Entonces comprendí de súbito que uno se enamora del habitante secreto de la persona amada, que la persona amada es el vehículo de otras presencias de las que ella ni siquiera es consciente. ¿Por quién tendría que haber estado habitado yo para despertar el deseo de M.J.?
Juan José Millás. El Mundo.
La coma del título del post es opcional, está puesta así entre paréntesis como homenaje, quien haya leído el libro sabrá la impertancia que tiene para la fábula esta muleta -o ala- ortográfica.
Al señor Millás le dediqué uno de los primeros artículos que escribí en un blog, en mi Manicomio anterior, o quizá será mejor decir interior. Le acababan de vestir con ese fajo de billetes que es el Premio Planeta por esta novela de hambre y frío. Una novela de infancia y desolación, de fantasía cotidiana -como todo lo de Millás- y de ganas de morirse -esa escena del adolescente huyendo bajo la lluvia que se confunde con su sollozo por el maltrato-.
No es una novela, aunque él sí la llama así. Son unas memorias, quizá ni siquiera noveladas. Aunque todo lo que toca el literato se literaturiza.
La realidad está literaturizada, ¿quién la desliteraturizará? El desliteraturizador que la desliteraturice, buen desliteraturizador será.
Ahora vas y lo cascas, como decía el otro.
No he leído demasiado de Millás, admirándole tanto quizá debería hacerlo. Papel mojado, El desorden de tu nombre, y un libraco de relatos sobre parejas que tienen sus amantes y a las que les pasan cosas no muy normales.
Recuerda en esa otra realidad cotidiana, en esa manera nueva de mirar las cosas, a esos talentos como Cortázar y Kafka.
Yo lo que más apreciaba de Millás era su humor, pero después de El Mundo, su hondura, su lección de amarga verdad, esa magistral manera de autoretratarse... impedirán que vuelva a acercarme a sus escritos como antes, con tanto desenfado.
Muerto Umbral quizá sea el mejor escritor vivo aquí en España, no lo sé, tampoco he leído a tantos, ni tanto.
Él capitaneando el equipo de los chicos, ¿y el de las chicas, Clara Sánchez, Rosa Montero? No sé, las dos me gustan, y Clara Sánchez un día me llamó misterioso, en el retiro, y eso genera literatura, no sé, no sé... "A David, tan misterioso que ya se ha metido en las páginas de este libro", me dedicó en El misterio de todos los días, novelón que leí aquel verano, y subrayé, y tiene anotaciones en los márgenes y a pie de página, tanto me gustó. Pero Rosa Montero tiene La loca de la casa, que no es moco de pavo...
Es un libro que recomiendo a cualquiera, más que otros que me gustan y de los que pueda hablar aquí, lo recomiendo hasta a los que quieran recobrar esa fiebre de lectura que quizá hayan perdido en algún mamotreto milpagenario -toma palabro-.
Todo el que haya sido niño -lo digo porque muchos se automutilaron de camino hacia esa nada de madurez y hastío- se verá reflejado en algunas páginas. Celebrará o maldecirá las coincidencias, según.
Cuando Juanjo, el personaje de la narración, descubre esa huída de la opacidad circundante a través de las novelas condensadas del Reader's Digest, me acordé de esas larguísimas tardes que no terminaban nunca con la colección de esa revista que tenía mi padre en el pueblo.
O cuando le regalan un par de zapatos nuevos, y de qué manera siente sus pies más ágiles. Recordé cuando a mi hermano pequeño y a mí mi padre nós regaló unas botas de siete leguas, dicho así por él, y doy mi palabra, casi volábamos.
Los miedos, las manías -eso de hacer las cosas en series de tres, eso lo hago yo-, las fantasías como escape, el fracaso escolar, el no entrarle las letras de los libros de texto pese a tirarse horas ante ellos...
Es mucho lo que tiene un libro de poco más de 200 páginas, ágil, de fácil lectura.
Y esa idea que lo llena todo, la escritura como un bisturí eléctrico, que va abriendo y sangrando a la vez que cura y cicatriza la zona a tratar.
Para finalizar, cito a Fernando Sánchez Dragó, quizá porque son, él y Millás, dos escritores antagónicos, ¿o complementarios?
Agradabilísima sorpresa, que me reconcilia con un autor del que siempre me había sentido distante, por no decir lejano. Entre Millás y yo mediaban abismos ideológicos y planteamientos vitales difíciles de salvar, pero eso, en lo que a mí respecta, es asunto zanjado. La lectura sirve, entre otras muchas cosas, para tender puentes de avenencia, cuando no de abierta amistad, entre el lector, el autor y los personajes de los libros. ¡Qué sorpresa! Resulta que Millás y yo no éramos adversarios, sino complementarios. Afinidades, las nuestras, de niños lobos. He devorado 'El mundo' con avidez, casi con lujuria. Lo he hecho mío, lo he subrayado, lo he manoseado, lo he estrujado. No podía desviar la atención hacia otras cosas ni desempeñar tareas, acaso más urgentes, pero menos apremiantes, que entorpeciesen el gozoso fluir, sin prisa y sin pausa, de la lectura. Iba yo, durante ésta, deslizándome con suavidad sin freno, incontenible, de línea en línea, de frase en frase, de párrafo en párrafo, de página en página -no tiene muchas- hasta alcanzar la última. Así leía en la niñez, cuando los libros me ayudaban a inventar el mundo y mis pupilas eran telescopios y microscopios de cera virgen, ajuste fino y alta resolución. Novela o no, ¿qué importa eso? Testimonio, autoanálisis, memoria, ajuste de cuentas, balance del debe y haber, crónica familiar y personal, mirada interior hacia el mundo exterior, reflexión, confesión, sanación (o no… Vaya usted a saber) y, en todo caso, apuesta audaz, riesgo asumido, naipes boca arriba y alta literatura. Mejor, añadiría, casi imposible. Así son los libros que de verdad me gustan.
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