jueves, 13 de octubre de 2011

El doble, de Fiódor Dostoievski



... y mi maestro me enseñó qué difícil es encontrar el alma dentro de las sombras ...

Dostoievski, agudo conocedor
del alma humana

Uno debería dejar este tipo de literatura aparte, para leerlos en la época feliz, vida dichosa. O, mejor, uno no debería leer libros así jamás.
El día que terminé El Doble, aparte de que la cruda espantaba mi ánimo, tuve al anochecer uno de esos ataques de ansiedad que me acometen cuando me da por pensar demasiado, a más de 80 km. de imágenes por hora. La culpa fue de Dostoievski y su capacidad para narrar la paranoia de un pobre diablo en el que no me era difícil verme reflejado.
Anochecía. Junto a mí alguien leía a Julia Navarro, y me preguntaba:
-David, ¿has leído este libro?
-No, yo no leo ese tipo de libros.
-¿Y por qué?
Quizá por la masoquista curiosidad que mata el felino que llevo dentro. Uno se cree sabio, sagaz, se cree que ve entre las tinieblas, y que conoce. Ágil y armonioso como el gato, feroz como la pantera. Luego lee a Dostoievski y se da cuenta de su mundo caótico, desquiciado, en ruinas. Un perro apaleado por los fantasmas que estando dentro parecen rodearnos reencarnados en los que nos rodean.
Esta literaturitis crónica, lo dije siempre, es paranoica. Un manicomio con cien locos felices hasta el momento de leer a este genial autor de novelas de terror que es Dostoievski.
-Es lo que hay, pícaro -me dice Fiódor junto a su vaso de vodka-. Acompáñame a la Nevski Prospekt y verás pasar a un hombre como tú, a un loco entregado a las miserias de su imaginación, y verás las consecuencias.
La perspectiva Nevski es arteria principal en San Petersburgo. Algo así como la Gran Vía en Madrid, con tanta historia y vida que es inevitable que sea una arteria principal en las novelas de los hombres que la han paseado. En Crimen y Castigo también paseábamos por ella.
Yo paseo casi todas las semanas la Gran Vía, una cosa digna de ser paseada, vivida, literaturizada.
Fíjate que leo también novelas de terror honestas, con su etiqueta de terror, con sus fantasmas. Pero no dan tanto miedo, que no, que Otra vuelta de tuerca me encendía más la imaginación sexual que la del miedo. Eso de que una institutriz casta y pura vea los fantasmas de un antíguo lacayo y una antígua institutriz que cuando vivos se dedicaban a montar películas porno sadomasoquistas en un caserón construído para horas de té y disciplina inglesa, pues más que miedo, da como morbo.
El doble de Dostoievski, novela no muy larga pero sí muy intensa, de fantasmas interiores y esquizofrénicos desdoblamientos, sí que da miedo.
En los primeros capítulos sin embargo, parece una novela de humor, se retrata a un tipo un tanto ruin en una época maniática, que hace sentir al lector un asco y una carcajada inmisericorde. Hasta que la lástima aparece cuando vemos cómo todo el universo se conjura para hacerle la vida imposible.
Usurpador ...
James Joyce. Ulises.
El tema de El doble, según parece, no es único de Dostoievski. Otros lo usaron, otros lo harán. Ni de la literatura. Me recuerdo a mí mismo, casi un niño, imaginando una historia similar, conmigo mismo como personaje, aterrado ante esa posibilidad. ¿Y si un día llegas a casa y te encuentras a tu doble siendo querido por tu familia, por tus amigos, usurpando tu cama, tu plato, todos tus alrededores?
Un clon que usa de tus gestos y físico, que va de aquí para allá, como el maligno personaje de Dostoievski, aprovechándose de tu parecido para ganar influencias, para meterte en problemas, para el mal.
Con esto llegamos a la conclusión, gloria y miseria de la literatura -la buena-, que hay temas que recorren el tiempo del hombre, generación tras generación, comunes a todos. Miedos ancestrales, hondos, como creados por un demonio de la locura, para la locura. El miedo con más horror que el miedo a los fantasmas, un terror que nace de uno mismo, miedo a perder la identidad, la comunicación con los otros, el miedo a no hacerse comprender.
Vemos en esta novela cómo el desquiciado funcionario intenta explicarse, hacerse comprender, y que no puede, en un marco de oficina y calles con lluvia y nieve. Una de las técnicas que utiliza el autor es la de la ambigüedad, no llegamos a saber si el doble es un personaje más -entonces se trataría de una novela fantástica, de horror, como manda la tradición de Hoffman-, o si es producto de la mente en ruinas de un esquizofrénico. Entonces sería un gran retrato, genial, de la mente humana. De una u otra manera, de una pesadilla.
En los primeros capítulos reconocemos la paranoia en el personaje: estoy rodeado de enemigos que quieren hacerme la vida imposible y yo que soy honrado y voy por mi propio camino sin meterme con nadie me merezco algo mejor y ya verán cómo me saldré con la mía, porque soy astuto y a mí nadie me gana.
Luego vemos cómo llega a la locura más difícil  e irreal, la esquizofrenia, o vida o sueño, o todo mezclado, un delirio de dobles que te impiden actuar, llevar una vida ordenada, la fantasía es el mundo y tú la verdad, y la comunicación etre el sujeto y el predicado es imposible.
El miedo a esta locura es lo que provoca esta novela, novela precursora, que no fue comprendida en su tiempo, tuvo malas críticas, no fue bien acogida, y tuvo que esperar a un nuevo siglo para que se dieran cuenta del gran retrato que era.
Dostoievski, una
incisiva mirada al alma humana
Tuvo que llegar Freud -algunos dicen que su valor filosófico y literario es mayor que su valor medicinal- para iluminar algunas de las páginas más oscuras de los mitos y los cuentos -aunque la filosofía y la literatura son buenos medicamentos-.
No lo pasaba tan mal leyendo un libro, y a causa de éste, desde que hace unos años leyera Bartleby, el escribiente, de Melville. Una noche en que salí de trabajar, llegué a casa, no había nadie, me puse a leer y el silencio, desolación e incomprensión del libro emigró hacia fuera.
Este masoquismo, doctores, me viene desde muy jovencito, desde que dejara las novelitas de Enid Blyton para pasar directamente al Dorian Gray de Wilde y al Josef K, de Kafka.
Sabemos que tanto Dostoievski como Melville (en su Bartleby) son precursores de Kafka, que abren un camino, o mejor dicho una herida, que quizá no debería haber sido abierta, o transitada por lectores, el camino en los abismos del alma en un mundo tan ordenado como parece ser el mundo, con la administración eficaz como paisaje.
Estos libros, como en la canción de La Unión, sientan mal. Y uno debería meterse mejor en el ancho camino de los libros mejor vendidos, gruesos de trama y fórmula literaria, donde todo está medido y bien dosificado. Literatura medicinal para las mentes enfermas.

Coda



Mientras, los estantes se vacían a causa de tu extrema
voracidad.
Y es que comer libros es tu mayor pasión.
Día a día la biblioteca es menor.
No sé si sí o porque no resulta evidente, los libros
a tu mente le sientan mal, le sientan mal.
Alicia tuvo un grato sabor.
Boris Vian esa extraña sensación.
Y es que ahora devoras todo lo que te dan.
Papel y tinta, el resto que más da.

lunes, 3 de octubre de 2011

El pan de los años mozos, de Heinrich Böll

Heinrich Böll

Después de leer algo de Robert Musil, de Thomas Mann, de Stefan Zweig, de leer bastante a Kafka, y de leer mucho a Hermann Hesse, mi atracción por los autores del XX que escriben en lengua alemana se incrementa con la lectura de Heinrich Böll.
Algo les es característico, una energía intelectual única, quizá surgida del venero del idealismo alemán.
Heinrich Böll, sin ser tan mítico y esotérico como Hesse, tiene un mismo estilo. Recuerda a Musil, eso sí, su realismo psicologista e intelectual, como si el personaje quedara elevado, más allá de sus vicios y defectos, a la altura de un héroe. Esta literatura con personalidad hace personajes de gran personalidad, con una complejidad interna que le va muy bien al lector ávido de reflejarse en la tinta que mira.
En esta novelita el amor no es el tema principal: el tema principal es el hambre.
Sin embargo, en las páginas en que el narrador-personaje relata el flechazo, vemos esta altura de imágenes, ideas, sentimientos que son buen ejemplo de la mejor literatura alemana. Y nunca cae en el sentimentalismo, sí cae en lo canalla que es la vida cuando el amor llega, en la putada que le haces al resto, en lo raro que es todo, en el deseo sexual -otra vez La Insinuación-, no hay Piedad para los muertos que deja este amor que llega de pronto. Más bien es un calentón, no hay nada más que un dejarlo todo por poseerse y que parezca que este día de pasión vaya a ser así siempre. Idealismo. Idealismo de calentón, hasta para eso hay un ideal, para esta erección que sentimos y que parece que no va a declinar nunca.
Narrado con una elegancia y delirio de temperamento alemán, y ya sabemos cómo se lo gastaron siempre los alemanes en esto de hacer la música y la literatura. Una locura más importante que toda la cordura que pueda encerrar lo real, porque lo real no es lo que sucede, si no ese ideal que te has forjado a base de trabajo y locura. Exaltación intelectual y extrañeza de vivir. Mann y Kafka.
Vivir es algo raro, sí.
La acción de la novela transcurre en un sólo día, desde que el narrador se despierta en la pensión y recuerda que tiene que ir a buscar a la estación a una muchacha de su pueblo que quiere prepararse para maestra, a la que casi no recuerda; hasta la noche, cuando los dos están solos en el coche de él, donde hay una frase memorable, que dice:
Surgieron imágenes en la cámara oscura: me ví a mí mismo inclinándome como un extraño sobre Hedwig, y tuve celos de mí mismo.
El final es impresionante en su narración, él ha quedado con ella y llega algo tarde, el café en que le espera ha cerrado, y, a pie de calle, ella es abordada por un hombre, por lo que se siente sola, indefensa, desolada. Luego nerviosa le contará a él, en el coche, en un monólogo conmovedor, todo lo que se le ocurrió por la imaginación en el momento en el que el hombre se declaraba.
Hay algo de expresionista en toda la novela, un kafkiano absurdo en la actitud de los personajes, entre la visceralidad y la improvisación, en todo caso sorprendente.
Han pasado pocos años desde la guerra, la memoria juega un papel tan importante como el presente mismo, por lo que  no podemos estiquetar a esta novela como una novela sentimental, de amor. Ya que, digo, el hambre y el ansia de pan son principales en el relato de los recuerdos.
-Cuando estaba en casa, le robé libros a mi padre para comprar pan, libros que él amaba, que había reunido y por los cuales había pasado hambre cuando era estudiante ..., libros por los que había pagado el precio de veinte panes y que yo vendía al precio de medio pan: éste es el interés que recibimos, de menos doscientos a menos infinito.

Al igual que en Los Miserables, de Hugo, está aquí el robo como desencadenante del relato. Lo que ocurre en los Miserables es que el robo de un sólo pan trae tragedia y culpa, mientras que aquí, el robo de unas planchas de cocina para comprar pan y cigarrillos, sólo acarrea la molestia de que se haya sabido, el personaje no siente culpa ninguna, el personaje narrador da más importancia a su hambre que al delito. Por ello ganará fama de ladrón, y él se excusa con su hambre.
Cuando empieza a ganar dinero con trabajo duro y constancia, lo único que hace es comprar pan, se pasea por todas las panaderías y compra pan de todo tipo, se llena los bolsillos, tanto pan que no puede comerlo él sólo, por lo que lo regala.
El pan de sus años mozos, años de hambre, es lo que importa, y la historia de pasión que aquí se narra -una historia por lo demás poco creíble-, es una excusa para narrar la historia que sí hemos de creer, la historia del hambre. Y del horror de los días que siguen al final de la guerra, veamos una de las mejores páginas que he leído sobre el descubrimiento de la muerte:
Ella y yo habíamos ganado una buena suma de dinero al escamotear parte de la chatarra que obtuve con un equipo de trabajadores en unas ruinas que tuvimos que desmantelar, antes que se derrumbaran. Algunas de las habitaciones, a las que subimos con largas escaleras de mano, habían quedado totalmente incólumes, y dimos con cuartos de baño y cocinas en los que había fogones, termos y otros objetos como nuevos, ganchos y colgadores en los que a veces estaban colgadas aún las toallas, estantes de cristal en los que estaban aún, perfectamente colocados, rasuradores eléctricos y tubos de carmín; bañeras donde aún había agua, y la espuma de jabón formaba grumos calizos en el fondo; agua clara, en la que nadaban animalitos de goma con que habían jugado los niños, asfixiados después en el sótano. Me miré en espejos donde se habían mirado personas que murieron pocos minutos después, y en los que, lleno de rabia y asco, rompí mi propio rostro a martillazos; esquirlas plateadas cayeron sobre el rasurador eléctrico y el tubo de carmín. Saqué el tapón del fondo de la bañera y el agua cayó cuatro pisos más abajo, y los animalitos de goma se hundieron lentamente en el fondo calizo.
En alguna parte había una máquina de coser, cuya aguja estaba clavada aún en un pedazo de tela marrón, que debía convertirse en unos pantalones para un niño, y nadie me comprendió cuando, por la puerta abierta, junto a la escalera de mano, la tiré abajo y se estrelló contra los bloques de piedra y los muros derruidos.  Pero lo que más me gustaba era destrozar mi propio rostro en los espejos que encontrábamos. Las plateadas esquirlas caían como un líquido tintineante. Hasta que un día, Wickweber empezó a extrañarse de que nunca hubiera espejos en el género procedente de los derribos ...


Heinrich Böll, como si fuera nuestro paisano

El nobel de literatura Heinrich Böll, conocido sobre todo por su novela Opiniones de un payaso, tiene fotografías con boina y cigarrillo en que parece uno de esos autores españoles de nuestra también excelente literatura del siglo XX: Baroja, Delibes ...  Habrá que seguir sus huellas, ya caminadas.


Coda. La portada (relato)


Esta pequeña gran obra se merecía otra portada.
Vale que sea una edición del año 82 con indigestión de naranjitos y arconadas, cuando lo de PSOE y el relajamiento de las costumbres.
A mí, en uno de mis libros -que los tengo, ¡eh!- me ponen una cosa así y lo vería como una afrenta a mi orgullo -que lo tengo, ¡eh!-. Sería como un decir en la editorial no entendieron nada, será supongo yo que Heinrich Böll se revuelve en la tumba y vomita el nobel y todo manual de literatura en que su nombre está junto a Musil, Mann, Hesse ...
Principios del verano del 82, están todos en la editorial tomando una mirinda de naranjitos, mareados después de pasar a octavos, después de pasarlo mal , muy mal, qué mal, equipo anfitrión equipo caca. Y dice el jefe
- Oye, nena, pásame una foto de archivo para el libro éste del Enrique Böll, y ahora la porra, mil duros a que le metemos cuatro cero a los alemanes.
-Venga, va, no se las vea tan felices, jefe, mil duros yo a que ganamos en la prórroga uno cero.
-Yo mil duros a que perdemos.
-¡Pesao, pesao, cenizo, cómo vamos a perderrrr, Rrrramirez!
Y en esto que Calixta, romanticona y becaria -¿había becarias en los 80 o se decían secretarias?- dice:
-Jefe, que qué busco.
-Niña, algo que vaya a tono con el espíritu de la obra.
-Y de qué va.
- De uno que se enamora y lo deja todo tras el flechazo que siente al ver a una de su pueblo, y del hambre que pasaron los alemanes en la posguerra, calla ya, venga, que luego tienes que dejar constancia escrita de la porra del partido con los alemanes.
-Ah, amor, amor, me gustan las novelas de amor, a ver qué encuentro.
Esta fotografía de amores ochenteros parece sacada de un libro de religión de 3º de BUP, ¿tema?  La sexualidad en los jóvenes: la masturbación es egoísta y el sexo antes del matrimonio es el demonio. Para que te enteres.
Esta fotografía parece, digo, sacada de cualquier reportaje sacado de la añorada revista Dunia: El cortejo, La Primavera, La Sexualidad en los jóvenes, qué sé yo.
Perdido el partido y perdidos todos la porra menos el cenizo de Ramírez, el jefe se pone a la foto y le dice a Calixta, que le pone ojitos:
-Pero niña, qué me has traído aquí, qué horterada de foto es ésta para una novela sobre el hambre en la posguerra alemana.
-Ah, no sé, es una foto muy bonita para una novela de amor.
-¿Heinrich Böll no era alemán? Pues que se joda, jefe, que los alemanes nos han hecho perder mil duros por barba, menos al pelma de Ramírez, esta foto será nuestra venganza contra un escritor alemán.
-Pues a mí me gusta -suspira Calixta.
-Venga, que sí, la foto a la portada, que se jodan todos los heinrichbolles y los thomasmanes y robertmúsils.
Y así fue, como lo cuento. Si no te lo crees mira las hemerotecas y verás qué vergüenza nos hicieron pasar los alemanes en el 82 y qué fotos ponían la Dunia, la Telva, y todos los libros de religión de 3º de BUP.
-Nena, no te me pongas mohína que te has ganado la porra, metafóricamente hablando.
Calixta, enamorada:
-¿Que me gano qué, jefe?
-La porra.
-¿Metafóricamente, jefe, pero usted sabe de qué es metáfora una porra, que se moja, que se moja, que se moja en el café?
-Nena, tu tacita, venga, tacita de terciopelo.
-Jefe, de porcelana será.
-Nena, tu terciopelo.
-Jefe, mi taza, su porra, desayunémonos.
Desayunaron.
Y todo fue en el despacho como una cafetería en hora punta, siendo sólo dos, multitudes de señoras y señores desayunándose, siendo sólo dos, tan sólo dos, cientos de tazas sucias de pecado, cientos de porras mordisqueadas, saboreadas, con un hambre de posguerras alemanas y de sexo en la adolescencia.