miércoles, 15 de septiembre de 2010

Todos eran mis hijos



En el Teatro Español

Hacía casi un año que no iba al teatro, desde que ví Un Dios Salvaje, de Jasmina Reza.
La verdad, cada vez que voy, me prometo a mí mismo ir con más frecuencia.
Sobre todo cuando uno ve obras así, magníficas. No sé si pasará por tu ciudad, y si eres de Madrid ves a verla, te la aconsejo.
En el Teatro Español, el Domingo pasado, a las seis de la tarde, nos sentamos en palco barato, lo que antes sería el gallinero, había que girarse, ponerse de lado para ver todo el escenario.
Mejor la vio Jose Luís Garci, al que vimos a las puertas paseando solo, con gafas de sol y el aspecto decrépito del que ha pasado la noche en blanco tomando y tomando, ¿qué? Lo que tomen los directores oscarizados enamorados del cine clásico americano, que seguro que no es acuarius, o zumo de mango.
-¡Eh, Garci, mira, es Garci!
No sé qué pensará un director de cine oscarizado cuando quiere ser anónimo e ir tranquilamente al teatro sin que le hagan monerías. Seguro que muchas veces desearía meternos al dorado y celebérrimo tío Oscar por donde amargan los pepinos.
Otro día, en el cine, viendo una de Almodóvar, vimos a Raphael con su mujer, Natalia. Raphael llevaba gafas de sol, teniendo el sol vetado el paso a las salas.
Lo mismo me compro unas gafas de sol un día de estos, para los lugares cerrados, y así supongo que pareceré más famoso.
O no quieren ser reconocidos, o pasan las noches haciendo cosas malas, que todo puede ser.
Lo que digo es que este director oscarizado se sentó en buena butaca, y de vez en cuando miraba, aún con las gafas de sol, a nuestro gallinero.
Estábamos un poco gamberros, la verdad, es lo que tiene salir con los akabaos, aunque durante la representación estuvimos muy formalitos, pero antes no, lo mismo nos escuchaba:
-Oye, oye, oye, ¿no molaría suicidarse ahora saltando sobre Garci?
Y en este plan... Es lo que tenemos los adolescentes, que no podemos pasar por las augustas estaciones sin alguna irreverencia que otra.

Arthur Miller



Arthur Miller era un señor muy serio que se casó con una mujer de bandera: Marilyn Monroe.

Al igual que yo, la Marilyn leía el Ulises de Joyce, con un precioso bañador rallado. A Marilyn le quedaba el bañador mejor que a mí, no lo duden. El cerebro también lo tenía rallado, seguramente: la vida con un señor tan serio e intelectual como Mr. Miller no debía ser fácil, luego hay que añadir la lectura de la obra de Joyce: eso traumatiza mazo, colega. No sé qué tuvo que ver más con su trágico final: Miller o Joyce. Dicen que fue Kennedy. Bueno. Todo forma parte de un mismo cataclismo. Quien con ideas se acuesta, enajenado se levanta.
Arthur Miler fue acusado por filocomunista, en aquella época negra para Hollywood -por entonces Jodiwood-, cuando la caza de brujas. Luego escribiría una obra simbólica para reflejar lo que ocurría: Las brujas de Salem. Por aquel tiempo, en España, el también dramaturgo Antonio Buero Vallejo hacía lo mismo (era la posguerra): transmitir a través de símbolos las ansias de libertad y las opresiones fascistas. Un censor se caracterizaba por no saber leer entre líneas, sus paranoias iban por otro camino.
Es sobre todo conocido por Muerte de un viajante, obra que aún no conozco, lo digo sin vergüenza: lo que diferencia a la ignorancia de la sabiduría es que la ignorancia es remediable, la sabiduría no.
Dos años después de terminada la segunda guerra mundial escribió un texto sobre algo atroz, con la maestría para la tragedia del verdadero autor dramático: Todos eran mis hijos. Esta obra se está representando ahora en Madrid, vayan a verla si quieren ver una obra maestra. Pinchen aquí para ver el vídeo promocional.

Todos eran mis hijos.

Nunca he llorado en el teatro, pero algo así como un seco sollozo me dejó sumergido, atónito, con el amargo final de esta obra. Rompimos en aplausos, insistentes, bien merecidos. Bueno, uno de los akabaos permanecía impertérrito, tenía sus dudas ante la buena representación y adaptación. Sobre todo era escéptico en lo tocante a la profesionalidad del actor más joven. Intenté tirarle por el palco para que cayera sobre Garci, pero se me resistió. Al menos al salir quedamos maravillados con su inteligente crítica, negativa, caústica, sí, pero tan plausible como nuestros aplausos.
-Si tuviera dinero para crear un periódico te contrataba seguro como crítico, para que escribieras lo que te diera la gana.
Pero esta es mi bitácora, así que hoy la crítica, positiva, sincera, me corresponde a mí.
De entre todos sobresale el actor, actorazo, creíble, Carlos Hipólito.
A este señor tuve el placer de verle por primera vez en Arte, aquella genialidad que se le ocurrió a Jasmina Reza. Eran tres portentos, los otros dos, Flotats y Pou, llevaban el peso de la obra, más por sus papeles que por otra cosa. Allí Hipólito era el frívolo, el que se gasta una millonada en un cuadro en blanco, el atento e irónico testigo de las consecuencias de su compra. Compré el libro, creo recordar que editado por Anagrama, en el mismo teatro, y lo he leído y releído, con los rostros en mi cabeza de estos tres.
Lo demuestra en cómo va pasando de bienhumorado padre y marido a villano, y de villano a desconsolada víctima de sus propios actos.
Luego me gustó también Jorge Bosch en su papel de rabiosa víctima.
De Fran Perea no sé qué decir, cuando le veía discutir con su padre en la ficción, Carlos Hipólito, no hacía más que acordarme de sus frecuentes disputas con su otro padre en la ficción, Antonio Resines, en aquella serie, Los Serrano. Los mismos gestos, la misma voz. Tuve por ello algún que otro momento de desorientación dramátiva, me parecía que en cualquier momento iba a aparecer Jesús Bonilla cortando jamón.
Físicamente, en esta obra, borda el perfil de muchachote americano musculado y sanote.
Tenemos fe, de todas maneras, en este muchacho, esperamos que deje de ser Fran Berrea para ser definitivamente Fran Perea.
Fijense que a mí me gustaba su voz como cantante, sobre gustos... Mikel Erentxun le escribía las letras, según creo.



Un día fue a tocar a las fiestas de Aluche. Creo recordar que luego cantarían los Andy y Lucas. Yo convoqué a mis compañeras y compañeros de universidad, adictos a estas fiestas, para tirarles tomates. Pero tomates en lata, especifiqué.
Fran Berrea desafinaba algo, así que huímos con los oídos cobardes, o mejor dicho, acobardados.
Sin embargo de él tengo un buen recuerdo, aquella voz en off en la poética El camino de los ingleses:

2 comentarios:

Gabs dijo...

Amigo, amigo, amigo... Qué bien escribes, so joío... Me apunto lo de la obra, aunque lo cierto es que Fran Perea, me da Pereza, mucha... me he descojonado con lo de aparezca Bonilla cortando jamón, jajaja XD
Lo del suicidio sobre Garci es grande!! e ir a ver una obra de teatro con los akabaus, mas, remiau!
Un besote, muaaa!!

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Tú, Gabs, como único miembro femenino -aunque yo también soy muy femenino, cuando me pongo tapones metefísicos- del G-7, sabrás que los akabaos nos caracterizamos por nuestro singular talento.
Y tú misma lo demostrarás en un mes.
Esta obra, Todos eran mis hijos, la vimos en el Teatro Español, el mismo teatro donde fuimos a ver Eloísa está debajo de un almendro, ¿recuerdas? Yo recuerdo que tú llevabas un voluminoso volumen, los cuentos completos de Cortázar. Poco después de terminar los años de universidad compartidos.
Besos mil.