miércoles, 1 de junio de 2011

Tokio Blues (Norwegian Wood), de Haruki Murakami



... contemplé una puesta de sol tan hermosa que parecía un milagro. El mundo entero estaba teñido de rojo. Mi mano, el plato, la mesa ..., todo lo que había ante mis ojos estaba teñido de rojo. De un rojo tan brillante que parecía bañado en un juguo de frutas. En aquel atardecer abrumador me acordé de Hatsumi. Y comprendí qué había sido el estremecimiento del corazón que ella me había provocado. Era un anhelo adolescente, que no había sido, ni sería jamás, colmado. Durante mucho tiempo guardé este anhelo ardiente y puro en mi interior, hasta el punto que incluso había terminado olvidándome de su existencia. Hatsumi había despertado una parte de mí que llevaba largo tiempo durmiendo ...
Tokio Blues (Norwegian Wood). Haruki Murakami 

Algo así como la magdalena proustiana. Algo así, también, he sentido yo con esta novela, que tiene el encanto y el misterio de algunas miradas bellas pero extrañas. Quizá turbias, quizá no tan limpias como se pretende.
Me ha gustado mucho el conjunto, y hay algo de felicidad en la lectura de este tipo de libros bien vendidos, cuando uno sabe que va a seguir leyendo al mismo autor y no va a ser defraudado. Algo me da que, al igual que con por ejemplo Paul Auster, me voy a encontrar con más de lo mismo, con un estilo, unos temas, y unas mismas obsesiones. Y todo esto me gusta, me hallo a gusto nadando entre sus páginas, aunque a veces sean de hielo.
Me gusta - lo he dicho repetidamente- la ficción, y esta es una novela de ficción, quizá de erótica-ficción, o de pos-adolescencia ficción. Todo parecido con la realidad es casual, aunque a veces, ay, la realidad supere con creces a la ficción.
Esta es una novela que trata de:
gente que se suicida. Con la misma facilidad con la que hacen el amor, y al igual que cuando hacen el amor quedan traumatizados o traumatizan, los pobres, al suicidarse también traumatizan al prójimo salvándose egoistamente el pellejo de este trauma. Nunca el follar fue un acto tan lleno de poético malditismo. Quizá exagere. Quizá es que cada uno cuenta su novela-espejo según se vea reflejado. No he contado los suicidios, pero podría aplicarse el dicho aquel de que aquí se suicida hasta el apuntador. Y, como no, el lector. Hemos leído esta novela suicidándonos con la languidez desinteresada de la lágrima rama de un sauce. Yo fumaba, y a cada calada me iba muriendo un poco más. En los días de lectura he bebido: cerveza rubia y negra, vino, sangría, calimotxo, patxarán y brugal-cola. He tenido unas molestas resacas intempestivas, y sentía que se me iba la vida, yo la dejaba escapar con un zumo de naranja, otro café, o un vitanímico gazpacho. Leía, dormía, leía, trabajaba, leía, bebía, leía, me perdía, leía, añoraba, leía, te ensoñaba, leía, comía, bocadillos de panceta y de colesterol bocadillos de chorizo y triglicéridos que son las fiestas de mi barrio: otro mini de sangría. Sobre todo me suicido yo con el estrés de mi trabajo. No sé ya cuánto tiempo llevo sin librar, no sé cuándo volveré a librar, la gente en mi trabajo se da de baja con la facilidad que en la novela de Murakami la gente hace el amor y se suicida. Todo ahora me parece como una eternidad de trabajo y sudor, de lectura y vida maravillosa, a través de tus páginas, ay, cómo me salva la lectura de los suicidios cotidianos. Parecía que Naoko y los demás se me suicidaban para que yo les sobreviviera.
En paisajes de hielo se suicidan. Son los paisajes de Murakami reflejo del interior de los personajes. O viceversa. El interior helado y bello de Naoko, desolado y enfermo, psique enferma, mujer de hielo, que tanto arde cuando se toca.
Yo, sin embargo, prefiero a Midori, no conocía un personaje femenino tan fantástico, tan de ficción, desde la Campanilla de Peter Pan. Chicas así no existen. Midori no, no se suicida. Quizá porque este ser tan de fantasía es el único en la novela que tiene problemas de verdad, el trasiego de la vida, la actividad, toda la tragedia que la rodea la salva del suicidio. Y el tiempo que tiene libre lo dedica a proponerle cochinadas (enlace) a Watanabe, que sólo se le ocurre decir: "vaya...", y así pasa que casi, también, se nos suicida.
Los personajes son variopintos y bien pintados. Todos ellos merecen la pena, tienen su lado simpático, tienen algo que enseñar al lector. A mí me recuerdan a los personajes que pueblan mi imaginación, tan desquiciada, tan de locura residencia Murakami en Kioto. Pero yo me quedo con Midori, con sus enfados que duran meses y sus proposiciones descabelladas. A mí una chica me pide que la lleve a ver una película porno en su variedad sadomaso y no me quedo atolondrado como Wanabe diciendo: "vaya..."
Los personajes femeninos de Murakami tienen una curiosidad sexual candorosa y enfermiza. Naoko, a diez metros del suicidio, pregunta risueña a Watanabe si la erección es dolorosa, y él, cómo no, contesta: "vaya..."
Naoko tiene una compañera de habitación en el delicioso manicomio donde habita -casi tan delicioso como este en que yo habito- singular y cantarina. Es capaz de tocar a la guitarra canción tras canción, sin parar de fumar y de insertar coletillas en el texto. Esta mujer, Reiko, tampoco se suicida, aunque se toma la vida como un suicidio contínuo y delicioso, comiendo poco y fumando mucho, cantando mucho y saliendo poco.
Es una novela extraña, de corte clásico, contemporáneo, fácil de leer y difícil de olvidar.
Valoro que el autor cuente y enumere los alimentos que toman en cada comida. Desde la Enid Blyton de mi infancia y adolescencia no lo pasaba tan bien leyendo platos. Luego yo, en el trabajo, parecía un personaje de Murakami cocinando y cantando y saliendo a fumar de cuando en cuando.
También bebo lo mío, pero en el ocio. En Murakamiland, sin embargo, se bebe hasta durmiendo. Sake, cerveza, vino, whisky y vodka. Combinados varios. Beben mientras leen -lo he probado y yo, la verdad, no lo consigo-, mientras estudian. Beben con alarma de alcoholismo. Yo, que bebo la mitad de la mitad, tengo fama de bebedor de oficio. Ellos, que beben como nicolascagesenleavinglasvegas, sin embargo, tienen fama de ser jóvenes ejemplares, que todo lo aprueban en Julio y hasta tienen trabajos y aprenden idiomas. Y yo que no me sé ni el inglés que aprendí en veinte años ...
Se tienen muy bien aprendido el inglés, estos héroes del Japón en Murakamiland, donde tan fácil es morir como chingar, donde el amor duele y las miradas se prolongan como besos en desiertos de hielo, hasta el deshielo. Es, me ha llamado la atención, una novela muy occidental, donde los personajes sólo cantan y escuchan música en inglés, y sólo leen -salvo excepciones- novelas en inglés. Hay un personaje, bribón y atractivísimo, que aprende español viendo la tele. Luego se va con Watanabe a conocer chicas, les hacen el amor, se las intercambian, este personaje tienen una novia maravillosa que luego, ay, también se mata.

Escuchan jazz, el Kind of Blue de Miles Davis, y cantan mucho de los Beatles. Naoko le da a Reiko una moneda cada vez que Reiko toca Norwegian Wood, que da título a la obra. Luego Reiko se lo gasta todo en tabaco, cuando aún no entrados en los setenta fumar era barato, y tan normal. Suicidarse así, tan lentamente, era tan normal como normal es el suicidio en la novela Tokio Blues de Murakami.
He besado el libro al terminar la lectura. Me ha enamorado, de manera extraña, pese a sus ingenuidades y sus disparates, con todo ello. Con esa manera de entender la vida, la muerte y el sexo tan de ficción, queriéndose vender como realidad, siendo como es, Literatura. Japonesa deformación bella y de nieve, nieve de invierno y fruto de estío del mundo éste.


La película.

Esta tarde he cometido el personal suicidio de ir a ver la película. Salgo del trabajo con sueño atrasado y cansancio acumulado por ver si Midori me enseña algo y por si Reiko me canta una canción que me consuele. Llego dos minutos tarde, me pierdo la escena del avión, cuando él recuerda. Así que aparezco in media res de sus recuerdos.

Empezaremos por lo bueno y terminaré por lo menos bueno.
Lo bueno son los gestos, el paisaje, la fotografía. La evocación en sí, la recreación de Murakamiland, con sus pinturas de nieve y de árboles desnudos y personajes pequeños. Parecía un cuadro del alma, como esos cuadros de Caspar David Friedrich. Así como los rostros de los personajes mirándose.
Sin embargo la película no tiene el ritmo de la novela. Tediosa sobre todo de la mitad al final, con largas escenas de sexo sin sexo alguno.
La Naoko misteriosa y de hielo del libro aquí  es una histérica atormentada. Midori está más conseguida, muy linda y graciosa ella. Y también está conseguido el amigo ese de Watanabe con el que se va de copas a quemar las calles de Tokyo. Par de crápulas.
Y aquí lo dejo, con dolor de cervicales y la tension del día liberada. Por lo menos escribir me ha servido de algo. Mañana, de madrugada, suspiraré la imposibilidad de Murakamiland, y esta noche soñaré con midoris que me proponen Vida aunque sea sadomasoquista, mientras ahí fuera el loco mundo se suicida.

Aquel silencio recordaba todas las lluvias del mundo cayendo sobre la faz de la tierra.
Tokio Blues (Norwegian Wood). Haruki Murakami.

2 comentarios:

Hilvanes dijo...

En lugar de comentar su comentario al libro Tokio Blues, responderé con un sendo post: pero no podrá ser hasta el viernes-sábado ... Mi comentario no incluirá película, creo ... Quizás el tedio de la pelicula venga porque la han rodado en japonés y el director no habla japonés ... cosa curiosa, por lo visto pasó igual con Vicky Cristina Barcelona, que rodaron en español y el tío Woody no lo habla ... curioso ...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

También pudo deberse al cansancio, al cine hay que ir con la cabeza despejada. Me pasó otra vez que casi me dormí en el cine con la primera parte de El señor de los anillos, y fue por motivos similares: había estado trabajando muchos días seguidos y necesitaba una siesta.
Pues estaremos con el ánimo expectante esperando su post.