Ramiro Pinilla, un gran escritor |
Otra versión de la parábola de la higuera, aunque esta no estaba seca, no, esta daba su fruto -¿brevas en Junio, higos en Septiembre?-. El fruto de la higuera de esta novela fue abono propicio para endulzar sus propias raíces, raices que abrazaban, a buen seguro, los cuerpos de un padre -maestro- y de su hijo de dieciseis años. Ni el uno ni el otro fueron culpables de nada.
Esta novela, de poco más de 250 páginas, es como un cuento. No le sobra nada, relato magro, conciso, escrito con la maestría de los grandes de nuestra narrativa. Yo me acordaba de muchos autores leídos, de sus obras estudiadas. Ramiro Pinilla era para mí, hasta hace poco, un desconocido. Tampoco es que sus obras estén entre las diez más vendidas, no ocupan un lugar evidente en los estantes de novedades.
Tampoco acaso hará falta que se publicite. Lo bueno no necesita publicitarse, los buenos tienen sus fieles, sus adeptos, una feligresía de lectores ajenos al corrupto mundo exterior de las modas.
Dije, esta novela es como una parábola, en una parábola se explica metafóricamente un estado real -o para el ateo que me lea un estado de cosas que se considera real-. Si el de Nazaret comparaba la higuera seca a aquel que no daba fruto -individuo o colectivo-, aquí la higuera sí de fruto, porque sí fue cuidada, por el hijo y el hermano de las víctimas y uno de los propios verdugos, en uno de los pactos más misteriosos -más extraño aún por su silencio, pues es a base de miradas- que haya dado la Literatura. Y, como sucede con las parábolas, no hace falta explicación: quien quiera entender que entienda.
Es, por tanto, una novela simbólica. Una higuera cuyo fruto no alimenta a vivos, si no a muertos, que a su vez alimentan la propia higuera.
El estilo, sobrio pero no rudimentario, se sirve de vívidas imágenes que ayudan a que la imaginación caiga en esa tumba que es la higuera. Como si de un puñetazo, o más, de un disparo se tratara. O como si un niño lloroso con sus débiles fuerzas te enterrara como acunándote, prometiendo dulzura, recuerdo. No venganza: la evidencia de el terror que fue esa guerra, sobre todo para los inocentes.
Un estilo soberbio, con los ribetes líricos de los cuentos más bellos, con una poética del extrañamiento que hace evidente -otra vez la evidencia- la demencia de una guerra. Sobre todo hacia los inocentes, porque los que son guerreros ya saben que se juegan la vida.
Es una novela sobre la inocencia. Pisoteada.
Es una novela sobre la pérdida de la inocencia. Los dos personajes principales: el chico, un niño extraño que ve cómo se llevan seis pistoleros cobardes y armados a un adulto y un adolescente desarmados, ante el sollozo de su hermana, su madre, su abuela. Ante la impotencia. El otro personaje es el sexto pistolero, el falangista que pierde su inocencia, el autocomplaciente sentido de inocencia de los vencedores.
Esta podría ser la trama: como en un relato kafkiano, absurdo, mediante miradas de odio y dureza un niño clama justicia al que parece el asesino más receptivo. Le condena a cuidar de de la tumba de sus familiares, plantando ahí un hijuelo de higuera.
Otras tramas y personajes van y vienen. Con carácter de drama trágico con retazos esperpénticos. Es una obra, esta, que podría muy bien ser representada en teatro. Un sólo escenario: la higuera. Pocos personajes importantes, algunos colectivos. Si yo fuera hombre de teatro, me atrevería con el reto, pues a la obra no le faltan cuadros para la escena.
Cuadros oscuros, algunos luminosos. Cuadros pintorescos, algunos esperpénticos. Personajes reconocibles, también con su carácter simbólico.
Está la mujer del alcalde, Cipriana, personaje positivo donde los haya, que ayuda a Rogelio a escudarse en una vida de ermitaño y santón para cuidar la higuera.
Está Joseba Ermo, patético.
Está la novia, que cuanto más se aleja él a su destino extraño más le quiere.
Personajes colectivos, como las multitudes que van en romería a rezar a la higuera, La Higuera. Los pistoleros falangistas podrían ser uno sólo, salvando quizá al propio Rogelio, a su fiel Luis, al líder Pedro Alberto.
Te la recomiendo como ninguna otra novela, y ahora es buena época, ya que se acerca la festividad de la Virgen del Carmen, que es la que, según la buena Cipriana, ha salvado a Rogelio, por lo que está como penitente junto a la higuera purgando sus pecados.
Las descripciones no son farragosas, ya os digo que es como un cuento. Los cuadros de costumbres -valoro mucho saber qué comen los personajes- deliciosos.
Se lee rápido, bien, con la estupefacción de los relatos de horror y los cuentos para niños, para niños que no olvidan los muertos que les han hecho.
No te decepcionará, te lo aseguro. Eso sí, te advierto que hay mucho dolor en el relato.
Yo seguiré, poco a poco, leyendo más novelas de este sabio, Ramiro Pinilla.
Aquí tenéis la crítica de Ricardo Senabre, que ya sabemos que sólo elogia lo que es bueno de verdad. (link)
Y hacedme caso a mí que sólo recomiendo aquello en lo que encuentro una verdad, aunque sea contada como si fuese una parábola.
El chico quiere que continúe: en su retirada de hace unos instantes bien pudo prescindir de mis servicios comunicándomelo de palabra, cualquier palabra habría servido, la más rara y difícil, la que secuestran los especialistas en lo que sea; cualquier palabra, pues sólo un ruido insultante habría bastado para destruir lo nuestro. Por el contrario, el chico se fue envuelto en silencio. Desea que me quede, él tampoco se resigna a perder la armonía que dura quince, dieciocho años, no sé. Antes, me enganché a este lugar por interés personal; ahora, no voy a desertar porque no me vaya en ello ninguna ganancia pancista como la vida.(Ramiro Pinilla. La higuera.)
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