Hoy, además, ha sido Jueves y Otoño, pese a tanto Invierno.
No he podido evitar acordarme de aquel poema de César Vallejo.
Y este otro poema, con el que me siento tan identificado últimamente, mi escritura como en el cuento de Andersen, palabras sirenas que por enamoradas se vuelven de espuma.
INTENSIDAD Y ALTURA
Quiero escribir, pero me sale espuma,
Quiero decir muchísimo y me atollo;
No hay cifra hablada que no sea suma,
No hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma;
Quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
Carne de llanto, fruta de gemido,
Nuestra alma melancólica en conserva.
Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a beber lo ya bebido,
Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.
Los últimos versos recuerdan ligéramente al Poe más tétrico, al igual que este poema, como si fuese un pariente peruano del Annabel Lee, poema musicado acertadamente por Santiago Auserón .
Pero será mejor acompañar el pema de Vallejo con la adaptación de uno de los hombres que mejor entendió a los poetas clásicos -sigo en mis trece con mi tesis: la poesía ha de ser cantada-.
EL POETA A SU AMADA
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
Es uno de los poetas más grandes, una cima. A mí me gusta compararle, en España, con Miguel Hernández, poetas del pueblo y para el pueblo. Sólo sus voces poéticas, y no su pose, fueron síntoma de su grandeza. Ambos con una facilidad envidiable en conquistar a la musa. Y un dolor existencial -en verso y en vida- nada envidiable.
Son esas casualidades trágicas, este poema suyo, quizá el más célebre, fue profético.
César Vallejo, nacido un 16 de Marzo en Perú, murió en París, no en Otoño, si no en Primavera, pero según dice la leyenda sí llovía.
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
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