domingo, 9 de noviembre de 2014

Las hojas del Otoño son las ruinas del sol del Verano

Monedas sucias de cobre
un manto que tu cuerpo cubre
notas de soledad que cimbra
el viento desde su cumbre


Otoño: trastienda de trastos rotos.
Otoño: quizá la estación más valiente, pues ante la llegada del frío se desnuda.
Otoño: la estación seca de la lluvia seca de las hojas secas.
Otoño: sus hojas son las ruinas del sol del Verano.
Otoño: se engañan los poetas que consideran la Primavera como la estación romántica. No es si no el Otoño, pues es la estación de las ruinas.

Un retal para Hilvanes

... la madrugada vino y se fue con el viento de Otoño con recuerdos abandonados por los tejados ...



Cambra de la Tardor, un poema de Jon Juaristi.

Aquí llega el otoño, con su voz de ceniza,
desalentando sueños, cubriendo de hojarasca
las imágenes rotas que el coraz6n conoce.
Ante mi casa lloran las cañas azotadas
por el viento nocturno, y asciende hasta mi cuarto
el olor inquietante de la tierra mojada.
Conozco esta fragancia de carne entumecida,
de deseo imposible: es la estación del miedo.
La vida se derrumba como una torre endeble.
Amor, un dios decrépito recorre Vinogrado.
Oigo bajo la lluvia sus pasos inseguros
y un bordón que golpea en los árboles muertos.


sábado, 27 de septiembre de 2014

Jakob von Gunten, de Robert Walser


Y si yo me estrellase y perdiese, ¿qué ser rompería y se perdería? Un cero. Yo, individuo aislado, no soy más que un cero a la izquierda. Y ahora al traste con la pluma. ¡Al traste con las ideas! Me voy al desierto con Her Bergamenta. Quiero saber si en medio del Páramo es también posible vivir, respirar, ser, desear y hacer sinceramente el bien, y dormir por la noche y soñar. ¡Bah! Ahora no quiero pensar en nada más. ¿Tampoco en Dios?  ¡No! Dios estará conmigo. ¿Qué necesidad tengo de pensar en Él? Dios está con los que no piensan. Adiós, pues, Instituto Benjamenta.

Robert Walser. Jakob von Gunten


Novela de culto


Rompo o interrumpo mi silencio o mi siesta para hablaros de esta pequeña y gran obra, fundacional y estupenda. 
Nos quedaba por leer, de entre los grandes pioneros de la modernidad, a Robert Walser, escritor para escritores. Iba adelantado a los adelantados. Kafka entre otros, entre risas, siguió sus huellas, dicho de otra manera: fue por él influido.

Jakob, personaje genuino


La verdad es que sí, que la novela es carcajeante por momentos, risueña entre esas paredes de tedio del Instituto Benjamenta, donde un grupo de adolescentes se prepara para el mundo, para ser nadie, para ser ceros a la izquierda. 
Jakob es nuestro virgilio por ese universo benjamenta, universo cerrado que nos abre con su espíritu curioso, su mente abierta, su corazón expectante. Hay cierta tensión entre la realidad esquiva y los deseos adolescentes. La vida está por llegar y Jakob se prepara para recibirla con los brazos abiertos y actitud desafiante, pero luego todo resulta ser nada, o es que no somos nadie y el mundo todo nos devora.
Jakob es uno de los personajes más perfectos que me he encontrado en mi periplo como lector -aún alumno lector, aún principiante, pues todo me queda por leer y aún soy muy joven, un Jakob von Gunten lector ante la literatura vida-.
El joven Robert Walser
Es, digo, un personaje literario perfecto. La narración es un diario, un monólogo interior sin la traca jamesjoyce aún, sin las voces afines faulknerianas todavía. Es la suya una voz narradora sencilla, con todas las complejidades propias al ser humano, por eso dirá Vila-Matas que Jakob von Gunten somos todos. También yo, por supuesto, y quisiera imitar su voz para escribir esta reseña, con la contradicción pura de ser humano y para más inri adolescente. Jakob von Gunten, con su voz, sería el reseñista perfecto de sí mismo, por eso todo acercamiento a ese microcosmos imagen del mundo será en vano.
Jakob es un joven inteligente -inteligentísimo- y lleno de humor -que se lo pregunten a Kafka- y de ternura -pese a su juego travieso a costa de los demás. Lo leemos por ejemplo cuando retrata a sus compañeros, sobre todo a Kraus, su antagonista. Kraus representa al alumno perfecto para ser nadie, un ser que no se plantea las normas, que obedece sin más.
Jakob es escapista, cae en el autoengaño, pero tiene el don de la genialidad, su interior es rico en fantasías llenas de metáfora, de humor y de ternura, de lirismo. También se escapa hacia fuera, no sólo hacia dentro. Le vemos paseando por las calles en la pose de ser otro, de alguien que aún no es y que quisiera ser. Hasta se va de putas alguna tarde ociosa, como usted podrá leer en la mediateca de nuestro amigo el Marqués de la Pollalzada. Es un ser erótico, vaga entre su puro amor a la maestra, Fraülein Benjamenta, a los libidinosos sueños con mujeres desnudas. Con una gracia única en literatura, relata también algún tonteo homoerótico entre compañeros.  
Recordemos que hemos leído aquí en Manicomio otros libros sobre institutos: el Törless de Musil y a Vargas Llosa en La ciudad y los perros, sendas metáforas del mundo viciado y vicioso, como el Instituto Benjamenta.
Un anciano Robert Walser bajo la lluvia
Lo que aquí nos parece genuino de este personaje es la pura contradicción, ese cariño interior hacia los demás personajes frente a su actitud traviesa y juguetona, sacando de quicio a todos, hasta el propio lector, que lee estupefacto e interrogante cómo puede ser posible en un ser tanto mundo para nada. 
Tanta nada para el mundo.

A lo Jakob von Gunten


Compré la novela uno de los últimos sábados del verano. Había pasado la tarde con mi amiga Perséfone, estuvimos en la terraza del Hotel de las Letras, donde la leí infames poemas de otros amigos -me amenazó con suicidarse tirándose a la Gran Vía- y bellos poemas míos -entonces me quiso un poco más, pero es lo que le decía luego a alquien en la Plaza del Olavide: toda la tarde leyéndole mis poemas y ni siquiera me mete mano un poco-. Luego paseamos hacia Callao, donde anochecimos, y antes de la noche cerrada, teniendo tiempo disponible hasta mi cita en Olavide, me metí en La Central y estuve posando para el mundo a lo Jakob von Gunten, modernamente, como Baudelaire. Un ser para la modernidad, que para algo me estoy dejando barba de talibán y llevo gorra -me han dicho de todo, que si parezco musulmán, dominicano, mafioso de la Costa Azul, hipster, Cortázar y hasta el mismo Che Guevara-. Voy a lo hipster mirando libros y me encuentro con esta joya de libro. Vila-Matas nos lo había recomendado en voz y escritos, y ya sabemos lo que es don Enrique, un escritor puente, alguien que nos lleva a otros, generosidad literaria, amigo generoso que nos presenta a otros y siempre acierta. ¡Oh, escritor musa! Gracias por este libro.

Un retal para Hilvanes


Vila-Matas a viva voz en mi jardín: yo también soy Jakob von Gunten






lunes, 16 de junio de 2014

Bloomsday 2014. Recordando el Ulises de Joyce


Bloomsday


Fiesta lieraria


Viendo a esta singular gente pasándoselo tan bien, me han entrado ganas de participar en la fiesta, a ratos y desde mi alcoba, riñones de cordero y burdeles sadomaso en la memoria, con una armoniosa melodía que surge de un piano en algún momento, en algún capítulo, olas de mar y cojas enseñando pantorrilla.
Cierto estilo de vanguardia y catecismo, una manera de monologar interiormente una mujer, además de algún capítulo infumable escrito mal a propósito.
A propósito de Joyce, mi tío Vanguardias, que si no lo hubiera hecho él quizá nadie se hubiera atrevido a tamaña gamberrada antirromántica: hacer ruinas de lo sagrado para crearlo de nuevo. Recordemos que Romanticismo es hacer surgir de las ruinas lo añorado de una manera ideal, sacra. Lo que hace Joyce, sin embargo, es destrozar, forzar la ruina, para crear a su antojo. Modernismo frente a Romanticismo. La broma le salió tan bien que hasta le estudian en las universidades. Quizá, él y yo lo sabemos, tan sólo quería contar un chiste que sólo entendiera él mismo.

El Ulises como libro de autoayuda.


Me acaba de comunicar Hilvanes que la bohemia se acabó:
http://www.enriquevilamatas.com/eduardolago/AnnaLiviaPlurabelle12.html
Y yo digo que no, que no es posible, siendo el Ulises una obra del Sí.
A la mierda los libros de autoayuda, no se confundan, esas secciones en las librerías son lugares de culpa y mea culpa, ¿por qué no soy feliz si los he leído todos y he seguido las pautas para sanar mi vida y eliminar mis zonas erróneas?
Los verdaderos libros de autoayuda se encuentran en la sección de clásicos. El Maestro y Margarita, La Saga/Fuga de JB, El gran momento de Mary Tribune, Guillermo el Travieso, Alicia en el País de las Maravillas, David Copperfield, El Eclesiastés, Don Quijote, Travesía de Madrid, Ulises -de Joyce, claro, aunque la Odisea también, claro-.
Las pautas a seguir para ser más feliz que propone Joyce son estas, y no tiene que ser por este orden:
-Tómese un desayuno contundente como unos riñones a la plancha y lea el periódico sentado en el trono.
-Vaya al entierro de algún conocido acompañado de amigos que le ninguneen.
-Bébase unas cervezas negras.
-Agítese la sardinilla en la playa mirando a las muchachas, aunque sean cojas.
-Váyase de putas con algún amigo y practique el sadomaso con un fondo de muebles parlantes que cuenten sus intimidades.
-Filosofe sobre lo humano y lo divino con este amigo.
-Escuche el orgasmo de una mujer hermosa, ¡oh, sí, sí, síiiii!
El Ulises termina así, con Molly Bloom lanzando un sí. Pocas obras hay tan vitalistas como ésta.
Y si aún así sienten inclinación por la culpa, no pierdan el tiempo leyendo esos libros de la sección de autoayuda, mejor lean otros clásicos como Kafka y Dostoievsky, grandes conocedores de la complejidad humana.

Joyce y yo.


Hoy, sin embargo, no he encontrado mejor manera de celebrar mi Bloomsday que escribiendo sobre el Ulises. Otros años me he tomado unas guiness para brindar por Joyce.
Es que yo, a lo largo del año, ya celebro bastantes Bloomsdays. Este sábado anterior, por ejemplo, me tomé unas cuantas guiness. Eso es lo de menos. Lo demás es que tengo días en que, desde que me levanto hasta que me acuesto, darían para escribir varios clásicos de la Literatura.
Me hago acompañar por gente tan bohemia como Joyce, Baudelaire, García Hortelano, Umbral, el Gato de Cheshire -que viene a contarme que tú, mi Alicia, aún tienes alguna alcoba en tu corazón donde yo habito y no habita el olvido-, y Garcilaso de la Vega. Sobre todo, a diario en mil batallas, Garcilaso. Y por las noches de farra Baudelaire, y en mi soledad también. Y Joyce en muchas maneras de mirar el mundo, tan raro y de sintaxis tan difícil.
El tío Vanguardias y yo. James Joyce, Ay.
Por las mañanas, de camino al trabajo, más de una hora con libros y somnolencia. Leo a la Munro, leo a Kipling, leo a Borges y a Bioy, leo a Baudelaire. 
Leemos las obras y luego las olvidamos o las vivimos. Yo prefiero lo segundo. No sólo me empapo de la obra, sino del personajes que la creó. Me dejo acompañar por ellos, que pusieron tanto de sí en sus páginas. Voy con Umbral, voy con Joyce, voy con Baudelaire. Son mis amigos, me ayudan a vivir, me hacen feliz con sus gamberradas literarias. Se creían excelsos, pero nunca se tomaron demasiado en serio. En el fondo son gente muy campechana, como nuestro rey jubilado, Juan Carlos. Y ahora que se retiró de sus funciones y correrías, sólo me queda la esperanza monárquica de, en alguno de mis bloomsdays, encontrarme en un burdel con Felipe VI. Si Juan Carlos I fue leyenda urbana, también lo será su digno sucesor, Felipe VI.
Sí.

Un retal para Hilvanes


Una anécdota de James Joyce, a quien un día una periodista, tras mucho trabajo, logró entrevistar y le hizo la pregunta clásica de ¿Para quién escribe usted?, y Joyce le contestó: "Cuando yo escribo estoy sentado en la punta de una mesa; en la otra punta está un señor que se llama James Joyce. Bueno, pues yo le escribo cartas a ese señor". 


Coda


Quien pudo ser quiero que seas tu, 
dímelo dimelo una vez, fue una burla por favor, 
dímelo, confiesa, tal vez no existas, ante la duda un sueño, 
cariño, mi vida, criatura de rubí, 
que puedo hacer sin tu vigor


 aun que sea solo un gesto, 
un guiño solo un beso, inténtalo una vez, 
o antes de cada cita mi deseo es que digas 
siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Que trata de los vicios y de lo infinito




Feria del libro antiguo y de ocasión


Como todas las primaveras, hombres y mujeres del hierro cultural indoblegable somos imantados al paseo de los Recoletos.
Mi problema es la falta de espacio, y aunque me tientan las obras completas de Guy de de Maupassant a precio de saldo y en vieja y entrañable encuadernación, termino adquiriendo la delgadez de Novalis y Leopardi, a los que siempre estoy a punto de tomar y nunca tomo, en tomos de tapa dura, pero torpe de mí, sin estudio preliminar, sin un buen prólogo. Así que me arrepiento, pero no demasiado.
La compra de verdad interesante es El spleen de París, de mi compadre Baudelaire, con el que tanto amamos. Editado por la delicada Espuela de Plata, me aseguran que está a mitad de precio.
El que conmigo va, como siempre, se compra lo mismo que yo multiplicado por diez. Ojalá tuviera yo su espacio. Y su dinero.

Gabo


A Gabriel García Márquez aquí en Manicomio le vivimos más que le leemos, pero también le leemos para saber que le vivimos. La tarde feliz y soleada en que terminamos Cien años de soledad, las noches de verano en que leímos El amor en los tiempos del cólera, la lectura en alta voz, en una piscina, de los relatos de Los funerales de la mamá grande, y cómo nos angustiamos con El coronel no tiene quien le escriba, y cómo celebramos Memoria de mis putas tristes.
La última puta que me dio su teléfono era triste también, y me recomendó Crónica de una muerte anunciada. De vez en cuando miro en su wassap por enterarme de su estado y ver su foto -a veces me sale ninfa de extrarradio y a veces voluptuosa de mercadillo, a veces publica lemas muy mal escritos pero devotos y llenos de sentimiento, gratitud, y autoestima-. Después de una semana atormentada no la llamé, pues siendo de la ciudad de Cali y teniendo maromo, ya me veía yo pidiéndole clemencia a la Virgen de los sicarios por mis ganas de romance y aventura, oh, desventurado.
(No sólo ando falto de espacio, sino de tiempo. Este apartado viene a destiempo, pero más vale un requiem tardío que temprano)

Ida


Una monjita de vida intonsa y de mirada intensa decide vivir -como le comentó su tía suicida- algo de pecado antes de tomar los hábitos, por no vestir los santos por inercia, como tantos hacen tontos. Fuma, bebe, se lía con las cortinas embriagada, se baja las bragas antes un guapo saxofonista. En el marco de una Polonia comunista llena de feligresía católica. Con aroma a jazz y humo de incienso y tabaco, con aroma en blanco y negro y fragancia a mirada intensa de rubia mona y mocita.
El rapto de Perséfone, por Bernini
Es de lo mejor que hay en cartelera, invito a mi amiga al cine, y ella invita a café en la librería Ocho y Medio, y luego también se empeña en invitarme a cerveza y chuminadas del Mcdonalds.
Durante la película pienso en ella y sé que le está gustando mucho, y me acuerdo de tí, te gustará mucho también, por esa manía que tienes todos los veranos de dejarme solo por meterte en un convento, mi intensa Perséfone de noviazgo intonso -de páginas cerradas-. Mi amiga Nieve y tú no sois muy distintas pues sois muy perséfones y guadianas: aparecéis y desaparecéis. Enclaustradas o liberadas, qué sé yo, es este complejo de Perséfone que tenéis todas a las que yo amo.




Un retal para Hilvanes


Nos ha dejado la decana de las letras españolas, Mercedes Salisachs. Así hace su necrológica el escritor catalán Ignacio Vidal-Folch.(link)
Yo le traigo a usted hoy este retal, un fragmento de la entrevista que le hicieron en la revista Mujer Hoy, donde se habla de nuestra gente: Jardiel, La Gaite ...


MH. Pero siempre habla muy mal de sus inicios. 
MS. ¡Uy! ¡Un desastre! Empecé mi carrera con un fracaso sonadísimo. Pero dos personas me apoyaron: Eugenio D’Ors, que dijo cosas muy bonitas de mis escritos y me animó, y Enrique Jardiel Poncela, que me escribió una carta preciosa. Yo fui a verle a un café en el que escribía y nos hicimos muy amigos. Murió poco después. Conservo algunas cartas suyas y creo que incluso escribió una poesía para mí. Pero “Primera mañana, última mañana” fue la única novela seria de esa época. Descubrí cómo tenía que escribir y ya no paré. 
MH. ¿Le resultó todo más difícil por ser mujer? 
MS. No mucho. Ya había muchas mujeres que escribían: Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet... Martín Gaite era simpatiquísima, buenísima. Cuando la conocí estaba empezando a escribir. Su marido, Rafael Sánchez Ferlosio, ya era premio Nadal. Ana María Matute y yo también nos conocimos de jovencitas. Yo le tenía una gran admiración, la quiero mucho y creo que ella también me quiere. Lo pasó mal en su matrimonio. Su marido era muy buen escritor, pero un ser alocado y rarísimo. Ella merece ser académica. porque conoce el castellano de maravilla. 

L
eer entrevista completa (link)
De esta mujer creo que tengo por ahí una novela de hermoso título, El volumen de la ausencia. No digo que en un futuro no la leamos.

Coda

¡Ay los vicios humanos! Son ellos los que contienen la prueba de nuestro amor por el infinito. 
Charles Baudelaire 

Baudelaire, por Courbet


jueves, 9 de enero de 2014

Preparativos de boda, de Juan García Hortelano



Juan García Hortelano es uno de los grandes. Ni tan conocido como Cela o Delibes, ni tan reconocido como Ferlosio o Aldecoa, es, sin embargo, figura insustituible y talento raro de prosa genial.
El reencuentro me ha hecho sentir que hay esperanza, aunque sea en los caudales del pasado, que sacian la sed de la literatura cuando los haces presentes en cuanto te das a su lectura.
Sumergido en la primera lectura, recordé aquellos días de festividad literaria cuando yo leía El gran momento de Mary Tribune (link), recuerdo en especial una tarde de Domingo de Enero en que nevaba, noche ya cerrada, y yo le decía a quien conmigo vivía: voy a leeer para olvidarme de mí mismo, y así me sumergía otra vez en la fábula.
Cuánto necesito hoy también olvidarme de mí mismo, y sumergirme de nuevo en lo fabuloso.
Editado por la editorial Almarabu en la colección Textos tímidos en el año 1986, este librito cayó en mis manos una tarde de paseo por Recoletos, buscando oro en el río de los libros de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, de la que soy abonado.
Lo he usado en los meses anteriores para meter ahí los boletos de loterías, por si el rico estilo del autor hacía efecto, pero nada, mejor leerlo. Ahora guardo mis apuestas en el Pequeño tratado de los grandes vicios, de José Antonio Marina, como premonición del destino de mi fortuna como me toque una de quince.
Este librito frugal está compuesto por dos narraciones de muy distinto carácter, que pueden ser ejemplo de dos estilos que manejó con maestría el autor. No sé cual me ha gustado más.

Preparativos de boda

Mi pobreza era tan mísera que vendí la piel de oso. Mi pesadilla más agradable consistía en que la viuda del magistrado entraba desnuda y con bozal en mi dormitorio, ofreciéndome las fauces de sus pechos. Despertaba, sofocado, y sudoroso, y escuchaba, para distraer el insomnio, aullar al otro lado del tabique. ¿A la viuda, al perro, al espíritu del magistrado?
Es un relato de una originalidad sorprendente, en el que Lorenzo, apodado el Papaveras, narra los preparativos de una boda de dos parejas, es decir, de cuatro personas, entre todas ellas. Boda amañada por una pareja amiga y la que se supone que es su novia, Venusia, para que se centre y deje su vida disoluta de amancebamiento con Dorita, La Desmandada.
Narrado con irresistible gracia y mordaz ironía, parece como si se quisiera hacer una crítica a algo normal en la sociedad, siendo un suceso extraordinario.
Así vemos cómo Lorenzo, después de dejar a Dorita, va pasando lunas de miel prematuras con su novia Venusia y la fría Thais, pero a la hora de una etapa de prueba en convivencia con Ricardo, decide darse una despedida de soltero él solito, y todo cambia entonces.
El estilo es similar a aquel que deslumbró en El gran momento de Mary Tribune, un estilo característico de García Hortelano que hace adeptos, y quizá adictos.
Yo, si fuera personaje, posiblemente sería uno de este autor, es más un ser así que un querer serlo, pues cuando me veo envuelto en aventuras - aquella memorable noche en Argüelles en Mary Tribune, estas maneras de amañar y desengañar de Preparativos de boda, por ejemplo- veo que sólo podrían ser narradas por un cronista de Madrid tal como este.

Carne de Chocolate

Confundía la disposición de una casa y la otra. Confundía la lujuria y el hambre, cuyos jugos se mezclaban en mi saliva. Confundía el sueño y la vigilia, mi piel sarnosa con mi alma. Un deseo se transformaba en un recuerdo y me deslizaba, caía en una lúcida irrealidad, me desconocía. Resultó ser, efectivamente, el último verano de la guerra, pero de aquellas semanas conmigo mismo me quedó una cronología de características peculiares, irreductible. Y así, durante muchos años, instintivamente confundiría los tiempos y los rostros, establecería verdades contradictorias, trastocaría el orden de los acontecimientos.
Es el relato de unos recuerdos de guerra: bombardeos, miedo, hambre, soledad, mudanzas, sarna en las manos; pero también es un relato de iniciación a la vida, de la amistad con el Tano y del empeño por ver la desnuda carne de chocolate de Concha tomando el sol en la terraza; de las lecturas de Salgari, Rousseau y Elena Fortún -las novelas de Verne no se llevaron en el traslado por las tapas, según el padre-; con momentos de humor como aquel del chaval orinando y el tío Juan Gabriel mirándole desde la bañera, pues estudia para notarías y la bañera es el único lugar, según sus cálculos, donde las bombas no pueden caer.
Aunque aquí el estilo es realista, la confusión de los recuerdos queda bien reflejada para que las sensaciones hagan el efecto de extrañamiento que tan bien se le da a García Hortelano.
De nuevo volvía el tiempo de la confusión, de las certidumbres, de las emboscadas, de no saber que yo no sabía nada, el tiempo de la vida. 

Juan García Hortelano bailando
con Carmen Martín Gaite, en la que dicen que fue
la última juerga que se corrió el autor de
Mary Tribune.  1989

sábado, 4 de enero de 2014

Sombra de mi





Yo y mi sombra, ángulo recto.  
Yo y mi sobra, libro abierto.
Manuel Altolaguirre

Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte 
Ramón Gómez de la Serna


Mi sombra roza la excelencia.
Estos días lluviosos y festivos uso un sombrero que encontré en casa una de las primeras tardes de lluvia. El chubasquero irlandés no me protege del frío y el paraguas es una molestia cuando sales y la atención mereces centrarse en otras cosas. Aquella primera tarde, ya noche, no me dí cuenta aún de lo que mi sombra hacía, o mejor dicho era.


Aquella primera tarde, noche prematura, algo avergonzado por llevar un gorro para la lluvia, me sorprendí por no llamar la atención: nadie se me quedaba mirando, a nadie extrañaba mi nuevo atuendo. Muchos hombres lo llevan, y a mí como a tantos me encaja en la cabeza sin excentricidad de moderno o de chalado.
Tormentas de viento y lluvia, sin truenos ni relámpagos, es lo que nos ha traído el nuevo año, y yo estoy feliz por ello, pues mi temple romántico queda reflejado en la noche y en la lluvia gracias a la ramoniana luz de las farolas. Así me he dado cuenta de lo que vale mi sombra.


Si me miro en el espejo y me observo con mi nueva y sempiterna cazadora negra y con el sombrero de lluvias, no veo más que a un hombre común, algo macarra y pelín bohemio; pero si andando voy, de noche, perdido por Madrid, y miro mi sombra, sonrío y me digo, le digo: eres mejor que yo, qué duda cabe.
La ramoniana luz de las farolas hace de mi sombra un reflejo de mí más puro y excelente, con ese sombrero que quedando mediocre en mi figura queda en mi sombra cinematográfico.
La sombra, en las películas, suele salirse de madre y es como un travieso personaje que en las comedias va a su aire y sin obligaciones, y en el cine de terror asusta o estimula paranoias.
Mi sombra, aún siendo distinta a mí -un yo ideal, una imagen a seguir más que guardiana-, aún no se me ha despegado, como un amigo más, siempre a mi lado y aún así desconocido.
Mi sombra es más atractiva que yo, si en vez de aparecer con el reflejo de la luz de las farolas se quedara en mi, esta combinación de mi sombra y yo, me haría hombre de una pieza, un ser completo.
Ya lo vimos en Peter Pan, que pierde su sombra y es la amiga y maternal Wendy la que se la cose. Así comienza el cuento y la aventura.
Mi cuento y mi aventura también comienza así, en ese momento en que veo mi sombra y digo: ese no soy yo, no forma parte de mí, y si me pertenece qué poco sé de mi.



Ahora mi sombra -que dicen los poetas y psicoanalistas es la zona oculta de nuestra personalidad- será mi maestra y mi modelo a seguir. O soy como mi sombra o nada seré.
Nada me apetece ser más que mi propia sombra, seré yo quien siga sus pasos y no ella a mí como manda la lógica. Mi sombra acaricia la excelencia, es perfecta y pura, un personaje de cine de una pieza, un tipo completo y sin complejos.


Coda

A la sombra de mi sombra 
me estoy haciendo un sombrero;
sombrero de largas pajas
que he recogido del suelo.
Lo haré con el ala ancha,
que casi llegue hasta el cielo
pa´muchas veces no ver
las cosas que ver no quiero.
Manolo Chinato