martes, 14 de agosto de 2018

El misterio del don adquirido en un bazar

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Imagen de un bazar


Pensaba que iba a resultar más fácil. Después de un tiempo largo sin darle uso, ¿cómo crees que iba a funcionar con soltura?
Tantos ciclos lunares el cachivache, el don, el artilugio, la cosa, el ser, la joya adquirida a un encantador, brujo, mago; permanecía ahí, serena y bella, con el mismo hechizo del primer día.
No venía con libro de instrucciones, nada de lo que importa se sirve de normas, cada cual vive su vida y su fe, su moral, como puede, no como se dice que ha de hacerse.
Buscó por internet, y en algún tomo de alguna enciclopedia específica. Era alarmante la cantidad de gurús en un caso y de teóricos en el otro, que adoctrinaban y habían adoctrinado sobre ello. Lo gracioso es que las contradicciones no estaban tan sólo en las diversas voces, sino que una misma voz era capaz de disertar con total ambigüedad. Una locura de ruido sin solución.
Una bochornosa tarde de Agosto por fin llovió, y la fragancia de la tierra húmeda le trajo el recuerdo de aquella tarde lluviosa de primavera recién nacida en que adquirió el prodigio en aquel exótico bazar donde todo comprador encontraría un vendedor.
Cuando entró, la inestabilidad nubosa del día fue olvidada por ese caos lleno de vida y calor, ese bullicioso ajetreo, esa feria de novedades y fantasías, de antiguallas tan palpables.
Cuando salió llovía despaciosamente, la tarde se había calmado de sus vientos enfrentados, la noche se anunciaba serena. Llevaba aquel regalo en su regazo, como un nuevo ser que sería alumbrado en breve.
Llegó a casa con la sensación de que amanecía, así de ilusionado estaba su ánimo, esperanzada el alma, y no durmió hasta que el amanecer vino a adormecer y amortiguar su estado de concentración absoluta. Un amodorramiento feliz por el hallazgo fue sucedido por barquitas mecidas en azuldorados pasajes de ensueño donde se encontraba con risueñas gentes y besos y humedades dulces y con sabor a ron miel.
Se sucedieron los amaneceres, un par de lunas de intensa alegría en los que se sumergió en los misterios de aquel bello hechizo. Casi como una droga, sabía que mientras trabajara en ese mundo nuevo ya nunca más se sentiría sola, no lejos de cualquier desdicha, sino fuerte ante el infortunio.
Pero el trascurso de los días con sus peticiones y obligaciones hizo que muy poquito a poco, casi sin darse cuenta, fuera frecuentando cada vez menos esta amistad. Casi sin culpa, pues sabía que siempre estaría ahí, en el lugar principal de su casa y su corazón, al ser la cosa más maravillosa, que su sólo roce bastaba para iluminarlo todo. Para que la luz disipara todo miedo y toda obscuridad.
Las tentaciones cotidianas iban apoderándose, como antaño, de su tiempo. No tengo tiempo ahora, se decía, y miraba amorosa y añorante aquel milagro que no hacía tanto vivía en su hogar.
Pasó una luna más, y luego otra. Muchas tardes y noches de no hacer nada lo miraba y se decía: bien, ahí está, como siempre; pero siempre encontraba cualquier excusa, y cogía un paño y se dedicaba a limpiar, o buscaba en internet cualquier capricho, o llamaba a alguna amiga o a alguien de la familia para ponernos al día, decía. O a algún amigo para irse a pasear y poder presumir de lo que tenía en casa, para recordar otra vez la magia de aquella tarde en el bazar, magia que ahora vivía con ella y que nunca se apagaba. Sólo si no se usaba. Luego costaba mucho poner a funcionar la maquinaria. Pero eso no lo contaba.
Ya avanzado el verano se dijo, de hoy no pasa, y no hay excusa. Lo tomó en sus manos y era como eso que contaban los escritores en las entrevistas del terror a la página en blanco. Cómo se usa ésto, cómo hago ahora. El don que le había sido otorgado aquella tarde de lluvia en el bazar estaba ausente. Y llevaba semanas imaginando y no practicando, aquella facilidad de los primeros días.
Se enfureció con su desidia, y no pasó un día en que volviera a intentarlo, durante horas. Claro que funcionaba, era ella la que no estaba ágil, por la falta de costumbre.
Poco a poco -pues con certeza amaba ese regalo que se había hecho a sí misma-, con paciencia y voluntad, pudo conseguirlo. Esa vida que daba sentido a su vida sólo necesitaba mimo y alimento, sólo necesitaba ser vivida.
Aquella extraña forma, ese espíritu magnánimo, esa hermosa claridad de ensueño, fue inundando otra vez su estancia.