martes, 31 de agosto de 2010

La familia Savages



Este Viernes pasado me perdí el partido en el que mi atlético rubricó su actual estatus como mejor equipo europeo. Estuve en la filmoteca, con el miembro menos futbolero del Antideportivo de Akabafis, que con su sensatez habitual, al finalizar la peli, me estuvo deconstruyendo el gusto por el fútbol del hombre masa. Yo le llevé la contraria, claro, un hombre ha de tener pasiones insensatas, incongruentes manías, costumbres incoherentes, absurdas perversiones. Son la sal de la vida, y si uno no le llama cabrónmaricojonetajiliputariano al árbitro, ¿a quién se lo llama, al jefe? El pegar berridos en el campo o frente al televisor es una válvula de escape tan válida como la de sudar haciendo footing. Y se suda menos. Y el corazón se agita igual. Y uno se queda, finalizado el acto deportivo, suave como la seda.
Aunque en los últimos tiempos el fútbol se está intelectualizando, artistas e idealistas escritores de todos los bandos van tomando posturas, escriben cuentos y hacen selecciones y los publican, que si Serrat con el Barça, que si el joven Marías con el Real Madrid, Sabina con el Atlético... Dime quien te canta y te diré quien eres, la diferencia entre el Atlético y el Real Madrid es que a uno le canta Sabina y a otro Plácido Domingo, y yo me estremezco más con la voz cascada de Joaquín que con el virtuosismo de un tenor, al igual que no cambio el Love Street de los Doors por cien arias de ópera. Pero bueno, no mezclemos los churros de San Ginés con las Meninas de Velázquez.
Que aquí hemos venido a hablar de cine, de actores, que esta es una bitácora de alta cultura. O sea. Que por algo aquí el menda se está leyendo el Ulises, aunque tarde cuatro años, dos meses y tres semanas. Lo que cuenta al final es lo que se farda y lo que mola uno leyendo un libro, cuanto más prestigioso más guay.
Este Viernes la gente en la filmoteca molaba mazo, lo bueno de los cines Doré es que uno puede ir solo, vestido hecho un guiñapo, y con vetustos libros bajo el brazo. Allí los más raros son los que van en pareja, en grupo, perfumados. Observé que pese a ser la sesión de las diez había mucho solitario, y que todo solitario se encontraba menos solo con un libro. Delante de mí había un hippie con el suyo, y puede ver el atractivo de sus páginas, capítulos cortos con título, como aquellos libros de nuestra juventud, en los que Julio Verne, por ejemplo, te resumía en cada entrada lo que venía a continuación, como en Cinco semanas en globo.
Con La familia Savages queda inaugurado el año en curso, el Otoño es la estación de ir al cine, hay que ir preparándose, este verano me he estado perdiendo más de una joya, a buen seguro.
Caerán las hojas caducas como secuencias de una película ante tus ojos, te olvidarás del mundo y de tí, por hora y media. Mientras que la gente, allá fuera, seguirá engordando o haciendo la dieta del amargo pepino, estresándose, matando, dirigiendo una empresa, corrigiendo un informe, ¿por qué corres, Forrest Gump? El síndrome de Forrest Gump, ese es el signo de estos tiempos, correr para nada.
Con La familia Savages, decía, queda inaugurada la nueva temporada:



Es una película soberbia por su fidelidad de fondo a la realidad.
Podríamos decir que es tragicómica, por la sazón del humor negro y sucio. Tiene sus golpes.
Es, en su trasfondo, desoladora, el gusto que deja es amargo. Los golpes de desolación son aún mayores.
Está el padre, que queda a disposición de los hijos. La hija quiere llevarle a una residencia de pago, el hijo a un asilo estatal. El padre no debió portarse muy bien con sus retoños.
Si hubiera sido una película convencional al uso, habría habido abrazos y perdones, recuerdos y lágrimas. Pero nones, Nines, aquí se restriegan los trapos sucios y predominan las risas, aunque al final uno se pregunta de qué se está riendo, si al padre se le acaban de caer los pantalones en el avión y está enseñando los pañales a todos los pasajeros.
La hija es la cariñosa, la soñadora, escapa de la realidad, que es en mi opinión la mejor manera de enfrentarse a ella, porque la realidad siempre es más fuerte que uno y sólo escurriendo el bulto, o girando desprevenidamente, uno puede salir airoso. La chica, digo, es la más pragmática, al fin y al cabo.
El hijo, pese a todo, llora a escondidas en el cuarto de baño. Es doctor en filosofía, está especializado en teatro crítico, y está escribiendo un libro sobre Bertlolt Brecht. Se las da de realista, y sufre en silencio sus realidades, pues estas son como las hemorroides. A todo aplica el método marxista y crítico, no puede escapar a su realidad de intelectual que todo los aprendió de los libros, cuando realidades hay miríadas, no es la misma realidad la de Paquirrín o Falete que la un minero chileno o un militar español en Afganistán. Ninguno de ellos, ni de nosotros, ve más allá de su palmo de narices. Tampoco está permitido ver más allá, si escapas de tu burbuja de fantasía te encuentras sólo como este tipo interpretado por Philip Seymour Hoffman, cuando intentas hacer comprender a los demás esa realidad que crees universal pero es tu realidad, tan sólo, terminas llorando en el cuarto de baño.

¡Oh, Philip Seymour Hoffman! ¿No es él el mejor actor de estos días?
Lo mismo encarna a Truman Capote en Capote que a un miserable en Antes de que el diablo sepa que has muerto. Suponemos que el buen actor es el que interpreta cualquier papel, y que todo aquel personaje que da vida es creíble. Se oculta en el personaje, para darle vida, no hace de sí mismo. Es el actor camaleón. Claro que hay actores buenos que hacen de sí mismos, pero son de otra raza. No son actores, son artistas de sí mismos. Pasa como con los escritores, están los que te escriben de cualquier tema y lo hacen bien, ocultándose tras la voz del narrador, haciendo malabarismos con la realidad que intentan expresar, como por ejemplo Vargas-Llosa; y luego están los que como Francisco Umbral siempre hacen el mismo papel, él mismo, así como Bogart, o Woody Allen, por hablar de dos actores muy diferentes pero de la misma raza.
Philip Bosco interpretando al anciano padre que escribe con su mierda "capullo" en el espejo, el que hace reír al público con sus salidas de tono, también está enorme, aborrecible y tierno según el momento, un ser de contrastes.
Y, la atractiva Laura Linney, también está creíble como buena hija. Al salir del cine yo decía: ¿de qué me suena a mí esa actriz?
Hacía de mala pécora en La casa de la alegría, lo comprobé al llegar a casa buscando su nombre.

Coda

De las que he visto, La casa de la alegría es una de las películas que más me han emocionado. Basada en la excelente novela de Edith Wharton, tiene como banda sonora original el bellísimo adagio de Marcello. Y sí, lo prefiero al Love Street de los Doors, aunque no hay que mezclar las churras con las merinas.

sábado, 28 de agosto de 2010

Umbraliana (VI) Recordando al maestro tres años después.


... toda la cultura es un ejercicio circense en el sentido de que se obtiene domesticando a una fiera, educando a una bestia, humanizando a un mono.
Francisco Umbral. Mortal y Rosa.

Desde hace tres años comprar El Mundo no es lo mismo, no tiene tanto interés, las noticias quedaron sin aquel postre especial de la casa, que era por lo que íbamos allí a comer el menú, nunca a la carta, porque un periódico no te da las noticias que tú quieres, si no las que ellos quieren. Sin embargo, el postre no defraudaba.
Sucede en El País con el Forges, o en el ABC con Mingote. Yo es lo primero que busco en estos diarios, ese aperitivo, y en El Mundo comenzaba por la última página, me tomaba como aperitivo el postre, quizá para digerir mejor la dieta atroz del culebrón de todos los días: el mundo con su devenir, o con su huída caótica a ningún sitio.
Se aprendió de este maestro la libertad de escribir sobre cualquier cosa, filtrada con el cristal translúcido de nuestros ojos.
Se aprendió a no depender de una trama, si no de lo que la frase en sí solicitaba en ese momento.
Se aprendió a traer a este presente el pasado dignificado por la Literatura, era ese misticismo del que hablaron algunos en Umbral, con las herramientas líricas del modernismo y sus símbolos y metáforas, con el material posmoderno del ahora. A veces los temas eran tonterías: el perfil de una duquesa -pero es que Umbral bebió de Rilke- o el traje de un político, la semidesnudez de unas yogurinas en un club de campo o la aristocracia de un gato, el recuerdo de un poeta amigo o la puñalada a un novelista susceptible... Importaba, más que el tema del día, el hallazgo estilístico en esa nadería, para hacer de esa nada un algo hermoso, soberbio, digno, esperpéntico, feo, aborrecible, hacer de cada cosa o cada cual un objeto literario.
Así en sus novelas y libros de memorias igual, al hablar de su pelo o sus erecciones, por ejemplo.
Este viernes pasado, no ayer, si no el de la semana anterior, decidí releer Mortal y Rosa, pero más que como libro de cabecera, como compañero de viaje. Llevarlo siempre conmigo en estos bolsos de hombres llamados mariconeras o mariconas, que sólo dan para guardar cajetillas de tabaco, paquetes de clinex, un par de lapiceros cortesía del ikea, alguna goma de mascar -o sea- y alguna estampita de santo o virgen. La cartera, eso sí, y algún libro de bolsillo, para metro, autobús, tren, colas y esperas.
Yo de las mujeres, más que los tacones, siempre envidié el bolsito. No me imagino a mí mismo con tacones, mucho menos con bolsito. Menos aún con riñonera, que uno es proletario pero tiene su clase. Así que desde hace unos años los hombres podemos disfrutar de unos bolsos varoniles y más o menos horteras, para meter ahí el cadáver de un sueño o la chistera invisible de un ilusionista. O ropitas de interior perdidas en desliz en duelos de dos sueños con chistera.
Mortal y Rosa es un libro para el asombro, en cada página está la duda de qué no se subraya. Metáforas, greguerías entrelazadas para páginas de hoja de otoño dorada pero no caduca, aunque la caducidad mortal y rosa sea el tema.
Una tremenda elegía, un portazo a la vida, un cementerio de verdades. Las verdades, esas imposiciones pactadas, dejan de existir y de tener sentido cuando el hijo muere.
Este libro, como la obra de Francisco Umbral en general, es una lección permanente, y aunque el olvido parece que va haciendo sombra sobre la figura del maestro, como anocheciéndolo, desde aquí, rincón oculto, furibundo y demadiado, haremos siempre voto de fidelidad al mejor escritor del siglo XX en castellano.
Uno tuvo la suerte de no conocerlo, por lo que tan sólo puede acercarse a sus obras, y estas son inmensas. Digo la suerte porque según dicen las viperinas crónicas iba dando collejas a diestro y siniestro, cosa divertida desde el cuarto del escritorzuelo anónimo sin gloria y por eso sin pena, pues sólo la gloria mantiene la batalla por la supervivencia en esto de la literatura, se hacen pupa y eso duele. El resto, los anónimos, nos quedamos mirando, espectadores de un juego tan absurdo y a veces tan entretenido y emocionante como un partido de fútbol.
Así que periódicamente, como hacemos desde hace más de un año, publicaremos en este manicomio una umbraliana, porque este manicomio también es un circo donde cada tarde intentamos domar esta bestia hambrienta que Nos somos, intentamos edificar con edificantes lecturas este descampado de palacio en ruinas que Nos somos, donde intentamos limpiar y adecentar y sembrar y florear este jardín que Nos somos.
A esta edad y aún forjándonos una educación sentimental, porque el invierno es largo y nosotros somos tan jóvenes ...

martes, 24 de agosto de 2010

Aviso para navegantes (I)




Si antes de Noviembre -noviembre para los gachupines- soy internado en un sanatorio mental, padezco de esquizoide trastorno, padezco un orate -no podía resistir evitar el chistecito-, si acaso camisas de fuerza, terapias de electrochoques Jack Nicholson robin hood entre los internos, indio enorme jugando al baloncesto, desvigado y muerto por la rotenmeyerpsiquiatraysusmanías, si acaso, digo, no llego cuerdo y cuerda de locos cien locos manicomio me delata, digo, la culpa se la echan al tío vanguardias.
Hace tres años, por cierto, un algo más: tres años y dos meses, mes y medio; fui edificado con la edificante prosa de Martin Amis en su magna obra La Información con sus luminosidades varias.
En ella un envidioso novelista alcohólico y fumador empedernido crítico de mediocres novelas históricas en histriónica parábola sobre la envidia y el rencor de los escritores cuenta de qué manera este señor escribe un novelón y resulta que aquel que lo lee sufre trastornos depresión fuertes jaquecas problemas cariovasculares.
A mí el tío vanguardias me acelera la respiración, taquicardias, ceguera -decían los curas que cuando te la tocabas te quedabas ciego lo mismo sucede con elulisesdejoyce, que es pecado-.


Dicen que dijo, Joyce, que no quedó satisfecho del capítulo once llamado de las sirenas. Tardó cinco meses en crear tal desaguisado. Bravo por Joyce.
A quince páginas de finiquitar la lectura del capítulo once digo que ya no seré el que era. La literatura ya no será lo mismo.
Dicen que este capítulo es como frontera, que muchos lectores dicen: de ahí no pasa, de ahí no paso, esto es una tomadura de pelo.
A mí me ha tomado el tío vanguardias el pelo desde el magnífico primer capítulo, y estas sirenas no me parecen ni más complicadas ni más bravuconas que los anteriores. Más de lo mismo, vanguardia, abstracción, cubismo literario, diarreas mentales cacas en vasijas para expositores de museos.
-¡El rey va desnudo! -dicen el niño el loco el borracho.
Viva el rey.
Viva Joyce.
Viva yo que también juego y voy desnudo y soy príncipealarecherchedukingdomlost.
No es difícil jugar, difícil es crear Crimen y Castigo, La Regenta, LaCríticadelaRazónPura. El Ulises es literatura-juego, ¿quieres jubar conmigo? ¡NO QUIERO JUEGAR CONTIGO, eres un pelma! Juego de niños el ulisesdeltiovanguardias. El retrato del Artista Adolescente si que fue buena novela, esto no es una novela, esto es un camino lleno de abrojos, ¿novela para escritores? ¿Qué es lo que leen el joven Marías y MarioGuardaelVaso y MartinAmis cuando se sientan en su trono a liberarse de rencores y envidias intestinales? Prospectos de ibuprofeno, el pronto, el marca, el niuyorktimes, marcialafuentestefanía, la tellado, sorjuanainesdelacruz, sagamilenium memorias de casanova agathamaigretsirarthurconanelbarbaro el ulises de joyce.
Luego la gente lo lee y no se aclara, y los manuales de tusón y lázarocarreter le enciman encima. Padre de todas las vanguardias literarias, un juego de niños, dicen algunos que Dios es un niño, otros dicen que Joyce es Dios, etcétera.
Para entender esta obra hacen falta varias lecturas, dos lecturas, tres relecturas, cuatro internamientos por locura.
Alguien voló sobre el nido del cuco, el indio siempre callado y jacknicholson revolucionó el manicomio dando su vida cuerda cristianamente por todos los locos.



Al igual que el tío vanguardias dio la vida por todos los literatos, niñodiós juebando y enpelotas.
-Es la mejor obra del siglo XX, dice un tío erudiciones eructando el gazpacho le repite.
-Es una obra para escritores, no la puede leer cualquiera, no es un best-seller, dice un tío engolado con título doctorando y birrete que se le desliza por la grasienta coronilla.
-Reúne lo escrito hasta entonces y adelanta lo que vendrá, proféticamente, dice un profeta vestido de sport cocacola zero ya no fuma ya no come chicha vegano vegetariano.
Denme un tinto de verano.
-¡El rey va desnudo!, dice un niño señalando admirado, no irrespetuoso, no despectivo, admirado, admirando la valentía del rey por ir desnudo.
Viva el rey.
Viva Joyce.

Martín Amis, junto a papá y mamá, papá Kingsley Amis de los jóvenes airados no tan joven.

Aquí un tío vanguardias petrificado después de haber leído la obra de Joyce, el TÍO VANGUARDIAS con mayúsculas.

Amenazo con otro avisoparanavegantes próximamente.
He dicho.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Elogio de la madrastra, de don Mario Vargas Llosa

Elogio de la Madrastra, del próximo nobel de literatura en lengua castellana don Mario Vargas Llosa, o eso o esto de la Literatura es un sinsentido sin juicio ni beneficio.



Este segundo movimiento de la séptima de Beethoven siempre me ha resultado erótico. Me sugiere una tórrida escena de amor, en un salón en penumbra tan sólo iluminado por el fuego del hogar, los amantes sobre una piel de oso. Tendré que consultar con un psicólogo la razón de tal evocación. O mejor me gasto los presuntos sesenta euros de la sesión en golosinas que despierten amor.


Porque la felicidad era temporal, individual, excepcionalmente dual, rarísima vez tripartita y nunca colectiva, municipal. Ella estaba escondida, perla en su concha marina, en ciertos ritos o quehaceres ceremoniosos que ofrecían al humano ráfagas y espejismos de perfección. Había que contentarse con esas migajas para no vivir ansioso y desesperado, manoteando lo imposible.
Elogio de la Madrastra. Mario Vargas Llosa


Esta cita podría servir como resumen del ideario liberal de don Mario, que con Los Cuadernos de Don Rigoberto casi consigue que yo también me haga liberal. Casi.
Ideal erótico, también, porque el libro, los dos libros, pertenecen al género erótico.
Lo que ocurre es que en Los Cuadernos de Don Rigoberto nuestro futuro nobel -después de la vergüenza que nos hicieron de pasar con Echegaray ya podrían, ya- escribe capítulos de propaganda liberal y capítulos de su imaginario erótico: tan tórrido, tan sugerente, tan malévolo, tan inteligente, tan sucio y tan enamorado.
Los Cuadernos de Don Rigoberto son como un anexo al Elogio de la Madrastra, anexo que leí hace diez años, antes de la novela madre -o madrastra-, y que por cierto, me gustó más. Y eso que Elogio de la Madrastra me ha gustado, y mucho.
Algún día debería escribir un post: razones para que le den el nobel a don Mario.
Conversación en la Catedral me dejó maravillado, un monumento, por ejemplo. No he leído aún La Ciudad y los Perros, pero todo se andará.
Podría citar más de esta novela madrastra, de este elogio, pero no subrayé: es este cariño mío por los libros comunales, bibliotecarios, públicos. Algún día haré acto de posesión y no leeré libro que no sea mío, en otros artículos sobre el tema he hablado de ello: necesito subrayar, aunque sea a Corín Tellado -a la que por cierto don Mario, presunto nóbel futuro, más os vale suecos dejaos ya de tanto milenium y tanto ikea e id a laurear a un Papa peruano de páginas endiabladas, tanto admiraba-.
Los Cuadernos de Don Rigoberto es novela más extensa, variada, con menos trama y más riqueza. Quizá por eso me gustó más. Tenía una estructura que incitaba a la lecura, dividiendo los capítulos en cuatro partes -¿o tres?-, no decaía en ningún momento. Pero reconozco que la génesis está en la novela primera, cómo no, con esa alternancia de trama y cuento.
No recuerdo muy bien la trama de Los Cuadernos de don Rigoberto, tampoco es que importara: importaban los personajes, su psicología.
Me he reencontrado con el metódico don Rigoberto, y me he vuelto a admirar de sus costumbres higiénicas, sus abluciones: cada día dedica media hora a una parte del cuerpo, orejas -de soplillo-, narices -ovidianas-, manos, piés... Y su entretenimiento primero: la pintura erótica, que sirve de insipiración a sus prácticas y fantasías.
Con Lucrecia, recién esposada con el orejotas, acaba de cumplir los cuarenta y levanta las pasiones de su marido e hijastro. Una venus solícita e imaginativa, cómplice de las fantasías de su Rigoberto y víctima de Alfonsito.
Pero es el angelical Fonchito el alma de las dos obras, el rubicundo púber es uno de los más malévolos personajes con que me he encontrado, pero invito a los lectores a que sean ellos los que conozcan a este luciferino querube, con tretas y mañas dignas de un sátiro ilustrado en épocas libertinas.
La trama es sencilla, el viudo don Rigoberto se ha casado con la divorciada Lucrecia, juntos llegan al paraíso en cada esquina de su cama, cada noche.
Lucrecia teme que el hijastro la rechace, pero no parece ser así, ya que el niño desborda muestras de afecto hacia ella, quizá en demasía.
Fonchito es un niño brillante, el primero de la clase, si algo no se le puede reprochar es que no sea ejemplar, de una sinceridad, bondad y ejemplaridad extremas, extremadamente diabólicas.
Hasta ahí puedo escribir.
Luego la trama está enriquecida por los cuadros que se montan los amantes, inspirándose en obras como las de Jordaens y Boucher que tenéis a continuación. ¿Quién dices que eres? Le pregunta Lucrecia a Rigoberto después de las abluciones, ya en la cama. Yo soy Candaules, rey de Lidia.
Candaules, en ebria confidencia, es informado de la adquisición de una esclava egipcia de hermosísimo trasero por parte de su ministro Giges. El rey le propone un trato: él le muestra el de su esclava, y él se las arregla para que Giges sea testigo de la belleza de la grupa de su esposa Lucrecia.


Candaules, rey de Lidia, muestra su mujer al primer ministro Giges, de Jacob Jordaens

Hay otro personaje, la doncella de la madrastra, Justiniana, que junto a Lucrecia inspira la historia de Diana después del baño, en la que cada noche juntas se dan al placer espiadas por el pastorcillo inspirado en el niño Fonchito, sabiendo estas dos que son espiadas por el bello mancebo.


Diana después de su baño, de François Boucher

Esta obra, Elogio de la Madrastra, es un canto al amor erótico, sin fronteras políticamente correctas, sin cortedades de ningún tipo. Desde lo escatológico a lo platónico, todo cabe aquí dentro.
Recomiendo su lectura por el alto nivel literario, por su buen gusto, por su estilo, por su amenidad, brevedad, incitaciones a evocar utopías en las que tan sólo caben dos, porque don Mario, liberal, no cree en otro tipo de utopías.
Los Cuadernos de don Rigoberto es uno de esos libros que más han influido en esta educación sentimental que me ha ido alimentando de sueños y quimeras. Si el primero es un canto al amor erótico, el segundo ante todo es un canto al poder de la imaginación erótica, capaz de crear esas utopías.

Coda

Una cosa lleva a la otra. Estos días, leyendo el libro editado por Tusquets para la colección La Sonrisa Vertical de narrativa erótica, recordaba que Luis García Berlanga presidía -o sigue presidiendo, casi nonagenario- los premios de esta colección.
Y me acordaba de esta tragicómica -¿cuál de don Luís no lo es?- película, con esos grandes actores. Un Juan Diego como siempre excepcional -que lo mismo te hace un San Juan de la Cruz que un señoritingo caprichoso-, una Concha Velasco en la madurez de su talento y belleza -fue Sta Teresa de Jesús, fue también la prostituta Purita de La Colmena- .
Y se me venía a la cabeza el tema principal, compuesto por Manolo Tena, herido por esta melancolía de canto de cisne.
París-Tombuctú


martes, 10 de agosto de 2010

Mendel el de los libros, de Stefan Zweig

De vuelta en Viena tras una visita a los barrios de la periferia, me ví inmerso de improviso en un chaparrón que, con húmedo látigo, perseguía a la gente obligándola a correr hasta los portales de las casas y otros refugios. Yo mismo busqué también, a toda velocidad, un techo que me amparara. Por fortuna, en Viena le espera a uno en cada esquina un café. De modo que huí al que se encontraba más próximo, con el sombrero que ya goteaba y los hombros empapados.

(Traducción de Berta Vias Mahou)



De esta manera tan sugerente comienza este relato perfecto, novela corta o cuento largo, semblanza de un tipo admirable y trágica memoria de tanto quehacer inútil.
En la Viena de entreguerras, un hombre se protege de la lluvia en un café, extrañándose al poco de una sensación de recuerdo que intenta atrapar pero no puede. No es hasta que se levanta de la mesa y va hacia la puerta de salida y ve un cuarto de juegos cuando toda esa extrañeza empieza a tomar cuerpo.
Allí conoció al librero judío Mendel, que siempre estaba allí rodeado de sus libros, sus notas, revistas, apuntes, en total abstracción, sumergido en la lectura. Recuerda a aquel personaje borgiano, Funes el Memorioso, pues al igual que él Mendel posee una memoria descomunal, sin fisuras. La particularidad de Mendel es que esta facultad es únicamente literaria, pero es que su vida es eso: los libros, y nada más.

Por cierto que aquella memoria sólo había podido ejercitarse y formarse de aquella manera diabólicamente infalible por medio del eterno secreto de cualquier perfección: la concentración. Dejando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado.


Es un hombre al que la gente del café Gluck aprecia, respeta, quiere.
No ve nada más allá de los libros, gracias a su envidiable concentración. Sólo cuando se le interrumpe para consultarle cualquier duda sobre la localización de un libro o sobre la bibliografía en torno a un tema, entonces sale de su burbuja para responder con amabilidad y pasión, ironía y justa vanidad.
No diré más de la trama, y todo serían elogios si tratara de las cortas y exquisitas descripciones impresionistas, de la profunda piedad con que trata a sus personajes, de la acertada psicología con que define a cada uno.
Es una historia triste: es un malentendido causado por la psicosis imperante en una guerra lo que provoca la tragedia, la víctima es el hombre bueno y manso que reparte su sabiduría con generosidad, y que se ofende cuando le quieren pagar por ello.

... sólo una cosa podía irritarle de un modo desmesurado: cuando un novato pretendía, por ejemplo, ofrecerle dinero por aquella tasación. Entonces retrocedía ofendido (...), pues el hecho de poder tener un valioso libro entre las manos significaba para Mendel lo que para otros el encuentro con una mujer. Aquellos instantes eran sus noches de amor platónico. Tan sólo el libro, jamás el dinero, tenía poder sobre él.

Poco más adelante dice:

... había venido del Este a Viena a estudiar para rabino, pero pronto había abandonado al riguroso Dios único, Jehovah, para entregarse al politeísmo brillante y multiforme de los libros.


Sus últimas páginas recuerdan las del Bartleby de Melville, aquel escribiente que se va alejando paulatinamente de la realidad negándose a su contacto.
Cuando Mendel es desposeído de sus libros, cuando ve lo que se insinúa pero no se dice en la obra, en el campo de concentración, pierde al volver a la libertad toda aquella singularidad -ayudado eso sí por esa tendencia general a desvalorizar lo peculiar-, pierde su vocación, pierde su vida.
No había leído hasta hoy nada de Stefan Zweig, sus libros reeditados por Acantilado llamaban la atención por su delicada sobriedad roja y negra. Este libro no supera las sesenta páginas, en media tarde se puede ganar mucho con libros así, tan breves a la vez que cargados de sustancia.
Inolvidable.

Coda

En un momento del relato el narrador escribe que recuerda el café Gluck más por Mendel que por el músico, pero a mí me ha hecho recordar lo que me gusta esta pieza compuesta por él.
Deliciosa, y serviría como fondo para ese café de Viena:

domingo, 8 de agosto de 2010

Accesorios domésticos para días de lluvia.

O para jornadas lluviosas.



Hoy corté una flor
y llovía y llovía


El ideal de las mañanas lluviosas

Ese día no se trabaja, esto es importantísimo.
Pongamos que el ideal sería una mañana de Sábado o de Domingo, o, en mi caso, y ya que trabajo un fin de semana sí y otro no, cualquier otro día libre.
Más que nada porque para disfrutar de la lluvia hay que permanecer ociosos, con tiempo vacío para ser llenado. ¿No es así cómo se piensa, medita, se dice una cultura?
Y es que, como dice Cesare Pavese, trabajar cansa y también dice en el mismo poema que así intituló:

O es que acaso las
mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada.

Dejo el poema completo en mi jardín.
Hace un par de semanas, deprimido por el fin de mis vacaciones, le dije a un amigo: trabajar cansa. Y él me contesta: eso es de Cesare Pavese. A lo contesté: las personas de talento siempre coincidimos en lo esencial.
Pero volvamos a la lluvia.
Ese día es preciso no levantarse demasiado tarde para aprovechar la mañana aromatizada de tierras y aceras mojadas. Si hay cerca un jardín protegido por arizónicas, este arbolillo -que yo quisiera llamar arbusto pero me acabo de informar de que no, de que es un ciprés doméstico- emanará sugerentes efluvios que incitarán a la evocación y al recogimiento melancólicos.
Que se junte a esto el aroma a café recién hecho, un gran tazón de café con leche para desayunar, con crujientes tostadas del pan sobrante del día anterior. Con mantequilla y mermelada de fresas -o cualquier otra, ahora se me antoja idónea la de los alabaricoques- o aceite de oliva.
Periódicos y radio. Lo bueno de los sábados es que tanto el ABC como El País dan los culturales, así que dos, mejor que uno. O los domingos, con los suplementos.
Personalmente, la ideología del periódico me es indiferente e inverosímil, la ideología la pongo yo. Es el tacto a papel frágil, el fragante abrir de páginas nuevas. Comprando periódicos, uno será siempre el primero en inaugurar la novela de todos los días.
Estaría bien que la radio aportara algo de magia, que entrevisten a tu escritor o cantante preferido, o que en la tertulia encadenen chistes improvisados o que algún gurú psicólogo o no, ofrezca unas pautas para sobrellevar las sequías emocionales.
Si en la radio se ponen pesados no está de más poner ese cd cien veces escuchado en días nubosos. El ültimo de la fila, por ejemplo.
El último de la fila es levantarse una mañana y descubrir que fuera llueve con el repiqueteo de dedos gotas en la ventana, que dentro está borboteando el café y miramos afuera y nos enamoramos de cualquier muchacha que corretea para protegerse de los lascivos dedos gotas de la lluvia.
Las canciones de este grupo yo las situaría en el surrealismo cotidiano.



Antiguos aromas flotando en el aire,
espíritu de la bruma, no volverán.
Ríe mi niña flotando en el suelo;
Dios de la lluvia, devuélveme al ayer.
Maldito el día en que crecí
dejando atrás el sueño aquel
del dulce mundo en que aprendí
el dificil arte de vivir.


El ideal de las tardes lluviosas

Esta tarde en Madrid han caído cuatro gotas y dos truenos.
El bochorno sin tregua, el cielo nublado de plomos calefactores.
Yo me he acordado de otras tardes lluviosas, pero lluviosas de verdad, y he sentido nostalgia.
Nostalgia de la soledad en la penumbra en de la casa materna (o paterna, tanto monta monta tanto), una penumbra de tiestos floreados y verdes ficus, de tomos gruesos de ediciones de Aguilar, de fotos familiares. El salón de esta casa, con la gran terraza, asemeja a un submarino.
Así lo dijo un amigo, Juanillo se llamaba, una noche. Así lo sentí yo cuando entré de la terraza después de terminar Veinte mil leguas de viaje submarino, de Verne. Las luces estaban apagadas, y como es un salón con más ventanas que cristales regala esa sensación oceánica.
En estas tardes de lluvia lo ideal sería leer un centenar de páginas de cualquier novelón decimonónico. Una Regenta, quizá. O un noventiocho unamuniano o barojiano.
Las tardes de lluvia ideales son aquellas en que uno imita, por ejemplo, a Carmen Martín Gaite y rellena cuadernos rellenando a la vez las horas. Crear, mientras que los dedos lluvia inquisitivos y entrometidos intentan allanar, allanan, la morada de la página en blanco.
La música ideal sería sin palabras.
Es inevitable, para estas tardes: tabaco, café, Schumann.




miércoles, 4 de agosto de 2010

Simbolismo (XI). Uróboros o la pescadilla que se muerde la cola.



El detective Carvalho, gastrónomo de vocación, detestaba los huevos cocidos y las pescadillas de enroscar. En un caso en el que visita a un cura cenan eso, y él medita despreciativo sobre esa costumbre española de acelgas y pescadillas, llegando a la conclusión de que no es mucho más cara una lubina al papillotte, y que las acelgas saldrían de su hastío con pasas y piñones.
A mí todo eso me gusta, a mí me gusta todo, rutina o novedad.
Hace tiempo que no me ceno una pescadilla de enroscar, muy fritita al punto de sal y con chorrito de limón, crujiente bocadito.
Además, quien se come una pescadilla autofeladora se come todo un augusto símbolo, alquímico y cabalístico, la unidad de la materia y el espíritu, alfa y omega, muerte y regeneración... símbolo de lo total. El uróboros u ouroboros, serpiente o dragón, alimentándose de sí mismo, símbolo también del eterno retorno.
A mí me recuerda también al ave fénix, que surgía de sus cenizas. O al Ying y el Yang. O la isla del hombre y la mujer unidos en perpétuo amor y destrucción,
Yo tomé conocimiento del símbolo por El libro de los seres imaginarios, donde se mencionan a los íncubos y los súcubos, al monstruo soñado por kafka, a los elfos, a los gnomos, y a otras criaturitas que deambularon por los bosques del imaginario colectivo y por las pesadillas de literatos.
Quien tenga interés podrá echarle un vistazo también al Diccionario de Símbolos de Juan Eduardo Cirlot.
En un sentido negativo, el uróboros podría ser el círculo vicioso. O el pez que se muerde la cola. Y, ahora que en estos días estamos dando vueltas a Sabina, aquí va esta rumba que cantaba en La Mandrágora.