viernes, 24 de julio de 2009

Las cinco advertencias de Satanás, de Enrique Jardiel Poncela




Amiga mía, el amor es como una goma elástica que dos seres mantienen tirante, sujetándola con los dientes; un día, uno de los que tiraban se cansa, suelta, y la goma le da al otro en las narices.
(Enrique Jardiel Poncela. Las cinco advertencias de Satanás.)


No he ido mucho al teatro, es una cuenta pendiente que tengo.
Es distinto, el libro que el escenario, los ojos del lector que los de los espectadores.
Cuando uno lee, puede hacer las pausas que le vengan en gana, puede reflexionar y hacer anotaciones, puede dejar el libro en mitad de un acto y tomarse un café para meditar sobre lo leído, dando la forma exacta al personaje que tanto le fascina. Puede, si quiere, toser y estornudar ruidosamente, berrear y canturrear algún verso de la obra.
En el patio de butacas, como en el cine, no hay descanso si no lo manda el carácter de la obra. Tiene la ventaja de que has de hacerte niño para dejarte llevar, sin vuelta atrás para volver a escuchar, como un retazo de vida que llegado a su fin no da otra oportunidad. A no ser que te compres el libro o vuelvas otro día. Tienes a tu lado a otros espectadores, con lo que tu recepción de la obra puede estar influida por las risas, aplausos, carraspeos o exclamaciones de tus vecinos. En la soledad del libro, los aplausos, las risas, los carraspeos, te corresponden solo a ti.
El teatro es una expresión cultural, que existe para ser representado. Va con su carácter. Vale que llegados al siglo XX también necesita ser leído, y hay autores que lo crean para ser representado y leído. Las acotaciones literarias, de la mano de Valle, por ejemplo, no actúan en la representación, si no en la soledad del lector.
Hasta el siglo XX el teatro era escrito con la finalidad de su representación. El pueblo era analfabeto, pero no analfabestia, que diría Quino el de Mafalda. El pueblo no leía pero sí veía y escuchaba y era exigente. De ahí las maravillas de Esquilo, Sófocles, Lope, Calderón…
Yo a Jardiel le vi representado en Eloisa está debajo de un almendro. Es un autor al que preferiblemente hay que ver interpretado. Pero también debe ser leído, para deleitarse en su literatura, porque Jardiel Poncela es además un inteligente y fino e irónico literato. Se forjó en la década de los veinte, con amistades como las de Ramón Gómez de la Serna y lecturas como las teorías literarias de Ortega y Gasset en La deshumanización del arte.
Vanguardias intelectuales de aquellos días, nuevos caminos para la expresión que hoy damos por hecho y no apreciamos. Uno lee una buena novela hoy y puede o no gustarle, pero no se admira ni desconcierta de su novedad y juego. Estamos acostumbrados a la posmodernidad, que es algo así como una esquizofrenia no consciente de su mal.
El teatro de Jardiel en su época era algo novedoso, innovador mejor dicho. Influido por Ramón, hay greguerías en sus obras, y aquí suelta algunas perlas:

Amar es llevar un brazo en cabestrillo.

El romanticismo es una afección gástrica

Cada guitarrista arranca sonidos distintos a una misma guitarra, y cada hombre despierta sentimientos distintos en una misma mujer.


De la trama nada diré, para que lo lea quien quiera. El personaje diabólico, interpretado aquí por un invisible ser llamado Leonardo, es similar al Robert de Niro de El corazón del ángel o al Al Pacino de Pactar con el diablo. Es decir, un dandy conocedor de las flaquezas humanas, tan humano como cualquier personaje.



2 comentarios:

Enrique Jardiel Poncela dijo...

Estimado lector, el teatro es mucho mejor que el cine. Los personajes en carne y hueso, el dolor, el llanto, la risa, el sudor por el desgarro, las lágrimas por la alegría...es infinitamente mejor que la pantalla en una sala gris y fría de una sala comercial.

YO le invito a asistir al teatro. Los a mil en la gran ciudad... le imploro, le ruego...

a todos sus lectores; por favor, VAYAN AL TEATRO!!!!

Recuerdo una obra de Blanca Portillo, Afterplay. Estaban en escena Blanca Portillo, Helio Pedregal, una mensa, una maleta y una lámpara.

No había música.

NO hacía falta.

Blanca era todo; el texto, la música, el diálogo... era teatro.

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Para teatro la que nos tiene montada en Madrid don Alberto Ruiz Gallardon, alias Sheriff Jones -en homenaje al arqueologo Indiana Jones-. Socavar, socavar, ¿hasta cuando, Catalina, abusaras de patentia Nostra? Asi, a la manera de Ciceron, se necesitan mas cicerones y menos agujeritos, ¡que hoy casi me pierdo al ir al trabajo, por tanto desvio!
Y ya, hablando de lo que vale:
gran actriz, Blanca Portillo.