jueves, 20 de septiembre de 2012

Memorias de un hombre de madera, de Andrés Ibáñez


Andrés Ibáñez, con la mejoria del hombre
de madera en sus manos
Dice así:
Esteban, un ebanista que disfruta construyendo relojes de cuco, se deja llevar por la curiosidad y entra en contacto con el Club de Buscadores de la Montaña. El protagonista y narrador de Memorias de un hombre de madera iniciará así un recorrido apasionante tras el misterio de su verdadera identidad. Visión personal y actual del mito de Prometeo, escrita con una prosa ágil que rezuma escepticismo y humor, Andrés Ibáñez ofrece en este libro una historia de sorprendentes giros, que ahonda con interés en las eternas preguntas sobre el sentido del mundo y el hombre, según ha destacado el escritor y académico José María Merino.

Puesto que Andrés Ibáñez escribe sus artículos y novelas para mí, con mensajes ocultos que sólo yo comprendo, muy bien podría ser uno de esos fanáticos que salen en las secciones de sucesos con cartas de amor por bandera y lágrimas de pasión incontrolada. Pero no me llega la estupidez para tanto, tengo que repartirla en dosis diarias para poder andar por este mundo con un poquito de felicidad.
Algo parecido me sucede con las tramas metaliterarias de tito Quique, como Bartleby y compañía por ejemplo. Que yo me vea reflejado en ellas me hace libre de reclamar su tutela. A veces siento que soy personaje vilamatiano, y a veces siento que mi padrino me roba las ideas. Ahijados bastardos de célebres escritores, ¿hasta cuando aguantaremos ser seres de tinta y tropo?
-Metafórico estáis.
-Es que no existo.
Cartesianamente, no existo, pues no lo pienso. Mejor será sentir, soñar, gozar, sufrir, será mejor ser canto instantáneo y libre que un metódico explorador de las literaturas.
Leo a Andrés Ibáñez todas las semanas como quien tiene cita con un psicoanalista. Alumbrador de sombras en sus artículos semanales, ya desde el principio me asombraba de esa capacidad suya de contar interioridades.
Entre Jung y Borges, cotidiano y simbólico, Andrés Ibáñez lo mismo te hace reseñas de libros del sol naciente que te comenta discos y conciertos. También es crítico de arte. Yo de mayor quiero ser Andrés Ibáñez.
-Ya eres mayor.
-Para lo que a tí te interesa, ¿no te jode?
Pepito Grillo es la voz de la conciencia, y yo resulto ser un Pinocho más rebelde y sincero que el original. Más vicioso también. En aquel capítulo en que Pinocho se iba con los muchachos a darse a los placeres y la mala vida me veo yo ahora.
Mi hada madrina quizá esté enfadada conmigo, pero no me lo dice, miente más que yo, se oculta más que yo, es a ella a quien le va a crecer la nariz. En mi cuento los roles están intercambiados. Yo ya no miento, me conformo con eludir verdades como quien se defiende de las fieras del camino. De vez en cuando me enfrento a una verdad y la estrangulo, de vez en cuando miro tu verdad y dejo que me mate un poco más, más por el juego erótico que vimos en El imperio de los sentidos que por querer morir.
Recuerdo que en mi adolescencia recorté de una revista un fotograma de esta película donde la japonesita, montada sobre su nipón le estrangula. Tal como hoy de vez en cuando recorto algún artículo de Andrés Ibáñez, luego me los encuentro años después cuando releo algo o muevo un libro de mi librería.
Al igual que Pinocho, Memorias de un hombre de madera es otra versión más del mito de Prometeo.
Todo un arquetipo.
Y hablando de arquetipos no sé yo si Andrés fue a ver la exposición del magno William Blake, y si la ha comentado en algún medio. Yo fui a verla anteayer y como un buen Pinocho, en vez de venirme a casa a escribir una crítica elogiosa, me fui de borrachera con los muchachos.
Uno debería mantener un blog con cosas así, como mi peripecia en La Central, la nueva librería inaugurada en Madrid.
O reseñar las últimas películas que he visto.
Más que nada para que tú me leas, que cada vez soy más tacaño contigo en posts, y más de una vez te he dicho que me pasaría las horas escribiéndote.
Pero también has de saber que me falta el tiempo, que los últimos meses han sido duros, y que tengo que invertir el tiempo en necesidades inmediatas.
Quizá recordarás que hace más de un año en un correo, en una de tus despedidas, te comentaba después de desearte suerte cómo me gustaría ser humano como vosotros.
Por esas semanas yo bromeaba con esa idea: yo soy un niño de madera, solía decir, no tengo por qué comportarme como vosotros, si ciertos derechos no me han sido concedidos, ¿por qué tengo que acatar ciertos deberes? Hay una ley de compensación. Ese es uno de los lemas de Sollozo, más lluvia que llanto, puesto que estamos aprendiendo, eso sí, más a llover que a llorar, como dice el poeta Carlos Marzal: gente que ve llover, gente que llueve. Ya casi no lloro, pero sí voy empapándolo todo con habituales tormentas y risueños sirimiris y calabobos, pues hay que refrescar este jardín que habito.
Esta idea defensiva que solía sacar yo en reuniones de amigos, más que nada por hacer reír a las chicas, me la he encontrado este mes en el libro de Andrés Ibáñez. Si ya me encontraba mensajes dirigidos a mí en sus artículos, el azar o el destino -que cada cual lea según su sino- hizo que me viera paseando mi palmito en esta novela mgnífica.
-¿Cuándo vas a dejar de fumar, David?
-Cuando deje de ser un niño de madera y me gane el derecho a ser un niño de verdad.
La novela en un principio da un poco de grima, recuerda a esas novelas de autoayuda que hacen furor y dan ardor en el estómago del alma. Algo entre Juan Salvador Gaviota y El Alquimista. Pero uno se va dando cuenta según avanza en las páginas que hay más propuesta literaria, y ya avanzada la novela con giros en la trama vamos viendo cómo nos adentramos en la ciencia ficción, AI, Inteligencia artificial, y ¿Sueñan los androdides con ovejas eléctricas?
He tenido la impresión, quizá desacertada, de que el giro que da el relato no fue premeditado, que la novela iba encaminada hacia lo metafísico cuando el autor decidió torcer por el sendero de la ciencia ficción, más libre y menos laberíntico.
El grupo de buscadores de la Montaña, que ocupa las dos primeras partes del libro, casi desaparece en la última parte, cuando se nos descubre el misterio de Sebastián.
En las últimas páginas tenemos hasta una interpretación metaliteraria.
Que la novela no sea confusa es signo de que no es pretenciosa, por eso este giro inesperado y el desconcierto por no ahondar más en la trama inicial no son sólo perdonables, sino hasta lógicos.
Hay autores que parece que no saben cómo dar solución a una historia, uno se encuentra con que todo ha sido un sueño y arreglado. Pues no. A novelas brillantes, finales brillantes. Esto se lo perdonamos a Hermann Hesse: por ser vos quien sois.
A Andrés Ibáñez no le sucede este mal de tantos literatos, no elige una opción fácil, aunque la que él le da a su novela sea inesperada y desconcertante. La vida está llena de opciones con las que no contamos, sorprendentes. Él elige una opción feliz y luminosa.
Que sigamos leyendo a Andrés Ibáñez tiene que ver con esto, en sus artículos son normales la sorpresa y la felicidad. Y que la sorpresa sea normalidad se agradece mucho.
Ambientes cotidianos, retratos pintorescos de personajes que lo son, realismo en el exterior y magia en el interior, difícil mezcla bien llevada.
Un estilo ágil, hermoso y lírico por momentos.
Una sencillez envidiable.
Sin embargo, y es algo personal, prefiero seguir considerando a Andrés Ibáñez como a un Hermann Hesse contemporáneo y español antes que como a un autor de ciencia ficción entre tantos.
Cada lector es libre de valorar lo que ama, y nosotros en Manicomio amamos a Andrés Ibáñez  por esos detalles misticocuánticos, miticocuánticos. Como buscador, como perseguidor que soy, el camino de conocimiento que ofrece este hombre me interesa. Me regalo el derecho a la interpretación, más cuando sus artículos y relatos están escritos para mí.
Me he sentido identificado con el protagonista de la novela. Más vicioso yo, más sucio yo, menos casto yo.
Quizá por esa idea de que sólo puede sentirse limpio quien ha estado sucio, esa lección catártica cristiana de que sólo merece ser perdonado quen tanto ama.
Muñeco de manos sucias soy. Desde este no tiempo en el que vivo, tus besos y tu lluvia de siempre me las lavan aún hoy.