sábado, 31 de julio de 2010

Manhattan en el olivar de Atocha


Para el autobús escogí la joya de Novalis, La nostalgia de lo invisible, de Antonio Pau, en la editorial Trotta. Así en los primeros capítulos me sumerjo en la edad en que Alemania era cien reinos al igual que yo soy cien locos.
Érase que se era un príncipe encantado en un reino chiquito, etcétera.
El germen del romanticismo, ¿qué es romanticismo?

Soñamos con viajes por el universo, ¿es que no está el universo en nosotros? No conocemos las profundidades de nuestro espíritu. Hacia dentro va el camino misterioso. En nosotros, o en ninguna parte, está la eternidad con sus mundos -el pasado y el futuro-.
Novalis

Luego en Trotta, por el mismo autor, están los sugerentes títulos Rainer María Rilke. La belleza y el espanto, y Hölderlin. El rayo envuelto en canción.
Reconozco que a Novalis le conozco menos, pero Holdërlin y Rilke son cimas que rayan el infinito, ¿o es que acaso no están ya en él?
Cuando hablo de infinito hablo del no tiempo y el no lugar donde están todos los tiempos y todos los lugares.
Por aquel entonces no había naciones, había soberanías. Reinos, ducados, principados... Un enjambre cuyo origen se confunde con la mitología, de ahí vienen todos los cuentos que han hecho de nosotros lo que somos, ocultos esquemas, invisibles moldes, palacios en ruinas donde habitamos en permanente sueño de remodelación.
Por eso, cuando voy por Atocha, a veces recuerdo que fue un olivar, y sigo caminando por el olivar, aunque ferrocarriles, museos, edificios y restaurantes me reclamen.

Exposición sobre Manhattan en el Reina Sofía





Ayer estuvimos viendo la exposición sobre Manhattan que el Reina Sofía tiene preparada.
Unos cuarenta ladrones en la cueva del museo, unos cuarenta fotógrafos en las galerías con las paredes demasiado vacías, para mi gusto. Yo soy más barroco, casi rococó. En todos los sentidos.
Hubo de todo, desde fotos de ladrillos -en los dos sentidos del término- hasta célebres hallazgos, como esas fotografías de David Wojnarowicz/ Arthur Rimbaud.






jueves, 29 de julio de 2010

Fiesta, de Ernest Hemingway ( y de un servidor)




Comimos en Botín, en el comedor de arriba. Es uno de los mejores restaurantes del mundo. Cochinillo asado acompañado de rioja alta. Brett apenas comió. Nunca comía mucho. Yo hice una comida muy copiosa y me bebí tres botellas de rioja alta. (Ernesto Hemingway. Fiesta Capítulo último)

Y luego se fueron de paseo a ver la Gran Vía.
Con media botella ya ando yo piripi. Con una, tengo resaca después de la siesta y parte del día siguiente. Con dos botellas de rioja me tienen que ingresar con coma etílico. Con tres, la palmo.
La Literatura ya no es lo que era. Bravos tiempos de Hemingways y generaciones perdidas, los de hoy le damos a la pepsicola -seguro que hay cretinos que le dan a la light-, y tomándonos un par de cañas ya tenemos complejo de beodo y remordimientos newages.
Fiesta es el periplo de una panda de escritores -algunos más, algunos menos- que se dedican a ir de parranda desde París a Pamplona dándole al alpiste que da gusto. Algunos más, algunos menos, porque en esto del alcoholismo hay grados: está el narrador, Jake, que se pasa el día bebiendo -nunca agua... en algún pasaje creo que se moja los labios con un botijo- , y en el otro extremo está Mike, algo parecido al Nicolas Cage de Living las Vegas pero sin poéticas de autodestrucción y sí con mucha guasa. Mike es un caso excepcional, cornudo y endeudado: living la vida loca.
Me ha gustado, en in crescendo, la primera parte se me hacía cansina, la sofisticada vida parisina la leí con más pena que gloria. Las descripciones se me hacían pesadas hubo que pasar los pirineos para que la fiesta -dentro y fuera del libro, aquí en mis ojillos pizpiretos- en sí comenzara. Luego se van de pesca, pescan truchas, según parece al autor de la novela le gustaba la pesca, quizá tanto como los toros. Se llevan un par de botellas de tintorro para el pic-nic de la pesca. Es muy posible que en aquellos tiempos la vida fuera así, un beber contínuo sin analíticas periódicas ni dietéticas modernas. No sueltan la botella de Fundador en los capítulos navarros, ni escatiman en vino ni le hacen ascos a la absenta. Esta novela es la narracíón de unos días dionisiacos. Pero el estilo es sobrio. Efectivo, eso sí.
Tengo fresca en la memoria El gran momento de Mary Tribune, y me ha complacido ver tantas similitudes, sobre todo en los personajes. Y en el alcohol como plasma conductor de glóbulos de tinta. Tub, personaje femenino del Mary Tribune, parece una copia sesentera de la Brett de Fiesta. Años veinte, años sesenta, décadas prodigiosas, ya sabemos. La diferencia fundamental entre las dos narraciones es que la novela de García Hortelano es de estilo ebrio, en estado de gloria.




Cuando Don Pío estaba enfermito, en las últimas, Hemingway fue a visitarle, reconociéndole como maestro. Dice Juan Villoro en el prólogo:

Fiesta marcó el comienzo de una era. Como las grandes improvisaciones de jazz, el idioma de Hemingway parecía depender del azar objetivo. Nada tan real ni tan libre como esas frases entreortadas que componían el vibrante tapiz de la realidad.


El viernes pasado hablábamos de Baroja, que lo mismo no usaba un guión, ni un plan, ni tenía unas ideas claras sobre lo que iba a escribir. Baroja escribía e inventaba sobre la marcha, improvisando. Así esos personajes suyos aparecían y desaparecían con su historia a medias, como en la vida misma.
Según parece Hemingway iba encaminado a unos caminos narrativos más estéticos, pero finalmente dio prioridad a una narración simple, llana, con menoscabo del estilo. Sin embargo, en mi opinión, algo de esta pretensión primera llega a sus descripciones. Personalmente, lo que más me ha gustado de la novela es la descripción de las corridas de toros, la descripción detallada de todo lo que hay de pintoresco en una fiesta de un lugar que no es el tuyo. En estos retratos deja su poso de tristeza o éxtasis, según el caso. El capítulo mejor es el último, la soledad de el narrador Jake Barnes después de los Sanfermines, cuando viaja solo a San Sebastián, sus baños en la playa, como catarsis para las frustraciones propias y los errores ajenos. Su melancolía, no dicha, pero sí entrevista.
Jake Barnes es un periodista que quedó castrado en la primera guerra mundial -¿ha de llevar mayúsculas una guerra?-, y ama a Bertt, y Bertt ama a Jake. Él es su pagafantas, el amigo que le socorre en todos los líos y que le prepara todas las conquistas amorosas. Porque a Bertt le gustan mucho los los hombres, es una adicta al romance, y no puede evitarlo. Está prometida con Mike, un alegre endeudado, rey de las fiestas, borracho empedernido. Se lo monta con el escritor Robert Cohn, todo un aguafiestas que termina enamorándose de Bertt y vaga su pena alrededor de la pareja, provocando los impagables sarcasmos de Mike. Luego Bertt se lo monta con el torero Pedro Romero, un guapo matador de Ronda, ante la abnegación de Mike y la resignación de Jake. Y la ira vengadora de Robert, que además de escritor es ex-boseador y descarga su cólera a puñetazos en las getas de Mike, Jake, y Pedro. No nos olvidemos de Bill, compañero de pescas y farras de esta tribu de turistas, otro escritor divertido y borrachín. La novela comienza con estas dos citas:

Sois todos una generación perdida. Gertrude Stein, en una conversación.


Una generación va y otra generación viene, mas la tierra permanece para siempre. El sol sale y el sol se pone, a su lugar se apresura, y de allí vuelve a salir. Soplando hacia el sur, y girando hacia el norte, girando y girando va el viento; y sobre sus giros el viento regresa. Todos los ríos van hacia el mar, y el mar no se llena; al lugar donde los ríos fluyen, allí vuelven a fluir. (Eclesiastés I, 4-7)

Muchos sabéis la predilección que siento por el Eclesiastés. De este fragmento sacó el título el autor: The sun also rises.




Lo que es la esencia no ha cambiado, este Julio agonizante estuve en Pamplona, en mi vida ví una fiesta igual, tan grande, monocolor -todos vestíamos igual, menos algún despistado-, y aún así de tan rica variedad. Ejerció de Virgilio mi amigahermanadoptadaenleónelañoanterior.
Recuerdo que en León me saqué unas fotos con Elvis Presley. Este año tocó Hemingway. El que viene, si se tercia ir al Vaticano, con el Papa de Roma, si se deja. Pero no voy a publicar esas fotos, no sea que algún energúmeno me reconozca por la calle y me agreda airadamente. O intente sobrepasarse manoseando mis castas carnes.
Esta amiga me fue mostrando las calles, cicerone excepcional, por excepcionales rincones. Una charanga en cada esquina, bailes por doquier. La noche del sábado, después de los fuegos artificiales fuimos al concierto de Los Suaves, y mientras un madrileñito de San Blas trataba de ligar con mi amiga, yo me emocionaba con Las palabras para Julia de los Suaves. Un grupo nos sorprendió después, de camino hacia el centro, con este ska de los Kortatu que yo bailé desenfrenado, dando patadas al aire, que es como se baila el ska.




Las noches las terminábamos escuchando jazz, en una plaza junto al ayuntamiento, al lado de donde nos alojábamos.
Tuve la enorme suerte de poder ver los encierros desde un balcón, en pijama y en paréntesis de sueño.
Había más autenticidad durante el día, a la hora del vermut, y como los personajes de Hemingway, nosotros también tomábamos el vermut. Me enamoré de una amiga de mi amiga que me cogió de la mano y me llevó a ver cómo eran los gigantes por dentro. El problema es que estaba embarazada y tenía marido, y este señor marido estaba al lado.
Las noches de los fines de semana son más para turistas, mucho borracho suelto, ya digo que por el día el sol ilumina mejor los rincones mágicos de Iruña. Fuimos a la salida de las peñas de la plaza de toros, yo me acordaba de Cadalso, pues allí las fiestas homenajean los Sanfermines, la peña La Vaca iba todos los años para hacer recuento de nuevos bailes y cantos y así llevarlos a la sierra de Madrid.
La noche del concierto de Los Suaves unas chicas preciosas de Madrid se me acercaron comiendo sus bocadillos y estuvimos charlando, no se creyeron que yo fuera madrileño, me dijeron que tenía toda la pinta de ser de allí, eso me alegró. Al despedirse, una me llamó guapo: eso me puso contento. Pero no me lo creí.
Nunca en mi vida comí bocadillos como los de allí, de barra de pan entera, de txistorra o de tortillas de varios tipos. Luego estaban los fritos, de bechamel, algunos como croquetas gigantes. No bebimos demasiado, quizá yo me aproximaba a la manera de beber de Jake, con frecuencia pero con mesura.
Sentí haber observado más que participado, pero otro año iremos a integrarnos con alegre desenfreno.

martes, 27 de julio de 2010

Simón Boccanegra



Estaba cenando tan ricamente, untándome queso en crujiente pan, cuando en la radio los tertulianos se han puesto a comentar lo que les ponían los entrenadores de fútbol. Cuando uno ha dicho que el que le ponía era Vicente del Bosque porque era gordito y tenía bigote he tenido que huír a mi alcoba y ponerme a escribir este post sin demora, no fuera que contagiado de tales inclinaciones al final terminara yo viendo Estudio Estadio -si es que aún existe- para estimularme.
Va en serio, en la radio, a estas horas, después de recomendar un par de libros y alguna representación teatral, han dado paso a los deportes y han hablado de eso. No es invención de mi imaginación enfermiza.
Hoy hablaremos de zarzuelas y óperas.
Este Domingo a la tarde estuve con los akabaos en la ópera, viendo y escuchando a Plácido Domingo en Simón Boccanegra, en el Teatro Real.
Pero no se crean mis lectoras que yo soy una de esas señoritas soñadoras de novelón decimonónico que asistían a la ópera, casi siempre en palco, casi siempre invitadas por algún aristócrata mujeriego que se las quería llevar a lo frondoso del bosque para perderlas. No.
Las pocas veces que he visto ópera ha sido en la tele. Óperas Rock, sí he ido a verlas en teatro, y musicales también.
Lo reconozco: tengo el oído duro para la ópera, no se hizo la miel para la boca de la acémila. Pero es más por ignorancia que por otra cosa, la disposición la tengo.
Me gustan ciertas piezas populares, reconocidas, que todos alguna vez hemos oído. ¿Quién no conoce esta pieza magistral?

Anda que también, quien haya colgado esto, mezclando Wagner con Orff con los nazis es para darle terampia insertándole la discografía completa de Enrique Iglesias vía rectal, que no auditiva.

Es lo que tiene esto de la internete on line, que te da una de cal y otra de arena, y uno no sólo pierde el sentido, si no también el norte, el rumbo, y así andamos por la vida, como cabestros retratados por Hemingway. Y que viva lo pintoresco.
A lo que íbamos, que estuvimos en la ópera, pero no en palco, ni en patio, si no en en la Plaza de Oriente, donde Francisco Franco -ese rojazo que nos trajo la seguridad social y que acabó con la pertinaz sequía como un David contra los filisteos- arengaba a las masas.
Tuvieron la generosidad de plantar sillas bajo el sol sobre las cinco de la tarde, para que el vulgo que no dispone de cien euracos de entrada pudiera verlo en pantalla gigante. Lo mismo hicieron en los mundiales, no en el Teatro Real, claro -la crisis es económica, no estética-, si no por Castellana, o por Santiago Bernabeu.
El vulgo que no dispone de cien euros para tres horas de música -pero sí para gastárselo en pintas de guiness negra, mea culpa- pudo aguantar el sol de la siesta para luego gozar de la música, la historia, las voces, las imágenes. Y el ambiente, tumultuoso, sí, pero acogedor.
Nosotros llegamos sobre las cinco treinta, así que pudimos coger zona de sombra. Hicimos amistad con dos venerables ancianitas que esperaban como nosotros y casi nos tiramos de los pelos con dos viejas avariciosas que querían sustraernos las butacas, así, por el morro, llegando las últimas, las muy bribonas.
Tengo el oído duro para la ópera, lo repito, pero disfruté de Simón Boccanegra, gracias a los subtítulos pude enterarme de que qué iba la trama, y gracias al poco sentido del gusto que me queda llegué a emocionarme en varios momentos, y el corazón palpitó y se excitó el ánimo en ciertas escenas, como esta del duelo, en el prólogo:



O esta en que el pueblo clama venganza, que es lo que debe clamar el pueblo en todo lugar y momento, ¿por qué? Por lo que sea, da igual, por lo que sea, el caso es tener al gobernante en jaque. Magnífica:



Al anochecer, yo me recraba en los árboles mecidos por una brisa tardía y refrescante. En el entreacto me confundí en la multitud para fumarme un cigarro y así echar un vistazo al respetable. Algunas muchachas se habían sentado en zonas de césped, rectángulos ajardinados, entre flores rojas confundiéndose con ellas.
A Plácido Domingo se le aclamó como en días anteriores, como nunca, pero nada más finalizar yo corrí presto al último autobús hacia Aluche.
En mi casa sienten pasión por la zarzuela, gustan más de Alfredo Kraus, pero ese es otro tema que será tratado en otra ocasión.

viernes, 23 de julio de 2010

La vida como collage. Dedicado a Carmen Martín Gaite



¿Qué es lo que hace que un escritor, en este caso una escritora, te enamore?
Ciertas afinidades. Y que ellos, los admirados, se adaptan con la melódica línea de su prosa al ritmo arrítmico del corazón.
Yo hacía collages, y eran celebrados, los hacía sobre mis carpetas, con fotos de revistas, de lo que me gustaba: pinturas, actrices, lemas.
Un collage es un trabajo de manualidades, sí, una búsqueda de piezas que luego tú unirás a tu antojo, o al antojo de la musa.
Un montón de revistas, de postales, de ideas y emociones. Papel base, pegamento, tijera, y tu imaginación.
En aquella novela, Nubosidad variable, los collages eran una excusa de para tratar la novela, o viceversa: tramas y temas, excusas para el collage.
Nosotras, las personas, estamos haciéndonos siempre un collage con cosas de aquí y allá. Somos unos copiotas, y pese a quien pese, tenemos buen gusto, porque copiamos a gente que merece la pena, como Carmen Martín Gaite.
Ella guisaba, hilaba, hablaba de literatura, escribía, leía.
Yo quise, quiero, supongo que querré, ser como ella. Aunque claro, me faltan idiomas para irme a Nueva York.
Desde Aluche, uno puede homenajear a su escritora admirada intentando ser mejor en este collage de la vida. No siempre se acierta, pero, como diría ella en esos versos:

Nos hemos despertado entre pavesas frías

Magullados los huesos y seco el paladar

En un paisaje inhóspito

¿Cómo pudo ocurrir el descarrilamiento?


En La reina de las nieves ella trataba este delicado tema, lo frágiles que somos, el collage no sale, no cortan las tijeras o se nos descuidó y rasgamos el papel, no pega el pegamento, perimos las figuras...
Son muchos recortes para un collages que escojo para Carmiña:
El contexto de su generación inigualable: Ferlosios, Aldecoas, Sastres...
Cuando hace ensayo, sobre narratología, sobre el papel de la mujer en la historia de la literatura, me gustan esos ejemplos, esas historias de cuando ella era niña. Sigo teniendo El cuento de nunca acabar como libro de cabecera, y que no se acabe nunca. En Desde la ventana reconocía el magisterio de Virginia Woolf, de la Virginia de Una habitación propia, y valoraba a otras pioneras como Emilia Pardo Bazán, de la que hablábamos en los comentarios hace unos días.
Martín Gaite no mató a su niña interior, fue su guía, dejó que se hiciera grande con ella. Ella se veía reflejada en esa otra niña que era su hija.
Hubo un flechazo, una tarde de primavera, leyendo Entre Visillos. Caía el sol y yo miraba desde la ventana, enamorado de algo indefinible, algún traslado de su narrativa a mi ánima hubo.
Reivindicaba la narración sentida con autenticidad: fábula y ficción, sí, pero sintiéndolo como algo verdadero. Algo que desde aquí suscribimos: la fabulación, el cuento, como camino hacia uno mismo.
En mi jardín hay flores de su cosecha.
Y aquí su voz y su imagen:

jueves, 22 de julio de 2010

Porque amó mucho

María Magdalena, según Tiziano



Casualidades de la vida, me acabo de enterar de que en el santoral, hoy, 22 de Julio, es el día de María Magdalena. Ayer decidimos hacer este post, sin conocimiento de ello.

Hieródulas, hetairas ...
El pasado Domingo, leyendo el libro del profeta Oseas, me encontré con la palabra hieródula, y aunque una vaga idea tenía por el contexto de lo que podía significar, me metí en internet -donde todo se sabe, o casi todo- y busqué en google. De entre las referencias me encontré una curiosa bitácora: El perdido arte de la cortesana , escrito por una de ellas, ¿quién sabrá más sobre esto que una cortesana?.

En la antigua grecia la hetaira era la única mujer que podía asistir al banquete en el que los filósofos reinventaban el mundo de una manera racional. Fueron los precedentes de la tertulia actual, allí Diótima era tan considerada como lo fue Sócrates, él la respetaba porque ella le había enseñado a amar.

Un rol similar tienen las geishas. Un ejército de virtudes concentrado en una persona, al servicio, más que del amor -que también-, de la cultura, de la inteligencia, del ocio.
Otro caso es el de la prostitución sagrada, hieródulas y hieródulos consagrados a una fe, al servicio de dioses, diosas. Al igual que las vestales y las vírgenes consagraban su castidad, las hieródulas hacían lo mismo con su sexo.
En realidad no se sabe mucho del papel de María de Magdala, sólo que fue discípula de Jesús de Nazaret. Quien sea lector de los evangelios sabrá que hay una confusión de nombres, parentescos, relaciones: juanes, santiagos, marías, martas, simones...
Pero parece que los estudiosos, teólogos, dicen que es muy posible que María, la Magdalena, fuera la adúltera aquella, la que amó mucho, y hace un mes se lo oí decir a un cura, más vale pecar por amar mucho, no hay nada que hacer con los que no aman.
Claro que hay curas y curas, como aquellos que condenaron la obra Jesucristo Superestar, y aquellos que dejan representarla en la propia parroquia. Con catorce añitos, allá en Cadalso de los Vidrios, fui pueblo y mercader en aquella fabulosa, grande, Ópera Rock. Ahí María Magdalena tiene el papel protagonista, y una de las baladas más hermosas sale de su boca:


-¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos.

45 No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.

46 No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies.[i]

47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
(Evangelio según San Lucas, capítulo 7)


Sin duda, muchos católicos se olvidaron de este capítulo, a lo largo de la historia.



Pero hay un abismo entre la prostituta sagrada, la geisha, la que se dedica a ello por propia voluntad, a las que lo hacen por necesidad o por obligación.
En los últimos días hemos oído o leído la noticia de que el presidente del gobierno español, Jose Luís Rodríguez Zapatero, quiere eliminar los anuncios de contactos. Me parece bien, por una razón muy sencilla: en un anuncio de un periódico, ¿quién diferencia a la trabajadora de la esclava?
En una sociedad mejor, no hay abusos de ningún tipo, y cada ciudadano hace las cosas por propia voluntad. El proxeneta, lo mismo que el traficante, destruye la integridad, maneja como a una marioneta, símplemente mata, ya sea física o psicológicamente.
Si en los anuncios de contactos tan sólo hubiera anuncios de personas que comercian voluntariamente con su cuerpo como los hay de vendedores de coches, sí sería una medida injusta la del señor Zapatero. Pero anunciar seres esclavizados es peor que anunciar coches robados. ¿Alguien permite anunciar coches robados?
Pero como desde las aceras de la ciudad no sabemos qué intereses creados hay, qué manos manejan qué hilos, de nada servirá nuestra queja.
Luego cada cual es libre de usar su cuerpo como le venga en gana: alquilándolo, tatuándolo, usándolo como un contenedor de grasas o alcohol. Ya puestos entonces, que prohiban la pasarela Cibeles, o los folletos de propaganda de moda del Corte Inglés, ¿es que una modelo, o un modelo, no alquila su cuerpo por unas horas? ¿Y un actor? ¿No se comporta el actor como un objeto vacío para llenarse de otro y darlo al espectador?
Un escritor es una puta que ofrece sus lozanas o putrefactas carnes para que alguien disfrute, o sufra. Disfrute o sadomasoquismo, a mí Azorín me trató en su día como una madame vestida de cuero y me fustigó con su vocabulario. ¡Qué sexo más bueno y sucio, sin embargo, el de aquella vez que me uní con una novela de Bolaño!



En esta canción pasó lo mismo que con El boulevard de los sueños rotos, dedicada a Chavela. Aquí Sabina puso la letra certera y Pablo Milanés la delicada música.

Prostitución y literatura. Cómo aman las rameras.
Diré cosas sueltas que se me vengan a la memoria.
Tengo en mis manos Esplendores y miserias de las cortesanas, de Honoré de Balzac. Compré este ejemplar de saldo, en un puesto en la Gran Vía, junto a la Plaza del Callao. Es un libro de aroma suculento, que dan ganas de ponerse a comer ya. El primer título de la obra es: Cómo aman las rameras.
Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada, es un libro que aconsejo lean todos los enamorados de la literatura española de principios de siglo. Allí Valle-Inclán y otros se van a que les hagan una mamona una ramera.
Lo de ramera viene porque antes de la bombilla roja, las casas públicas se caracterizaban por poner una rama en el quicio de la ventana.
Dalí fue a estrenarse, pero le dijo a la elegida que se desnudara, que ya se ocupaba él de practicar el autoerotismo. Dicen que lo mismo hacía con Gala -¡su mujer, no don Antonio!-.
Borges fue con su padre, antes los padres llevaban a los hijos para que se hicieran hombres a las casas de farolillo rojo. Pero nuestro literato más casto, antes de consumar sintió tal pánico -pánico por perder la conciencia, esa petite morte de la que hablan los franceses- que huyó, y no volvió a catarlo.
Francisco Umbral decía que un literato tenía que acostarse con lo que pillara, puta o no puta.
Fernando Sánchez Dragó fue puta sagrada, según él, para conquistar su parte femenina. Yo a veces leo El Hola y lloro cuando escucho a Marco Antonio Solís, con eso me sobro y basto para sentirme femenino. Qué cosas, este señor de Soria...
Vizcaíno Casas dedicó su literatura a las chicas de salón, y a Franco. Extrañísima mezcla.
Don Mario Vargas-Llosa, en Pantaleón y las Visitadoras, da un motivo más para el nobel.
El que ya lo tiene es Camilo José Cela, con esas mujeres generosas, que compartían lecho con la bohemia. Y tiene un libro: Izas, rabizas y colipoterras.
Muchas de ellas son piadosas, santeras, con vírgenes a las que rezan, con crucifijos entre los acampanados pechos. Podría besarlo el cliente devoto, pero sería improcedente.
Tengo por leer Memoria de mis putas tristes, de Gabo, otro con nobel.
Y yo, futuro nobel, tendré que escribir algo sobre el tema, algún día. Aunque ahora recuerdo que ya lo hice.

martes, 20 de julio de 2010

Chavela por el boulevard de los sueños rotos

Aquí tenéis tres versiones del mismo tema: cantado por Sabina, por Álvaro Urquijo -acompañado por Los Secretos-, y por los dos juntos, que son los padres de la criatura. Ahora paso a contaros la leyenda sobre tremenda canción:







La leyenda

Son dos maneras diferentes de entender la canción, pero son dos personajes similares: Enrique Urquijo y Joaquín Sabina colaboraban y compartían canciones. Los dos, temperamentos acuarios, con esa empatía de los signos iguales, compusieron canciones tan emblemáticas de cada cual como Y nos dieron las diez / Ojos de gata.
Como podéis comprobar después de escucharlas, Sabina le puso su toque canalla, satírico, amargo sin perder una risueña compostura de gentelman cañí. Enrique, líder en aquel tiempo del grupo de la nueva ola Los Secretos, le mojó con la lluviosa y romanticona melancolía habitual. La misma canción llega a tener dos sentidos diferentes.
De todos es sabido el cariño y admiración que siente Sabina por Chavela Vargas, quizá porque van por el mismo camino musical, y ella ha cantado ese desgarro que Sabina ha ido aprendiendo y asimilando a lo largo de su carrera.
Con la voz rota del desengaño y el exceso.
Un día Joaquín Sabina le compuso un poema a Chavela, y como hizo otras veces se lo entregó a su colega Enrique para que se lo musicara.
Quizá Enrique estaba pasando una de sus malas rachas y olvidó en cualquier sitio de la casa aquel poema. Enrique trasladaba su sensibilidad extrema, herida, a sus canciones.
Álvaro Urquijo no era tan celebrado como su hermano Enrique, era la otra mitad creativa de Los Secretos, sus canciones pocas veces llegaban a las radiofórmulas aunque compusiera canciones tan bellas como Qué sólo estás. No es que permaneciera en la sombra, es que quizá en los grupos con carismas especiales como el de Enrique los otros se echan a un lado prudentemente. Después del fallecimiento del hermano, Álvaro supo tomar las riendas del grupo para llevarlo al lugar que se merece, el de una fama indiscutible, consolidada, y tratándose de él sin artificios ni ruidos. Yo de adolescente compraba cintas de Los Secretos, y me fijaba bien quien componía qué canción, y valoraba lo mismo a Álvaro que a Enrique.
Sigamos con la leyenda. Un día Álvaro encontró el papel olvidado con los versos de Sabina. Lo leyó y le puso la música, no recuerdo si después de hablarlo con su hermano, quizá Enrique le dijo: haz lo que quieras. Toda esto que cuento lo leí en una entrevista a Álvaro hace años.
El caso es que esa combinación dio buen fruto: el de una de las mejores canciones que se hayan hecho como homenaje: Por el boulevard de los sueños rotos.

Chavela

De Chavela Vargas tengo tres discos, uno de ellos doble. He tenido dificultades a la hora de escoger, me gustan de verdad las suficientes como para llenar un blog, más que un post. Así que me he dejado llevar por el estremecimiento, por aquellas que me tocaron la fibra sensible alguna vez que las escuché.



Y si quieren saber de mi pasado
es preciso decir otra mentira
les diré que llegué
de un mundo raro
que no sé del dolor
que triunfé en el amor
y que nunca he llorado




Nada me han enseñado los años
siempre caigo en los mismos errores
otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos dolores


A esta canción la siento emparentada con la siguiente, tanto que muchas veces creí que eran la misma. Sin embargo, es cierto que Ojalá que te vaya bonito parece una continuación natural de En el último trago.


Estos versos me parecen los más hermosos aunque amargos que alguien haya escrito a causa de un desamor:

Cuantas cosas quedaron prendidas
hasta dentro del fondo de mi alma
cuantas luces dejaste encendidas
yo no se como voy a apagarlas





Aquí podemos escuchar qué voz tenía Chavela de más joven. Macorina es mi debilidad, una canción erótica deliciosa, sensualísima. Pocas veces se ofrece un canto así, tan explicito y sin que produzca vergüenza ajena.




Tata Dios es una despedida, alguien llega al final de sus días y ofrece su canto triste, resignado.




Si, porque te quiero, quieres, llorona
quieres que te quiera más
¡Si ya te he dado la vida, llorona!
¿Qué más quieres, quieres más?


Pero de todas ellas la que prefiero antes que ninguna es La llorona, es de una de esas canciones que uno puede escuchar una y otra vez sin que pierda su poder de estremecer, de transmitir su amargura.
Hace años una noche -y si alguna de aquellas que me acompañaba me lee lo recordará- subía con dos amigas de la universidad por el Paseo del Prado hacia Cibeles cantando la canción a voz en grito, casi de madrugada, para escándalo de noctívagos y tempranos paseantes.
Es una canción extraña, una rareza y pese a ser una rareza es conocida universalmente y cantada por varias voces en distintas versiones que en mi opinión se enriquecen entre ellas. Terminaría siendo, si se unieran sus versiones, una canción infinita, siendo ya infinitamente bella en cualquiera de ellas.
Otros la han cantado y en todas las voces me gusta, pero es en Chavela donde adquiere su grandeza, en su voz rota y llorosa.

Coda

Noche de bodas

sábado, 17 de julio de 2010

Resucitar a través del subrayado (II)



... y el placer de reencontrar
el limbo de un tiempo que se nos va...


(El autor de este artículo no tiene por qué estar plenamente de acuerdo con las propias opiniones aquí vertidas. Es, además, continuación de otro elaborado hace un año.)


Subrayar es uno de esos placeres a los que se da el lector que tiene en propiedad un libro.
Últimamente subrayaba poco, los libros que leía o eran prestados -qué falta educación, subrayar sin permiso del que generosamente presta, es como llenarle al amigo o a la amiga la casa con graffitis, el cuerpo con tattoos sin previo aviso- o eran un bien de uso común, público, complejo vitamínico para el ciudadanito de a pie que ha de desarrollar el cacumen y el buen discernimiento -subrayar un libro de biblioteca es como obligar al resto del universo a pensar como tú, un vandálico acto fascistoide, vale que yo a veces he agradecido en un ensayo para un trabajo o un examen el que otro ya hubiera hecho antes que yo la labor de síntesis, pero eso... ¿es o no es mentalidad de esclavo?
Esta noche, retardando la hora de la cena, he leído el prólogo y los dos primeros capítulos de Fiesta. Un par de frases me han llamado la atención, así que como mi lápiz al uso está empanado -o empaginado- en el Ulises, me he incorporado de mi tálamo lector y he buscado un lapicerillo del Ikea, que ya que esta factoría del mecano del mueble tiene la generosidad de regalarlos a sus clientes, los aprovecho para darles usos diversos: como la pérdida y el encuentro por sorpresa en viejos abrigos, o para subrayar. Bendito Ikea.
El narrador es el protagonista, un periodista que está en su redacción, tan tranquilo, cuando le llega un amigo repentinamente adinerado para intentar convencerle de que se vayan a Sudamérica. Nones, le dice el periodista, que ya suponemos que es el ingenioso de la historia. La vida pasa rápido, le reprocha el otro, el tiempo se me escapa, siento que no estoy viviendo de verdad mi vida. A lo que responde el periolisto:
Nadie vive por completo su vida excepto los toreros.
(Ernesto Hemingway).

Entonces se me ha ocurrido, revitalizado por el subrayado, como resucitado, el crear este post.
Para calmar sus ansias viajeras le invita a una copa, y en la narración de los hechos en la página siguiente, supongo que refiriéndose a su oficio, (porque si yo me pillo a mí mismo de manos caídas en el currelo me llega el pavor a que se me queme el ragout, o las alubias; mi ética profesional depende de los paladares y los estómagos, más que de la estética, para estético mi blog, que no me da el sustento):
Una parte muy importante de la ética profesional consiste es que parezca que nunca trabajas.
(E.H.)

Parece sacado de una obra de Oscar Wilde.
Y por hoy ya basta, que tengo una lata de cerveza bien fría esperándome en el frigo, para borrar con espuma los subrayados equívocos del ánima.

jueves, 15 de julio de 2010

Bartleby y Compañía, de Enrique Vila-Matas




Reconozco que no he madurado, lo sé porque me sucede como a los niños, los niños dicen que a diferencia de los adultos, tienen una percepción distinta del tiempo. Para los adultos los años pasan volando, y los días se les hacen eternos. Al contrario, para nosotros los niños los días se nos pasan veloces como carrera de bicicleta cuesta bajo, mientras que los años son lentos, recordamos lo que sucedió hace cuatro meses como si fuese un año.
Todo esto lo digo porque ayer intentaba recordar cuántos años hacía que leí el Dietario Voluble, y resulta que no ha pasado un año.
Time after time, de Chet Baker, al personaje de esta historia le gusta mucho el jazz blanco de Chet Baker. A mí también, ¿cómo era? Chet Baker, el poeta del Jazz, también oí decir lo mismo sobre Liszt, que era el poeta de la música. Pero hoy, sobre todo, oiremos a Baker.


Así vengo yo trabajando estas notas, buscando e inventando, prescindiendo de que existen unas reglas de juego en la literatura. Vengo yo trabajando en estas notas de una forma un tanto despreocupada o anárquica, de un modo que me recuerda a veces la respuesta que dio el gran torero Belmonte cuando, en una entrevista, le requirieron que hablara un poco de su toreo. "¡Si no sé! -contestó-. Palabra que no sé. Yo no sé las reglas, ni creo en las reglas. Yo siento el toreo, y sin fijarme en reglas lo ejecuto a mi modo."
Bartleby y Compañía. Enrique Vila-Matas





Lean si quieren la crítica que en su día hizo don Ricardo Senabre, azote de literatos y cátedra de críticos.
Para don Enrique Vila-Matas son todo elogios, y su inmenso amor por la literatura tiene que ver en ello. ¿Qué podemos decir de libros suyos como este? Yo no diría que es una novela, y tampoco un ensayo. Una novela de tesis, un manual de ciertos caracteres literarios, ay, yo echaba de menos un índice al final con todos los nombres que cita y citas que nomina. Yo diría que es un bosque. Y una lección para los letraheridos.
Yo me he perdido, por eso digo bosque y no novela. Bosque denso, muy denso, pero con claros donde el sol puede calmar las ansias del paseante. Laberíntico.
Hay algo de envidia, también, lo mismo sucedía con el Dietario Voluble: Enrique Vila-Matas es una lección de hambre. Y de sangre, o de tinta. En su amor por la cita, por el personaje literario -el escritor que en sus manos adopta carácter de fábula-.
En esta novela tocan los escritores del No, los que llegados a cierto recodo del camino, y no habiendo fracasado muchos de ellos -no fracasó Salinger, ni Rulfo, por ejemplo- se ocultan, dejan de escribir, y el protagonista de esta ficción compendio de otras ficciones intenta buscar las razones o sinrazones a través de la historia y los lugares literarios. Los Bartlebys, extraña cofradía de talentos que deciden no dar rienda suelta a sus talentos.



Uno se siente pequeño al hacer reseñas de libros así, pero hay que hacerlas, quizá porque no ha llegado el momento de decir no.
Un centenar de voces que callan de pronto, y exponen excusas peregrinas o no las ponen, Juan Rulfo decía que dejó de escribir porque se le murió su tío Celerino, que era el que le contaba las historias. Según parece el tío Celerino, siendo ateo, iba de pueblo en pueblo bautizando a la gente, en lugares dejados de la mano de Dios. Juanillo le acompañaba y el tío le contaba historias, pura invención.
Enrique Vila-Matas pone ejemplos de escritores, a mí lo que más me gusta son las anécdotas con que adereza los ejemplos.
Como hilo narrativo está el del oficinista jorobado que se adentra en el bosque de los abismos de la negatividad literaria. Y las cosas que le suceden, como cuando en Nueva York ve a Salinger sentado junto a una mujer y duda en saludar el escritor o a la muchacha.
Entre la abrumadora colección de casos, a veces nos ofrece un refresco y cuenta historias de su propia ficción -¿o no es así, don Enrique-, yo disfrutaba de esas narraciones, como aquella en la que el jorobado, de joven, se amista de un carismático compañero nuevo, un chaval peculiar que sólo escribe los primeros versos de los poemas, es un pequeño genio que le enseña a fumar y a amar el jazz de Chet Baker. Luego este chico se malogra, dice el narrador algo muy bello sobre los jóvenes que mueren dejando su alma en la adolescencia, traicionando su talento. Este chico se saca una notaría, se casa, tine hijos, y en un momento emotivo da a entender que es él el que admiraba a nuestro protagonista.
La ironía que toca la comicidad caricaturesca puede ser aquí el tono, pero no hay que olvidar la ternura con que Vila-Matas toca lo que escribe.



Melville -creador de Bartlevy-, Kafka -que recogió el testigo de Melville-, Rimbaud -antes de los veinte dijo todo lo que tenía que decir y después se dedicó a la aventura iletrada- Hugo Von Hofmannsthal y la Carta de Lord Chandos -sobre la imposibilidad de escribir sobre este universo inconmensurable-...
Cómo me hubiera gustado ser personaje en el libro, para regalar al narrador con esta cita literaria que tengo entre mis favoritas:

Las palabras se me deshacen como ceniza en la boca.
(Hugo von Hofmannsthal, Carta de Lord Chandos.)




Está la singular historia de Paranoico Pérez, de la que sí me puedo considerar si no partícipe al menos afectado.
Paranoico Pérez (según dice don Enrique que escribió en un relato Antonio de la Mota Ruiz), dejó de escribir porque todas sus ideas se las copiaba Saramago para después novelarlas y publicarlas.
Recuerdo que un día, allá por los finiseculares noventa, tuve una desasosegante idea para un relato: un tipo que escribe se da cuenta, cuando termina sus relatos o novelas, que ya alguien se le ha adelantado y publicado lo mismo.
Por entonces yo tenía ese tipo de tramas en la cabeza, y cuando oí en la radio una entrevista al señor Vila-Matas sobre su Bartleby & Cía, en la que hacían mención a este caso, reí estupefacto por esta ironía del destino.
Se menciona en este libro, no soy el único que lo piensa, parece que muchos de los que fabulamos pensamos lo mismo: las ideas, las tramas, las ficciones, están ahí, luego llegamos nosotros, romanticones, y nos volvemos intérpretes escribiendo esas historias. Si las dejamos pasar, otro las alcanzará.
Versos geniales se me ocurren cuando estoy adormilado, o trabajando, y no tengo ni papel ni lápiz a mano, o las obligaciones me lo impiden. Tampoco pasa nada, las iluminaciones llueven lo mismo para mí que para otros, y a buen seguro que algún otro hará algo bueno.
Es una percepción neoplatónica de la literatura, creo que todo está escrito, tan sólo podemos hacer maravillas jugando con las variaciones sobre un mismo tema.
Creo que os lo debía, en el post anterior hablaba del poeta Keats, y de algo que leí en este Bartleby vilamatiano que me hizo aplaudir emocionado.
En el siguiente post hablaré de las canciones que me hacen vergüencita o de Hemingway festivo. O de cualquier otra cosa.
Qué bueno, lo que dice Keats, no puedo estár más que de acuerdo con él, en un rato o en unas horas transcribiré en mi jardín el capítulo 38 o al menos un fragmento de Bartleby y Compañía.

miércoles, 14 de julio de 2010

Acto Primero

(En la penumbra de una alcoba con persiana más cerrada que subida, las ideas confusas se confabulan leyendo fragmentos de Keats, luminosos pese a su negatividad. Paso de transcribirlos, no me da la gana copiar frases)
Posibles peregrinos deambulando bitácoras: lleva una semana sin postear, caballerete.
Moi: soy lector esponja, contagiado me han los Barlebys que en la Literatura han sido. De mayor quiero ser Vila-Matas, pero más libidinoso, siempre lo he dicho.
(Levanto la persiana, más que porque entre la luz, por ver si la vecinita de enfrente está tendiendo la ropa, con boquita enfurruñada en su linda carita, con ese minipantalón apijamado de las siestas, cuando sabe que en España nadie mira a esas horas.)
Manicomio: Nos podemos escribir sobre el éxito, como decidimos a la mañana mientras a vos le hacían la pedicura y leía ingratamente sorprendido el artículo de Rafael Reig.

Acto Segundo en FlashBack

(En un Aluche acalorado de temperaturas y resacas futboleras, vuestro príncipe se regala con la lectura, con su leer pausado, lento, umbraliano, meditabundo)
Rafael Reig:Ahora, como la zorra ante las uvas que no podía alcanzar, me alegro mucho de no haber tenido éxito. Me conozco: se me habría subido a la cabeza. Pero, ay, lo que habría dado por echar a perder mi vida por culpa del éxito. No pierdo la esperanza: el día menos pensado, suena la flauta y tengo por fin la oportunidad de convertirme en un anciano patético. (artículo completo)
Ego: Don Rafael, lo quiera o no, usted tiene éxito, no se haga el anónimo escritor de barrio, no me quite el puesto, jo...
(Una entrevista a Juan Manuel de Prada por la reedición de El silencio del patinador. A este señor se le respeta en Manicomio por libros tan ramonianos como Coños y tan inolvidables como Las máscaras del héroe. Actualmente no seguimos ni al J.M. de P. novelista ni al articulista. A nos, en Manicomio, nos gusta el J.M. de P. de las entrevistas. Considera que el escritor no debe tener demasiada formación académica, eso puede convertirse en una jaula, o una prisión. El escritor debe ser un poco bruto. No encuentro la entrevista en la red, no está nada mal)
El que esto escribe: el escritor debe ser un anarquista, y hasta este deber que postulo ha de ser erradicado.

Acto Tercero y último

(Anochece veraniegamente, la ensalada de la cena ha sido completita.)
Yo: no.
Ellos: ¿no a qué?
Vosotros: ¿de qué se habla aquí?
El menda lerenda: de los escritores del No. Pero hoy no escribiremos de los escritores del No, o sea, los Bartlebys y sus tíos Celerinos. ¿Cuándo? Quizá mañana, o pasado, o ayer o tiempo derrotado por No
Las voces de la conciencia frente a este humilde servidor vuestro: Es mejor leer que escribir, ¿verdad, pollo?
Este humilde servidor: No
Las voces de la conciencia: ¿es mejor escribir que leer, entonces?
Servidor de ustedes No
La Conciencia: oh, malandrín que zascandilea en constante aparato de farra y fiesta, briboncete de amaneradas manías y excusas de orate, ¿quieres dejar este juego y ponerte a leer otra vez?
El pollo aludido, desplumado y salpimentado: preferiría no hacerlo.
Lector y lectora avispados: entonces, caballerete, si en tanta negativa te hallas, ¿cómo escribes este post?
Caballero sin caballo: porque uno también puede negarse a no escribir.
Espíritu umbraliano: o sea...
(Ha caído la noche, paradójicamente vencedora frente al día, día en el que una cumpleañosa me invitó a comer -misteriosamente, el gazpacho era más salmorejo que gazpacho- y en el que adquirí Fiesta, de Ernest Hemingway, por 8.95 euros. Próximamente hablaremos sobre Batleby y Compañía, escrita por un señor que de Barleby tiene lo que Rafael Reig de anónimo. Después quizá, ya que viví en vivo y en directo los Sanfermines, hagamos una novelera reseña sobre Fiesta, del nobel más doblado y campanudo. Luego quizá me atreva a escribir una novela llamada Siesta, en la que los personajes seguirán pautas afines a los personajes de Fiesta, pero sin moverse del sofá, de la cama, del café, de la taberna. Creo que nadie ha escrito nunca ninguna novela llamada Siesta. No.).

jueves, 8 de julio de 2010

Literatura de invasión y literatura de evasión. Post orgánico.


Nota: este artículo se irá realizando a lo largo del día. Como si se tratase de un organismo vivo, se irá constituyendo, transformando, agrandando. Hasta es muy posible que le salgan bigotes o/y pechos turgentes.

A Hilvanes se lo dedico, que me lo pidió.



En un post sobre posmodernismo escribí sobre literatura de evasión y de invasión en estos términos:

Me gusta leer literatura de evasión y de invasión. La primera porque te hace olvidar y te atonta felizmente como unas jarritas de cerveza, la segunda porque se te mete dentro, como un acto de posesión, y te cambia durante meses, te transfigura, y según la calidad literaria dura más o dura menos. Hay veces -¡oh, Sto Cortázar!- que se te queda dentro para siempre, como un okupa que mira tú por donde te instruye y edifica.

Hoy hablaremos de estos conceptos.

Prolegómenos

Actualmente estoy leyendo a dos autores que se caracterizan por una literatura invasiva: James Joyce y Enrique Vila-Matas.
Ambos generan en el lector una actividad no evasiva, aunque pudiera ser, pero esa no es la intención. Esta actividad que no es evasiva es una actividad transformadora, que mantiene alerta a aquel que lee; si Joyce le exige a uno un esfuerzo de lectura extra, Vila-Matas le adentra en un mundo literario, pero exactamente no le evade de la realidad, si no que muestra una parcela problemática, literaria pero con tribulaciones que son reales.
(Nota: si el lector considera que la criatura va creciendo de manera pedante y amanerada, cual Fidel el lumbreras de la serie Aida, puede advertíselo al autor, o sea, al menda lerenda. Por ahora hago un descanso: fregaré los platos de la cena de ayer, fregaré el baño, y me daré una ducha)
(Nota: continúo un rato)
Anteayer por la tarde, después de finiquitar un capítulo del Ulises, salí a la calle para comprar tabaco y echar una miradita en la biblioteca. Me dí cuenta que mi cabeza no trabajaba de manera habitual: un caos de sensaciones ante las percepciones, recuerdos, proyectos, pensamientos... Un monólogo interior particular y difícilmente transferible. Sin embargo después de esa lectura ahora era distinto. Mi cabeza monologaba como si fuese yo mismo un personaje de Joyce. Mi monólogo habitual se estaba acoplando a la sintaxis literaria de Mr. Bloom, asemajándose a ella. Al pasar por ejemplo junto a la farmacia: veo a una de las dos farmaceúticas, la mas guapa de ellas. Cambio entonces el meollo de sensaciones de curiosidad y admiración y es como si mi cabeza fuese escribiendo según un demiurgo joyceano.
Algo en mí está siendo invadido, involuntariamente, claro es que la cosa no dura más de una hora, el efecto de esa droga no es permanente, suele ser más efectivo cuanto más tiempo seguido se suele consumir la droga. O el medicamento.
(Nota: otro descanso. A ver si ahora sí que sí me ducho, y pongo una colada).
(Nota: sigo)
Pero habrá que ver de qué manera actúa, ya que suele suceder también con la literatura de evasión que el ánima de cada libro se traspasa de una manera más o menos fiel al espíritu del lector. ¿No leía Don Quijote literatura de evasión? ¿No fue invadido por ella?
Un libro puede ser a la vez evasivo e invasivo, aunque siempre será una de las dos cualidades la que actúe en el lector.




El lado literario de la vida

... no soy más que literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa ...
(Franz Kafka)


Cuando uno lee cualquier libro de Enrique Vila-Matas se da cuenta de algo que derruye ciertos mitos literarios. Es concerniente a la dignidad de la condición literaria.
Es importante: un escritor no tiene por qué publicar, ni siquiera tiene por qué escribir.
Hay cierta salvación literaria para todos los escritores anónimos que vivimos la literatura como una condición más que como un oficio.
Yo siempre dije que la literatura era una manera de mirar el mundo, distorsionándolo (embelleciéndolo o afeándolo), no una manera de ganarse el pan, que también puede serlo.



Si no, miren lo que dice Umbral en Trilogía de Madrid, palabras que son piedra angular de este blog:
... Literatura es ver las cosas a través de otra cosa.
Literatura es ver las cosas a través de un vino.
El vino de la inspiración, el vino de la imaginación, el vino de la memoria...

Se puede hacer literatura siendo anónimo al igual que se puede hacer un cocido madrileño sin montar un restaurante. Y en muchos restaurantes la comida es pésima.

(Nota: y ahora voy a cocinar algo, y a hacer algo de compra)
(Nota: sigo)
La literatura, que tiene desde sus orígenes una voluntad expresiva -quiere dar a conocer una realidad, unos hechos, unos sentimientos- y artística -enriqueciendo esa expresión mediante técnicas que despierten la atención del receptor-, involuntariamente es una deformación. Esas técnicas son trampas, el escritor tiene intención de llevar al lector al huerto.

La literatura es una deformación de la realidad

Aunque muchos aún no se han enterado, la novela dejó, hace ya más de un siglo, de tener la misión que tuvo en la época de Balzac, Galdós o Flaubert. Su papel documental, e incluso el psicológico, han terminado. “¿Y entonces que le queda a la novela?”, preguntaba Louis Ferdinand Céline. “Pues no le queda gran cosa –decía-, le queda el estilo (...) Ese estilo está hecho a partir de una cierta forma de forzar las frases a salir ligeramente de su significado habitual, de sacarlas de sus goznes, para decirlo de alguna manera, y forzar así al lector a que desplace también su sentido. ¡Pero muy ligeramente! Porque en todo esto, si lo haces demasiado pesado, cometes un error, es el error, ¿no es así? Entonces eso requiere grandes dosis de distancia, de sensibilidad; es muy difícil de hacer, porque hay que dar vueltas alrededor. ¿Alrededor de qué? Alrededor de la emoción”.
Enrique Vila-Matas. Intertextualidad y metaliteratura. (Alocución en Monterrey)


El artífice de una obra puede enaltecer la realidad que muestra, como es el caso de Homero en su Iliada y su Odisea. O puede hecer de la realidad una caricatura, haciendo hincapié en su fealdad, como es el caso de los esperpentos de Valle-Inclán.
Son dos ejemplos de deformación.
(Nota: y ahora, nos vamos a comer).
(Nota: La comida podría haber sido frugal pero se llenó la panza.Simulacro de siesta, alguien me llama para que le solucione un problema con el facebook. En la televisión, Carles Puyol recién salido de la ducha es felicitado por la reina por su gol redentor de ayer. Carles lleva una olímpica toalla ceñida como único atuendo, con sus húmedos y largos cabellos asemeja a un héroe griego. Si hubiese sido una comedia inglesa se le habría caído la prenda y la reina quizá se habría agachado, o quizá no, el caso es que la marimorena se habría montado igual. Fuera llueve, lleva todo el día con nubosidad variable tirando a plomiza. Caerá tormenta. Sigamos, pues).
Difícilmente podemos sustraernos a nuestra condición, de este modo quien siendo apasionado mira mucho fútbol dificilmente no dará una interpretación futbolística a la realidad.
Del mismo modo quien trabaja vocacionalmente en un jardín de infancia no podrá evitar el tratar a todo el mundo como si fuesen niños.
Se necesita un esfuerzo esquizoide para poder esquivar en la acción lo que uno es en potencia.
Así sucede con quien ama la literatura en la lectura y la escritura, no puede evitar el trasladar a la realidad lo que le ha formado en los libros leídos. Si el lector escribe, esa deformación particular la traspasa al que lo lee, invadiéndole.
Claro que luego hay maneras y trucos, no es lo mismo el autor de novela negra que el que hace un diario, por ejemplo.
El autor se apartará más o menos de la voz que narra, pondrá más o menos dosis de su veneno o medicina invasivos.
(Nota: y ahora tomémonos un café con hielo.)

Amor por la ficción

(Nota: no está exenta de ironía esta canción de Asfalto, en la que Quijano, Sancho y Dulcinea montan un negocio y abandonan al flaco rocín. Al ataque)



(Nota: este apartado iría mejor en otro artículo, así que queda liberado el lector de su lectura. Ayer meditando sobre el tema me pareció buena idea hablar de la ficción, pero no haría más que entorpecer el discurso.)
Tan sólo aclarar que tanto ficción como realidad ya sea en libro, cine o teatro -o en cualquier formato- suelen confundirse. Para el lector que llega a una obra sin información previa, es lo mismo la vida novelada de Miguel de Cervantes -que existió, según dicen las crónicas- que la vida de Alonso Quijano el Bueno -que no existió. Pero para lo que valen, por influencias posteriores, es más real Don Quijote que Miguel de Cervantes. El personaje sigue su camino a través de todos los senderos de los ojos que lo han leído o imaginado.

Literatura de invasión versus literatura de evasión

Al menos en esto la crítica no podría ponerse de acuerdo. Es el lector individual el que ha de decir qué tipo de literatura le afecta más o menos. Quijotismos y bovarismos varios, los hay que son como esponjas y los hay que son como impermeables. Yo pertenezco al primer grupo, lo que leo me afecta.
No sólo a la hora de escribir yo, si no en el momento en que percibo algo, estoy tamizando la experiencia que vivo no según mis experiencias precedentes, si no según lo que han vivido esos personajes, o según la visión del autor.
Es una especie de redención, a través de la literatura.
Desde niño he leído obras que me han afectado más o menos, y según su ánima mi espíritu se ha enriquecido o envilecido más o menos.
Pongamos algunos ejemplos.
De niño leía mucho a Enyd Blyton, pura literatura de evasión, que te traslada a una realidad aventurera que no es la tuya. Yo estaba obsesionado con los personajes, entre los amigos nos prestábamos los libros y los comentábamos. Sin embargo, su influjo desaparecía con el tiempo.
Leí también de niño varias veces La Historia Interminable, que tiene ingredientes para la evasión, pero cuya ánima es más bien invasiva, tanto que aun hoy dura, más o menos conscientemente, su influjo.
Esos personajes: Bastián y Emperatriz, ese mundo: fantasía. Esas temáticas: según se le iba cumpliendo un deseo, por culpa de Aurin, la medalla, Bastián, el salvador de Fantasía, iba olvidando algo, hasta llegar a las tinieblas.
Fue el primer libro literario que leí, la primera obra que me invadió, de qué manera.
Más ejemplos, no demasiados, esto va camino de convertirse en una tesis, y no es el caso, es simplemente una opinión.
Los libros de Julio Verne, de Stephen King... Leí durante mucho tiempo literatura de evasión, que olvidaba más o menos, según su calidad.
Libros que me afectaron en mi visión de la ralidad, radicalmente...
(Nota: hagamos un parón de un rato para lectura y paseo, antes del ocaso acabaremos)
(Nota: lectura del periódico del día, paseo por la ribera del Arroyo Luche, quien conmigo iba se ha tomado un granizado de limón, yo una horchata de chufa -obvio-, nos hemos encontrado con M, que me ha preguntado qué tal tus cocinas? Bien, como siempre, ¿y tus bailes? Acabo de llegar de clase de tango, nos dice, lleva un libro en una bolsa, ¿qué lees? Una novela de Matilde Assensi. Eso debería hacer yo, pienso, dejarme de altas literaturas y leer tan sólo best-sellers, alcanzar esa felicidad sin enfermedades sangrantes de tinta y sin cauterizadores que sanen la herida, pero... sigamos.)

... pero... ¿quién puede cauterizar la herida?



¡La pucha que sos reo
y enemigo de yugarla!
La esquena se te frunce
si tenés que laburarla...
Del orre batallón
vos sos el capitán;
vos creés que naciste
pa' ser un sultán.
Te gusta meditarla
panza arriba, en la catrera
y oír las campanadas
del reló de Balvanera.
¡Salí de tu letargo!
¡Ganate tu pan!
Si no, yo te largo...
¡Sos muy haragán!

Haragán,
si encontrás al inventor
del laburo, lo fajás...
Haragán,
si seguís en ese tren
yo te amuro... ¡Cachafaz!
Grandulón,
prototipo de atorrante robusto,
gran bacán;
despertá,
si dormido estás,
pedazo de haragán...

El día del casorio
dijo el tipo'e la sotana:
"El coso debe siempre
mantener a su fulana".
Y vos interpretás
las cosas al revés,
¿que yo te mantenga
es lo que querés?
Al campo a cachar giles
que el amor no da pa' tanto.
A ver si se entrevera
porque yo ya no te aguanto...
Si en tren de cara rota
pensás continuar,
"Primero de Mayo"
te van a llamar.


En aquel verano en que leí Rayuela yo escuchaba mucho tango, ¿o fue en el siguiente? Se me confunden los dos en la memoria, tan parecidos fueron, la diferencia estaba en que uno fue de lectura, el otro de escritura. Era, además, y lo sigo siendo algo, un haragán como el del tango.
La pereza es el pecado capital de los románticos. La pereza es la madre de la cultura occidental y de las discotecas, que se crearon para almacenar ociosos. Lo que pasa es que yo las discotecas prefiero no pisarlas. Sin embargo me fascina la cultura europea, tan decadente ella...
A lo que vamos, Rayuela, medicamento cauterizador de la herida del letraherido.
Giro copernicano, literatura invasiva, y tanto. Cambié la manera de pensar el mundo, a mí mismo, ¿giro copernicano qué? ¿Quién era el sol ahora, y quién la tierra?



¿Dónde el centro? Es que todo daba igual la vida era como el jazz el saxo tocado por un drogadicto en busca de la melodía genial.
Y si no la encuentras tampoco pasa nada.
Que los demás, los críticos, los puristas, los legisladores de manual, se dediquen a separar el grano de la paja.
A mí dejadme tocar mi melodía. En su sola consumación está la vida, su música, mi literatura.
(Nota: y si te acompaña un trompetista genial como Miles Davis, rizás el rizo, pibe.)
Luego pasaron muchas cosas, se sucedieron muchas lecturas, yo homenajeaba lo que leía, Milán Kundera, Mario Vargas Llosa...
Hasta la ideología política quedaba abierta por la literatura.
Con La insoportable levedad del ser uno aprendió a escribir reflexionando, como si comentaras con el lector los actos de los personajes.
Con Conversación en la Catedral el caos podía ser una obra perfecta, nada estaba en su lugar, pero el autor-demiurgo iluminaba las parcelas obscuras, ordenaba el mundo.(Nota: el nobel para don Mario, ya)
Son muchos los que invadieron, decenas contra uno sólo, yo, que pude con todos, un ejercicio hercúleo de resistencia, pese a mi dislexia y mi dispersión.
Meses después de la lectura de Rayuela, quizá en la segunda lectura, un joven Cortázar se me apareció en sueños para proclamarme la salvación a través de La Literatura. Yo por entonces estaba desconcertado, perdido, sin destino aparente y con tretas para salir del paso.
Y así fue como fui captado para la causa. Así fue.
También, antes o después, un Francisco Umbral achacoso y bebedor de leche ocupaba un asiento a mi lado en un avión. Compañero de viaje. En sueños, sí, pero compañero de viaje al fin y al cabo.







A tal punto su timbre es tierno y discreto;
pero, aunque, su voz se suavice o gruña,
ella es siempre rica y profunda :
allí está su encanto y su secreto.
Esta voz, que brota y que filtra,
en mi fondo más tenebroso,
me colma cual un verso cadencioso
y me regocija como un filtro.
Ella adormece los más crueles males
y contiene todos los éxtasis;
para decir las más largas frases,
ella no necesita de palabras.
No, no hay arco que muerda
sobre mi corazón, perfecto instrumento,
y haga más noblemente
cantar su más vibrante cuerda.
Que tu voz, gato misterioso,
gato seráfico, gato extraño,
en que todo es, cual en un ángel,
¡Tan sutil como armonioso!

(Charles Baudelaire)

miércoles, 7 de julio de 2010

Anexo al artículo dedicado a la película Mami Blue

On the road, on the road, mucho on the road

Así se quejaba aquel memorable y apocalíptico personaje interpretado por Oscar Ladoire en la película Opera Prima, de Fernando Trueba.
En cine, las películas on the road son la excitante variedad de roads movies: Bonnie and Clyde, Rain Man, El diablo sobre ruedas, Easy Rider, Thelma y Louise, The Road...
Una road movie supone una huída, una escapada, una búsqueda, un destino...
Las roads movies son las hijas más fieles de La Odisea, y de odiseas hemos estado hablando en este blog últimamente. De odiseas y de ítacas.
En Mami Blue dos mujeres no sólo tratan de escapar, si no que inconscientemente van a la busca de sí mismas.
Ayer me escribió un e-mail el director Miguel Ángel Calvo Buttini, ante mi sorpresa -¿cómo habrá conseguido llegar a esta bitácora?-, mostrando su alegría porque lo pasamos bien en la filmoteca, y recordando que esa era su principal intención.
Le agradezco también su generosidad al facilitarme el teaser y el trailer de la película, estuvo bien volver a ver esas secuencias. Que sirva como complemento a ese otro post.

Teaser



Un teaser es una primera selección publicada de las imágenes de la película.
Según me escribió Buttini, la película se estrenará a finales de año, no se la pierdan si quieren pasar hora y media de cine trepidante e hilarante. No se pierdan a un Fele Martínez como ejecutivo estresado cambiando de registro por sorpresa para bailar con sus zapatos nuevos. Esa es la primera carcajada, luego vienen muchas más.

Trailer

martes, 6 de julio de 2010

Un libro para el verano



Etimologías.
Buscando en la entraña etimológica de la palabra, nos encontramos con que trabajo viene del latín tripaliāre, que es torturar y torturarse. Luego adentrémonos en el palabro negocio, que no es más, ella misma lo dice, que la negación del ocio.

Cultura del Ocio

En hormigueros y colmenas hay tres organizaciones bien diferenciadas. en la cima de la pirámide está la reina, que se dedica a comer, copular y parir.
Luego están los zánganos, cuya única finalidad es la de cortejar a la reina.
Por último, en la base, obreras y soldados. Labores de construcción, manutención, protección. No sé mucho de esta fauna, pese a que una vez leí un libro muy interesante, El día de las hormigas, de Bernard Werber. Pero para una reina lo mismo hay cien zánganos y para cien zánganos hay diezmil obreras. Sacien su curiosidad en la whiskipedia, que yo soy un poeta, no un estadístico.
En el caso de las hormigas, la hormiga zángana es la única que junto a la reina tiene derecho a vuelo.

Interpretación de la parábola.

El hormiguero es el negocio.
La reina es La Musa. Los zánganos son los filósofos y los poetas. El resto son los esclavos que trabajan al servicio de la minoría.

Orígenes

Los primeros poetas fueron los profetas bíblicos que interpretaban oráculos y apoyados en los muros de Jerusalén recitaban versos como: ¡Navegad, naves de Tarsis!. Ellos fueron los primeros poetas sociales y canautores, azote de la sociedad adoradora del becerro de oro.
Los primeros filósofos surgieron en la atenas asentada en flor de explendor. Mientras los esclavos curraban de sol a sol, ellos eran los peripatéticos que se dedicaban a pasear por el ágora preguntándose por el sentido de la existencia.



Yo siempre he querido ser zángano, tirarme a la reina, pasear por el ágora como un sofista de hoy: un contertulio; y pararme en las esquinas del mundo guitarrita en mano para indicarle al prójimo sus pecados, ¡oh, profeta en la ribera del Arroyo Luche!
Y la culpa de todo la tienen los veranos.

Una elegía para el verano

Temblarán mis manos en la composicón de la elegía, trémulas manos de escriba...
La majestad del verano residía en su inabarcable magnitud, una isla ajena al seco continente de los pocos oasis que era el año en curso.
Por aquel entonces era usual el pantalón corto, la bicicleta y la piscina.
Era esa residencia un campo virgen y abierto. Parecía que no se iba a acabar nunca.
Aunque siempre había cretinos que al llegar a clase mediado Septiembre decían: menos mal, qué aburrimiento.
Yo cargaba una mochila con una larga docena de libros, y un día mi padre dijo:
-¿Qué habéis metido aquí, plomo?
Soldaditos de plomo eran los libros, el juguete preferido.
Me veo a mí mismo en aquella calle de Cadalso de los Vidrios que desembocaba en un olivar, un viernes por la tarde, junto a mi hermano pequeño y otros amigos que jugaban a lo que se terciara, esperábamos ansiosos la llegada de mi padre, que trabajaba durante la semana y los fines de semana llegaba al pueblo, siempre con algún regalo, aunque fuese una pistola de agua. Mientras, yo tenía en mis manos La isla misteriosa, de Julio Verne. Un personaje había descubierto en la manga de su chaqueta un grano de trigo, y gracias a eso pudieron cultivar el trigo para la harina, la harina para el pan. Luego Nemo, en la sombra, les ayudaba en todo.
No sólo gracias al ocio se forma uno un gusto por la cultura, el miedo también ayuda. En aquella casa tan grande, de noche, mis padres y mis hermanos mayores fuera.
En esa noche terminé de leer El conde Lucanor, de Don Juan Manuel, y leí de un tirón El caballero de Olmedo, de Lope de Vega. Doce, trece años, no sé los que tendría.
Que de noche le mataron
al Caballero,
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Finalizado Agosto se me metía dentro la negra premonición del tiempo dirigido por otras manos, eran melancólicos los ocasos en aquel olivar que lindaba con el Campo Santo, aquel Campo Santo de aquel sueño en el que leía aquel libro grueso, acechado por el asesino que esperaba cruel a que terminara la lectura para llevarme consigo.
Eran esas melancolías las mismas de los Domingos por la tarde.
Luego llegaron Kafkas, Rayuelas, Justines de Durrell, Alicias de Carroll, cada libro con su alma a enriquecer el alma propia.

Emancipación obrera

Hasta que un verano, por no estudiar Economía, me sumergí en las páginas en blanco, para ser yo el mago del verano.
No hubo verano sin cópula de zángano a la musa, en extraña combinación con el negocio.
Porque fui a la vez hormiga obrera y zángano cortesano, esclavo y príncipe.
Yo me alimentaba por aquel entonces de todo lo que veía y escuchaba. En el metro, camino del trabajo en Vallecas, ví una vez que un chico de torso desunudo le daba un beso a una muchacha que dormía.
Desde Herrera Oria hacia Aluche, desde Alcalá a Madrid ... Pero antes...
Hubo un verano de revolución, hace siete años, cuando enloquecí no por vez última, ni primera, a cada incongruencia yo guillotinaba con una página a un tirano.

Es lo mismo

Alguien dijo alguna vez que cuando leemos estamos reescribiendo otra vez lo que fue escrito, a nuestra manera, según nuestra medida.
También se dijo que escribir no es más que ir leyendo, de manera más o menos fluida, o a trompicones, lo que uno se cuenta.
Hace seis años hice un homenaje a esos libros de páginas en blanco que están protejidos por tapas ricamente ilustradas. Es la fascinación por el territorio vacío dispuesto a ser llenado.
Ayer, buscando en la Casa del Libro un regalo, me hizo ilusión reencontrarme con ese tipo de tomitos, así que lo pensé dos veces, pero no más.
Regalar un libro es un acto de amor porque ofreces una residencia poblada, todo a disposición para el deleite y el aprendizaje -esto por mucho que uno crezca nunca acaba- de aquel que va a ser regalado. Sin embargo un libro en blanco es todo un reto, es regalar una residencia que ha de ser repoblada con aquello que quiera dar un creador, una creadora activos.

Este post puede servir de complemento a aquel que escribí el año anterior:
El libro del verano.

En el próximo post, conquistadores de páginas, daremos otra vuelta de tuerca a este asuntillo. ¿Somos nosotros los que invadimos las páginas de un libro para nuestro solaz, o son los libros los que nos invaden a nosotros?
Literatura de evasión y de invasión, no me olvido, Hilvanes.