Luego me pedirás que te cuente un cuento, ¡un cuento chino, te voy a contar!
Así es como regañaban las madres de los 70 a sus hijos, mis amigos, cuando se portaban mal. Con eso y con que vendría El Lute y se los llevaría.
Cuentos chinos para niños del Japón
Ese es el sonoro título de un disco de los Love of Lesbian, La niña imantada de la cabecera del post tema incluido, como un cuento. La mojigata youtube aún no se ha percatado, así que puedes ver aquí el vídeo.
De niños, los chinos y los japoneses eran lo mismo, y a los madrileñitos de Aluche aún nos cuesta diferenciar una raza de la otra. Ya de mayores sabemos que son muy distintos, como lo somos los españolitos de Aluche de los Suecos.
Este Sábado, después de saciar mi sed con la excelente cerveza de la enoteca-librería Tipos Infames -me bebí dos seguidas pues el calor solicita calmantes- nos fuimos algunos de clase -junto con mi amiga la de Iruña- a cenar Pizza y jalapeños. Los jalapeños me los comí todos yo. Entre otras cosas se habló de cine chino, y yo, con la boca llena, dije: cuentos chinos para niños del japón. Y uno de los amigos dice: eh, tú, eso es un disco de los Love of Lesbian.
Luego están las naranjas de la china, pero eso es otra historia que deberá ser contada en otro momento y lugar.
La película
Te parecerá absurda la manera en que comienzo el post, pero se trata de ello: la película, sin ser absurda pues tiene su sentido profundo, trata sobre la extrañeza esta del vivir cotidiano.
Vemos al personaje estupendamente interpretado por Darín con sus extravagantes manías, como la de coleccionar toda noticia absurda, así confirma día a día que nada tiene sentido. Las personas, cuanto más solitarias, más férreo se crean un mundo propio con su propia semiótica para protegerse del sinsentido colectivo. Un código de normas particular, sus propio derecho, y ya sabemos que el Derecho es un pacto entre el hombre y el leviatán. Como los leviatanes de hoy a muchos no nos consuela, hacemos bien en construír una torre de marfil con su escudo y su arma.
Es una buena película, además de cómica, las interpretaciones impecables. Ya sabemos como es el cine argentino, los actores se salen, no pecan de otra cosa que de actores, que es lo que necesita una película. Yo, lo digo siempre, de mayor quiero ser argentino e interpretar el papel de mi vida: ser yo tal como soy, pero en un guión acorde a mi talento. Toma ya. Para delirios de grandeza cuentos chinos. Para niños del Japón.
Al personaje de Darín le llega el guión de su vida con un chino al que le cayó una vaca cuando se declaraba a la novia. La vaca se llevó a su novia, y su ilusión entera. En serio: la peli tiene su vis trágica -¿se podrá decir así?-, lo que hace que su nivel de calidad aumente algunos puntos.
El personaje de Darín es ferretero, y cuenta cada tornillo de las cajas, y con rencor insano en sus cenas en soledad habla solo dándole vueltas a los pequeños problemas del día a día.
No sé qué tienen las ferreterías, que inspiran en el cine tanto personaje con tendencias destructivas o autodestructivas. Darín aquí es como el padre de El Bola, ferretero, pero soltero y sin hijos.
Luego hay una mujer que le ama, pero a la que él no hace caso. Dios le da pan a quien no tiene dientes.
El chino viene a remediar todo eso, indirectamente. Uno se encariña con el chino, y hasta con Darín y sus costumbres. Lo cómico está en el choque de dos idiomas que no se comprenden, y aún así se ayudan.
Id a verla, que no os defraudará. Es como un cuento, lo dice así el título, es como una fábula, y fabulosa.
Fui al cine pues al trabajar el fin de semana tenía ayer y hoy mis días libres, y quería ahorrarme el calor de mediatarde. En el cine éramos pocos: dos abuelas, una pareja, una mujer, y yo. Se estaba en la gloria. Es la mejor época para ir al cine, sin contar esas tardes de lluvia otoñales, tan grises y maravillosas como el buen cine de antaño.
Al salir, al pasar junto a la Plaza Mayor, veo una ferretería y medito sobre los ferreteros en el cine. Dos chinos parlanchines están junto al mostrador. Casualidades de la vida.
¿Os conté que cuando fui a ver Tokio Blues casi me atropella al cruzar hacia Plaza de España un coche de autoescuela manejado por chinos -para mí que eran japonesinos-?
Está el semáforo en rojo para el viandante y el coche parado junto al paso de cebra. Se pone en verde para mí, en rojo para ellos, y veo que cuando comienzo a cruzar el coche se abalanza lentamente hacia mí.
El código de circulación, otro leviatán del que hay que protegerse.
Ayer, cuando llegué a casa, aprovechando la última hora de sol en la terraza, comencé La Higuera, de Ramiro Pinilla. Llevaba tiempo esperando algo así, pero dejaré el comentario para cuando termine la lectura.
Ramiro Pinilla es la última recomendación de estos akabaos, los akabaos somos una degeneración literaria, yo participo en ella activamente con este blog, para bochorno de mis colegas. Una de las normas no escritas de esta degeneración es la de abochornarnos los unos a los otros, como ensayo por si llega otra guerra civil y nos vemos enfrentados como diegos y albertis.
Peces de Ciudad
Esta película, Cuento Chino, me recuerda por la historia del personaje del ferretero interpretado por Darín a esta canción de Sabina ...
¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar? Al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios que sacan de quicio....que es una de las mejores que he escuchado nunca, en la voz de Ana Belén. En mi otro blog la tenéis. (link)
Compré este disco de la bella Ana Belén hace justo diez años, cuando trabajaba en la cocina de un gimnasio para gente de pelas. Todas las noches, al llegar a casa, me ponía el disco y escuchaba una y otra vez Peces de ciudad mientras me fumaba un cigarro. Con la piel de gallina y las agallas perdidas.
Recuerdo aquel verano con esta banda sonora original de Sabina, con voz de Ana Belén. De aquel trabajo recuerdo a las clientes pijas esnifando coca ocultas junto a los ascensores, en el descansillo donde los cocineros tirábamos la basura.
Tenía una compañera, camarera, que era realmente encantadora. No le gustaba el gazpacho, y yo, cuando ella me preguntaba qué iba a darle de comer y le decía que gazpacho, cogía una puntilla y me la situaba en la cadera, amenazante. Entonces supe que el peligro -aunque fuera un simulacro- podía ser también excitante.
En la mochila, con el uniforme del trabajo, llevaba por esos días El libro de los seres imaginarios, de Borges.
Fue el verano en que cogí verdadero asco a un grupo llamado La Oreja de Van Gogh, razones me sobraban. Un asco visceral, os lo aseguro (link)
Pues las canciones de amor son siempre una mentira.
Yo prefiero los cuentos chinos. Aunque sean para niños del japón.
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