metáfora vital donde las haya, además de infalible método de escritura literaria.



Hurté, sobrino vil, aquella joya al tío socialista que me me despertaba los fines de semana en Aluche para que le acompañara donde Las Torres para comprar los churros y las porras del desayuno. El mismo que me comentaba cuando iba a buscarnos a mi padre y a mí a la misa de los domingos, en la puerta de la iglesia, sus dolorosas erecciones tras la operación de próstata por aquella secuencia erótica en la mesa de la cocina de Jessica Lange y Jack Nicholson en el Cartero siempre llama dos veces. Aquel al que en las siestas jodíamos con el Cara al sol de un disco con canciones de la guerra, en una cara tenía canciones del bando nacional, en la otra del bando republicano.
A un tío así no se le roba nada. Un sobrino que roba su música al tío que le compra churros para el desayuno y le confiesa su intimidades es un gañán de la peor calaña.
Pero quiso el cielo mediar en tal delito, así que mi tío se dio cuenta semanas después de la ausencia de la cinta de casette, y me lo comentó, ¿me dejé en Cadalso una cinta de Georges Benson? Es mi favorita, y no la encuentro.
Yo, señor juez, no soy malo, tan sólo un poco cretino, así que confesé con mentirijilla: sí, te la cogí yo, me olvidé de devolvértela, es muy buena, ¿eh? Cojonuda, dijo él, así que volvió el objeto del delito al maletín de las cintas para el coche. Mi tesoro...
Pequeño y ruin Gollum, en aquel verano le hincaba el diente yo al Señor de los Anillos.

Eduardo Arroyo

La máscara es más real que la vida
Eduardo Arroyo
Según el Libro de la Maravilla en su Teoría de Máscaras, cada persona usará de cuantas máscaras sea preciso para hallar su autenticidad. Esto forma parte de mi filosofía.
El Jueves pasado estuvimos en la fundación John Marzo (Fundación Juan March para los gachupinos), donde Félix de Azúa nos presentó con original guión a Eduardo Arroyo. Ante todo humor y filosofía de la la vida.

Sombra, de Eduardo Arroyo
Yo, que no suelo llevar el Babelia por la calle, porque no me confundan con un babelio, lo llevé aquel día, e iba apuntando en los espacios en blanco las perlas que iban soltando.
Félix de Azúa, en formato de novela, hacía introducción y presentaba capítulos para la vida y obra del pintor Eduardo Arroyo. Fue una pena que el acto durara sólo una hora, nos quedamos a la mitad, nos reímos bastante, y algo aprendimos. Dos sabios como dos abuelos contando batallitas. Decía, por ejemplo, Félix de Azúa:
El artista no tiene biografía, su biografía es su obra en cada momento de la creación.
Más o menos eso, la obra consumada en cada momento es la biografía del artista.
Me gusta Félix de Azúa porque es un gran motivador, de él leí yo Lecturas compulsivas.
Después nos fuimos a la inauguración de Tipos Infames, enoteca-librería donde uno se puede dar a los placeres del gusto, paladear vinos y mirar libros.
Y la tentación, ¿qué?
Yo ya no robo nada, aunque un montón de libros a tu disposición produce en el ánima lo mismo que Georges Benson cantando, tocando su guitarra en el balanceo del swing más elegante: ganas de delinquir y apropiarse de lo ajeno.
Aunque, valga el pareado, yo ya soy bueno.
Me consuela saber que el día de mañana me dedicaré a atracar bancos. O eso, o la desidia de todos los días: el sudor y el trabajo.

Coda

En la Fundación Juan March  la exposición del pintor romántico Asher Brown Durand  provoca en el alma la maravilla, lo sublime. Es contemporáneo del inmenso Caspar David Friedrich, como podemos ver sus pinturas están hermanadas por esa melancólica, sobrecogedora belleza, por ese vértigo del que Carmen Martín Gaite hablara en sus novelas ante las pinturas de Friedrich.
Místicos, simbólicos, representando el vértigo de la soledad de la fragilidad humana ante el misterio inconmensurable de esas frondosidades. Senderos que van, ¿hacia dónde? De espaldas los caminantes, los contempladores; pequeñísimos, en búsqueda permanente de Verdad y de Belleza.
A Friedrich le dediqué algo en Libro de Arena y en este blog ilustré dos poemas con sus obras, y le debo en mi bitácora emperatriz un buen puñado de entradas, por ser él el artista que ha conseguido plasmar lo no visible: el alma.
Cierra tu ojo físico, con el fin de ver ante todo tu cuadro con el ojo del espíritu.[...] El pintor no debe pintar únicamente lo que ve ante él, sino lo que ve en él. Si no ve nada en él, que renuncie a pintar lo que ve fuera. (C.D. Friedrich)
Así pues, hoy dedicamos en la bitácora emperatriz un post al pintor Asher Brown Durand.


Der Abend, de C.D. Friedrich.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Machete

¡Bastante! o, más aún, demasiado.
William Blake


Últimamente estoy con antojo de publicar un post sobre el gran poeta romántico -místico, en realidad- inglés William Blake, a propósito de una frase suya que se cita en Desgracia, la novela que comentábamos el otro día de Coetzee. Pero va a ser que será otro día, Machete, machete en mano, se nos ha adelantado.
El pasado Domingo íbamos a ver La herencia Valdemar a la filmoteca, que está de sobredosis de cine español con esto de los premios Goya, cuando, calle Atocha hacia delante, pasando por la Plaza Jacinto Benavente junto a los Ideal me topé con el cartel de Machete. Y recordé el trailer. Y propuse el cambio. Y la sintaxis tan rara que me sale hoy tiene su razón de ser échenle la culpa al tío Vanguardias.
Pese a que el precio del cine comercial cuatriplica el precio del cine de arte y ensayo, y habida cuenta de que el cine comercial está lleno de palomiteros parlanchines y el cine de arte y ensayo está lleno de gente que va a ver cine de una manera crítica e inteligente e interactiva que es como se debe ver el cine según dicen los ecos -de Umberto Eco, claro- de la conciencia si no se quiere ser un integrado, pues elegimos Machete.
Gran película, Machete:




Machete es como el capítulo catorce del Ulises de Joyce, Los bueyes del sol: una escabechina.
Analicémoslo. Lo.
Mi mente enferma, al igual que la película Machete, está llena de mujeres desnudas, políticos corruptos, y otras dipsomanías. Al igual que en Machete Machete machete en mano acaba con todo eso que da gusto, en mi cabecita loca llega el tío Vanguardias vanguardia en prosa y acaba con mis escasas, demediadas, perturbadas neuronas, qué disgusto.
Ahora sí que sí, soy un letraherido.
Después del capítulo catorce he cumplido la mayoría de edad lectora. Ahora sí que puedo salir en la televisión y hablar con propiedad y sin vergüenza en el programa de Sánchez Dragó.
Ahora sí que sí, y sin complejos, escribiré lo que me salga de las orejas: cerumen.
Me ha tranquilizado leer en la extensa y muy amena introducción -comparado con el capítulo catorce, Azorín es ameno-, en el apartadillo en que se comenta el capítulocatorce, que ha sido el capítulo menos apreciado por la crítica.
Tiene sus cosas, ¿eh? Hay momentos brillantes, frases hermosas. Momentos. Frases. Pero el capítulo en sí, en general, es como ver a Machete interpretando a Salomé bailando para Herodes Antipas y tomándose él/ella el capricho de cortarle la cabeza al Bautista. Y todo con la excusa de sacarle jugo al lenguaje, experimentar, estudiar, analizar la evolución de la lengua. Robert Rodríquez hace lo mismo con su Ulises/Machete, pero con la sangre, a ver hasta dónde llega, y cómo evoluciona el chorro una vez que la cabeza del malo es ¡crash! desgajada.
Y, al igual que el Ulises de Joyce ha generado toneladas de bibliografía, Machete generará toneladas de remakes, parodias, epígonos.
Machete y sus epígonos, sería una buena tesis para el año dosmilcuarenta.
La película me ha gustado bastante.
De Robert Rodríquez recuerdo su parte de Abierto hasta el amanecer como una broma de mal gusto.
Es que yo soy más de Tarantino.
Llega Tarantino con sus cuarenta minutos de buen cine y luego llega el Rodríquez a sacarle vampiros y bestias infames e infumables esperpentos.
Salía por ahí la Salma Hayek, muy buenorra ella, meneando el palmito, creo recordar, sí, pero el capítulo catorce también tiene sus momentos brillantes.
Claro que si uno va a ver Machete tiene que saber que va a ver casquería y desparrame.
Pero la peli es honesta, no se toma en serio a sí misma, una parodia del cine que representa, un cómic salvaje que salta a la pantalla.
No es violencia extrema, es exageración de la violencia hasta minimizarla para hacer de ella algo risible. Como aquel disparo del Travolta en Pulp Fiction, en el buga que tan inteligentemente limpió de casquerías incrustadas Mr. Lobo, sin mover un dedo.
Violencia extrema, en el otro extremo, está Haneke, por ejemplo, que maneja el horror con contención, con un efecto mayor que este cine de la exageración.
La semana pasada soñé con aquella película de Haneke, Funny Games, en el sueño se metían en casa dos tipos angelicales, y yo, nada más verlos, llamaba a la policía, oigan, que se me han metido dos psicópatas como los de Funny Games en casa, todo esto por una paranoia que se me metió dentro, sin conocerles de nada.
Lo mismo me ha pasado con el capítulocatorce, horrorizado, paranoico hasta la última neurona, oigan, que se me ha metido el tío Vanguardias en casa, machete en mano, y me está dejando el cerebro para fregar platos, como un estropajo. Con salvauñas, eso sí.
Que es bueno guardar algo de agresividad mental, ¡uauggghhhh!

sábado, 9 de octubre de 2010

¿Qué necesidad tendré yo ...?

Y de repente, después de arrancaros la primera risa, los nervios se fueron corriendo y que me quedé yo sola en el escenario, os miré, y vuestra sonrisa me hizo fuerte. Segura. Y seca (la boca). Vamos, como si llevara una compresa Evax que me otorgara this power ;P.
Gabs

¡Oh, mon Petite-Sue! , ahora que miro el vídeo resulta que estuvimos media hora escuchándote, y no menos de un cuarto de hora, como tenía yo grabado en mi cabeza. La amenidad es para el humor lo que los garbanzos para el cocido: esencial., más que las mismas risas.
Aunque también son esenciales las risas, claro, ý esas que se escuchan de fondo, esas no, que no que no, que yo estuve allí sentado, esas no son enlatadas.
Como te dije despés, un buen monólogo scomo el tuyo se caracteriza por la identificación del público con el narrador, y viéndonos reflejados en esa realidad cotidiana caricaturizada que el humorista cuenta, salta la carcajada.
Y aquí me hallo yo intelectualizando el humor, ¿qué necesidad tendré yo de hacer teoría? 
Vayamos pues a los ejemplos en estas rarezas nuestras que nos ofreces.
En el gimnasio. No los piso, soy gimnasiumfóbico.
De tiendas. Tal como lo cuentas, y sí, las dependientas son así.
Despedidas de solteras. No quieras saber qué es lo que decimos los chicos cuando vemos un grupo de muchachitas en despedida de soltera con minipililas caucásicas en la coronilla.
Los treintaitrés: la edad de Cristo. Me siento un abuelo, ya que sobrepasé la edad, soy yo el que le dice a la peña lo de la edad de Cristo.
El merkadona.Yo también soy adicto a la marca Hacendado.
El feisbuk. A mí la gente también me pide que haga cosas raras en el feisbuk.
Compañías de teléfono. Quieren acabar con nosotros, ahí le has dado, es el momento genial del monólogo.


¿Qué necesidad tendré yo...? from Susana Sánchez Yagüe on Vimeo.



Conocí a mi querida amiga Gabs en  finiseculares años, aquellos en los que nos estábamos construyendo una educación sentimental. Bueno, yo aún sigo en ello, aunque era conocido como el Unamuno de la clase, por mi edad avanzada, sobre mí escribían los akabaos manifiestos del tipo:
-David era el que fregaba la cubierta de la carabela La Niña.
-David le metía mano a Sócrates mientras Platón tomaba apuntes para los famosos diálogos.
-David le daba collejas a Hitler en el colegio, por lo que Adolfo creció siendo un niño acomplejado y luego montó la que montó.
También me llamaban Ramón, por mi parecido físico-psicológico-literario con el autor de las greguerías.
Los akabaos éramos siete, y cada uno tenía una especialidad.
Uno de nosotros sentía pasión por el teatro, el Sábado anterior nos contaba que iba a hacerse un máster sobre el tema, eso está bien, no hay que abandonar las pasiones, no sea que la pasión nos abandone a nosotros y nos convirtamos en carne anónima para el trabajo y el consumo.
Otro estaba muy politizado, de éste sabemos poco, a mí me enseñaba las miserias de las entrañas del Rectorado, como un Virgilio joven y anarquista. Juntos gamberreábamos y hacíamos numeritos absurdos por los pasillos. Un día unos skin-heads quisieron gresca a las puertas de la universidad Carlos III con nosotros. Gracias a él descubrí a los Bad Religion, a ver cuando les dedico un post, son los reyes del punk melódico.
Luego al resto quien me haya leído en mis blogs ya saben, CiudadanoQuien, SumoSacerdote o Gargantúa, y Azarías, antibloguero pertinaz y el JuanBautista de la Literatura. Ciudadano y Gargantúa formában un tándem excepcional como blogueros: el uno es un caústico y excelente crítico cultural, de fina y rara inteligencia; el otro un poeta erudito y guasón, en nuevo y admirable cóctel. Tengo enlazado una bitácora que tuvo Ciudadano cuando se hacía llamar Comeclavos.
Susanamatopeya era la única chica, aunque bueno, yo también he sido siempre muy femenino. Ella se destacaba por dos facetas: pintaba muy bien, sobre todo mujeres desnudas, luego dejaba los apuntes a cualquiera y la gente decía: joer, no pude estudiar nada, veía mujeres desnudas por todas partes. Era el síndrome de San Antonio y sus tentaciones.
Además del buen narrar sobre el papel, en viva voz era genial para el relato anecdótico aderezado con perlas de su cosecha y sano cabreo; tenía la costumbre de monologarnos, hay poco o nada de artificio en el monólogo con que nos regaló el Sábado pasado en el teatro Residui, así es ella, naturalidad neta, magra.
Tenía por aquellos años el pelo abundante y rizado, antes de conocerla de nada, a veces se sentaba delante mía y con todo mi morro y sibilinamente solía jugar con sus ricitos, con la voz en off del profesor de turno aburriéndonos, o solazándonos, según.

Mujer tumbada, de Egon Schiele.
Su libro era Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, y empeñada en que lo leyéramos lo dejaba o regalaba. Yo le presté Los cuadernos de Don Rigoberto, del recién celebrado Mario Vargas Llosa. En Los Cuadernos de Don Rigoberto se relataba el amor de Rigoberto y de Fonchito por la pintura erótica, y se centraba este interés en la figura de Egon Schiele, y yo sabía que por eso este libro podía gustarle.
Personalmente, y ella lo recuerdará, me provocaba gran ternura aquel abrigo azul que llevaba los días de invierno, un abrigo para el que no existía la palabra jubilación, abrigo fiel desde los tiempos de la EGB.
Por eso ahora, cuando la oímos en su monólogo hablar sobre los zapatos y lo que nos cuesta y la pena que nos da el deshacernos de ellos, inevitable es este recuerdo. A mí me sucede lo mismo, difícil es que unos zapatos me gusten, pero cuando doy con ellos les doy el uso fiel, o mejor dicho leal, ya se pueden estar resquebrajando y llenándoseme de lluvia que no los tiro ni a tiros.

viernes, 8 de octubre de 2010

¡Oh, escribidor!


Según ha dicho Mario Vargas Llosa,  la noticia de la llegada del deseado le vino en la cama, releyendo El Reino de Este Mundo, de Alejo Carpentier. Ha dicho también que no lo esperaba, que llevaba años sin darle importancia: los suecos ya se habrían olvidado de él.
Ya están en el Parnaso del reconocimiento las dos cabezas del Boom. Bien diferenciadas, dos literaturas y dos maneras de entender la Literatura distintas, hasta divergentes.
Los dos eran amigos y se celebraban las obras, Mario Vargas Llosa llegó a la generosidad de dedicar toda una obra a Gabo, Gabriel García Márquez: historia de un Deicidio.
Luego llegó la política, que lo jode todo, todo lo que toca es mierda, aún más entre amigos. Llegó lo que tuviera que llegar, pasar, la vida misma, algún melentendido o traición, en cosas de las mujeres del otro el amigo no de ha meterse. Ya hice un post hace tiempo sobre estos cotilleos.
Lo que aquí importa son las obras.
Gabriel García Márquez es el creador absoluto, el genio que ímaginó un universo y una manera de entender lo cotidiano, todo ello en la Literatura: el llamado realismo mágico.
Mario Vargas Llosa tiene otros registros, y en todos se mueve bien, con excelencia literaria. Lo mismo una novela policiaca que una novela erótica. Pero no nos quedemos ahí: impulsó la renovación de la Literatura, exploró nuevos caminos, acertando. Quien lea Conversación en la Catedral entrará en el juego que supone la lectura, cuando un autor pone a tu disposición un puzzle que estimulará tu inteligencia. Por no hablar por las desencantadas críticas, realistas retratos, azote del poderoso. Se me vienen a la imaginación fragmentos, y esa sensación de ser partícipe de la construcción de la novela: el autor te necesita a tí para la novela, con este tipo de novelas más que con otras. El realismo de Vargas Llosa no consiste en escribir las cosas tal como son para llegar a la realidad, él acierta más escribiendo la realidad de otra manera, con imaginativas técnicas.
En el mundo hay dos tipos de artistas: los genios técnicos como Velázquez, los genios artísticos como Goya.
Vargas Llosa es un Velázquez contemporáneo y en literatura. Si hay que pintar el aire, se pinta, si hay que describir una entelequia como la codicia, se describe.
Están los que hacen literaturas bellas, mágicas, únicas. Cien Años de Soledad, por ejemplo.
Están los que construyen objetos literarios como si fuesen catedrales, monumentos. Innovan y ya se ha avanzado un paso más.

Según he leído ayer y hoy, Cien Años de Soledad envejece peor que Conversación en la Catedral, que el realismo mágico envejece y que las técnicas que crearon autores como Vargas Llosa aún se mantienen lozanas.
Bueno... Yo me incluyo en un realismo mágico de Aluche y en lo mágico cotidiano cortaciano. Aunque vivía ahí antes de leerles. Como una misma sangre. Eso según quien lo mire y quien lo ejercite. Cortázar y García Márquez son como padres literarios.
Pero aquella innovación radical de los vargasllosa me enseñó a escribir mejor, a ser más juguetón y más libre, a contar la realidad y a criticarla de manera nueva. Mario Vargas Llosa es como un maestro, el mejor de todos. Se podía hacer formalmente: todo, pasado y presente, en cualquier lugar, aquí y ahora. Romper la realidad y presentarla rota para que el lector lo arregle. Porque está visto que nada se puede dejar en manos de los políticos.
Menos mal que Mario Vargas Llosa perdió aquellas elecciónes en Perú -podría haber caído en la tentación de ser uno de sus personajes, y eso nunca- y se centró en la escritura, ¡oh, escribidor!
Lo maravilloso es que me quedan tantos libros que leer de usted ...

martes, 5 de octubre de 2010

Desgracia, de J.M. Coetzee

Ante tanta ignorancia, me alegro de haberme llevado a casa, como pesca única del día, Mecanismos internos, los ensayos literarios de J. M. Coetzee. El autor de Desgracia y de Diario de un mal año es un escritor completo. Gran narrador y gran intelectual al mismo tiempo. Es un contador de historias duras, narradas con una prosa que ha bebido directamente de Beckett y es de una belleza sobria, acerada, implacable con la verdad de la ficción.
Coetzee demuestra en todos sus libros que no están en absoluto reñidas las actividades de narrador e intelectual. Desgracia, sin ir más lejos, es una de las obras maestras de la narrativa del siglo pasado. Pero como ensayista, intelectual, teórico, no anda a la zaga y está a la misma altura del narrador. De hecho, en Coetzee ambas actividades, narrador e intelectual, están perfectamente imbricadas -creo que es lo idóneo en un narrador, independientemente de los resultados-, hasta el punto de que ha logrado lo que, por estas latitudes puede parecer hasta imposible: en su novela Elizabeth Costello sobrepasa los límites de la ficción pura. Es un escritor tan completo que Mario Vargas Llosa ha llegado a decir de él que es uno de los mejores novelistas vivos "y no digo el mejor porque, para hacer una afirmación semejante, habría que haberlos leído a todos".
Enrique Vila-Matas. El narrador idóneo.
Para leer el artículo completo pinche aquí.

Poco más puedo decir de esta obra de John Maxwell Coetzee, aquí en Manicomio hacemos mucho caso de lo que dicen don Enrique Vila-Matas y don Mario Vargas Llosa, que Dios nos los guarde mucho tiempo, y que los suecos dejen su fama de sordos y hagan algo por magnificar el índice de nobeles con estos autores en castellano.
Coetzee se lo merecía, y tanto.
También se lo mereció en su momento Echegaray, aunque hoy nadie habla de ese señor, es como si nos diera vergüenza ajena mencionar a este señor dramaturgo. Yo voy por las calles de Aluche y pregunto a Diestro y a Siniestro.
-¿Qué hay de Echegaray, mozo?
-Yo a ese no le conozco de nada -se gira a la izquierda Diestro para evitar preguntas tan tarambanas.
-¿Qué opina de Echegaray, pollo?
-Yo por debajo de Benavente no leo nada -se cubre el rostro abochornado Siniestro.
Pero parece que el nombre de Coetzee viene a dignificar el premio más goloso: más que honrar a un autor, el Nóbel de Literatura es honrado por los autores. Lo digo yo que soy Kafka reencarnado llegado del hades para que se haga justicia. Lo digo yo que en estos tiempos tengo a Joyce como escritor de cabecera. Lo digo yo que tengo una visión borgiana de las cosas y de las abstracciones.
Fue leer el primer capítulo de Desgracia y decir: esto es muy bueno. Esa manera de narrar, sin ser igual, tenía un aire de familia a la manera de narrar de Milan Kundera. Ni que decir tiene que la lectura en su día de Kundera supuso para mí toda una lección magistral.
Narración intelectual que ilumina ciertas alcobas obscuras del alma.
Una amena manera de reflexionar mientras se narra.
Acabo de descubrir a un autor que engrosará el altar de mi santuario literario.
Santos Julio Cortázar y Juan de la Cruz, Mártires Antonio Machado y Federico García Lorca, apóstoles Enrique Vila-Matas y Francisco Umbral ...
Y así.
Más que lo que se cuenta, que sí, que vale, está la manera en que se cuenta, de qué manera el autor ilumina u oscurece, distorsiona o perfila.
La manera de narrar es intencionada, claro es que yo valoro a los que dibujan y pintan antes que a los que se limitan a fotografiar.
La historia de Desgracia la podéis consultar en google, que seguro que hay cientos de reseñas que resumen y cuentan.
Hay algo que toca la excelencia en esta novela, otros lo llamarán perfección, yo no creo en algo tan objetivo como la perfección.
Este personaje, Tocayo Lurie, es un artista que se dedica a la enseñanza. Estudia a Byron para crear una ópera de las hazañas amorosas del lord en Italia. Supera los cincuenta, y vive desesperado porque siente aún deseos y ya no se encuentra atractivo.
Se lia con una alumna, y todo su mundo bien amueblado se descoloca.
Se encadenan una serie de desgracias, desde entonces, desde el punto en que se exilia voluntariamente por un orgullo que no le deja ceder, no busca redención ni perdón, busca proteger su identidad, su visión del mundo.
Pero suceden cosas en la hacienda donde su hija vive, donde él se ha ido a vivir, una desgracia, en el contexto sociocultural de la Sudáfrica recién salida del apartheid.
La hija es parecida al padre, igual de orgullosa, no cede después de la tragedia que trastorna su vida, los dos son seres que se han forjado un mundo dentro del mundo y del que por nada quieren salir, aunque se hundan con él, una vez que ha sido cuestionado -en el caso del padre- o pisoteado -en el caso de la hija-.
Pero esa cabezonería da un sentido a esas vidas, y nadie debería reprochárselo. Hay enfrentamientos frecuentes entre padre e hija, debido a esto, ella debería huír después del día aciago, su actitud es suicida casi, la desgracia puede repetirse. Pero ella no comprende cómo no pueden entender su decisión de seguir allí, irse sería ceder y decir que los que asaltaron su casa y su vida se han salido con la suya.
Pasan los días, entonces, lo mejor que pueden. Aunque él sabe que su obra ni siquiera será estrenada, vive para ella, y eso le da un sentido.
Con ironía pero sin burla Coetzee retrata estos días del último capítulo, a este hombre ensoñando y trabajando su ópera sobre Byron.
Sí, la ironía es un tono sin burla aquí, parte del estilo de Coetzee.
Cuando retomaba la lectura del libro me extrañaba de que no estuviera escrito en primera persona, pues da esa sensación, ya que la narración no se aparta un momento de la visión y pensamiento de David Lurie. No es un narrador omnisciente que asalte la intimidad de cada personaje, si no un narrador que sólo sabe de los pasos y opiniones de David, con una ironía afín al personaje, como su sombra.
He encontrado en la página PelículasYonquis la película basada en esta obra. Ya he visto la mitad, y pese a las carencias del cine veo que es una versión fiel a la obra, a lo que hay que añadir la acertada elección de John Malkovich como protagonista. John Malkovich, ya lo dije en este blog en otro post -no recuerdo cual- es un actor literario, uno de mis preferidos. Ya sea como Ripley o como Valmont, traslada del papel a la pantalla las prosas más elegantes con su elegancia innata.



Coda

Dice el profesor David Lurie en una clase sobre el poeta romántico Wordsworth:
Ahora bien, nadie puede llevar una vida cotidiana en el reino de las ideas puras, protegido de toda experiencia sensorial. La cuestión, así pues, no estriba en cómo podríamos mantener la pureza de la imaginación, cómo protegerla de las agresiones de la realidad. No, la cuestión ha de ser esta: ¿podemos hallar una forma de que ambas coexistan?
En ese capítulo de Desgracia, el profesor Lurie, neoplatónico al igual que yo, explica cómo es posible ese equilibrio de la idea con la realidad -que puede hacer trizas la idea-, y cómo puede el poeta a avivarla, agitarla, encenderla, si la idea preconcebida ha sido debidamente formada.
Hoy me he dado un homenaje. Me he comprado ropa nueva y me preparado un suculento banquete. Una celebración personal en honor a San Juan Palomo -yo me lo guiso, yo me lo como-.
(Buscando en la sección de vinos me he encontrado con una botella de vino de Navarra: Príncipe de la Paz. He escogido un crianza. He comprado una dorada -dudé entre la lubina y la dorada-, que he limpiado y he partido en dos, sin desespinar, para hacerla a la plancha. Dudé con el pan, hasta que una hogacita de pan negro, de centeno, me reclamó como desde otros tiempos. He comprado también unos hojaldres rellenos de chocolate, como colofón, para el último trago del vaso.
Como decía el maestro gourmet Pepe Carvalho, ante el fastidio de comer solo, comer bien y abundante.)
Decía: hoy me he dado un homenaje.
Hace siete años, en el Verano-Otoño del año 2003, cerré un capítulo en mi vida y comencé otro. Puse en mi calendario personal el 1 de Octubre como día de la Liberación.
Tiene que ver con esa idea que quería yo para mí, de lo que debía ser mi mundo para poder vivir en el mundo. Hubo como una catarsis, y todo yo nadó en adrenalinas de tinta, todo mi pie metafísico desterró lejos el fantasma de la desolación, mandándolo a tomar por el c.
Y aunque los ejércitos de la desolación vienen a mí cada día, cabalgo sobre yegua gallarda hacia mis dominios, para proteger lo único que me mantiene vivo, el licor de estos veneros -mis fecundos, tristes, tristes veneros- que riegan este jardín caótico en el que vivo, pero es que este es mi jardín, no tengo otro. Sobre yegua galana troto, galopo si es preciso, hacia la reconquista del reino que me fue arrebatado.