jueves, 9 de enero de 2014

Preparativos de boda, de Juan García Hortelano



Juan García Hortelano es uno de los grandes. Ni tan conocido como Cela o Delibes, ni tan reconocido como Ferlosio o Aldecoa, es, sin embargo, figura insustituible y talento raro de prosa genial.
El reencuentro me ha hecho sentir que hay esperanza, aunque sea en los caudales del pasado, que sacian la sed de la literatura cuando los haces presentes en cuanto te das a su lectura.
Sumergido en la primera lectura, recordé aquellos días de festividad literaria cuando yo leía El gran momento de Mary Tribune (link), recuerdo en especial una tarde de Domingo de Enero en que nevaba, noche ya cerrada, y yo le decía a quien conmigo vivía: voy a leeer para olvidarme de mí mismo, y así me sumergía otra vez en la fábula.
Cuánto necesito hoy también olvidarme de mí mismo, y sumergirme de nuevo en lo fabuloso.
Editado por la editorial Almarabu en la colección Textos tímidos en el año 1986, este librito cayó en mis manos una tarde de paseo por Recoletos, buscando oro en el río de los libros de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, de la que soy abonado.
Lo he usado en los meses anteriores para meter ahí los boletos de loterías, por si el rico estilo del autor hacía efecto, pero nada, mejor leerlo. Ahora guardo mis apuestas en el Pequeño tratado de los grandes vicios, de José Antonio Marina, como premonición del destino de mi fortuna como me toque una de quince.
Este librito frugal está compuesto por dos narraciones de muy distinto carácter, que pueden ser ejemplo de dos estilos que manejó con maestría el autor. No sé cual me ha gustado más.

Preparativos de boda

Mi pobreza era tan mísera que vendí la piel de oso. Mi pesadilla más agradable consistía en que la viuda del magistrado entraba desnuda y con bozal en mi dormitorio, ofreciéndome las fauces de sus pechos. Despertaba, sofocado, y sudoroso, y escuchaba, para distraer el insomnio, aullar al otro lado del tabique. ¿A la viuda, al perro, al espíritu del magistrado?
Es un relato de una originalidad sorprendente, en el que Lorenzo, apodado el Papaveras, narra los preparativos de una boda de dos parejas, es decir, de cuatro personas, entre todas ellas. Boda amañada por una pareja amiga y la que se supone que es su novia, Venusia, para que se centre y deje su vida disoluta de amancebamiento con Dorita, La Desmandada.
Narrado con irresistible gracia y mordaz ironía, parece como si se quisiera hacer una crítica a algo normal en la sociedad, siendo un suceso extraordinario.
Así vemos cómo Lorenzo, después de dejar a Dorita, va pasando lunas de miel prematuras con su novia Venusia y la fría Thais, pero a la hora de una etapa de prueba en convivencia con Ricardo, decide darse una despedida de soltero él solito, y todo cambia entonces.
El estilo es similar a aquel que deslumbró en El gran momento de Mary Tribune, un estilo característico de García Hortelano que hace adeptos, y quizá adictos.
Yo, si fuera personaje, posiblemente sería uno de este autor, es más un ser así que un querer serlo, pues cuando me veo envuelto en aventuras - aquella memorable noche en Argüelles en Mary Tribune, estas maneras de amañar y desengañar de Preparativos de boda, por ejemplo- veo que sólo podrían ser narradas por un cronista de Madrid tal como este.

Carne de Chocolate

Confundía la disposición de una casa y la otra. Confundía la lujuria y el hambre, cuyos jugos se mezclaban en mi saliva. Confundía el sueño y la vigilia, mi piel sarnosa con mi alma. Un deseo se transformaba en un recuerdo y me deslizaba, caía en una lúcida irrealidad, me desconocía. Resultó ser, efectivamente, el último verano de la guerra, pero de aquellas semanas conmigo mismo me quedó una cronología de características peculiares, irreductible. Y así, durante muchos años, instintivamente confundiría los tiempos y los rostros, establecería verdades contradictorias, trastocaría el orden de los acontecimientos.
Es el relato de unos recuerdos de guerra: bombardeos, miedo, hambre, soledad, mudanzas, sarna en las manos; pero también es un relato de iniciación a la vida, de la amistad con el Tano y del empeño por ver la desnuda carne de chocolate de Concha tomando el sol en la terraza; de las lecturas de Salgari, Rousseau y Elena Fortún -las novelas de Verne no se llevaron en el traslado por las tapas, según el padre-; con momentos de humor como aquel del chaval orinando y el tío Juan Gabriel mirándole desde la bañera, pues estudia para notarías y la bañera es el único lugar, según sus cálculos, donde las bombas no pueden caer.
Aunque aquí el estilo es realista, la confusión de los recuerdos queda bien reflejada para que las sensaciones hagan el efecto de extrañamiento que tan bien se le da a García Hortelano.
De nuevo volvía el tiempo de la confusión, de las certidumbres, de las emboscadas, de no saber que yo no sabía nada, el tiempo de la vida. 

Juan García Hortelano bailando
con Carmen Martín Gaite, en la que dicen que fue
la última juerga que se corrió el autor de
Mary Tribune.  1989

sábado, 4 de enero de 2014

Sombra de mi





Yo y mi sombra, ángulo recto.  
Yo y mi sobra, libro abierto.
Manuel Altolaguirre

Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte 
Ramón Gómez de la Serna


Mi sombra roza la excelencia.
Estos días lluviosos y festivos uso un sombrero que encontré en casa una de las primeras tardes de lluvia. El chubasquero irlandés no me protege del frío y el paraguas es una molestia cuando sales y la atención mereces centrarse en otras cosas. Aquella primera tarde, ya noche, no me dí cuenta aún de lo que mi sombra hacía, o mejor dicho era.


Aquella primera tarde, noche prematura, algo avergonzado por llevar un gorro para la lluvia, me sorprendí por no llamar la atención: nadie se me quedaba mirando, a nadie extrañaba mi nuevo atuendo. Muchos hombres lo llevan, y a mí como a tantos me encaja en la cabeza sin excentricidad de moderno o de chalado.
Tormentas de viento y lluvia, sin truenos ni relámpagos, es lo que nos ha traído el nuevo año, y yo estoy feliz por ello, pues mi temple romántico queda reflejado en la noche y en la lluvia gracias a la ramoniana luz de las farolas. Así me he dado cuenta de lo que vale mi sombra.


Si me miro en el espejo y me observo con mi nueva y sempiterna cazadora negra y con el sombrero de lluvias, no veo más que a un hombre común, algo macarra y pelín bohemio; pero si andando voy, de noche, perdido por Madrid, y miro mi sombra, sonrío y me digo, le digo: eres mejor que yo, qué duda cabe.
La ramoniana luz de las farolas hace de mi sombra un reflejo de mí más puro y excelente, con ese sombrero que quedando mediocre en mi figura queda en mi sombra cinematográfico.
La sombra, en las películas, suele salirse de madre y es como un travieso personaje que en las comedias va a su aire y sin obligaciones, y en el cine de terror asusta o estimula paranoias.
Mi sombra, aún siendo distinta a mí -un yo ideal, una imagen a seguir más que guardiana-, aún no se me ha despegado, como un amigo más, siempre a mi lado y aún así desconocido.
Mi sombra es más atractiva que yo, si en vez de aparecer con el reflejo de la luz de las farolas se quedara en mi, esta combinación de mi sombra y yo, me haría hombre de una pieza, un ser completo.
Ya lo vimos en Peter Pan, que pierde su sombra y es la amiga y maternal Wendy la que se la cose. Así comienza el cuento y la aventura.
Mi cuento y mi aventura también comienza así, en ese momento en que veo mi sombra y digo: ese no soy yo, no forma parte de mí, y si me pertenece qué poco sé de mi.



Ahora mi sombra -que dicen los poetas y psicoanalistas es la zona oculta de nuestra personalidad- será mi maestra y mi modelo a seguir. O soy como mi sombra o nada seré.
Nada me apetece ser más que mi propia sombra, seré yo quien siga sus pasos y no ella a mí como manda la lógica. Mi sombra acaricia la excelencia, es perfecta y pura, un personaje de cine de una pieza, un tipo completo y sin complejos.


Coda

A la sombra de mi sombra 
me estoy haciendo un sombrero;
sombrero de largas pajas
que he recogido del suelo.
Lo haré con el ala ancha,
que casi llegue hasta el cielo
pa´muchas veces no ver
las cosas que ver no quiero.
Manolo Chinato