jueves, 18 de diciembre de 2008

Manón



En más de una novela he leído de qué manera los personajes, cuando no tienen nada que hacer, se meten en algún cine a ver cualquier película. La que le echen.
Yo nunca haría eso, un mínimo nivel de exigencia, vamos a ver, la vida ya es la caja de bombones de Forrest Gump, nunca sabes qué te vas a encontrar, si el bombón amargo o el que sabe a hiel.
Lo que sí he hecho alguna vez es ir con un par de pelis en la mollera y no decidirme hasta estar en la taquilla.
Ayer, sin embargo, me ví en la filmoteca frente a una película que no tenía yo entre mis elecciones, ¿dónde sale aquí Buster Keaton? Me pregunté en los primeros minutos.
Después de comer opíparamente en casa de una tía mía que está enferma, y de escuchar historias familiares de la postguerra con interés y sorpresa, cogí el metro hacia el centro. Iba con tiempo, y no había tomado yo de mi droga, así que me pasé por el Starbucks Café de Arenal y pedí uno de los míos. Hubiera preferido sentarme allí un ratillo mientras seguía leyendo artículos literarios -a la mañana descubrí a un poeta, un tal Juan Eduardo Cirlot, al que a buen seguro buscaré en las polvorientas librerías y en las deshabitadas bibliotecas, al que encotraré, y al que amaré, ya que sus versos me parecieron maravillosos:

Este sonido triste que solloza
es mi espada románica que piensa.
Mi corazón oscuro la acompaña.
...
Yo soy un ser humano a pesar mío.
El espacio plateado de mi espíritu
penetra en el espacio gris del mundo.
¿Hasta cuándo?


Ven a verme llorar,
no lloro con los ojos ni con el pensamiento;
lloro con las entrañas, con los dedos quemados,
con la frente rajada por cuchillos
y con la llaga en llamas que yo todo soy.
Desciende del palacio, ven
a verme llorar.


Triste, mi corazón, como los ángeles
que sólo son cenizas estelares,
polvo de las galaxias más oscuras,
consunciones de cánticos ausentes.

Mis manos me acompañan hasta el bosque
donde un instante estuvo tu fulgor
de pronto recobrado por los ávidos
poderes de la nada y de lo nunca.

Me caigo en torno mío y me deshago
en un montón de letras en que apenas
tu nombre de amatistas y de muérdago,
Bronwyn, no se desgasta con el tiempo.


El mar entre las manos de las nubes.
El mar entre las nubes de las hierbas.
El mar entre las hierbas de tu cuerpo.


Lo que decía, que café en vaso de papel en mano decido marchar, eso está lleno de familias de ingleses con niños gritones.
Sorbito a sorbito, me pongo tibio, me mancho de café primero la manga del abrigo y luego los pantalones. Como aquellas obras completas de Lorca en Aguilar que descansa -hasta que llego yo y lo abro, menos a menudo de lo que debiera- en casa de mis padres, sus páginas tintas de un café con leche antíguo, que quizá tomaba mi madre y que yo, infante aún, vertí sobre sus páginas.
(Desde entonces cae sobre mí la maldición de la mancha del café sobre la literatura, no puedeo escribir sin cafeína, no puedo tomarlo sin sentirme página, ¡ay!)
Mi intención era ver un corto y un largo de Buster Keaton, del que están dando un ciclo en la filmoteca. Casualidades, antes de saberlo yo ya le había dedicado un post a este hombre que nunca sonreía.
Lo primero es que se les chafa la cinta, o se les quema, o qué sé yo, que al medio minuto se corta la emisión y encienden las luces.
Sin título y sin nada que me diga que es lo que voy a ver, dan cuenta en pantalla del listado de intérpretes, y no encuentro a Buster en palabra alguna.
Luego meten a una veintena de judíos en un barco, que cantan una hermosa oración una vez asentados.
Luego encuentran a una parejita de polizontes bien guapa, ella es Manon Lescaut, él es su novio y salvador.
¿Dónde estás, Keaton? Seguro que se confundieron de cinta.
Pero nones, el que se confundió fui yo, que lo del hombre esfinge fue ayer, joder, que lo de hoy es una peli francesa del 48, una adaptación de la novela del Abate Prevost Manon Lescaut.
Una trágica historia de amor, que me rocordó el polvo serán, mas polvo enamorado Quevediano.
Como trágica es la paralela historia de aquellos que llegados a su tierra prometida, antes de pisarla, son masacrados.
El paraíso queda muy lejos de aquí, le dice él a ella antes de que ella le ofrezca su último suspiro, y él arrastrará su cuerpo, enloquecido por todas las palbras que escuchó, le habla su amada muerta y le hablan los cactus, el sol, el polvo del desierto.
Entré al cine para reír y me quedé para llorar, es una célebre historia que tiene óperas de Puccini y de Massenet:

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