sábado, 25 de septiembre de 2010

Manicomio musical. Canción erótica que provoca vergüencita

Ahora sí que sí, después de varias semanas me decido a escribir el post sobre las canciones que hacen que vuestro príncipe se encarne: se encarne en la rojez de los tomates.
A ver si antes de mañana lo tengo a vuestra disposición.
Aviso para navegantes:
Posiblemente el miércoles en Manicomio hagamos huelga en el blog. Huelga decir que será huelga a la japonesa.
Acabo de salir a fumarme un cigarro a la terraza. Hace un frío que pela. Pelémonos la piel con bochornosas canciones para mostrar la sanguínea faz, nuestro interior, nuestra vergüenza. Para los primeros fríos de la temporada, acalorémonos.
¡Ay, qué calor, qué situación! ¡Oiggghhh! Qué vergüenza me hacéis de pasar.
De niño, recuerdo que me daba vergüenza, en la tele, ver a gente dándose besos de tornillo.
Como beata ante un desnudo imprevisto, coloco las palmas de mis manos abiertas, para mirar como a través de celosía. O, mejor dicho, hago que me tapo los oídos dejando el hueco libre para que me penetren los tímpanos estos culos al aire melódicos.
Ni que decir tiene que las tres canciones me producen cierta fascinación admirativa. Cómo es posible, quién ha compuesto esto que me deja descompuesto.
No es esa aberración que siento por la discografía de la Oreja de Van Gogh, la tentación del suicidio, etcétera, o sea... En particular, París y La Playa, mirad que muchachito más dulzón y empalagoso que yo no podréis encontrar por las aceras de Madrí, pero estos excesos de glucosa no combinan bien con mis triglicéridos altos, una diabetes metafísica letal para mi talento.
Tampoco es esa animadversión que siento por los Maná, algo superior a las fuerzas de mis tímpanos. Desde que escuché En el muelle de San Blas les detesto cordialmente. Esta canción ya la hicieron otros, cantada por Serrat, mucho menos repelente, bastante más hermosa: Penélope. Sólo soporto de ellos las canciones de otros, no me parecen mal ni sus voces ni sus instrumentaciones, sino sus letras. Debe ser por la guitarra de Santana en Corazón Espinado por lo que esta canción me parece perfecta como dolorosa canción de amor; y debe ser por la pena lírica de los versos de Marco Antonio Solís, con su aire de bolero antíguo, que Si no te hubieras ido me parezca una joya, de esas pocas canciones que me hicieron llorar algún día. Además, donde se pongan sus paisanos Molotov... Junto a los Barricada tienen uno de esos himnos que incitan a dar patadas, basta que un día las pinchen en el tugurio de turno para que toda la tropa se ponga a desfilar pateando el aire. Así pasa con los The Clash, también.
Las canciones provocan emociones, sibilinamente. A la muy manida manera subliminal, adormecen o despiertan conciencias.
Tenía yo una compañera de trabajo que decía: David no es tímido, lo que le pasa es que es muy vergonzoso. Y tanto. En un capítulo de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Woody Allen escribía sobre aquellas palabras que le hacían avergonzarse, palabras comunes que sin saber el motivo le encarnaban el careto. Lo mismo que a mí, y sin venir a cuento. Luego Mr. Allen se va al psicoanalista, a que se lo miren. Me gustaría ver el careto del psicoanalista si llego yo algún día con el cantar de mis vergüenzas.
Atiendan bien a las letras e imágenes, luego comentamos.
(Una cosa, no se confunda el lector, nada tengo en contra de ellas, me parecen impagables, lo que me hubiera gustado a mí darme al cante y componerlas, y cantarlas. Una de las razones que me empujan a escribir es la provocación al lector, provocación de emociones encontradas, y entre ellas, cómo no, la Santa Vergüenza transfiguradora. Te imagino, lectora, en un futuro, viajando en el metro con un libro mío en tus manos, y tu carita de rosa tornándose rosa roja después de leer algún desvarío de los míos.

Mi vocación eres tú ruborizada
corazón de sandía, piel de la cereza...
Diluso Humorismos eróticos, La Maravilla, y otros amorismos



A esta preciosa canción, para ser genial, le falta Leopold Bloom tras de unas rocas tocándose la sardinilla, mientras espía a esos dos pudorosos púberes estrenándose.
Los italianos no tienen igual para hacernos pasar una vergüenza descomunal, ya sea en el género casposo de cine años setenta o en las canciones de amor también años setenta. Tórridos veranos. Unos guarretes, vamos.
Aunque en esta canción se habla de lo joven que es la chica, no el chico. Que lo mismo el chico es un señor con bigote y canas. Yo a Claudio Baglioni empezaba ya a meterle una denuncia por corrupción de menores.
Mírenle ahí, tumbado a la bartola, romántico y perezoso.
Como debe ser. El ocio es la madre de todas esas perversiones que se os meten en la mollera, hijitos.



Por favor, vean y escuchen lo que sucede en ese vídeo.
Johnny, joven gallardo, vestido de leñador o lo que sea, con un arco.
Ana, muy formalita ella.
Entre que uno está estreñido y canta sentado en el trono, y que a la otra le han pisado un juanete tenemos uno de los duos más extraños de la historia de la canción lírica.
La canción borra todo rastro depresivo, por la hilaridad que provoca, eso sí, no quiero ver lo que debe ser la consumación final del acto entre estos dos. No me lo puedo imaginar. Ni quiero.
Lo que no comprendo es cómo Pimpinela y Camela han triunfado, y estos están sumergidos en el olvido. Pido su resurrección. Ya. Es necesidad perentoria, ya que en el reino reina la cutrez más absoluta, al menos que el cutrerío sea original, como este par de originales.



La bella y el plasta.
Él es más feo que leer las rimas de Becquer mingitando (eso está muy feo), y Romina merece que la fustiguen con El Libro de Estilo por haberse casado con un tipo así, y no conmigo, que soy mejor mozo.
Aunque de eso la moza ya tiene experiencia, fue ella y no otra la que ofreció sus núbiles carnes en el cine interpretando a la desdichada Justine en la peli de Jess Franco: Marquis de Sade: Justine, basada en la obra del mismo nombre del perverso marqués.
Aún no había conocido al italiano que la sacó de una fructífera carrera en el cine erótico.
Luego los dos se dedicarían al cante, y venderían muchos discos.
Esta canción la escuchaba yo hace siete años, en un trabajo que tuve donde lo pasé muy mal, posiblemente por esta canción. Mis compañeras la cantaban cuando sonaba en la radio, en una emisora que rescataba del olvido canciones de este calibre. Y encima la bailoteaban, sin vergüenza alguna.
La historia es muy sencilla:
Ella es una americanita que está, sin meterse con nadie, en la playa. Luego está el viejo Leopoldo Bloom a la italiana, viejo verde vocacional, mirando "de qué medida su bikini es". Él dice mamma mía, y ve las estrellas. Ella se siente avergonzada porque él le mira "de qué medida su bikini es". Lo mismo él es modisto, o sastre, o Victorio, o Lucchino.
Él le pide marcha, y no sé cómo acaba la historia porque ellos mismos se dan a la risotada y al cariño mientras cantan. Se tiran pétalos de rosa y se hacen carantoñas en el escenario, ante el respetable. Luego lo emiten por la tele y así iría la cosa, lo verían en su tiempo, habiendo sólo un canal, o dos, una millonada. País, que diría el Forges. ¿Y las almas solitarias desde sus tristes sofás con los colmillos draculinos, dientes largos de envidias y melancolías de playas, bikinis, citas?

Coda

Luego están esas maravillosas canciones eróticas que provocan el deseo, complejas y vitamínicas, ante todo, y más que afrodisiacas -que lo son-, vitales.
Yo propongo tres, o mejor cuatro, si se me permite a un autor en partida doble.
Luis Eduardo Aute, inevitable filósofo en verso, como un Juan de Mairena algo más libidinoso.



De Silvio Rodríguez, el poeta nerudiano de la canción, por fecundidad y temática, hay dos:
Evocadora, con la chispa de un chiste:



Y como una guinda, deliciosa:



Y por último, la canción erótica más embriagadora y fascinante de cuantas he oído. Este italiano vino a redimir a su pueblo de tanta pasión desmesurada y tórrida. La palabra "tórrida" siempre me ha provocado vergüencita. Es como Kavafis, esta canción parece que la ha escrito el mismísimo Kavafis, por su erudito ensalmo mitológico, Eros que se hace palabra. Pasemos al blog de nuestra desnuda Emperatriz.

2 comentarios:

Maria dijo...

Principe, ¿no era de Battiato, aquella de "Hasta inventar otro Marqués de Sade, y avergonzar a gentes de arrabal.... Yo te amaré..., etc, etc."?. Aquella también tenía tela.
Y qué decir de "Jardín prohibido", que creo cantaba Sandro Giacobe. Venía a decirle a la parienta que se había beneficiao a su mejor amiga, pero "lo siento mucho, la vida es así", y encima achaba la culpa a la amiga.
¡Qué tío con más morro!
Por cierto, antes que El Muelle de San Blas y Penélope, fué La Niña de la Estación, con el mismo tema de fondo.
De ahí denoto que es usted bastante más joven que yo.
Saludos.

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Gracias, María, por esa canción: La niña de la estación.
No la conocía, la primera vez que la oigo y me parece que tiene el punto ideal de ironía y desparpajo que le falta a las otras, que son demasiado tristonas. Es un cuplé, ¿no?
http://www.youtube.com/watch?v=LZrZL7THOIg
Esa canción, Yo te amaré, no es de Battiato, según me informa el divino Marqués de la Pollalzada buscando en su bien nutrida mediateca:
Michel Sardou es el cantante y compositor. Esta canción sí la conocía, en sus dos versiones, de esas veces que suena una canción en la radio, desconocida, pero que llama la atención.
http://www.youtube.com/watch?v=Zmr6CeaeNx4&feature=related
Sobre mi edad: tengo 19 núbiles añitos. Todo un pimpín, un polluelo que recién está descubriendo el mundo.
Aunque dicen las malas lenguas que nací en 1973, nací yo y subió el petróleo. Crisis de manual de historia, eso sí, que de la crisis de hoy yo me lavo las manos, no tengo culpa alguna...
¡Gracias por estas dos canciones!