miércoles, 8 de junio de 2011

La escritura o la vida

Jorge Semprún
(Buena excusa también para que el muchacho que quería ser como Leonard Cohen le de la enhorabuena al premiado con el Príncipe de Asturias. Jorge Semprún fue partisano, por lo que luego fue encerrado en un campo de concentración).



Recordadme, por favor, que el próximo libro que compre sea La escritura o la vida, de Jorge Semprún.
Esta tarde he estado de bibliotecas, una o dos veces al mes uno se va de bibliotecas públicas como quien se va de amores públicos, pero esto, ay, tiene un problema, y es que tanto el libro como el amor que no son privados no pueden ser mancillados con la marca sentimental de nuestra subjetividad. Si no, habría alquilado por un par de semanas este libro de Semprún.
Por aquellos años de universidad en que yo leía a Walter Benjamin y me sentía una cabeza pensante por ello -como verán, no era más que un cretino que mancilla el aire común-, una noche tuve uno de esos sueños epifánicos en el que una voz me alentaba a leer La escritura o la vida. Pasaron los años y no hice caso. De este verano no pasa, yo he de leer esta memoria, donde Semprún cuenta cómo han sido sus años padecidos en el campo de concentración de Bucheuwaldt.
Yo, que no me alegro de la muerte ajena, me lleno de alborozo si aquel que deja el mundo ha sido longevo. No me alegra su muerte: me satisface ver su tiempo vivido, extenso y fecundo.
Benjamin podría haber sido un Semprún octogenario, quizá nonagenario, pero como si fuese un personaje de Murakami se quitó la vida. Lo diré con corrección: se la quitaron, aunque lo suyo fuese un suicidio, su muerte fue la de Machado, entre dos guerras, donde los Pirineos. Además, los dos perdieron sendas maletas, quien sabe si allí no se hallarían el tiempo no vivido y sí escrito, la vida que no tendrán, puesta en papeles, los años que les robaron: longevidad por derecho para todos los hombres. Quedan sus literaturas, Machado y Benjamin, similitudes, la misma muerte para dos filósofos de mirada poética.
Que la literatura es una manera de mirar el mundo, eso es en lo que yo creo. Lo demás son cánones arbitrarios y ganas de matarse a ostias las escuelas y camadas literarias. Juegos para entretener a ociosos como yo, que se complacen viendo las peleas de gallos desde la butaca. La literatura que de verdad importa es la que se entiende como una mirada: la mirada de Benjamin, la mirada de Machado, la mirada de Semprún. Son miradas distorsionadas, siempre, por la subjetividad de cada cual, y una distorsión siempre particular, que es como un regalo en formato libro.
La mirada de Benjamin es una mirada a la recién nacida posmodernidad, que es un esquizofrénico barullo donde todo cabe en el aquí y en el ahora. En Dirección Única, Benjamin, lo mismo mira un libro que una puta, los ojos de la amada o los artículos de fantasía (link).
La mirada es el poso del hombre.
Dice Benjamin en este libro, y yo creo que es uno de los mejores libros de pensamiento que he leído. Como el Juan de Mairena de Machado. Los dos libros tienen de todo, aforismos e impresiones, cosas del vivir y del pensar. Yo os recomiendo los dos.
A mí, por ahora, recomendadme La escritura o la vida, libro que me recomendó en los años finiseculares una compañera de la universidad. Y luego yo soñé que lo leía. Y lo leeré y te lo comentaré aquí, con mi mirada parlante, pues dicen que tengo unos ojos muy expresivos.
(No quería dejar de contarte que hoy he soñado con un perro de picatoste. Una pareja con hijo, en el Madrid de posguerra, van a tomar café a una terraza. El camarero les saca los cafés, con un enorme perro echo con picatostes. Quizá en una antígua reencarnación yo fui Carpanta).
Yo, cuando estudiaba, antes de la universidad, esta cosa que es hoy mi oficio, conocí a Jorge Semprún. Estábamos saliendo de la Escuela de Hostelería, en la Casa de Campo, cuando alguien dijo: mirad, es el ministro, Semprún. Nos dimos la vuelta y le vimos, charlando animadamente con el director y el jefe de estudios. Me llamaron la atención su elegancia y la blancura impoluta de su pelo. Como la nieve.
Este mes de Mayo estuve buscando en las bibliotecas Tokio Blues, de Murakami. Siendo tan solicitado me fue difícil encontrarlo, así que me atreví a ir a la biblioteca pública que está en Puerta de Toledo, y así de paso, volvía a tener Dirección Única en mis manos. No me encontraba con él desde el siglo pasado, cuando lo mancillé y lo leí. Años después volví a esa biblioteca, pero por una razón o por otra -obras, por ejemplo-, no pude conseguir la joya.
Fue tomar prestado el libro y buscar mi pasaje preferido, uno de los textos más bellos que he leído.
Y me doy cuenta del error de aquel entonces. Yo, el defensor hoy del cuidado de los bienes públicos, el que rabia cuando ve que alguien subraya y escribe notas al margen en un libro que no es suyo si no de todos, había ensuciado con mi mirada, con mis impresiones, con mi cuestionable subjetividad sus páginas. De este acto que considero fascistoide fui cómplice. Hace meses escribía esto en un post (link)

... subrayar un libro de biblioteca es como obligar al resto del universo a pensar como tú, un vandálico acto fascistoide, vale que yo a veces he agradecido en un ensayo para un trabajo o un examen el que otro ya hubiera hecho antes que yo la labor de síntesis, pero eso... ¿es o no es mentalidad de esclavo?
Es un libro delgado, que se lee en un par de horas, o menos. Es, en mi opinión, un libro para releer, para subrayar, para hacer anotaciones. Siempre, claro, que sea de la propiedad del que lo estudia.
Lo que hice, más que subrayar, fue señalar con una coma aquel apartado que me parecía interesante, además de anotar con letras el área del conocimiento o las artes al que podía pertenecer el fragmento. Si versaba sobre Sociología, una S, si de Filosofía, una F, si de Literatura una L, si se trataba de un aforismo una A. Y así. Si el fragmento me interesaba especialmente, una barra de paréntesis. Doble trabajo para un futuro lector, además de la interrupción que supone el apunte ajeno para su libre discernimiento, crípticas letras para que se devane un poco el seso. Y este anormal, ¿qué habrá querido aclarar con una S aquí?
En otro nivel, me emocionó ver mi marca en casa de todos. De mis ojos a tus ojos. El poso de mi mirada, para tus ojos. El acto de un cretino como un presente de generosidad al mundo.
¡Oh, sí, fui yo el que violó la blancura de ese cuerpo delgado que tenía un alma grande! Quedan los violaceos cardenales de mis huellas para el próximo cliente. Ese libro de todos es mío. Yo soy su macarra, páginas de ramera sabia, la más querida de todas las rameras.
Benjamin, que en el fragmento que comparto en la bitacora del marqués, compara los libros y las putas (link), seguro que no imaginó que un futuro lector haría honor a su obra, involuntariamente. Con todo el respeto y el amor que a este lector le inspiran tanto los unos como las otras.

Coda

Por fin el mes pasado, en aquella parada de autobús de Puerta de Toledo, tuve el fragmento ante mí, y volví a leerlo: Había llegado a Riga para visitar a una amiga ...
No sabía yo que aquel fascinante capítulo sería para mí como una premonición, que años después yo sería como Benjamin en Riga, y que hace años ya que este fragmento me parece aún más bello, ya que fue elevado de la categoría de escritura a la categoría de vida. Y, por ser vital, fue la escritura vivida, mi vida escrita ahí, puro milagro. (link)

Walter Benjamin

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