martes, 7 de septiembre de 2010

Su Real Istmo (II). Estaban creando el futuro, que ya es hoy.



Mi vida sí que es surrealista, les digo a los amigos cansado, antes de entrar en la exposición Surrealismo. La subversión de las imágenes.
Después de trabajar siete días seguidos, con trabajo doble cada día, sólo se me ocurre, este Domingo, ir a Recoletos, fundación MAPFRE, etcétera. Luego a la noche me quedaba dormido frente al ordenador sin darme cuenta, cosa que nunca me ocurre, dormirme involuntariamente.
Ahora estoy disfrutando de unos días libres, y por eso esta mañana, esperaba la cafetera buruburuburú, con antojo de café sólo, dulce, recién hecho.
Surrealista es lo que ha sucedido esta mañana, llaman al teléfono fijo tres veces. La primera no se oye nada, ruido de fondo un fffssss extraño, y de pronto: próxima estación, Gran Vía.
La segunda más de lo mismo, ruido de máquinas, pregunto quien es, nadie responde, un fssss, una tos femenina, suena el buruburuburu sugerente y aromático de la cafetera italiana, que es el mejor invento doméstico para hacer café, por ese alegre canto de barítono en estado de gracia. Y dice el teléfono: próxima estación, Urgel.
A la tercera: próxima estación, Vista Alegre.
Por lo tanto, llego a la conclusión, como un pequeño Sherlock Holmes de Aluche y sin pipa pero con cigarrillo de liar, que el que, o la que ha llamado va en la línea verde, línea cinco, en dirección a Aluche. Y pienso atemorizado: ¿y si vienen a por mí, como en esas películas de terror japoamericanas en las que te van avisando poco a poco?
Paranoia.
Es el elemento que le faltaba a la exposición, pero es que Dalí no estaba, con su método paranoico-crítico. Sólo había fotos, proyecciones de franceses, y Picasso. Pero es que Picasso tenía su corazoncito cubista repartido.
Esto que me ha pasado esta mañana un surrealista lo toma como le viene, podrá sentir terror, o no, pero no le busca una explicación.
Lección surrealista: nada tiene por qué tener un sentido. Los sueños sueños son, campo abonado para el Arte, la Literatura, o la Acción Cotidiana.
Claro es que yo ahora estoy en la duda de si Sigmundo Freud, del que se nutrieron los bretones surrealistas, era surrealista o no. Él buscaba una explicación, para él un sueño era un símbolo de algo que sucede en lo real y tiene su imagen distorsionada, simbólica, en el interior.
Pero yo, que soy platónico, simbolista, y conspiranoico, y que hayo sabiduría en los artículos de física cuántica, creo que todo está entrelazado. Y allí donde hay un entrelazamiento hay un ser nuevo para el mundo. Cópula: una nueva víctima, un nuevo verdugo, un elemento más para este fresco surrealista del día a día.
Todo es surrealista, y sólo la rutina es lo que hace algo real.
Cualquiera que venga a este mundo Tierra y vea a cienmil personas en un edificio circular y con corrala interior, mirando en un enorme rectángulo verde a una veintena de señores en pantalón corto peleándose por un objeto esférico semejante al mundo Tierra y que otros señores, uno que pega silbidos con silbato y saca papeles de colores y otros con banderines recorriendo las bandas bailando y todos atentos a estas coreografías y aullando y gritando y cantando e insultando... Digo que dirán: esto es surrealista. Y si se les dice: ganan dinero, mucho dinero, más que un ministro o un presidente, más que un gobernante, un soldado, una enfermera, un cocinero, o un filósofo. Dirán: extraña pesadilla.
Lo que hace de este fresco surrealista llamado fútbol algo real es su aceptación, su rutina cotidiana, su convención. Y así con todo.
Pero vayamos a la exposición, donde todo era imagen, en fotografía o en filme.
La mayoría gente normal haciendo el tonto, disfrazados y poniendo caras raras.
Todo candor.
En un tiempo donde hacerse una fotografía era un acto augusto, conmemorativo, donde todos salían serios porque sabían que serían así inmortalizados, no se pensaban los desmanes actuales, de los que los surrealistas fueron el más claro precedente.
Había en la exposición una proyección sesentera y en color, en la que Picasso y otros salían en un chiringuito playero, comiendo y haciendo el payaso. Eso es lo que han hecho las familias al verse filmadas, ayer y hoy. Poner caras raras, hacer histrionismos, subvertir su propia imagen para maravillarse y reírse o entristecerse en un futuro.
Unos amigos quedan a cenar por navidad, se hacen fotos, quien más, quien menos, hace surrealismo con su pose.
Los surrealistas, en sus fotografías e imágenes, estaban creando el futuro, o profetizándolo, y ese futuro que fue posiblemente involuntario ya es hoy.
Vídeos musicales de Shakira, fotos del Elle o el Vogue con mujeres ultramaquilladas con vestidos raros y poses absurdas.
Reuniones familiares con paellas y padres, consuegras, sobrinos y nueras dando manotazos y sacando la lengua a la cámara.
Fotos en fotomatón -sí, estaban en la muestra este Domingo-, ellos salieron poniendo caras raras, al igual que tantos de nosotros ayer y hoy, de adolescentes. Sólo nos unía el candor. Ellos hicieron arte, nosotros somos cotidianos, rutinarios, realistas, pero hijos suyos.
En una sala oculta por cortinas, fotografías de penetraciones, y una proyección de un señor sacándose los ojos.
Todo ya visto hoy, cotidiano, de todos los días: pornografía y gore, programas de noche y películas de terror, de catástrofes, de ciencia-ficción.
El surrealismo es hoy, soñado ayer. Un sueño premonitorio, no se sueña por soñar, todo está entrelazado, fecundando, dando fruto.


Bretones y buñueles, precursores del gamberrismo de fotomatón.





Renee Jacobi, de Boiffard y Le violon d'ingres, de Man Ray, unos aprovechados con la excusa del surrealismo. También fueron precursores.


Y aquí un regalo:

Entreacto, de René Clair
Hacia la mitad del segundo vídeo está una de mis secuencias preferidas de la historia del cine, minutos tres-cuatro.

Aviso a los akabaos -que sé que a hurtadillas buscáis solaz en esta bitácora-: como dijísteis, en la muestra faltaban fotos nuestras. Pero esa en la que cual rumiante como lechuga, icono de las nuevas corrientes literarias, esa, digo, no la publico.

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