viernes, 10 de julio de 2009

Umbraliana (II). O la música o la musa


Hay escritores de musa, que son de inspiración espontánea y efímera, que vienen a ser besados y por tanto bendecidos. Luego, como ave fénix, ceniza son sus palabras, para volver a revivir en la consagración cíclica pero desacompasada del amor de esa mujer caprichosa.
Luego están los escritores que llevan la música por dentro, que llevan dentro de si, de manera constante, caudalosa, la bendición perpetua.
Mas o menos asi, Francisco Umbral hizo la distinción, considerándose a si mismo como escritor de música, no gustándole, por cierto, otra música que las de las palabras bien hilvanadas, llenitas de hallazgos en su fornifollar de hilo y aguja.
Como escritor Tauro que era –indudablemente son los mejores, bajo el signo de Venus, de escritura afrodisíaca, ya haré un articulo sobre escritura astral-, su prosa es flor con espinas de fragancia perenne y rencor duradero. De lírica paciente y obstinada, ingeniosa con cimas de genialidad.
Los piscis, sin embargo, teniendo al musical neptuno como patrono, somos mas escurridizos en esta definición. Pero la exaltación en Venus es su sino.
Pero no vengo a hablar de mi si no de otros.
Roberto Bolaño es otro escritor Tauro, y el tenia otra definición para los tipos de escritores, lean aunque sea la primera parte de la inmensa Los detectives salvajes:
Hace intención taxonómica del escritor según su manera de recibir la verga, metiendo a todos en el mismo saco homoerótico.

Ante todo, hay escritores mariquitas, maricas, y maricones.
Creo recordar que los mas importantes son los maricas y maricones, siendo los maricas los que buscan la verga de la inspiración, y siendo los mas geniales los maricones, que nacen, crecen, se desarrollan, viven y mueren, con una verga perpetua metida en el asunto. Permanentemente inspirados.
Espero que os sirva de motivación para curiosear en ese libro, y ver de qué manera son clasificados algunos escritores.


Estas cosas las pensaba y repensaba durante mi paseo cotidiano y llegué a sentirme yo el primer habitante de Europa, que caminaba detrás de un tigre con un libro en la mano, como si fuese el primer libro, la semilla de la tipografía que había de dar extensamente sus menudas flores al mundo a medida que los árboles se deshojaban en libros y los libros sustituían a los ángeles o eran como unos ángeles de alas cortas que traían cada uno su mensaje, como suele traerlo un ángel antes de la invención de la imprenta. Dios había creado los ángeles pero Gutenberg creó los libros, esos ángeles de vuelo corto que me llevaban mucho más lejos con la imaginación y la letra impresa.
(Francisco Umbral)


¿Cómo reconocer una obra de arte? ¿Cómo separarla, aunque sea sólo sea un momento, de su aparato crítico, de sus exegetas, de sus incansables plagiarios, de sus ninguneadores, de su final destino de soledad? Es fácil. Hay que traducirla. Que el traductor no sea una lumbrera. Hay que arrancarle páginas al azar. Hay que dejarla tirada en un desván. Si después de todo esto aparece un joven y la lee, y tras leerla la hace suya, y le es fiel (o infiel, que más da) y la reinterpreta y la acompaña en su viaje a los límites y ambos se enriquecen y el joven añade un gramo de valor a su valor natural, estamos ante algo, una máquina o un libro, capaz de hablar a todos los seres humanos: no un campo labrado sino una montaña, no la imagen del bosque oscuro sino el bosque oscuro, no una bandada de pájaros sino el Ruiseñor.
(Roberto Bolaño)

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