miércoles, 4 de febrero de 2009

Ave fénix


El Ave Fénix o Phoenicoperus, según los griegos, que renacía de sus propias cenizas. Símbolo de la renovación, del sol naciente... o, llevando la contraria a Giuseppe Tomasi di Lampedusa cuando dijo aquello de a veces es necesario que algo cambie para que todo siga igual, seguir con las feas y locas costumbres para que tdo cambie.



Antes o después debería intentarlo
someterme a su hechizo...


Primero llegó la solución a través de la razón: rechazarla, ahuyentarla. Cada vez que apareciera por mi mente decir fuera, no quiero nada de tí, me estoy destruyendo por dentro. Y pensar en cualquier cosa que tuviera un atractivo mayor.
Bonito juego, la mar de divertido. Llegaba por la costumbre de habitar tanto en mí junto a otras imágenes e ideas. Y yo no le daba oportunidad de que continuara, decía no, no lo quiero. Y cuanto más rechazaba aquella ensoñación, con más dulzura se me entregaba.
Pero algo en mí irracional decía que no, mira de qué manera vas a vaciarte. Mírate en el espejo y dí, ¿vas a sanar ahora? ¿tú, que presumías de ser un loco? La locura, muchacho, es una manera de ser y padecer ante la realidad, el atributo principal de tu alma, lo que te salva y te condena, pero dime, ¿qué libertad no está protegida por cadenas? ¡Elige tus propias cadenas! Nunca te sirvió de nada el estarte ahí tirado razonando, ¡ay, que te creías un soñador, mírate! Siempre midiendo los pros y los contras, remordiéndote porque aquello pudiste hacerlo así, y sufriendo por no haber escogido lo otro.
Vuela, vuela, sobrevuela ese pandemonium que te has creado para darte a tí mismo una apariencia de cuerdo e imbécil.
No, no dejes que huya, no espantes la quimera.
Encadénala a tí, mírala a los ojos, besa sus labios, entrelázate a ella y ahonda hasta el fondo en su misterio.
Que ella llegó hacia tí no para que te atormentaras de contínuo en la parálisis ante una bifurcación, haciendo maniqueismo con tus impulsos.
No llegó para que la vieras, la tomaras, la dejaras, y luego a vivir sin las únicas alas que tuviste en tu vida, ¡oh, ángel de sollozo sólo equiparable a tu estupidez!
Ella llegó para quedarse, odiarte y quererte, destruírte. Y renovarte, ante todo renovarte, si es que al fin aceptas con todas sus consecuencias de dolor y gozo el don de la ebriedad.





Don de la ebriedad

I

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!

Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo —esto es un don—, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

(Claudio Rodríguez)

No hay comentarios: