miércoles, 24 de febrero de 2010

Nunca supe quién soy (pero siempre tuve un verso en la cabeza)


La actriz Rosemary Forsyth en la película El Señor de la Guerra, interpretando el papel de Bronwyn, musa cirlotiana.

Pueden ser versos de José Hierro "llegué por el dolor a la alegría, supe por el dolor que el alma existe, por el dolor, allá en mi reino triste, un misterioso sol amanecía", o de Constantino Cavafis "recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó...",
son versos que caen en mí como esta lluvia caprichosa e inadvertida de los últimos meses, gratificante siempre.
En momentos en los que estoy centrado en otra cosa, en el trabajo, por ejemplo, es como esa melodía machacona con la que uno se levanta un día y se queda durante horas, a veces más que horas.

Nunca supe quién soy,
pero voy
a ser lo que tú quieres sólo siendo
en el sol absoluto donde ardiendo
mueres porque eres.

Voy a ser la eternamente llama
de tu espiga de fuego;
mi resplandor entrego
a tu doliente niebla que me llama.

Caigo en tu corazón que ha de perderse
para que aprenda a rehacerse
desde el cristal azul del océano
al sarmiento quemado de una mano
cerrada al deshacerse.


Últimamente, los versos de Juan Eduardo Cirlot se me vienen de pronto como una epifanía. Ya esté haciendo croquetas -ayer-, o tortillas -anteayer-, en el trabajo. Compitiendo con las canciones de la radio, que siempre suelen ser las mismas, desde que empecé en este oficio de cocinero hace más de diez años.
Como Sting, por ejemplo, creo que no ha habido cocina -y eso que he currado en más de veinte- en la que esta melodía no me haya cubierto como un sudor alternativo al propio sudor.
Ayer, curioso y asombrado al oirla otra vez, no pude evitar buscar, escuchar, leer sus palabras.

Many years have passed since those summer days
Among the fields of barley
See the children run as the sun goes down
Among the fields of gold
You'll remember me when the west wind moves
Upon the fields of barley
You can tell the sun in his jealous sky
When we walked in the fields of gold
When we walked in the fields of gold
When we walked in the fields of gold


viernes, 19 de febrero de 2010

Tres rosas amarillas, de Raymond Carver



Una suite del compositor francés Poulenc se escucha en el otro cuarto, mientras los dos protagonistas de Caballos en la niebla cenan. Quizá sea el relato más poético y misterioso de los que conforman el libro Tres rosas amarillas.
El relato que da título al libro, sin embargo, se aparta del tono general para hacer crónica del fin del gran Chejov.
Menos este último, todos los demás parecen tener los mismos personajes -con un divorciado ex-alcohólico narrando en primera persona- en una misma ciudad, un mismo barrio obrero americano. Todas esas tribulaciones parecen sucederle a una misma pareja.
Yo me acordaba de los relatos de Juan José Millás, que con el paso del tiempo parecen fundirse todos en uno en la memoria: un tipo casado que tiene una amante y al que le pasan cosas extrañas. Ya sabemos con la regularidad con la que es original el señor Millás -uno de mis preferidos, que conste-.
El escritor, cuando encuentra la naranja de su estilo, la exprime hasta extenuar al lector. Umbral y Bryce Echenique, por ejemplo, parecen escribir siempre el mismo libro con el mismo personajes: un tipo que aunque se llame de otra manera -no en Umbral- es él mismo. Llamémos a este tipo de literatura autoficción.
Yo como personaje, con otro nombre quizá.
Por lo general, todo lo de Millás que he tocado -¡en papel, claro!- me gusta, sin embargo tantos relatos embutidos en un tomo con los mismos temas me llegaron a empachar. Cada vez me parecía más a un personaje de Millás, aunque soltero, y al escribir me salían unas millanadas muy graciosas, como aquella en la que un señor pone un negocio de cáscaras de plátano para que el cliente pueda resbalar a un módico precio y así poder cogerse la baja laboral. Camino del currelo, según parece, el seguro, o la seguridad social, paga más.
Raymond Carver, en este libro al menos, se traviste de sí mismo para hacer un perfecto ejercicio de realismo. Poético, sí, pero es que de una cierta percepción de la realidad nace lo poético.
Me ha gustado mucho, he llegado a emocionarme en alguno de los relatos, como en El elefante, donde un tipo de generosidad extrema se hace cargo de su familia al completo: madre, hermana con hijas y marido parásito, hermano con el síndrome de "antoñita la fantástica", ex-mujer, hijo que amenaza con hacerse traficante como papá no le mande dinero...
El relato consigue que el lector vaya entrando en estado de indisposición literaria, parece inverosímil la manera en que sablean al pobre señor.
Sin embargo, al igual que Carver consigue contagiarnos de ese mal humor, después de un catártico sueño cambia la perspectiva, las cosas en el fondo no están tan mal, un hálito de optimismo se hace con el personaje, contagiando al lector.

Coda

Llevado por la curiosidad a buscar al Carver poeta -él mismo decía que lo esencial de su literatura estaba en sus poemas, donde mejor expresaba todo su sentir-, encuentro que era un gran admirador de don Antonio Machado, al que dedicó este poema:

Ondas de radio
Para Antonio Machado

La lluvia ha cesado, y la luna ha salido.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que se transmiten mejor justo
después de llover, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottava, si quiero,
o Toronto. Últimamente, de noche, me sorprendo
ligeramente interesado por la política canadiense
y sus asuntos internos. Es verdad. Pero normalmente
lo que buscaba era sus emisoras con música. Me siento
aquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer,
o pensar. No tengo televisor, y dejé de leer
los periódicos. De noche pongo la radio.
Cuando escapé aquí trataba de alejarme
de todo. Especialmente de la literatura.
De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras.
Hay en el alma un deseo de no pensar.
De estar quieto. Emparejado con éste,
un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también es una afable hija de puta
no siempre de fiar. Y olvidé eso.
Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
y nunca volverá que a lo que aún sigue
con nosotros y estará con nosotros mañana. O no.
Y si no, también está bien.
Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta.
Esa es la voz que escuché.
¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así?
¡Qué absurdo!
Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
Entonces, Machado, ¡su poesía!
Era como un hombrecillo mayor que se vuelve
a enamorar. Una cosa digna de observar,
y embarazoso, además.
Y llevo tu libro a la cama conmigo
y me duermo con él a mano. Un tren pasó
en mis sueños una noche y me despertó.
Y lo primero que pensé, el corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
Todo es perfecto, Machado está aqui.
Entonces me volví a dormir.
Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí
a dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías,
cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Conque miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté al sol, en mi sitio
de junto al río desde donde puedo ver las montafias.
Y cerré los ojos y escuché el sonido
del agua. Luego los abrí y me puse a leer
«Abel Martín».
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso cara a lo que sé de la muerte,
que recibirás el mensaje que pretendo enviarte.
Pero está bien aunque tú no lo recibas. Que duermas bien.
Descansa. Antes o después espero que nos veamos.
Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.
Raymond Carver

martes, 16 de febrero de 2010

El secreto de sus ojos (II). Sobre las pasiones



"¿Qué es más fuerte, un hombre, o una pasión?"
Valerio Beaz San José, nuestro profesor de Lingüística, había dejado de fumar y guardaba sus chicles de nicotina en uno de los paquetes de tabaco de pipa que había utilizado hasta hace bien poco. Hablaba con una alumna, y yo pasaba por ahí cuando escuché esa pregunta que se me quedó grabada. Hablaban sobre el tabaco, y lo difícil que era abandonar esa costumbre que, según este profesor -que tenía una visión original sobre Lingüística, y que impartió, gracias a una pregunta mía, una magistral clase sobre la lengua calé-, más que una costumbre o un vicio era una pasión.

Otros, sin embargo, estamos de acuerdo con el sentido vital de la película que ayer comenté de manera demasiado frugal. Claro, uno se va por las ramas hablando de discos redondos, que se le va la inspiración, que no dura más de un arrebato.
(Paréntesis, he estado viendo en dvd la primera hora de la película española de culto "Arrebato", de Iván Zulueta, director que podría considerarse como un Salinger de cine patrio, dada su escueta y celebrada filmografía. Es algo friki, magnético, extrañísimo, misterioso, con un Esusebio Poncela que como siempre demuestra ser uno de los actores con más personalidad)
Otra vez, hoy, por las ramas. Vayamos al grano de las pasiones, simiente de lo que es un hombre.
En la peli de ayer, la pasión era la pista para resolver un crimen. Decía el personaje borrachín e hilarante Sandoval que las personas pueden cambiar de vestuario, de estado, de oficio, de ciudad, hasta de sexo -esto lo digo yo-, pero no de pasiones.
Yo suelo identificar pasión con vocación, y vocación con vida. Por eso estoy de acuerdo con Sandoval y es una de las razones por las que me gustó la película.
Creo que mi profesor se confundía. El tabaco no es una pasión, es un vicio, una costumbre deliciosamente perniciosa, o perniciosamente deliciosa.
He aquí la escena en que Sandoval explica su teoría:

lunes, 15 de febrero de 2010

El secreto de sus ojos



Sigo preparando la sección disco redondo, al igual que sigo con la lista de los libros del deshielo. Que te crees tú eso, ¿desde cuando sigo al pie las estrategias que me programo para una vida ordenada? Ahí tengo empezados unos cuantos tomos insatisfechos, con el amor a medio hacer, ¡David, sigue, sigue! Y yo buscando la mortadela fuera teniendo el solomillo en casa.
Es que son tan bonicos los libros que uno no tiene... Eso sí, hace ya años que no robo, hoy soy un ciudadano ejemplar, cedo el asiento en los autobuses y saludo cortesmente en los comercios.
Pero todo se andará, adoro hacer listas pero odio seguirlas, así que estoy con otras lecturas para el deshielo, ya contaré.
A lo que doy vueltas es a lo del disco redondo, años llevo dando vueltas a los mismos discos, ya que disco redondo es aquel al que uno siempre vuelve, y nunca se cansa de escucharlo y siempre siente las mismas emociones. Con las mismas canciones. Toma pareado.
Ray Loriga empezaba así uno de los capítulos de su novela Héroes, -que leí el siglo pasado, ahí es nada- donde el personaje escuchaba la canción Héroes de David Bowie una y otra vez.
Yo cuento con una buena veintena de discos redondos a los que recurro para reconciliarme más que con el mundo, conmigo mismo.
La discografía de los Héroes del silencio es de por sí un disco redondo. Pero fue El espíritu del vino la obra más intensa que escuché nunca. Una y otra vez, una y otra vez, yo había dejado de fumar y me nicotinizaba todas las noches escuchando tamaña obra maestra, a la que aún sigo dando vueltas, más que intentando comprender su misterio, zambuyéndome en él, en cada canción. Y no son las más conocidas las canciones que más me apasionan del disco, al menos Culpable no lo es:



¿querrán las glándulas lascivas
declararme culpable?
si me ofrecí a tus rodillas
y no quería quedarme...


Y esta canción que es para mí como un credo, Bendecida:



De la tierra perdida en la infancia
al mundo perecedero
bendecida fue la causa de mi fortuna.
Algo que no me han consentido
y que ahora busco entre tus huesos...


Sobre todo cuando escribo, escucho obsesivamente los mismos discos, Hoy, de la Dama se esconde, Como la cabeza al sombrero, de El último de la fila, Días extraños, de Bunbury y Vegas, Mujeres, de Silvio Rodríguez, Patente de Corso, de Jaime Urrutia -por eso el vídeo que colgué el jueves-, Mientras respiremos, de Loquillo y Trogloditas... Hablo de música cantada en español, claro, no terminaría nunca si me pusiera a escribir sobre todo lo que he oído una y otra vez en otros idiomas, Leonard Cohen, Rem, Beatles... Y el Jazz, que es por sí mismo todo un disco redondo que no se acaba nunca. O, por citar a un sólo autor, Vivaldi es un compositor que lo tomes por donde lo tomes es enriquecedor, bello, genial.



Últimamente lo que más escucho cuando escribo es Antonia Font, que es lo que escucha, según dice en su dietario, Vila-Matas. A ver si me contagia algo.

Es muy fácil decir que los otros son el infierno, pero cuando el infierno viaja contigo mismo, lo más prudente es retirarte del mundo y dedicarte a escribir un dietario.
Enrique Vila-Matas


Y el Helville de Luxe de Bunbury, y a Quique González, que no es que me apasione, pero acompaña bien con su voz suave y melodías delicadas.



Pero yo había venido aquí a hablar de buen cine...
Uno va al cine para ver buenas películas, no pide más, y esta película reúne en sus dos horas todos los ingredientes del buen cine sin artificios.
Ayer ya le dieron el goya a la mejor película hispanoamericana, no sé cuando la estrenaron, creo que en Otoño, y yo no tenía muchas ganas de ir a verla, pero tanto me la recomendaron que cedí, silenciosamente, sin decir nada a nadie. La película parecía de estreno, tan llena estaba la sala 1 de los cines Princesa. Otros estrenos he visto a los que tan sólo asistíamos cuatro felinos y yo.
Antes de salir, escogí entre los libros empezados, pito pito gorgorito, tocó el más voluminoso. Me gusta leer en los autobuses, el de Héroes de Loriga, por ejemplo, lo terminé en uno.
La película emociona, intriga, enamora, sorprende, violenta y hace reír. El personaje del alcohólico Sandoval es memorable.
Excelente, no pierdan la ocasión que aún está en cartel.



Coda

Éramos pocos y parió la abuela, cojo el envite y después del cine me paso por la biblioteca -la semana anterior, en unos cómodos sillones que han puesto tras las estanterías, un inglés no dejaba de monologar que daba pánico- y me alquilo gratis -por ahora es gratis acoger un libro desamparado- Tres rosas amarillas, de Raymond Carver. Así que el próximo post o versa sobre tal volumen de relatos, o sobre una cursilada muy bonita de la colección Harlequín.
Tóma cóctel molotov.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Violación, de Chester Himes



La trama sucede en París, en la década de los cincuenta, tiempo aquel en el que los hombres y mujeres de jazz (como Lester Young, apodado cariñosamente Presidente por Billie Holliday, y esta misma, apodada tiernamente Lady Day por Lester Young), iban a esta meca de los artistas a dejarse la voz y hasta la vida.



Cuatro hombres de raza afro americana son acusados y condenados a cadena perpetua por violar y envenenar con ese afrodisíaco llamado “mosca española” a una americana blanca de la alta sociedad, que fue amante de uno de los acusados. Una bonita historia de amor entre estos dos, por cierto.
Los cuatro hombres son hombres cultos, de clase alta, elegantes e inteligentes.
El escritor negro Roger Garrison investiga, mas que para encontrar pruebas que demuestren la inocencia de los cuatro hombres, para denunciar que si hubieran sido blancos, los acusados no habrían recibido un trato discriminatorio en el proceso ni a la hora del veredicto. Fracasa en sus intenciones.
Sin embargo Chester Himes, en los capítulos finales, medita sobre los fallos de Garrison, debidos a sus propios prejuicios.
Es una novela negra, también una historia de racismo.
Chester Himes es uno de los máximos exponentes del genero, además de uno de los escritores afro americanos más importantes. Trasciende los límites del genero para lanzar sus críticas políticas, sociales, y sus ideas antirraciales
Hacía tiempo que no me terminaba el mismo libro en el mismo día, acostumbrado a los voluminosos tomos que uno tiende a acariciar durante semanas.

Sin embargo es una novelita atípica, densa, sin diálogo alguno, en la que tan sólo se enumeran los hechos, se muestra el sumario, se presenta -lo mejor de la obra, sin duda- a cada uno de los personajes con su historia personal y sus relaciones, para terminar con algunos capítulos meditativos. Es como si fuese un boceto perfecto para una obra mayor.
Con este material de cien paginas, un Himes contemporáneo, un sueco de moda, por ejemplo, haría un superventas de 700 paginas.
Ni tan poco ni tanto, digo yo, uno hecha de menos en historias tan interesantes como las vidas de los cuatro condenados y la vida del escritor y la de la victima, un relato más grueso, con los aderezos típicos de las buenas novelas del género negro. Algo de unas trescientas, o cuatrocientas paginas.
Según se dice en el prólogo, esta novela causó un gran revuelo en el Paris de los años cincuenta. Era la intención de Himes, lo consiguió.
Es lo primero que leo de Chester Himes, y no será lo último, tengo por ahí otra novela de sus famosas crónicas de Harlem, donde ambienta la mayoría de sus novelas.

lunes, 8 de febrero de 2010

The Road, la película



Hoy fui al cine con la droga del camionero que mantiene el corazón alerta y palpitante. De camino, en el autobús, después de ensimismarme con las castizas estampas de los poblados de Caño Roto y de la pradera del Santo -Isidro-, retomo la lectura barroca de las aventuras del cojuelo diablo. Me acuerdo mucho de Quevedo, como de una antígua novia, de aquella maravilla de Los Sueños. Los dos libros pertenecen a la misma tradición satírico-dantesca, en la que un virgilio -en este caso el diablillo liberado- va mostrando los vicios de la corte, de cualquier corte, con gracias y chistes de época, que, aún hoy algunos, siguen manteniéndose frescos. Los personajes cambian, pero no las faltas, que les sobreviven reencarnándose en otros de la misma condición y el mismo oficio.
Pero lo que es dantesco, y sin ápice de sátira, es el paisaje desolado de The Road, película basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, novela que ya comenté hace un par de meses en otro post.
Es inevitable comparar libro y película, inmensos cada cual en su formato. Como escribo sobre un libro leído hace poco, pero no demasiado para que el film me decepcione, creo que puedo comentar desprejuiciado, ya que normalmente la magnitud de una novela suele quedar ridícula en la película.
Tremenda decepción en mi infancia con La Historia Interminable, yo había creado un mundo en la lectura, y en la película no ví más que desatinos. Sin embargo, años después, viendo la película por sí misma, no me pareció tan mala, sino buena.
Echémosle la culpa a la droga del camionero que llevaba haciendo efecto una hora más o menos, así que tenía yo esta tarde el entendimiento quisquilloso, tanto que parecía un crítico del Metrópoli o la Guía del Ocio más que este pobre loco sin criterio que se deja las yemas -de ambas partes- en el teclado por vuestra edificación intelecto-sentimental.
Guasas aparte -y es que uno no puede sustraerse a su bufa condición-, empecé viendo defectos por doquier, tanto me había fascinado el libro. Hasta que la película fue enseñoreándose de mi juicio, hasta mi rendición sin condiciones.
La novela de Cormac no tienen una finalidad comercial, basta leerla para darse cuenta. La película, sí.

La voz narradora en la película va explicando lo que sucede. En la novela no, el narrador insinúa, elude explicar las causas directamente, para que el lector se trabaje la historia y se haga preguntas, preguntas sin respuestas muchas veces, como esa maldición apocalíptica y sin sentido que es La Carretera.
Es decir, el libro no tiene ilustraciones que apoyen en la labor lectora, es el que lee el que ha de dibujar los paisajes desolados. En la película hay redundancia, no sólo te lo pinta, si no que te lo cuenta, cosa que en la novela no sucede.
Pero ya digo que según pasan los minutos uno se va adentrando en esa adaptación tan fiel y respetuosa, como pocas que uno haya visto.
Si acaso uno no hubiera querido que fuese tan explícita, pero son dos obras distintas, y la película logra su cometido de crear en el expectador la angustia, la desolación, el sobresalto, el miedo y la impotencia.
Y el espíritu poético de la obra se traslada al film. Es el mismo espíritu, así quizá la imaginamos todos los que la leímos y la admiramos.
Es una película excelente, al igual que el trabajo de los actores. Que Vigo Mortensen es un actor excepcional ya lo sabíamos -aunque el traje de Alatriste le venga raro-, pero el hijo, actor desconocido hasta el momento, también lo es en su encarnación de toda la inocencia y fragilidad humanas ante una catástrofe.

sábado, 6 de febrero de 2010

El gran momento de Mary Tribune, de Juan García Hortelano



Después del gran éxito de 'Tormenta de verano' se pasa 10 años escribiendo 'El gran momento de Mary Tribune' (1972).Entre medias publico la colección de cuentos 'Gente de Madrid' (1967). No sé si 10, pero ocho sí me costo 'Mary Tribune'. Trato de que no me vuelva a ocurrir escribir una novela tan larga. Fue horroroso. No son cifras exactas, pero la primera versión debía tener 1.300 folios; la segunda, 900, y la tercera, 700. Gasto bosques de papel [...] En todo libro hay un fracaso para el autor, así se venda un millón de ejemplares y le digan que es un genio. En todo libro, y eso sólo lo sabe el autor, hay una diferencia extraordinaria entre el que se pensó y el que se ha hecho [...] Gracias a eso se escribe un libro siguiente. Si uno escribiese un libro que más o menos coincidiese con el que deseaba, probablemente no tendría que escribir otro. Escribes otro libro para borrar el anterior, aun sabiendo que no lo vas a borrar.


Podemeo ver a García Hortelano a la izquierda, junto a Gabriel García Márquez. Con ellos están, entre otros, Mario Vargas Llosa y Carlos Barral.





El gran momento de Mary Tribune es como un concierto barroco. De esa tradición compleja y de claroscuros, de sombras e iluminaciones, se nutren sus páginas.
Cada página, además, podría ser ejemplo de riqueza literaria.
No facilita la labor al lector, siempre dice las cosas de otra manera: dobles sentidos, ironías y sarcasmos, referencias mil, -muchas de ellas mitológicas-. Todo ello muy manierista, superando la claridad concisa, por ejemplo, de un Jarama ferlosiano, al que homenajea mencionándolo en alguna de sus páginas.
Si las cosas se pueden decir de otra manera, más brillante, ingeniosa, e inteligente, va Hortelano y lo dice, dejando al lector sin aliento pero no desalentado.
Hortelano el de los hallazgos... Si literatura es reflejar una realidad desde una perspectiva nueva, él lo hace.
La historia es lo de menos, mil historias cotidianas muchas veces sin interés, pero contadas con tal gracia y desparpajo, eruditamente, que el mal chiste clavará la carcajada.
En esta novela al menos Hortelano no es un contador de historias, narra el fluir alcohólico de un oficinista mujeriego y perezoso.
Me acordaba yo de esa película, Leaving las Vegas.
Me asombra que se pueda beber tanto alcohol en un día, de bar en bar, de fiesta en fiesta, de alcoba en alcoba el protagonista, narrador y víctima y verdugo de sí mismo, botella de ginebra tras botella de ginebra, en infiernos buscando una Beatriz y en odiseas retrasando aposta el encuentro con Penélope.
Estampas inolvidables, personajes dibujados con todas sus contradicciones mediante metáforas y símbolos, con sus referencias, ya lo dije, culturalistas, mitológicas.
Mary Tribune es una multimillonaria viuda americana que se liga al prota, se queda en su casa y le cambia la vida, o al menos lo intenta. El prota, narrador innominado, enamorado siempre de la misma -una ex- y cortejante de tantas, se debate de contínuo entre su libertad o la fidelidad a Mary.
Es genial cuando le da por imaginar a su amada, Tub, y a otras tantas, como si en las escenas que se narran fuesen al ensoñarse, personajes partícipes de la acción.
Yo echaré de menos este libro que me ha acompañado durante semanas, a una media de lectura de unas cuarenta páginas al día, con el obligado paréntesis navideño, donde la lectura, si uno trabaja y además se da a la orgía del turrón y las garrapiñadas, se ve relegada por las reuniones familiares, reuniones de amigos, resacas obligadas, compras sin tino y desatinos nostálgicos.
No me extraña, os doy mi palabra, que luego yo caiga una y otra vez en la tentación de las novelas gruesas, de bondades literarias infinitas.
Que cuesta leerlas, sí, pero ahí está un Quijote, una Rayuela, Detectives Salvajes, Vida e instrucciones de Uso, Conversación en la Catedral, Lavidaexageradademartínromaña, MaryTribune, novelasnoinferioresaquinientaspáginas, cercanasalasmil, complejas, juguetonas, deslumbrantes, a veces pesadas, pero siempre liberadoras. Novelascomolargosamoresquedejanmarca.
Tengo cuentas pendientes, dejé el Ulises de Joyce a las doscientas páginas, no pasé de la primera parte de En Busca del Tiempo Perdido ni del primer libro de El Señor de los Anillos. No me aburrían, no, pero los grandes libros son como grandes empresas, uno no se puede lanzar a ellas a lo loco.
Sin embargo me daré unas vacaciones de lector de continentes, y por unos meses me conformaré con islas de pocas páginas.

Tampoco yo le he advertido que a sus años no se debe leer tanto, ni beber tanto, ni ver tanto cine, para que luego, de viejito, no se le acumule a uno el apetito amoroso.
(Juan García Hortelano. El gran momento de Mary Tribune. P.798. Ed. B.

Juan García Hortelano -a la derecha- junto al poeta Vicente Aleixandre

miércoles, 3 de febrero de 2010

Los libros del deshielo



He husmeado por la leonera que tengo por alcoba y he buscado un puñado de libros que no superen las doscientas páginas, casi al azar, con más intuición y capricho que lógica y sentido del deber.
Libros para las semanas del deshielo, la segunda parte del invierno, que ya sabemos el final, estamos de acuerdo: los brotes verdes en las ramitas, las temperaturas no bajarán de cinco, Urano luchará contra el frío en amanerada carrera hacia el calor y por fin, Neptuno, romperá el hielo a base de sueños y libros de muy diversa índole.
-Que son, ¿libros ardientes?
No están leídos aún, y es más, quizá reseñe más. Son libros que me ayudarán a entrar en calor, Juan García Hortelano me ha dejado helado, valga la rima asonante.

Hay que ser sublime sin interrupción. El dandy debe vivir y morir ante el espejo.
Charles Baudelaire

Luego Umbral diría que no se puede ser sublime todo el día, por eso quizá el Umbrales siga siendo, a pesar de haber conocido yo, ya, a Don Juan García, el mejor de los mejores. Y eso que Hotelano le iguala y manitene mejor que él el ritmo narrativo.
Mundo de genios...
Pues bien, Juan García Hortelano lo es a lo largo de mil páginas, pero no adelantaré palabras, que en el próximo artículo vomitaré mi rabia en arameo. Menudo concierto barroco que estoy acabando de digerir.
Pero es como quien tiene una novia, una mujer, un amigo, que es perfecto y que todo lo hace bien, que se le coge asco, envidia, celos, odio. Así es el personaje de Mary Tribune, un dechado de virtudes, y además buena persona y sufridora. Así también es el libro.
Así que en meses no pienso leer un libro que supere las doscientas páginas, porque le Mary Tribune no son mil, son cincomil, por toda la juerga literaria que se corre en cada párrafo.
Lector masoquista, así debía llamarse este blog, allá donde haya una novela que supere las quinientas y que sea rarita, lo que se dice Literatura y no convencinal best-seller, voy yo y lo leo. Pese a mi dislexia.
No tuve suficiente con Perec en este Otoño, que el Invierno lo ocupo con el Hortelano.
Así que ahí van, los libros del deshielo, que reseñaré después de la reseña hortelana, como penitencia por mi narcisista ego lector. Hasta la Primavera. Novelas la mayoría de género, pues, ensayos sin grasa, digo:
(No precisamente por este orden)

-El diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, ediciones Susaeta.
Comenzaré y terminaré con picaresca.

-Historia de la vida del Buscón, llamado Don Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños. Ed. Planeta
También tengo edición en Austral, pero la de Planeta tiene prólogo a cargo de un don Fulano y notas a pie de página. Ya sabemos de mi masoca leer.

-Crónicas de la guerra civil. Un poeta en el frente, de Miguel Hernández, colección para el diario Público.
Estamos en su centenario, y tengo curiosidad por leer las reflexiones de un poeta bajo el signo de Marte.

-El paraíso de la reina Sibila, de Antoine de la Sale, en Siruela.
Un relato medieval, que hará mis delicias alguna tarde.

-Violación, de Chester Himes, de la colección Etiqueta Negra para ediciones Jucar.
Hace meses que no me tomo un trago de lo bueno.

-Una noche en sus brazos, de Penny Jordan, colección Bianca, editorial Harlequín.
No, no estoy de coña, he aquí un admirador de la Tellado, y si te escandaliza más que el título o el nombre de la autora, te escandaliza digo editorial y colección, pues ya no doy más pistas de ediciones. Paso de ser un lector sublime todos los días. Y yo he leído a Perec, tú no...

-Carta al padre, de Franz Kafka.
Sí, ya sé que las mezclas no son buenas, que hacen daño, que dan pena, que se acaba por...
Vamos, que situar a Kafka junto a la colección Bianca de Harlequín sólo se le ocurre a un degenerado perverso sin entrañas, oye. Pues lo que soy yo.

-Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez.
Que uno tiene que leer de todo, e informarse de melancolías.

-El jugador, de Fiodoro Dostoyevski
Dicen que es autobiográfica, oiga.

-El arte de amar, de Eric Fromm.
El más cercano de todos aquellos maestros de la escuela de Fránkfort.

Emoción e impresionistas

Pierre Auguste Renoir. El columpio



Estuvo bien, la mañana de ayer, fría y soleada, pero entretenida, con su cima de emoción sobre las once, cuando me ví en quevediana conversación con los difuntos, que me rodearon con los frutos de su trabajo. Tanto genio junto, y en Madrid, no te pierdas la ocasión, si es que aquí vives...
Había cola en la Fundación MAPFRE, y eso que es día de diario. Casi una hora de espera, rodeado de guiris franceses y guiris ingleses. Los que entraban sin espera, con monitor, eran las nuevas generaciones: ¡pero si no les gusta El Arte! Grité escandalizado. Mentira cochina, pudimos acercarnos a cotillear lecciones de pintura, y preguntaban más que el Quintero, pero sin humo.
Yo quería mostrarles mis respetos y ofrecerles mis favores a las bañistas de Renoir, ¡pero no había ni una! Y tampoco estaba ese cuadro de Manet que tanto me gusta, pero qué le vamos a hacer, la selección es única y temporal, uno llega a la emoción por tanta grandeza.
El Impresionismo es una superación del Realismo. De todo lo anterior, cuando se pintaba intentando serle fiel a las formas. El Impresionismo viene a decir que la realidad no es fiel a sí misma. A través de una intuitiva sencillez. Así sucede también en música -Satie- o en literatura -Baroja, dicen, digo-.
Ya de adolescente me impresionó el Impresionismo, y lo hice mi escuela predilecta. El culpable fue Renoir, con sus bañistas.


Pero luego vinieron otros amores, que superaron a estos franceses, Goya, Dalí, Friedrich, El Bosco, los Simbolistas -Prerrafaelistas, por ejemplo- y los Metafísicos. Sin embargo, nunca se olvida el primer amor, por eso los Impresionistas me emocionaron tanto, más que otros.
-¡Carnaza! -Grité ante el espanto e hiralidad de la chica que conmigo iba.
Ante Venus, de Bouguereau, sentí una erección metafísica, un alzamiento de mástil espiritual y un dolor estético a lo petite morte. Hizamos banderas, brazo en alto saludamos a la única patria que reconocemos en Manicomio: los relieves fecundos de la diosa del Amor, Venus en perpetuo renacimiento.
Luego salimos y bajamos por Recoletos hacia el Paseo del Prado, no antes sin echar una miradita en el Gijón y echar una duda al aire sobre la conveniencia de gastarse los dineros para un desayno en ese antro de cadáveres exquisitos.
Así que después de desayunarnos en un lugar que oliera lo mínimo a Literatura nos recorrimos puesto a puesto la Cuesta de Moyano.
Allí entre otros comprados, el libro del día, y por un euro, fue El Diablo Cojuelo, de Luís Vélez de Guevara, tatarabuelo del tatarabuelo del Ché, hagamos el chiste. En ediciones Susaeta. Novela de tiempos barrocos y géneros picarescos, como el que esto escribe, pícaro y barroco.
Un estudiante huye de la justicia. Buscando escondite se encuentra en el desván de un astrólogo y nigromante que tiene en su poder al diablo Cojuelo. El estudiante se lleva al diablillo y juntos van por los cielos levantando los tejados de Madrid y Sevilla, para ver qué hay por ahí dentro.


Alfred Stevens. El baño.