A Juan R. Giménez
La senda colubriforme
se va con sumo interés.
Acaba la tarde. Enorme,
trepa la luna a un ciprés.
(Un ciprés, pico del ave
alicaída del prado,
que aún del postrer sol suave
se mira crucificado.)
¡Cuántas estrellas se doran
en el cielo ya azul bajo!...
Por la senda lloran-lloran
las esquilas de un atajo.
Ante él, alumbrado por
la lumbre de las estrellas,
camina lento el pastor
leyendo unas rimas bellas.
Y se queja dulce cual
las esquilas de áureo dejo,
cuando lee a la luz astral:
“…Pastor, toca un aire viejo”.
Vemos que la letra del poeta de Orihuela es clarísima. Por entonces no había publicado aún su primera obra, Perito en Lunas, que acusa influencias simbolistas y gongorinas, causadas quizá por la fiebre del 27, y por una devoción al poeta de Moguer. El mismo título, Perito en Lunas, es algo pretencioso, dado que luna en la terminología simbolista es la imagen más fiel de La Poesía. Pero, ¿qué gran poeta no es pretencioso, sobre todo en sus años mozos?
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