martes, 18 de noviembre de 2008

Belle de Jour, de Luis Buñuel




Si tengo que elegir un cine, me quedo con el Doré, es decir, la filmoteca. Quizá se esté más a gusto en cualquiera de las soledades de las pequeñas salas de los Renoir, pero el Doré, sin dejar de ser un cine de gente que va a ver Cine, aun guarda ese ambiente señorial de los viejos cines, que ya no quedan, y si quedan, puede ocurrir que te toque al lado el espontáneo de turno, como ya conté en otro post
De todas estas cosas ya hablé hace tiempo, en aquel blog donde era célebre y visitado, como señorona que tiene el té preparado para la tertulia con toda aquella querida gente con quien tanto amé.
Lo bueno del Doré es que llegas y lo primero que te encuentras es un café con mogollón de gente de diversa calaña, desde estudiantes con vocación cinéfila hasta abuelitas del vecindario que saben gastar su tiempo. Unos a otros se miran con curiosidad y complaciencia, un zoo bohemio de raras especies.
Lo peor que te puede pasar allí es que te quedes el último de la cola y tengas que subirte al gallinero a sentarte frente a una columna. Y, lo que me pasa a mí a veces, que te toque delante un cabezón de cuello hiperactivo, ¡con lo a gusto que se está con la cabecita apoyada en el cabezal, como hago yo! Es que el Doré no es como el Kinépolis, que va cuesta abajo, el doré es plano, como los cines de barrio y pipas.
Y la gente allí calla, si acaso ríe, o tose, o carraspea, ¡pero no habla! Y ay de quien ose musitar algo, enseguida un sssssssssssshhhhh colectivo le hará enrojecer de vergüenza.
Buñuel
De este aragonés genial ya había visto yo en el Doré, bien acompañado, Los Olvidados, de su época mejicana. Se trataba de un ciclo sobre la infancia, y vimos un par de películas. Los Olvidados tiene una curiosidad en el final, y es que hay dos finales, como si el de Teruel dijera, acaba mal, pero pudo acabar con esta justicia. O al contrario.
A cosas así es muy dado este señor, por algo es surrealista, se codeó con Dalí, y con Lorca, gente que fue famosa sin patear un balón y sin divorciarse de Mengana Zutánez, cosa rara en estos días sin ídolos originales.
De Buñuel recuerdo Ese Oscuro Objeto del deseo, con ese juego de utilizar dos actrices para un mismo personaje, y nunca me olvidaré de ella mirando por la ventana y mirando a un elegante Fernando Rey cargando un saco de patatas, sin ton ni son, o bueno, el son psicoanalítico que quiera darle el autor.
Ya nos lo explicó Jenaro Talens en Pragmática del texto, cuando nos puso Un Perro Andaluz en clase, la de miga que tienen cuatro imágenes, aunque no sé yo si será para tanto, el surrealismo más que hacerte pensar ha de deformarte por unos minutos esa visión cuadriculada que tienes de la realidad, que será cualquier cosa, pero nunca plana.
Belle de Jour
Así pasó esta tarde al terminar la película, un viejecillo le dice a su compañero: últimamente veo unas películas en las que no entiendo nada, no entiendo este final.
Un final que solo un genio, un poeta, ha podido conseguir, por cierto. Y por cierto que yo tampoco lo entendí, pero esa última secuencia, queda ahí, lírica y otoñal. Se sabe qué ocurre, pero no es preciso definirlo.
Los silenciosos espectadores aplaudieron al finalizar la peli. Como si fuera el preestreno y Buñuel estuviese ahí.
La trama no te la voy a contar, quizá la wikipedia te lo explique mejor, o quizá debas verla, mejor esto último.
Es morbosa, pervertida, erótica, más que cinco años de destape, sin ser explícita.
Ella parece que no sabe lo que quiere con el marido, pero lo sabe tan bien, que no se atreve. Lo mejor de la película son sus sueños confrontados con la realidad, lo que ella desea, y luego su frialdad con él. Bueno, más cosas buenas hay, además de eso, ¿Catherin Denueve vestida de tul negro? Sí, por ejemplo.

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