jueves, 16 de junio de 2011

Los reencuentros felices: Paul Auster. La Noche del Oráculo.

Esta novela me ha decepcionado, pese a que mi lealtad a Paul Auster no queda demediada, pese a que me haya gustado mogollón (mogollón de Aluche), y haya disfrutado un egg.
El otro día acuñé el término Murakamiland, pues hoy hago otro tanto con el universo paulasteriano, Paulausterland, que suena bien, así auditivamente parece marca de cerveza, y leído un inventado y pequeño país del norte de Europa.
La primera decepción es la edición, en Anagrama siento preferencia por sus compactos, esas ediciones de bolsillo coloridas. Pero en la biblioteca sólo estaba este formato amarillento. Tanto Los Detectives Salvajes, de Bolaño, como El libro de las Ilusiones, de Auster, los fui leyendo pasando de una edición a otra. Parece como si la calidad literaria, como si la magia de la literatura variara según su pasta.
Lo que importa es el interior. Sí.
Así siempre la mirada se nos va donde se nos va.

Paul Auster: me gusta este hombre. Antes de leerle, antes de leer a Martin Amis, yo iba a las librerías y buscaba sus libros, los libros de estos dos sonoros nombres y escritores que posan ante la cámara como si te anunciaran algo, ¿qué? Una marca de tabaco, de güisqui, de colonia. Si miramos fotos de García Hortelano vemos que no sabía posar, no te anunciaba nada, por lo que pasó desapercibido dejando su prosa magistral como si no importara. Con veintitantos, yo no había leído aún a Auster ni a Amis, pero ya les admiraba por la pose. Por las entrevistas. Por todo aquello que no había leído y se ofrecía como una promesa.
Luego leí El Libro de las Ilusiones, y el flechazo fue instantáneo. El otro día, por los veinte años de ABC Cultural, ofrecieron un número especial del suplemento, donde algunos escritores de aquí opinaban sobre los libros fundamentales de este siglo aún por estrenar, tan jovencito. Algunos coincidieron en mentar El Libro de las Ilusiones como uno de ellos. Estoy de acuerdo.
Aún tengo el sabor de aquellos días, el libro lo comencé un Viernes de Primavera, cuando las fiestas del barrio. Por eso, yo, que soy de costumbres lectoras fijas, digo que Auster es lectura para la Primavera.
Paul Auster, posando bajo la nieve
Son unas tramas, las suyas, que se parecen mucho a mis tramas. Leer a este hombre es como reencontrarme con mis propias obsesiones. El azar tiene su música, y es como si tocaran jazz, dentro de uno. Sin el azar las novelas de Paul Auster perderían su identidad. Luego están sus personajes con su identidad, personajes que se pierden y que se encuentran, un combo de perdedores, pero no tanto. La estética del perdedor queda muy bien en literatura, pero luego la realidad te demuestra que esta estética no pasa de ser una pose hipócrita.
El otro día no sólo se nos murió Semprún, se nos murió otro Jorge, Jorge Berlanga, que dejó un legado de traducciones y guiones de cine memorables. Yo oía la radio, leía los periódicos, y oía eso de la estética del perdedor. No, vale, muy bien, el fracaso es otra cosa, el fracaso es la castración de los espacios vitales, el fracasado, el pededor auténtico, es esa masa anónima que no tuvo la posibilidad de salir del fango. La gran mayoría de hombres y mujeres que no salieron nunca en las enciclopedias, por pequeñas y particulares que estas enciclopedias sean.
Yo, que tengo un sueño, no puedo ser nunca un fracasado ni un perdedor,  pues este sueño es ajeno a modas y mercados. Estáis leyendo a alguien que no compite, que no cree que la vida sea un concurso de pollas grandes.
Quizá nunca llegue a nada, pero lo tengo todo: en el texto, digo.
Paul Auster es un mago de la Literatura -con mayúsculas, sí-, aunque dicen por ahí que La Noche del Oráculo marca la frontera del Auster fascinante del Auster que sabiéndose fascinante va perdiendo facultades fabuladoras. No sé, tampoco le he leído tanto.
El Libro de las Ilusiones apareció cuando yo estaba ya adentrado en otra fábula, mía propia, con sus tramas y personajes. El Libro de las Ilusiones era como una novela hermana de mi propia fábula. Con La Noche del Oráculo, tan desquiciada de tramas, vuelvo a reencontrarme con esta sensación de pensar que esto ya lo he escrito yo, de otra manera.
Surge del venero de la fábula -ay mis tristes, fabulosos veneros- un mismo caudal para todo el que se acerque a beber, luego cada cual canta su canción a su manera, pero el canto es el mismo.
Platónico en lo literario. Sí.
Obsesivo, también. Vale.

Están los escritores que siempre escriben la misma novela, al igual que hay blogueros que marean el mismo post. Son los johncoltranes cantando un amor supremo, sus preferencias, o charlieparkers como pájaros en Birdland.
Paul Auster siempre tiene el mismo narrador, un varón de treintaitantos, el mismo personaje con la misma sensibilidad con las mismas preocupaciones que se enamora de las mismas mujeres. A este varón le pasan cosas raras, muchas casualidades, que extrañan y que pocas veces llegan a nada. Pero esa música del azar es deliciosa, a mí me gusta, pese a la decepción final de que podría haber sido de otra manera. No me pasó con El Libro de las Ilusiones, libro bello, grande, muy especial. Me pasa, eso sí, con éste.
Llega un momento en La Noche del Oráculo en en que me pierdo, no sé qué libro estoy leyendo, ni con qué personajes me encuentro, si pertenecen a una trama o a otra. Podría tratarse de un juego de decorativas matriuskas. Es una novela que guarda otra novela que guarda otras novelas. Con notas a pie de página que no creo yo que tengan algún sentido como notas a pie de página pudiendo estar integradas en la novela madre.
Orr, el personaje, se recupera de un pampurrio, y renqueante se compra un cuaderno azul en un chino, un cuaderno mágico. Escribe compulsivamente. La novela que escribe es una variación de otra novela ya escrita. Todo va muy bien y trepidante, hasta que la máquina de imaginar se nos detiene, y dudo yo de si al que no se le paró la máquina de imaginar fue a Auster y no a Orr.
Nos deja una decena de cabos sueltos, Paul Auster, con esta novela. Lo mete todo ahí, pero no llega a mucho.
Los grandes hombres de jazz nos tienen acostumbrados a la confusión, pero ya digo que llega un momento en que se llega a La Maravilla, cuando Charlie Parker, drogadicto, desafinando, nos ofrece la salvación a través de la melodía que es un pájaro en birland, una noche en Tunisia, qué sé yo. (link)
Es, esta novela de Paul Auster, como un chiste malo, pero muy bien contado. Chiquito de la Calzada contaba chistes pésimos, pero era un mago del chiste, pues siempre hacía reír. ¿Estoy diciendo que Paul Auster es el Chiquito de la Calzada de la Literatura?  No, quizá ahora sí, pero El Libro de las Ilusiones, por ejemplo, es un gran chiste, perdón, un gran cuento, uno de los mejores que uno ha vivido.
Paul Auster,
con máquina de escribir
y tabaco
El Palacio de la Luna también me gustó mucho, en menor medida, pero Paul Auster todo me lo fabula muy bien, aunque a veces no sepa llegar a concluir las tramas.
Bueno, estábamos en que Sidney Orr escribía en el cuaderno portugúes azul -el otro día soñé yo con el cuaderno ese-, y que empezaban a ocurrirle cosas raras. Su mujer sueña con la trama de la trama que está Orr construyendo. Se vuelve a encontrar con el chino que le ha vendido el cuaderno, el chino le lleva a un burdel que es la trastienda de un taller donde explotan laboralmente a unas chinas. Sin embargo el burdel tiene mucho glamour, y las chicas no son trabajadoras chinas, si no beldades que llevan a la perdición al más mojigato. Una beldad africana se le lleva a Orr a un apartado y le hace una mamona. El chino, que dijo que se invintaba a todo, no aparece cuando Orr le busca para despedirse. Páginas después, el chino vuelve a aparecer, y odia a Orr con rencor rabioso y absurda pataleta porque no se despidió de él, encima que le pagó la mamona de la africana. Le da una paliza como propina.
Luego Orr zanja la historia que escribía en el cuaderno portugués sin terminarla, y escribe su paranoia: su mujer, un continente de virtudes, le pone los cuernos con su mejor amigo, que es más o menos el padrino de ella. Luego resulta que es que en la realidad es así. Lo que no conoce, Orr se lo inventa, y esta invención es la realidad.
Paul Auster, re-posando
Es una novela muy confusa, imposible de tararear, pero a mí me ha gustado, digo que la he disfrutado mucho.
De mayor seré Paul Auster e invitaré a Vila-Matas a cenar a mi mansión americana. Hablaremos de lo que es o no Literatura. Nos haremos fotos y posaremos como literatos; y un bloguero menor, el más apasionado de todos los blogueros, escribirá sobre nosotros. Mientras, García-Hortelano, pasando desapercibido, pues nunca posa, dejará como quien no quiere la cosa las mejores páginas, una gran literatura.
Yo les amo a todos, porque ellos son los que ofrecen la fábula, siempre más habitable que la realidad en sí. Jorge Berlanga, que quería verse como un perdedor, hacía el guión de París-Tombuctú, sobre la decrepitud y las ilusiones perdidas, hacía reír con el guión de Todos a la cárcel, traducía a Bukowsky, era bebedor de barra -que dicen que son los auténticos-, y tenía un hermano que hacía las mejores canciones, camtando con Alaska, y tenía un padre que es el gran Berlanga, el mejor, o uno de los mejores. Los personajes de Asuter también son unos perdedores, aunque nunca logro ver qué fracaso hay en triunfar tanto, en tirarse a las más guapas y en ser ellos tan guapos, y tan admirados.
El fracaso es pudrirse sin que nadie se acuerde de tí. Lo demás son fabulaciones.

Coda. La literatura del Sí para un Bloomsday

No sé cuánto tiempo pasé así, pero mientras las lágrimas manaban de mis ojos, me sentía feliz, más feliz por estar vivo de lo que me había sentido jamás. Era una felicidad que estaba más allá del consuelo, más allá del dolor, más allá de toda la fealdad y la belleza del mundo.
Paul Auster. La noche del oráculo.
No estaba en lo cierto aquel profesor de Literatura cuando decía que las obras maestras siempre terminan mal (Don Quijote, Madame Bovary, El Extranjero), ¿qué hay, entonces, de La Odisea, o de su homenaje mayor, Ulises?
Esta novela de Paul Auster que nos trae hoy aquí y no está nada mal acaba con una afirmación de la vida.
Recién leído el Ulises, descubrí en Las Nubes, de Juan José Saer, otra genial afirmación. También acaba con un Sí rotundo.

La gente nos saludaba al pasar y se quedaba mirándonos a causa de nuestro aspecto poco común, ya que, sucios y ennegrecidos por el sol y también por el fuego, el humo y la ceniza, exhaustos y miserables, no parecíamos ni resignados ni amargos. En los patios, los durazneros, con su impaciencia habitual, se habían llenado de flores rosas. Yo me quería un poco más a mí mismo que al principio del viaje y el mundo, contra toda razón, me pareció benévolo ese día. A la mañana siguiente, a unos quinientos metros en dirección del río, sobre la barranca, avistamos un largo edificio blanco y, en los fondos, tres altas acacias. Como en la cuarta Bucólica, las Parcas, por esta vez, dijeron que sí.

Juan José Saer. Las Nubes.
Hoy tenemos otro Bloomsday más, hace un año comenzaba yo la obra de Joyce que me acompañaría durante siete meses. Así logré que el espíritu del libro pudiera adherirse a mí y dejar huella que no se irá nunca.
Y hoy resulta que añoro esa lectura.
Vaya el fragmento del Sí como felicitación de Bloomsday.


ah sí les conozco bien quién fue la primera persona en el universo antes de que hubiera nadie el que lo hizo todo ah ellos no saben y yo tampoco así pues podrían lo mismo tratar de impedir que el sol saliera mañana el sol brilla por ti me dijo el día que estábamos tumbados entre los rododendros en el promontorio de Howth con el traje de mezclilla gris y su sombrero de paja el día que conseguí que se me declarara si primero le di un poco de la torta de semilla que tenía dentro de mi boca y era bisiesto como ahora sí hace dieciséis años Dios mío tras aquel largo beso yo casi perdí el aliento sí él decía que yo era una flor de la montaña sí eso somos flores todo el cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida y el sol brilla hoy por ti sí por eso me gustó porque vi que comprendía o sentía como es una mujer y supe que yo podría hacer de él lo que quisiera y le di todo el placer que podía para llevarle a que me pidiera que dijese sí y yo primero no quería contestarle mirando sólo el mar y el cielo estaba pensando en tantas cosas que él no sabía de Mulvey y Mr. Stanhope y Hester y de Papá y del viejo capitan Groves y de los marinos que jugaban a pájaro al vuelo y a saltar del burro y a lavar platos como ellos lo llamaban en el malecón y el centinela frente a la casa del gobernador con esa cosa alrededor del casco blanco pobre diablo medio achicharrado y de las muchachas españolas riendo con sus mantones y sus altas peinetas y de los gritos por la mañana de los griegos judíos árabes y Dios sabe quienes más de todos los rincones de Europa y de la calle del duque y del mercado de aves todas cloqueando ante Larby Sharon y de los pobres burros resbalando medio dormidos y de los vagos tipos dormidos con su cara a la sombra de las gradas y de las grandes ruedas de los carros de bueyes del viejo castillo de hace miles de años sí y de todos aquellos hermosos moros todos de blanco y con turbante como reyes pidiéndole a una que se sentara en su tiendecita y de Ronda con las viejas ventanas de las posadas ojos mirando tras las rejas ocultos para que el enamorado bese los barrotes y de las tiendas de vinos entreabiertas por la noche y las castañueñas y de la noche que perdimos el barco de Algeciras el vigilante rondando sereno con su linterna y oh el mar el mar carmesí a veces como de fuego y las soberbias puestas de sol y las higueras de los jardínes de la Alameda si todas las raras callejuelas y las casas rosa y azul y amarillo y de las rosaledas y los jazmines y los geranios y cactus y de Gibraltar cuando niña y cuando flor de montaña sí cuando puse la rosa en mis cabellos como las muchachas andaluzas la llevan y debí llevar una roja sí, y cómo él me besaba al pie de la pared morisca y me pareció bien lo mismo de él que de otro y después le pedí con los ojos para poder volverle a pedir sí y él luego me pidió si quería decir sí mi flor de montaña y primero le rodeé con mis brazos y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis pechos todo perfume sí y su corazón latía como alocado y sí dije si quiero Sí.
James Joyce. Ulises. Episodio 18: "Penélope"

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