sábado, 18 de septiembre de 2010

Fin, de David Monteagudo (II)



Si, en la balanza, pusiera lo que más me ha gustado, y lo que menos, la estatua de la Diosa Justicia caería por el propio peso de los valores positivos: la novela me ha gustado, bastante, pese a esas contrariedades que el lector se encuentra, pese a algún que otro resoplido de impaciencia, pese a un final que me deja, arrogante lector, con cara de lector interrogante.
Que me lo expliquen.
Puesto que al igual que él, yo me llamo David, soy proletario -¡oh, qué barbaridad!-, y tengo un puñado de manuscritos sesteando en un cajón -¡bárbaro!-, y además, titubeo al hablar, sobre todo si tengo audiencia...
...porque cuando no tengo audiencia hablo para mí mismo, con la fluidez verbal de las bocas más floridas, primaverales pólenes fecundando la nada, corrientes de esperma densa repoblando el vacío, un manicomio amotinado y el capitán, ¡oh, Capitán, mi Capitán! atado al mástil desatado en su locura deseante enfermo de voces de sirena, ¡vuelve a Ítaca, príncipe de Ítaca, ven, ven! Entonces barca anárquica a la deriva, un barquito de cáscara de nuez naufragando por los senderos de las sequías, resquebrajados, Yo Soy Centuria de Locos, naufragando, a la reconquista del reino, ¡oh, Ítaca! que me fuiste arrebatada ...
Digo que, puesto que este señor es un espejo en el cual reflejarme, este comentario -que no es crítica ni análisis, sólo son impresiones- será hecho desde el máximo respeto. Respeto, sobre todo, porque está bien escrita esta novela llamada Fin, y porque yo adolezco de todas aquellas virtudes que hacen de este libro un buen libro.
Hablemos de lo malo: bostezos varios. Cada capítulo es introducido por descripciones que, personalmente, me interesaban bien poquito.
-Salta.
No me las salto nunca, leí con quince añitos Caballo de Troya, de J.J. Benítez, plagado de sádicas descripicones científicas-ficción, con notas a pie de página incluso, y así salió este lector mártir, camino del santoral, lector que será canonizado en vida después de leer el Ulises de Joyce.
El capítulo trece del Ulises de Joyce es pura gozada, una maravilla, sensual, sencillo, claro, psicológico, perverso, lúbrico, un ejemplo de lo que ha de ser alta literatura. Si Joyce hubiera escrito así todo el Ulises no sería tan célebre ni tan celebrado por los exquisitos lectores de vanguardias, pero millones de lectores no se habrían ahorcado en la metáfora de una taza del W.C.: cagondiola, qué raro escribe este señor, la madre que le parió qué a gusto se quedó toa la matriz llena de vanguardia, el niño debió nacerle cubista, lo menos...
También me trago las descripicones de Azorín, y eso que sus novelas son descripciones que se sirven de palabras perdidas en el diccionario. ¿Cómo trabajaba Azorín? Abría el diccionario y buscaba cien palabras que no entendía naide, y el muy malicioso las unía todas fabricando texto, y así pasaba las mañanas, riéndose de esta perversión antinatural.
Sin embargo las descripciones de Tocayo Monteagudo son claras y concisas, cosa de agradecer cuando uno está deseando pasar a la acción para ver qué es lo que está pasando. Prefiero a los que se ventilan el ambiente con un arrebato lírico -Umbral-, o con un par de adjetivos despeinados -Baroja-. Me gusta que me cuenten algo, o que me hagan sentir odio, amor, fascinación, asco. Pero la descripición fotográfica me oprime, no estoy yo tan bien de la cabeza como para hacerme una idea clara de los descrito.
Otra cosa que no me ha gustado son ciertos trucos de película de terror, palomitera y WHS en los ochenta. Ahora aparece un gordo tarado con un condón en la cabeza gimiendo aaagggghhhhhhh y descuartizando a esa panda de domingueros atormentados por una broma que le hicieron en el pasado. Broma que no se llega a contar, aunque se sobreentiende. Sin embargo nada de eso pasa. Y ahí está lo positivo de esta novela, esa magia que hace que el lector sienta pavor, desconcertado, sin asomo de sangre y vísceras.
Tampoco me ha gustado el final.
Que me lo expliquen.
Sin embargo, ese final está narrado magistralmente.
Y no me da la gana explicarme.
Dudo mucho que David Monteagudo lea alguna vez lo que su tocayo escribió un día, pero se queda sin mi opinión final sobre el final: fascinación por el final sentí, y a la vez hizo que toda la novela me pareciera un timo, un fraude. No cae en el típico final de: ha sido un sueño, je... Mantienen al lector pegado al libro y luego resulta que todo ha sido un sueño. Es como cuando veíamos jugar a la selección española en los noventa y en los ochenta, jugaban muy bien, te mantenían expectante, y luego llegaba el Arconada y se metía el baloncito por el sobaquillo. Gol. Todo era un sueño, ¡ahhh, se siente!
Sin embargo el final, digo, está bien, es Literatura con mayúsculas.
Otra cosa que me ha disgustado es el uso del Profeta como personaje.
Que me lo expliquen.
Como personaje está bien, pero no entiendo el uso que se le hace en la novela. Sobre todo al final.
Y ahora lo bueno, razones por las que recomiendo la lectura de este libro que logra transmitir la sinrazón de las pesadillas más desoladoras.
Logra transmitir la sinrazón de las pesadillas más desoladoras. ¿Vale la redundancia?
Diálogos creíbles, retratos de personajes increíbles. El que está mejor trazado es el que ha todos caerá antipático: Hugo. El más humano.
Ginés es cargante, lidercillo como aquel Julian de los Cinco de Enyd Blyton.
María está muy buena, y es muy inteligente y comprensiva. Se humaniza hacia el final.
Amparo me mola, tiene carácter.
Ibáñez tiene todas las papeletas para caerme bien, pero es el pelma que cuenta chistes malos.
Nieves: razón de más para admirar a mi tocayo como creador. La gente como Nieves existe.
Y luego los otros. Bien, reconocibles todos, no son planos, y eso se agradece.
Hay algo que en la novela trasciende el género en el que podría ser encuadrado. No me vale como novela de género, sería un fraude. Si es una pesadilla literaria, es una buena novela. Sin embargo, para ser una pesadilla literaria le sobran secas descripciones y trucos de género. Pero llegados hacia el final, y una vez leída y hecho el cuadro, en la memoria queda como una novela que será difícil olvidar.
No sé, sería alargar este post el tratar ciertos elementos que me han entusiasmado como lector, en lo tocante a ese desconcertante pasar las hojas, ese sinsentido de sueño malo que no acaba...
Yo lo leía esta semana antes de ir al trabajo, pues tenía turno de tarde, de cenas. Y me daba rabia dejar el libro para tener que coger el metro, eso es de lo mejor que se le puede decir a un novelista: no he podido dejar la novela, en todos los ratos libres la leía, le quitaba tiempo a otros menesteres sólo por seguir leyendo.
Me acordaba, por el espíritu de desolación, de La Carretera, de Cormac McCarthy. Pero La Carretera está llena de ráfagas líricas, de hallazgos expresivos, la novela Fin es una narración convencional que a veces logra ser poética. Sobre todo hacia el final.
Que me lo expliquen, el final.
Sin embargo es una bella imagen, la del final.
Me acordaba de la película de Amenábar Abre los Ojos, con las calles desiertas y un Eduardo Noriega asustado y desolado. Según he leído por ahí, quizá Amenábar diriga Fin, y a buen seguro que será una buena película. Será un buen tándem. Abre los Ojos me fascinó, y eso que me pareció un fraude. Si intentamos leer, o ver, de manera lógica, nos sentiremos defraudados. Sin embargo, si te entregas a la lectura, a la película, sin pedirle lógica, quedarás rendido ante las palabras, ante las imágenes.
Y me acordaba, como no, de un misterioso sueño que tuve en los años de facultad, un sueño que escribí días después en un cuento. Era parecido a Casa Tomada, de Cortázar, del que David Monteagudo habla en la entrevista que hay en el vídeo del final.
En aquel sueño, en una casa, una familia. O no tenían que ser gente de la misma familia. En ese sueño, cuando alguien se quedaba solo, moría. Estaban todos en una sala, y un señor mayor, en bata, iba al baño, y moría.
Luego morían los niños, uno a uno.
Alguien dejaba la casa, o eran dos, un hombre y una mujer. Salían de la parcela, y como en jardín había una piscina de aguas sucias, el hombre echaba una maldición a esa piscina, por todo el daño que había causado.
Un sueño extraño.

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