lunes, 16 de febrero de 2009

Kate Winslet es la imagen de Bronwyn (I)

El hombre que fue todo lo que yo quisiera ser

Llego a los cines Golem con la hora pegada, por un despiste y por la lectura de un sobrecogedor poema de Juan-Eduardo Cirlot, del que ya hablé algo hace un par de meses.
Había investigado en internet qué es lo que tenían en la Casa del Libro de este poeta polifacético, del que casi todo es novedad en las librerías, ya que en vida se dio a conocer poco, y es ahora cuando Siruela está sacando algo, o todo, y caro. Pero no es caro lo precioso, y algún día, cuando tenga espacio, compraré esas ediciones cuidadas y coloridas de tan selecta editorial. Sí había algo barato y pequeño, en Cátedra, pero la edición está agotada, ¿no se reeditará? Sin embargo, encuentro felizmente en el OPAC de las bibliotecas populares de la CAM que ese librico se halla, y bien cerca. Así que me tomo un café americano, destiendo la colada de la ropa blanca y cojo los dos autobuses necesarios hasta la biblioteca Antonio Mingote. Está ahí, esperándome, negro como sus hermanos de Cátedra y con prólogo y notas de Clara Janés. Autobús, otra vez, hasta el metro Aluche. Me confundo de andén -me suele suceder, aunque lo haya cogido cien veces- y me sumerjo aguantando la respiración a leer estrofas sueltas y poemas enteros, y hay uno que me sobrecoje, y no me doy cuenta que voy en dirección a Carabanchel, y no a Casa de Campo, ¡y voy con la hora justa! Pero reacciono y doy la vuelta, leyendo la biografía de este hombre.
Su poesía brilla, lea lo que lea tiene algo que fascina siempre, rara vez me pasa con un autor, que me guste todo, quizá con Umbral, otro místico dado a las correspondencias que la intuición ha de conocer, y no la razón. No, no es coña, pese a esa pose de hombre soez y desagradable la prosa umbraliana deshace el tiempo para ofrecer la esencia de un todo que no caducará jamás.
Ahí van mis pasos, en esa búsqueda con avisos de encuentros e intuiciones de amor.
Me emociono con la pequeña semblanza poética que hace Janés de este hombre, Cirlot, y me doy cuenta que él fue lo que yo quisiera ser.
Luego en casa seguiré leyendo, fascinado y con miedo, miedo porque todo eso me suena, como si me hubieran robado las ideas.
Un poeta visionario, como Blake y Hölderlin, de los que mamó entre otras fuentes de diversas aguas.
Reconozco su postura poético-vital. Su Bronwyn, ninfa rubia y céltica, es el eje de su poesía, la doncella, el símbolo de algo con una significación que trasciende, lo que se espera irremediablemente, pese a que la realidad exterior del poeta lo niege. Esto tendría que explicarlo de otras maneras y mejor, con una belleza acorde al tema, pero me encuentro limitado para ello.
De adolescente garabateé algún capítulo de lo que sería una novela, y la escribí en totalidad y sin palabras en mi mente. Pasaron los años y continuó fresca.
Pasaron los años y me dí cuenta que Hesse ya la había escrito con su Demian. Pasaron más años y con el Hyperión de Hölderlin volví a advertir que hace siglos ya había sido escrita. Luego alguien me contó que Musil con El Hombre sin Atributos hizo otro tanto.
Yo me pregunto por qué razón vinieron a mis diecisiete años esas temáticas alemanas, novelas de aprendizaje que no leí y que mi mente fue dibujando.
A lo largo de mi vida he ido escribiendo cosas, novelando ideas, y llega un día como hoy en el que me atrevo a dar el paso de ahondar más en el pozo sin fondo de ese algo literario que sé que no me va a defraudar, leo un poco más de este señor, del que leí un poco hace meses y me desconcertó entonces, y hoy compruebo que lo suyo ya lo había soñado, pensado, creído y creado yo. De otra manera.
La misma musa prostituta sagrada que se lo monta con tantos a lo largo del tiempo y en el ancho mundo ajeno.
Luego viene la limitación de cada cual, su inteligencia y preparación, su disposición y voluntad. Es como se decía en Los Evangelios, muchos serán llamados, pocos los elegidos.
La voz de la Literatura llama a demasiados, y son pocos los que crearán algo grande. No soy maniqueo, no entiendo de poesía mala y poesía buena, de eso ya se ocupan los criticos o las ventas. Hablo de proyectos poético-vitales, como el de Cirlot. El creerse esta milonga para vivir en ella más que de ella. Y aquí no hay proyectos fallidos, que un poemario no es un best-seller. Bueno, según qué tipo de poesía, que de todo tiene que haber, y aquí todo ha de caber. Un hombre es lo que hace y lo que es, no lo que vende ni lo guapo que queda en las fotos.
A muchos lectores de poesía no les sonará el nombre de Cirlot, pero es deslumbrante, rico, enorme. En el ambiente literario de la época no encajó porque no era de ninguna de las dos corrientes poéticas imperantes, ni la social ni la clasicista. Tomó mucho de vanguardias e istmos, pero sólo para lo formal, para el fondo, lo que quería decir, su visión original del mundo, una visión renovada de esas ideas poéticas universales que a tantos inspiran.
Y ya es tarde hoy para hablar de The reader, mañana lo haré, que por cierto, la Winslet tiene un cierto parecido a esa ninfa céltica de los versos de Cirlot.

Algo me está buscando por el campo,
o por el bosque negro que fue verde:
Algo de claridad pero sin forma,
como un sonido inmenso que bajara
desde un cielo apartado
por el cielo que existe.

* * *

Nunca supe quién soy,
pero voy
a ser lo que tú quieres sólo siendo
en el sol absoluto donde ardiendo
mueres porque eres.

Voy a ser la eternamente llama
de tu espiga de fuego;
mi resplandor entrego
a tu doliente niebla que me llama.

Caigo en tu corazón que ha de perderse
para que aprenda a rehacerse
desde el cristal azul del océano
al sarmiento quemado de una mano
cerrada al deshacerse.

* * *

Los álamos inciertos de las almas
se alejan por el campo.
Los álamos se alejan, Bronwyn.

Los gritos permanecen y el incendio.

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