martes, 17 de febrero de 2009

Kate Winslet es la imagen de Bronwyn (II)

El eterno día del eterno verano

La novela aquella que escribí en mi mente con diecisiete o dieciséis primavericas trata de un mocito que en un verano se enamora dos veces, primero de una manera inteliectual y después platónica. El primer amor es un chico algo mayor que le abre los ojos, le despierta, le hace dudar. Con él entabla conversaciones varias y debates encendidos, sobre literatura, filosofía y vida. Viene a despertar su hambre de conocimiento, se convierte como su ideal. El problema es que el amigo es un escéptico, un cínico, y como si fuera una broma, ante los ojos del prota, se inyecta algo, una droga que posée su madre, que es farmaceútica. Otras veces ha echo la misma broma, hacer como si fuese a suicidarse con esa dulce droga, pero esta vez va en serio. Después de besarle se inyecta aquel letal medicamento.
La segunda parte trata del otro amor, Patricia, a la que llega a conocer y con la que mantiene un idilio después de haberse enamorado de ella platónicamente, sin conocerla. Es decir, se la encontraba a veces paseando por el campo, sólo eso, pero en Agosto entablan al fin esa relación que es demasiado casta y poética quizá para estos tiempos. Es el eterno tema del amor sublimizado, en plena naturaleza, ya que los encuentros entre Patricia y él sólo sucedía en pleno campo. Entonces el prota descubre que Patricia, antes de con él, estuvo con el amigo suicidado, ¿fue ella la causante de esa muerte? Ni mucho menos, ese amigo era un cínico, con los sentimientos agotados, alguien que no creía en nada.
Ví claramente esas dos partes en el Demian de Hesse y el Hyperion de Hölderlin, años después. Alguien mantiene una relación más allá de la amistad con alguien al que admira intelectualmente, y con el que lucha dialécticamente, compartiendo ideales y separándose tajántemente por una cuestión no personal. Ese alguien se enamora después de una mujer, de una manera más espiritual que física, a la que queda unido místicamente.
Francisco Umbral, en su libro Las Ninfas, habla de que el adolescente primero sueña con el amigo ideal, para después hacerlo con su ideal de mujer. Llega a la conclusión de que, en los dos casos, se sueña a sí mismo. Tanto ese amigo al que admira intelectualmente como esa mujer a la que anhela amar, son proyecciones del yo que él anhela. Él quiere ser todos ellos, el amigo y la novia idealizados.
Una búsqueda dentro de uno mismo, a través de esos símbolos, los arquetipos de El Amigo y de La novia. En Las Ninfas Umbral cita a otro autor, pero no dispongo en este momento de un ejemplar.
Patricia, que así llamaría hoy a esa novela, era rubia y con las cejas oscuras, como Kate Winslet, la imagen de la Bronwyn cirlotiana. Esto hoy para mí es insustancial, ya que mi ideal cambió hace más de una década, volviéndose más extenso y universal, menos conciso. Creo que de adolescente era más sabio y concreto, y hoy estoy más desorientado que Diógenes en un palacio construído en un sótano lleno de gente importante.
El amor de verano... otra temática recurrente en la literatura y el cine, y también en mis escritos, como bien saben los pocos que han leído alguna novelilla mía. Verano, amor y deseo, y despertar intelectual, un cóctel sugerente que no se acaba nunca. The Reader trata de eso, de un amor de verano que pese a que se acaba en seguida no se acaba nunca. Nunca. Festín literario y cinematográfico, la fábula sempiterna, el eterno día del eterno verano. El libro no lo he leído, y hoy acabo de leer a alguien a quien admiro muchísimo en Libro de Arena, y que habla de este libro.
De la película, ¡ay!, hablaré mejor mañana.



Por cierto, y hablando de motivos y temáticas que vuelven otra vez, en el contínuo retorno sin fin. Releyendo pasajes del Gargoris y Habidis de Dragó -que tiene el eterno retorno como uno de sus fundamentos-, hayo que cita repetidas veces a Cirlot, al que llama Maestro.

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