miércoles, 19 de noviembre de 2008

Mafalda. Yo te nombro libertad



El personaje de Mafalda fue creado en una época importantísima, de cambio, la de la década de los 60. Por mucho que ciertos intelectuales quieran decir "no fue para tanto, ahí quedó, sus resultados, ¿dónde están?", esta década bien llamada prodigiosa fue el marco del cambio de mentalidades que tanto para bien y para mal disfrutamos y padecemos hoy. Que yo lo estudié y me lo aprendí en aquellos años finiseculares, y gracias a ello hoy mantengo la cabecita virginal y puta, amorosa como la primera vez, maleada de tanta idea cogida al vuelo. Gracias a ello, digo, creo que soy un tipo bastante tolerante y abierto a ideas, abomino del pensamiento único ya venga por parte de estos o aquellos. Gracias a esos libros que estudié y esos profesores a los que admiré, aun no he descubierto el buen camino de la verdad, soy joven y niño, como el primer día, corazón de tábula rasa, herido más de amores que de ideologías.
Los niños de Quino no son reales, son como ideas encarnadas. Son infantes con gustos de su edad e interrogantes de pensadores. Ahí quizá radique su originalidad, en eso y en una pizca de humor genial que lo mismo ralla lo gamberro que lo tierno. Otra cosa a su favor es que sus personajes no son planos, estereotipados.
Fijaos en Manolito, cuadriculado y torpe, pero con una agilidad para las cuentas y los planteamientos económicos muy interesantes.


O Susanita, la frívola, en más de una tira se explica a sí misma, su idiosincrasia es digna de un estudio, no hay más que ver cómo se ruboriza cuando su madre actúa como ella misma es.


Como personajes me gustan Miguelito y Guille, ingénuos y con delirios de grandeza, encantadores y carismáticos, ¿existía el mundo antes de que yo naciera? Pregunta a Mafalda Miguelito en una tira, y ante la afirmación, se pregunta: "¿Y para qué?"



Estos dos quizá sean los más niños, Miguelito y Guille, con toda esa genialidad no mancillada con que nos sorprenden a veces.



Pero yo soy Felipe, pequeño Hamlet, duda constante, soñador y enamorado, enfrentado a una realidad con la que es cobarde, pero con la que, paradójicamente, es consecuente.



Mafalda y Libertad son las abanderadas de los ideales de la época. Son los personajes más irreales, intelectuales, adultos y combativos.

Libertad es como Mafalda, pero más radical. Una alegoría de su propio nombre, pequeña pero respondona.

Yo ahora estoy haciendo, desde hace un par de meses, la colección completa de Mafalda que vende el diario Público todos los domingos. Los Domingos, Lunes o Martes, antes de acostarme, dedico una o dos horas a leer sus tiras.
De las horas de la semana, para mí son las más felices, no solo estoy recobrando las viejas tiras que ya leí hace años, si no que descubro otras nuevas: Quino siempre engancha. Y eso que ahora estoy con Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño, cuya lectura no aburre y maravilla, ya os contaré tiempo después de ser leída, en plena digestión.
A Mafalda la conocí a principios de los 80, gracias a mi hermana, la progre de mi amplia y variopinta familia, que a mi hermano pequeño y a mí nos regaló el volumen 3. Luego vino el 4, y el 10. Y el tomo conmemorativo por su aniversario, que releí varias veces, con críticas de gente importante, como Sto. Julio Cortázar, crema de la inteligencia y gloria del swing literario. Argentino, como esta niña que no quisiéramos como hija, porque para conciencia crítica ya tenemos el mundo, tal cual es.

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