Un gran conocimiento es ante todo un estado de ánimo y sólo en su punta más exterior está el pensamiento, como una flor.
(Robert Musil)
Estos muchachos…
Basini es el típico compañerito de clase o de trabajo que pide más que habla, es de esos pimpines guapitos y encantadores que nunca llevan nada suelto y están siempre con el déjame un par de euros para un bocata beicon, déjame cincuenta céntimos para hacer fotocopias…
Pero más a lo bestia, por que el chaval lo pide para visitar a Bozena, la meretriz del lugar. Basini tiene una ostia muy bonita.
Beineberg es como un Edward Alexander (Aleister) Crowley adolescente, sádico y místico, que tontea con la espiritualidad oriental y quiere experimentar a través del dolor de Basini sus poderes mágicos.
Reiting hace oposiciones a Adolfo Hitler, es, por lo tanto, un tipo con futuro en ese tiempo. Es rival de Beineberg, pero unen sus fuerzas para aprovecharse mediante el chantaje del bello Basini, que es dócil y complaciente.
Törless… Törless es un pequeño Hamlet que está todo el santo día haciéndose pajas mentales. Siente y ve cosas, como el niño del sexto sentido. Törless, ademas, va de divo.
El estudiante Törless quiere encontrarse a si mismo, de ahí sus tribulaciones. Intenta encontrar a través de las matemáticas la solución a sus problemas, luego su profe de matracas le dice que Kant tiene las respuestas a sus dudas, pero que es muy joven para leer a Kant. Aun así, el joven Torless se compra el tocho de Kant y a las diez páginas se siente decepcionado: no se ha enterado de nada. Esto le crea ansiedad, y centrándose en el magnético y afeminado Basini, encontrará instantáneo pero efímero remedio a sus tribulaciones.
A Törless, Beineberg y Reiting les gusta ver desnudo a Basini, y también hallan un cierto consuelo en frotarse con el efebo.
Son cosas que suelen pasar en los institutos, dice Musil, no se, yo con mis compis me daba collejas y nos íbamos a beber litronas y a fumar cigarrillos y a leer revistas guarras que les robábamos a nuestros hermanos a la puerta trasera de una iglesia que había por allí cerca. Luego llegábamos borrachos a latín y les echábamos el aliento a las chicas que se sentaban delante.
Pero bueno, la cosa es que como medida correctiva para que Basini se redima de sus pecados de ladrón –para pagar sus deudas hurta a sus compañeros de pupitre con suma vileza-, Beineberg y Reiting le hacen mil perrerías, como personajes de Saló, la obra de de Sade.
Törless se lava las manos como Poncio Pilatos, con la excusa de su pilates mental.
Luego Basini confiesa sus pecados a dirección, prefiere delatarse a seguir siendo el conejillo de indias de un futuro fascista y un futuro Charles Manson , y se hace una investigación. El final mola porque el atormentado Törless, en el interrogatorio, les cuenta sus comeduras de tarro en plan filosófico.
Esto es algo que me hubiera agradado hacer a mí con algún jefe abusón y explotador de esos que he tenido, tomarles el pelo de una manera tan elegante, con alguna perorata kantiana sobre la metafísica de sus mezquinas costumbres.
La novelita tiene doscientas paginas, de las que un diez por ciento son diálogos, otro diez por ciento es acción, y el resto son las tribulaciones del estudiante Törless.
O sea, sus raras sensaciones pasadas por el tamiz intelectual de la pluma de Musil. Y es que este joven, Törless, es mazo raro. Fijaos que yo soy raro, y que antes, a esas edades, era raro de cojones. Pues el joven Törless me gana por goleada. Y no le van a la zaga ni el Beineberg, ni el Reiting, ni el Basini. Son una panda de frikis y perturbados como se han encontrado pocos en la literatura.
Tienen un cuartito oculto en el instituto donde se dedican a reflexionar, tomar el te, a conspirar, a meterse mano, y a darle muy mala vida al pobre Basini.
Luego hicieron una peli sobre el libro, criaturitas... Cuidadito que eso es lo que les pasa a los gorrones.
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