lunes, 27 de junio de 2011

La conciencia de Zeno, de Italo Svevo

La vida se parece un poco a la enfermedad, porque avanza mediante crisis y lisis y tiene mejorías y empeoramientos diarios. A diferencia de las demás enfermedades, la vida siempre es mortal. No tolera tratamientos. Sería como querer tapar los agujeros que tenemos en el cuerpo por considerarlos heridas. Moriríamos estrangulados, nada más curarnos.
(Italo Svevo. La conciencia de Zeno)

Podrían curarse de su mal, pero entonces el vacío ocuparía el lugar habitado por esta enfermedad, que es parte de la vida.
Estos personajes, hipocondriacos, con demasiado tiempo para pensar, nunca trabajan.
Miserables, feos y dignos de nuestro desprecio, pero es que cualquiera que muestre su conciencia sin censuras será siempre censurado. Si no lo haces tú, ya lo hará el que observa.
Todos tenemos nuestra conciencia, más o menos pequeña, de menos a más, quizá.
Su figurita elegante se volvía tanto más perfecta cuanto más se alejaba.
(Italo Svevo. La conciencia de Zeno)
Esta novela es capaz de sacar lo peor de nosotros mismos, nuestro yo enjuiciador que se percibe carente de culpa, siendo como es, el retrato, nuestro reflejo. Pero nos creemos que estamos juzgando a Zeno Cosini.

Novela inaugural

Un personaje tumbado en el diván, recién descubierto este campo muy bien abonado para que situaran su jardín célebres escritores y cineastas. Siempre suelen ser, al menos los que yo conozco, frutos paródicos para regocijo y deleite de un público variopinto.
Tenemos a Philp Roth, que con El lamento de Portnoy hace su particular versión, muy bien podría llamarse La conciencia de Portnoy. Luego, como no, Woody Allen, un claro hijo de Zeno, más laborioso pero igual de ganso y adúltero. Así hasta llegar a estos mafiosos que se meten en el diván con la excusa de narrarnos sus interesantes vidas al borde de los barrancos desquiciados, empujados por sus culpas. Un Soprano por aquí, un Robert de Niro en Una terapia peligrosa por allá.
Yo algún día iré al psicoanalista y te contaré mi vida, mediocre y con ansias de infinito. Como todas, menos las de los mafiosos. En esta vida hay que cargarse a alguien para interesar a la peña, aunque sea al padre, sobre todo al padre, si no Freud se enfada y adiós psicoanálisis y se acabó tradición literaria tan fecunda. Matar al padre y besar a la madre: Italo Svevo se ríe abiertamente de esta teoría, teoría principal de los últimos tiempos sin la que hoy no seríamos lo que somos.
Lo que hace Svevo es matar al psicoanálisis, recién nacido, y eso me gusta, ya que yo soy más de Jung que de Freud. Uno cree más en el arquetipo y el símbolo salvífico que en el falo como idea única. Pero fue necesario Freud para que Jung viniera a redimirnos del agobio del diván y la novela que cuenta cosas que a nadie interesan.
A mí, que soy rarito, sin embargo me interesan estas novelas. Con deciros que Ulises de Joyce me pareció interesante lo digo todo. Pero Joyce está más cerca de Jung que de Freud, hay algo maravillosamente universal en su novela, así como en sus intenciones. Joyce nos dice: Odisea es hoy y aquí, Itaca como arquetipo principal en la Literatura. Kavafis sabéis que lo aclaró: Ítaca como punto de destino, lo que no importa, importa más el paisaje y el suceso que te lleva allí.
Cuando me jubile, mañana mismo, pienso comprarme un chalecito con jardín y fontana, con vistas al mar, me encerraré con las obras completas de Cirlot, de Jung, de Swedenborg. Este mundo en crisis necesita más alquimistas y menos políticos.
Cocineros y literatos dominarán la tierra para llenar estómagos y liberar conciencias.
Con La conciencia de Zeno, Italo Svevo inaugura el género pornográfico de señor aburrido y con dinero que se despelota y practica el onanismo para bochorno del personal.

Capítulos

Seis capítulos tiene la novela con seis temáticas entrelazadas: nicotina, muerte del padre, amante, esposa, negocios, psicoanálisis.
Zeno va al analista para que le cure del mal de la nicotina. Es el fumador tipo que siempre está queriendo dejar de fumar, y que fuma más que el fumador que lo hace por placer. Para mí es el capítulo más entretenido. Al igual que Juan Manuel de Prada, amo a los fumadores. Y ahora me enciendo un cigarrito, porque el amor bien entendido empieza por uno mismo.
Luego viene la enfermedad y muerte del padre, con todo tipo de detalles más sensitivos que fisiológicos.
Zeno se enamora, se casa con la hermana fea de su enamorada, y tiene una amante a la que paga, algo muy común por entonces, en tantos tiempos también. Tener una querida, una mantenida. A mí no me importaría ser la mantenida de alguien, y que me pusieran, por ejemplo, un estanco o una casa de apuestas. Lo otro, lo de casarme yo y tener una querida a sueldo, no me lo puedo permitir, mi escaso sueldo de cocinero en residencias no me da para trepidantes aventuras eróticas como las de Zeno. Zeno paga a su niña las clases de canto, y la apabulla con su mentalidad de burgués, de ciudadano ejemplar. Zeno y su idiosincrasia, es aquí cuando empieza a caernos tan mal. Es uno de los aciertos de la novela, un personaje que habla de sí mismo con simpatía, mientras que el lector se rasga las vestiduras. Estás podrido, tío, y te crees el rey del mambo.
Zeno es un tipo que vive de las rentas. Su padre tenía sus negocios, y Zeno, hereditariamente, coge el testigo. Pero tiene su administrador, su contable, de vez en cuando mete las narices en sus cosas para joderlo todo, para desespereación de sus empleados. Pero Zeno nos empieza a caer mejor cuando aparece un personaje aún más miserable y rico que él. El que es el marido de su cuñada, de la que estuvo enamorado: Guido. A él se une en una asociación en la que no aporta un duro, sólo su presencia y su peculiar sabiduría. Zeno, en su complejidad de hombre que no es bueno ni malo pero es capaz de lo malo y lo bueno, pasando por la filosofía moral kantiana. Zeno hace lo que Kant aconsejaba: aunque no sientas el bien dentro de tí, comportarse bien es un logro para que por la fuerza de la costumbre seas un hombre bueno.
En Trieste, bajo la lluvia, vemos a Zeno Cosini luchar por salvar a su contrincante y amigo Guido. Con todas sus dudas y miserias, pero con cierta bondad natural que inspira simpatía. Ya no nos cae tan mal, Zeno.
Capítulo coñazo, este de los negocios, aunque las páginas dedicadas a la bolsa sean curiosas. Se habla de Riotinto, de las acciones de Riotinto. Riotinto y sus minas para poetas simbolistas, vamos a ver si os cuelgo algún poema en mi jardín cuando recupere el libro. Minero de estrellas, así se llama el poemario de Jose María Morón, poeta minero.
Mineros de estrellas y peritos en lunas, poetas mineros y pastores. Y aquí llega un cocinero que se las de de literato y habla de ellos. Al menos no caen en el olvido, por si algún naúfrago llega sediento a esta isla-manicomio.
Guido parece un personaje de Murakami. Joven, bello, toca su música, con la permanente tentación del suicidio. Suicidarse mola, en Literatura, Werther y sus secuaces para ejemplo de románticos. El suicidio romántico también es una moda pasajera, que se cura con la edad y otras lecturas. Yo ayer me suicidaba con la ola de calor en el trabajo, rodeado de fogones y cacerolas hirviendo. Lo mío sí que es romanticismo. Espero que esta enfermedad del trabajo se me cure con la edad. Yo quiero ser un ocioso adinerado, como Zeno.

Algunas citas

Muchas zonas oscuras del alma humana se destapan en Zeno, es lectura para leer lapiz en mano. Novela profunda donde las haya, se caracteriza además por su humor paródico y caústico. Más allá de los maniqueismos al uso en novelas flor de un día, este clásico es un retrato complejo del alma compleja de un hombre sencillo, escrito además de manera sencilla. No sé si aconsejártelo. Tendrás ganas de abandonarlo una vez más, como cada vez que mirándote a tí mismo, ves cosas en tí que no te gustan.
Algunos subrayados de la novela, leidos con envidia, porque este Italo Svevo es un buen escritor, de los mejores. Algunos hallazgos quedan como frutos en mi jardín (link), además de aquel que me indicó mi mentor, el rijoso marqués (link):

Coda

Mi corazón, como el coño de esa muchacha ...
Aquella noche que relaté aquel día (link), después de ver qué tal iba la revolución, tiré calle Mayor arriba, camino del Bringas. Vi en un bar a mi amiga editora con otra gente, algunos del gremio. Llevaban desde el mediodía caña va y caña viene, y dio la casualidad que terminé hablando con una de sus colegas sobre la edición de Zeno en Debolsillo -comprada donde los Tipos Infames-, que ella conocía bien por haberla tratado. Me contó de las traducciones, de esta traducción de Carlos Manzano. No recuerdo mucho, y es una pena, pues podría haberlo valorado para este post. Luego fue cuando el chico amigo de Valencia que me explicó el secreto de la paella verdadera, y cuando me fui solo otra vez a la spanish revolution, a mirar carteles y a fusionar mi corazón con el coño de esa muchacha, tan lleno de incertidumbre.
Que nadie nos representa, que no.

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